Relatto | El cuento de la realidad
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"Dos veces junio", la atrocidad que habita la humanidad

I

Pudo haber dicho dictadura, pudo haber dicho Malvinas o robo de bebés. Pudo haber dicho obediencia debida, pudo haber dicho costumbrismo o mecanismo o engranaje. Pudo haber dicho Argentina, pero sólo lo sugirió.

II

 Durante este 2022 se cumplen 20 años desde la publicación de Dos veces junio (Penguin Random House). Desde entonces Martín Kohan está en el centro de la escena literaria en español. Casi diez años antes había publicado su primera novela, La pérdida de Laura, luego El informe (1997), y en el 2000 Los cautivos. Prolífico, además de cuentos y ensayos, después de Dos veces junio Kohan publicó otras siete novelas. La última, Confesión, de 2020.

Hay una trilogía posible en Dos veces junio, Ciencias morales (2007) y Confesión

Una atmósfera común, el clima opresivo de la última dictadura (1976-1983) y una cotidianidad mecanizada: lavar el auto los domingos, el fútbol y el prostíbulo, torturar embarazadas, el baño de un colegio secundario como espacio de encuentro adolescente, un partido de truco entre una abuela y un nieto. Y la tragedia que se va colando en los intersticios de esa habitualidad.

Portada del libro "Dos veces Junio".

III

El protagonista de Dos veces junio es un conscripto que se convierte en chofer del doctor militar Mesiano, y lo busca, lo lleva y lo trae, de la casa al centro clandestino de detención —nunca nombrado de esa forma—, y escucha de su jefe una visión del mundo en grajeas como sentencias que resumen la moral cristiana, occidental, tan a la defensiva por aquellos años, tan agresiva también. Un rosario de lugares comunes como columna vertebral de un sistema de pensamiento: “El problema de nuestro país es la ignorancia”, “jamás hay que olvidarse de cuidar bien el lenguaje”, “no hay guerra sin crueldades”, “hay que pensar que un prisionero ya es un muerto”, “las guerrilleras se hacen preñar a propósito”, y todo así.

Sin embargo la trama está sostenida por una pregunta lacerante: “¿A partir de qué edad se puede empezar a torturar a un niño?”.

Pudo haber dicho dictadura, pudo haber dicho Malvinas o robo de bebés. Pudo haber dicho obediencia debida, pudo haber dicho costumbrismo o mecanismo o engranaje. Pudo haber dicho Argentina, pero sólo lo sugirió.

IV

No cedió a la tentación. No permitió que un último bloque, un último capítulo o, peor, una última línea trastocara el clima abrumador de ahistoricidad y mecanicidad del horror que transmite el protagonista y su lenguaje llano, sus respuestas moldeadas por décadas o siglos de una mansedumbre construida sobre rituales familiares, sociales, castrenses, religiosos, la vida misma, la cosa sana.

Martín Kohan en Dos veces junio eligió un sendero de silencios.

Y como la guerra es todas las guerras, y como la crueldad humana se pronuncia en todos los idiomas, y como todas las soluciones finales requieren en cualquier latitud automatización y burócratas, Dos veces junio es un libro argentinísimo y universal.

V

 “¿A partir de qué edad se puede empesar a torturar a un niño?”, lee el conscripto en el cuaderno de novedades de una casa operativa de la represión. Lo altera el error de ortografía. Lo retiene esa ese, la necesidad de corregir. No se pregunta por la pregunta, sino cómo es posible que alguien escriba empezar con ese.

Toma un birome y traza una colita, convierte la ese en zeta, “como corresponde”, dice, porque “pocas cosas me contrarían tanto como las faltas de ortografía”, agrega.

Luego sale a buscar al doctor Mesiano para que responda a la pregunta.

