Esta es la historia fotográfica de una joven cubana, como muchas, que desde niña sueña con tener la fiesta de celebración de sus quince años, “como corresponde”, según esa ya vieja tradición latinoamericana, heredada inicialmente de costumbres aztecas y mayas, y que después se fusionó con el catolicismo español.
A pesar de la crisis que sufre la isla caribeña producida, entre otras cosas, por la explosiva mezcla de pandemia y duras restricciones económicas, la familia González no duda, ni un instante, que debe hacer la celebración de los quince años de su hija Karla.
Todo el dinero que se pueda ahorrar será para el magno evento. Juan Carlos González, el padre, trabaja como conductor de un barco de pesca, cuya ganancia personal se reduce a lo que sobre de pescado después de darle el 80% de la captura a la cooperativa del Estado.
Mirelis Toro, la madre, se dedica a las labores de la casa. Ella se encarga de cuidar a dos cerdos que compraron para poder reunir el dinero de la celebración. Los chanchos viven en un patio improvisado al lado de la pequeña casa y su olor se cuela por entre los ladrillos porosos mientras se está en la sala.
La camada de un cerdo da 10 cerditos, que se pueden vender, cada uno, en 40 dólares. Esas ventas, con la excepción del sacrificio de uno que otro ejemplar para poner en el necesario plato de la semana, les permitieron a los González reunir, a lo largo de 3 años, $1.280 dólares.
A pesar de la crisis que sufre la isla caribeña producida, entre otras cosas, por la explosiva mezcla de pandemia y duras restricciones económicas, la familia González no duda, ni un instante, que debe hacer la celebración de los quince años de su hija Karla.
El mayor deseo de cualquier quinceañera, además de la fiesta, es tener las fotos de la misma. Añoran posar ante un fotógrafo de Quince, en diferentes tipos de atuendos: de princesa, de reina, o simplemente como modelos y así mostrar sus mejores curvas. Son niñas que se transforman en mujeres, y la fiesta es la presentación a la familia y amigos de este acontecimiento.
Pero posar y verse como toda una modelo profesional, requiere de ciertos detalles. Por ejemplo, hay que “hacerse la Keratina”, que es la utilización de ese producto para que el pelo quede liso y brillante. A Karla se la hizo una amiga suya, gratis, como regalo. Después hay que hacerse las uñas, que tienen que ser de acrílico y con diseño. La ropa casual que ella debe llevar es regalo de una tía, y los trajes de princesa y reina los pone el fotógrafo a la hora de la toma.
Cerca a su casa hay un bazar donde se encuentran cosas a precios más asequibles de lo normal. La clave es llegar muy temprano en la mañana para hacer la cola y entrar. A pesar de que Karla y Mirelis llegaron a lugar casi de madrugada, ya había por lo menos 300 personas esperando por delante de ellas. Pero las González están acostumbradas a las filas, no importa cuánto se espera, vale la pena, porque adentro todo es mucho más barato. El bazar es para los clientes a quienes no les importa la calidad, tan solo que los productos sea vean bien, con mucho plástico y fantasía. Finalmente Karla logró comprar unos aretes y unas chanclas para estar en casa, pero no encontró lo que quería: unos zapatos para su fiesta.
El mayor deseo de cualquier quinceañera, además de la fiesta, es tener las fotos de la misma. Añoran posar ante un fotógrafo de Quince, en diferentes tipos de atuendos: de princesa, de reina, o simplemente como modelos y así mostrar sus mejores curvas.
Karla llegó al estudio del fotógrafo a las 8:00 a.m. “Entre más temprano mejor —dice la asistente— para que el maquillaje sea de calidad”. Fue un día largo. En la mañana estuvo en el estudio y luego en la tarde salieron a la calle a hacer más tomas. Es común ver fotógrafos con sus princesas quinceañeras posando en los sitios más icónicos de La Habana.
Alrededor de las 6:30 de la tarde, se acaba la jornada. Karla termina su día feliz, porque sabe que las fotos serán un éxito entre sus amigas del colegio. Por la sesión recibirá sus fotos impresas en un libro y algunas imágenes sueltas. En su caso tuvo que pagar 400 dólares, “muy barato” afirma el fotógrafo, quien indica que esa es la tarifa mínima.
Ahora viene el tema de la fiesta. Debe ser con poco aforo y en el jardín de su casa, por las medidas de bioseguridad debidas a la pandemia. Familia y compañeros del colegio son los invitados. Mirelis, la madre, es quien organiza la celebración. A ella la ronda la principal pregunta cuando de celebraciones de este calibre se trata: ¿Qué hacer de comida para los invitados?
Mirelis fue al mercado y compró lo poco que podía: cebollas, pimientos, un poco de jamón y café, porque la torta fue otro regalo de un familiar. El menú fue muy sencillo, ensalada de jamón, papa y cebolla con mayonesa, croquetas de pescado (pescado que logró traer papá Juan Carlos de una de sus jornadas), pan, y el licor para celebrar: ron con leche condensada, la exquisitez de la fiesta.
Cada hogar cubano recibe comida subsidiada por el gobierno, y es de esta forma como aquellos sin mayores recursos pueden sobrevivir mes a mes. Las cantidades dependen del número de miembros de la familia, y se establecen por medio de una libreta de racionamiento. Cada cabeza de familia tiene una y con esta va a la bodega y recibe insumos por cada miembro: 5 libras de arroz por persona, ¼ de libra de frijol, 10 onzas de chícharo, ½ litro de aceite, 4 onzas de café, 3 libras de azúcar blanca y 1 libra de azúcar negra, 15 huevos, 1 libra y ¾ de pollo, ⅓ de picadillo (carne triturada), 400 gramos de espaguetis, 1 libra de sal, 1 pan por día. Si hay niños menores de 7 años, 3 kg de leche en polvo. Cada producto tiene un bajo valor, en centavos, que debe pagarse a la hora de recibirlo.
Mirelis fue al mercado y compró lo poco que podía: cebollas, pimientos, un poco de jamón y café, porque la torta fue otro regalo de un familiar. El menú fue muy sencillo, ensalada de jamón, papa y cebolla con mayonesa, croquetas de pescado (pescado que logró traer papá Juan Carlos de una de sus jornadas), pan, y el licor para celebrar: ron con leche condensada, la exquisitez de la fiesta.
Llegó el día esperado y, desde muy temprano, Karla y sus padres comenzaron a limpiar y organizar la casa de la abuela que tiene un pequeño jardín y está situada al lado de la suya. Karla, nerviosa, se fue alistando poco a poco, mientras sus familiares preparaban los últimos detalles. Alrededor de las 5:00 de la tarde los invitados fueron llegando, cada uno con sus mejores galas. En medio de una pandemia, con cuarentenas tan largas que solo permitían salir a la calle para comprar comida, el gobierno, finalmente, había autorizado las reuniones familiares.
Después de repartir la comida, partir el ponqué y hacer la foto de rigor, todos los invitados tenían su trago reservado para celebrar y bailar al son de reguetón.
Fue una celebración muy modesta, pero necesaria para los González. Necesaria para reafirmar su certeza de que, por encima de la política o la economía, están los símbolos o ritos que recuerdan la importancia de los momentos alegres para la familia y la solidaridad de los amigos.