Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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Los poetas no son gente, dijo un amigo mío hace unos años. Lo comprobé al pasar un buen rato con Manuel Vilas. Es una presencia tremendamente humana y a la vez sobrenatural. Los poetas son unos subnormales. Y para mí esa palabra no denota nada despectivo. Por el contrario, hace alusión a esos seres humanos que son capaces de desprenderse de su cabeza para sentir en lugar de pensar. 

Vilas es un animal entrañable. Manso, pero salvaje a la vez. Una contradicción en sí misma. Su persona pública es aguda y sus palabras certeras. Y, sin embargo, en un ámbito más íntimo, su única certeza es la de no saber nada. Y eso se agradece mucho más cuando nos empalagamos con los egos gigantes de muchos escritores reunidos en un mismo lugar, como sucede en el Hay Festival. Allí muchos escogen ser magos y sacarse conejos y conejos del sombrero para impresionar al público. Otros, como Vilas, escogen cortarse la piel y dejar ver sus entrañas. 

Los poetas son unos subnormales. Y para mí esa palabra no denota nada despectivo. Por el contrario, hace alusión a esos seres humanos que son capaces de desprenderse de su cabeza para sentir en lugar de pensar. 

No quisiera caer en el lugar común de reseñar su obra, de señalar que Los besos es una novela mística que habla de las cosas simples y a la vez misteriosas que sólo pueden apreciarse cuando estamos en el corredor que conduce a la puerta de la vejez. Y no lo digo porque Vilas me parezca viejo, sino porque mucho me temo que para escribir sobre semejantes revelaciones hace falta tener el alma vieja, curtida, y añorar al mismo tiempo tener la juventud de vuelta para volver a hacerlo todo de nuevo, con más serenidad y mejor. 

Es curioso. El escritor con el que más tiempo pasé y con el que más hablé fue Vilas. Supe que había sido catador de perfumes, que Dios ya no le habla, como cuando publicaba aquellas conversaciones con Dios en su blog. Supe también que está cansado de viajar para hablar y hablar, que prefiere el silencio y que tiene una relación sólida con una mujer que vive en Iowa, también escritora. A Vilas no le gusta comer mucho de noche porque tiene problemas de sueño y difícilmente te mira a los ojos si se siente escudriñado. 

Por razones inexplicables del destino, mi celular sólo quiso grabar diez minutos de la larga conversación que tuvimos sobre los besos, no Los besos con mayúscula, que es el título de su novela, sino sobre los besos que no están en las páginas, los que se palpan en los labios, los que crecen por la boca como una planta carnívora y nos invaden el pecho. 

Y no lo digo porque Vilas me parezca viejo, sino porque mucho me temo que para escribir sobre semejantes revelaciones hace falta tener el alma vieja, curtida, y añorar al mismo tiempo tener la juventud de vuelta para volver a hacerlo todo de nuevo, con más serenidad y mejor. 

Vilas fue un remanso de humildad y de conexión para mí. Esos son los momentos fugaces que valen toda la pena en un Festival de literatura. Todo lo demás queda olvidado. La sensación de sentirse íntimamente conectado a otro ser humano es lo que verdaderamente cuenta. Ya no importa si el uno es versado en El Quijote, como lo es Manuel VIlas, o en Conrad, como lo es Juan Gabriel Vásquez. Deja de ser relevante lo que uno “aprenda” de los escritores. Cobra fuerza, en cambio, todo lo que nos toca la entraña. 

Lo que mejor describe a Vilas son sus palabras, su titubeo, su nerviosismo y su mirada dulce pero esquiva. Acá dejo los diez minutos que a mi grabadora se le dio la gana guardar. Siempre es mejor el verso aquel que no podemos recordar. 

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