Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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Navegar inmerso por las entrañas del río Inírida y ver a lo lejos levantarse como de un sueño esas inmensas rocas de granito que fueron testigos de una película nominada a un Óscar (El abrazo de la serpiente), es saber que allí, con el reflejo en el río de sus figuras ancestrales, comienza una aventura de 430 kilómetros navegando por senderos hídricos y terrenales que nos llevarán hasta la esquina nororiental de Colombia, a Puerto Carreño, en el departamento de Guainía.

Las inmensas rocas son los cerros hermanos son Mavicure, Mono y Pajarito, donde cuenta la leyenda que la princesa Inírida llora la maldad de la humanidad cuando llueve sobre ellos. Al caer sus lágrimas sobre los cerros es como si fueran hilos de plata. Un indio se enamoró de la princesa, ella lo rechazó. Este indio le dio un bebedizo esperando que se enamorara de él, pero a ella solo le dieron ganas de correr y correr. Corrió tanto, que subió a los cerros y de allí nunca más pudo regresar. 

El famoso explorador, humanista y naturalista prusiano Alexander von Humboldt siguió la ruta del Orinoco entre Colombia y Venezuela para ofrecer un testimonio del descubrimiento del Nuevo Mundo. Con estas fotografías he tratado de evocar la mirada inquieta de este sabio al encontrar una avasallante geografía y paisajes deslumbrantes, indígenas a lo largo de las orillas, una flora y fauna exuberantes, y una diversidad de climas que reflejaban una pequeña ruta por ese largo trayecto universal, que ahora significa tanto para quienes aman y recorren estos lejanos parajes del territorio colombiano, en la frontera con Venezuela.

Es un trayecto de 10 días donde podemos enfrentar nuestros miedos, y donde no hay riesgo sino de querer regresar.

Para hacer este recorrido hay que vestirse de aventurero, llevar una cámara fotográfica o un teléfono celular que tenga al menos unos buenos megapíxeles y querer encontrar las imágenes secretas de estos lugares. Es un trayecto de 10 días donde podemos enfrentar nuestros miedos, y donde no hay riesgo sino de querer regresar. Alzar la mirada y divisar los tres pétreos cerros es el comienzo, aunque hay que llegar a la ciudad Puerto Inírida en avión y recorrer por un par de horas el río Guaviare y el Inírida para llegar hasta un lugar donde los atardeceres enamoran hasta al corazón más huidizo.

En ese periplo se pasan dos noches escuchando el murmullo de algunas comunidades asentadas allí con su curiosa mirada a los viajeros. Usualmente hay que llevar regalos para los niños, quienes saltan inquietos ante el sonido de las cámaras y los motores de las lanchas.

Después hay que retornar por el río Inírida, encontrar en el camino algunos raudales para bañarse y, quizás, observar delfines rosados inquietos y curiosos, que hacen parte del recorrido que lleva de nuevo hasta la capital del Guainía por el sendero del río Guaviare. Cerca de Puerto Inírida hay muchas cosas por hacer: ir a la desembocadura del río Atabapo, visitar el parque rupestre Amarú, caminar algunos caños, ver el atardecer desde el puerto y entrar a las madreviejas (humedales) que se divisan desde el avión antes de aterrizar. Todo ello indica que estamos en la selva colombiana. 

Después hay que retornar por el río Inírida, encontrar en el camino algunos raudales para bañarse y, quizás, observar delfines rosados inquietos y curiosos.

Cerca de allí está la frontera con Venezuela, donde confluyen los ríos Inírida, Guaviare y Atabapo para alimentar al gran río Orinoco. En la ciudad venezolana de San Fernando de Atabapo aparece el río Orinoco, que viene desde su nacimiento en Brasil y Venezuela, con sus aguas azules por los reflejos del cielo y que toma un camino entre los dos países. Un ancho río que fluye entre las orillas enmarcado por muchos afluentes y que transcurre durante unas horas de paisaje monótonamente hermoso, donde se escucha el ruido del motor de la embarcación hasta llegar a la isla de Pedro Camejo, donde hacemos un campamento. 

Muy cerca de este lugar está el Parque Nacional Natural El Tuparro, riqueza colombiana y para muchos el parque más completo del país por la variedad de su geografía, flora y fauna, y en donde emerge el lugar más interesante y enigmático, por su estructura, el raudal de Maipures, catalogado por Humboldt como la octava maravilla del mundo, por su extensión y por los rápidos acompañados de las piedras que sobresalen en el curso del Orinoco. 

Allí está el famoso “Balancín”, que es una enorme roca redonda que hace equilibrio sin caerse. 

El parque El Tuparro tiene, además, selvas, sabanas, bosques riparios, ríos, tepuyes, lagunas y fauna. Estar allí y subir al cerro Guahibo es una dicha porque permite observar toda la extensión del parque. No hay señal de celular, estamos solos con lo que realmente somos, únicamente con la cámara de fotos que no para de sonar o los celulares que solo sirven para hacer videos o fotografías. 

… emerge el lugar más interesante y enigmático, por su estructura, el raudal de Maipures, catalogado por Humboldt como la octava maravilla del mundo, por su extensión y por los rápidos acompañados de las piedras que sobresalen en el curso del Orinoco. 

Durante el recorrido se va hablando de naturaleza. Al seguir río abajo está Tambora, que era la construcción donde el sacerdote Javier de Nicoló llevaba a cabo un proyecto que albergaba a cientos de muchachos para su rehabilitación y que ya no existe. Allí se ven pescadores y crecen atardeceres de diferentes colores que florecen al desaparecer el sol. Al llegar al corregimiento de Garcitas, se cambia el agua por la tierra y se inicia la travesía en carros 4X4, no sin antes visitar el raudal de Atures, que está justo al frente de la ciudad venezolana de Puerto Ayacucho. Este es un territorio cálido donde se atraviesan algunos ríos en planchones, se divisan águilas curiosas en los árboles y se puede tener la sensación de que en este país se puede viajar en libertad.

Al llegar hasta la ciudad de Puerto Carreño también se divisan delfines rosados en la desembocadura del río Meta en el Orinoco. Es un reto el fotografiar estos mamíferos por la dificultad de ver su nariz fuera del agua. Pero allí siempre estarán. Aquí se va terminando esta aventura de imágenes y de paisajes. Un viaje de 430 kilómetros que enmarca el concepto de fotografía, de poder escribir con luz y color la felicidad. Un sendero que el sabio Humboldt surcó hace casi 220 años y que descubrió dejando escritos y memorias para futuros viajeros. 

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