VI

Dos veces junio tiene varios hilos posibles. El de los mundiales ‘78 y el ‘82 y la suerte de la selección argentina —tan dispar en el resultado final, y tan similar, dos derrotas, en la particularidad de los partidos contra Italia–; la road movie porteña del protagonista buscando al doctor Mesiano; la tensión sexual que cruza la noche de las prostitutas, la tensión sexual en la sutil gestualidad/invitación de la hermana del doctor Mesiano para con el protagonista, la tensión sexual en el fracaso viril del hijo del doctor Mesiano sugerido en su puño cerrado golpeando suave el vidrio del Ford Falcon; el Ford Falcon, también, como hilo conductor y como símbolo y como significante.

Y como la guerra es todas las guerras, y como la crueldad humana se pronuncia en todos los idiomas, y como todas las soluciones finales requieren en cualquier latitud automatización y burócratas, 'Dos veces junio' es un libro argentinísimo y universal.  

VII

Otros autores —Andrés Rivera, Rodolfo Fogwill, por caso— se hubieran detenido en el detalle de la tortura inflingida a la madre del bebé. Tantos voltios, tanta carne supurando, tantos litros de agua dispuesta al submarino. Kohan, en este texto elige la sugerencia: una voz femenina —se adivina, la madre del bebé—, ronca y contenida por detrás de la puerta de una celda le narra los detalles al conscripto chofer de Mesiano, pero no a los lectores. Kohan no dice lo que todos sabemos que esa voz dijo.

El conscripto rompe la impasibilidad exasperante y reacciona insultándola, no quiere escuchar. Se desestabiliza por primera y única vez en la novela, le exige que se calle, “callate de una vez hija de puta”, le dice, y le responde con frases pronunciadas por su jefe: “No ayudo a los extremistas” y “no ves que ya estás muerta”.

VIII

 El doctor Mesiano sentencia que con dos kilos trescientos no es conveniente torturar un bebé, y entonces, en cambio, lo separa para su hermana, que “buscó, buscó y buscó, tenés que ver cómo busco, y no hubo caso”.

Guillermo nació Guillermo en un centro clandestino de detención, y luego fue Antonio, en manos de la hermana del doctor Mesiano.

IX

 Habla de poder. Kohan tira talco al aire para que aparezcan los hilos invisibles que sostienen las relaciones de poder. El ejercido, el sufrido, el incuestionado, el poder como orden, el poder como violación, el silencio como poder, la erección como poder, el abrazo final de los protagonistas de la novela como poder.

Sobre ese abrazo final, Kohan dirá veinte años después —en el video que acompaña esta reseña—, que entre el médico y el conscripto, abrazados, se pone en juego no sólo el poder, sino también una forma de la humanidad.

“Que nuestro temperamento humanista —dirá— no caiga en la tentación de disociar los dos términos y decir ‘hay humanidad o poder y crueldad’, como si no pudieran conjugarse. Y creo que se conjugan”.

Y dirá: “Cuando pensé Dos veces junio, no había leído Eichmann en Jerusalén, y lo leí mientras estaba escribiendo la novela. Sin premeditación. Encontré con que resonaba lo que estaba escribiendo: La condición humana de estos personajes atroces, frente a la tentación de considerarlos monstruos inhumanos y asignarles una aberración inhumana y ponerlos lejos de nuestra condición humana. Lo monstruoso habita lo humano, y los hechos más aberrantes y más irracionales, han sido producto también de una racionalidad”.

 ¿A partir de qué edad se puede empesar a torturar a un niño?”, lee el conscripto en el cuaderno de novedades de una casa operativa de la represión. Lo altera el error de ortografía. 

XI

Kohan hablando de poder pudo haber dicho dictadura, pudo haber dicho Malvinas o robo de bebés, y en honor a la eficacia del libro no lo hizo.

Eficacia estética y eficacia histórica: gracias a la exasperante automaticidad del protagonista, elude el panfleto, esquiva el discurso, para dar testimonio de una época y un país, es decir de todas las épocas, y de todos los países.

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