Relatto | El cuento de la realidad
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Siempre me pregunté cómo se podría fotografiar una aurora boreal. Solía observar aquellas luces de colores tan verdes y magentas en la televisión o en algunas revistas de National Geographic. Pero aquel octubre de 2015, cuando visité Reikiavik, viví su magia sobre mí, y desde entonces, esas majestuosas formaciones celestiales se quedaron grabadas en mi memoria para siempre. 

Para los islandeses es algo normal verlas cada año, entre septiembre y noviembre, pero para mí fue un viaje extraordinario. 

Todo nació por la intención de ver las auroras boreales en vivo. Compré un paquete de varios días en Islandia que ofrecía una agencia de viajes, y me fui en busca de aquellas luces de colores. 

Recuerdo la película La vida secreta de Walter Mitty, dirigida por su protagonista, Ben Stiller, quien llega a Islandia en busca del fotógrafo estrella de la revista Life. Por cuestiones del destino, el soñador Mitty para no perder su empleo vive una aventura casi emulando la historia de la erupción del volcán Eyjafjallajökull (impronunciable) que oscureció Europa en abril de 2010. Esa explosión geológica no solo causó un caos aéreo, sino que dejó asombrada a la humanidad con sus imágenes espectaculares. Varias agencias de turismo ofrecen recorridos que siguen los pasos de Mitty en la película. 

Escultura en Reikiavik.

Para llegar a Islandia (en inglés Iceland, que traduce tierra de hielo), nombre dado por el navegante vikingo Naddoddr, se toma un vuelo desde Nueva York; generalmente es nocturno y dura unas 4 horas y media. Llegué a la madrugada en medio de la lluvia y el frío. Y allí estaba, viviendo uno de esos sueños que tenía desde adolescente. 

A través de la ventana del autobús que me conducía al hotel observé esos valles que, en algún momento, pudieron haber sido tierras volcánicas pero que ahora estaban cubiertos con un musgo intensamente verde. Este es el único lugar donde se puede pisar tierra en América y Europa a la vez porque allí se dividieron estos continentes durante un período de violentas erupciones. La cordillera del Atlántico tiene su mayor altura en Islandia y al fracturarse dejó una gran grieta. No es gratuito que en muchos portales de turismo se señala a Islandia como el país más bello del planeta.

Este es el único lugar donde se puede pisar tierra en América y Europa a la vez porque allí se dividieron estos continentes durante un período de violentas erupciones.

Pese al jet lag, esa primera mañana en Reikiavik fue deliciosa. El tour por la ciudad enseñó, entre otras cosas, casas con fachadas de colores, edificios bajos, una catedral icónica que se divisaba a lo lejos, montañas nevadas al oeste muy cercanas al océano y una luz solar diferente. 

La fotografía enseña a entender la luz del sol que en cada lugar tiene una intensidad de color particular. Al mediodía había una interesante visita a un lugar donde enseñan a tomar fotos de auroras boreales, conocidas en inglés como “The Northern Lights”. Los profesores nos decían que estas imágenes tenían que hacerse de una cierta manera, porque que nuestros ojos apenas ven destellos en movimiento pero las cámaras registraban todo lo que estas luces iban dibujando en el cielo. Para poder captar ese dinamismo era necesario tener un trípode, pues la exposición de estas imágenes tarda entre 20 y 30 segundos. Al final del recorrido por este pequeño museo me pidieron poner mi cámara dentro de una caja que simula una noche con luz boreal. Era cierto, el ejemplo de fotografía fue perfecta. 

Para poder captar ese dinamismo era necesario tener un trípode, pues la exposición de estas imágenes tarda entre 20 y 30 segundos.

Durante el día la ciudad era muy colorida, y vista desde la torre de la catedral el panorama se tornaba amable y ensoñador. Cerca de la capital, a una hora, se encuentran los lagos azules, que son unas formaciones geotermales donde cientos de turistas se bañan en piscinas azufradas y cálidas; la experiencia es como la de un hotel de 5 estrellas. Todo allí era como si la luz viajara de manera diferente, pues el azul se veía más azul y el verde más verde. Bañarse en esas piscinas fue reconfortante ya que el cambio de horario aún dejaba una sensación de pesdez. En la tarde, hice una caminata por Reikiavik que me llevó al malecón, donde la temperatura era de 4 grados y desde donde pude ver algunas montañas nevadas y una escultura que semejaba un barco vikingo. Atletas y ciclistas pasaban poco abrigados a pesar del frío. Visitar el Harpa Concert Hall and Conference Centre es otra opción impactante por su diseño y brillo. Aquella noche el cielo apenas despejado comenzó a revelar sus luces de colores. Mis compañeros de tour comentaban que era noche de auroras boreales por lo que fuimos en su cacería. Para observarlas es mejor ir a las afueras de la ciudad porque la iluminación urbana no permite apreciarlas bien. Cuando miramos al cielo, efectivemente, allí estaban. Parecían pasearse de un lado al otro surcando el firmamento. 

Thingvellir, división de los dos continentes.

Entonces comenzó el proceso: adaptar el trípode, acoplar la cámara y seguir las instrucciones de los maestros. Debíamos abrir el lente entre 5.6 y 8 (números de diafragmas en los lentes fotográficos). Y oprimir el obturador. Cada fotografía debía ser máximo de 30 segundos. Al observar las imágenes por primera vez tuve una extraña sensación: como si el universo crujiera en colores verdes profundos y magentas, como si las nubes se movieran a toda velocidad. Percibía las exclamaciones de emoción y asombro de todos a mi alrededor. Era una noche estrellada y se veían luces en todos lados. De repente, una lluvia fuerte nos sacó de este pequeño valle. Partimos buscando otro lugar más seco. Los conductores de los buses turísticos compartían información sobre lugares más despejados para ver el cielo mejor. Cuando llegamos al sitio señalado nos encontramos con, al menos, una decena de buses, y las auroras se veían en todo su esplendor. 

Los expertos nos habían indicado que es muy importante enfocar algún punto en tierra como una casa o una montaña, o un lago, porque al apuntar al cielo no encontraremos foco fácilmente, en cambio, si se enfoca un punto fijo cercano, las luces van a quedar nítidas. Estuvimos en varios lugares, pero fue en el último donde aparecieron unas auroras que parecían danzando encima de nosotros, llevándonos a emociones casi de llanto. Los guías no dijeron que no siempre se tiene la suerte de verlas y que pueden pasar meses con el cielo nublado. Pero tuvimos suerte, las fotos así lo revelaron, incluso con imágenes más sorprendentes de lo que pudieron percibir nuestros ojos.

Los expertos nos habían indicado que es muy importante enfocar algún punto en tierra como una casa o una montaña, o un lago, porque al apuntar al cielo no encontraremos foco fácilmente, en cambio, si se enfoca un punto fijo cercano, las luces van a quedar nítidas.

Viajar por un sector de Islandia resultó ser muy colorido, los paisajes eran diferentes a lo que un latino está acostumbrado a ver: la humedad de la tierra surgía por todos lados, los ríos eran torrenciales y se veían raudales por todos los caminos. Recordé de nuevo a Walter Mitty cuando finalmente encuentra al fotógrafo viajero, quien estaba en Afganistán fotografiando un leopardo de las nieves. Con el leopardo en la mira, él le dice: “Las cosas hermosas no necesitan atención”. Una frase clave para entender que la belleza está en los momentos menos pensados; aquel, leopardo no necesita saber que es hermoso, él es una maravillosa realidad que difícilmente vemos.

La guía era una señora que sonreía poco. No obstante, mencionó, que algunas escenas de la película El Señor de los Anillos fueron grabadas en varios parques naturales islandeses con cascadas, montañas nevadas y otras bellezas naturales, donde todo estaba perfectamente dispuesto para ser contemplado. Al llegar al parque de las dos cascadas sentí su fuerza torrencial; la imponente caída de agua hacía que los turistas nos viéramos diminutos. 

Thingvellir es uno de los parques más amados por los islandeses debido a que allí se fundó, en 930, el primer parlamento del mundo en medio de la naturaleza; no era un palacio noble sino un sitio al que llamaron la “Roca de la Ley”. Cada agosto, los miembros del estado llegaban de todos los territorios, aprobaban normativas, atendían casos y ajusticiaban a los culpables. Esta fue la sede del parlamento durante 900 años hasta que se mudaron a Reikiavik. Thingvellir terminó siendo el punto de fractura entre América y Europa durante la formación de Islandia como isla. 

La última noche, deambulando por el centro de Reikiavik, aparecieron de nuevo las auroras, como si nos estuvieran esperando. Y aunque las luces de las calles opacaban su esplendor no dejaba de ser emocionante asistir a su despedida. 

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