Febrero, marzo y abril son sinónimos de carnaval, y la fiesta de Momo estalla a lo largo de Latinoamérica, desde Barranquilla en Colombia y Oruro en Bolivia, a Montevideo en Uruguay o la Quebrada de Humahuaca en Argentina y, por supuesto, Brasil.
El carnaval nació en el viejo continente, con esa impronta llegó hasta nuestras costas, y tomó ribetes propios en cada unos de los lugares donde se festeja, con el aporte de las culturas africanas e indígenas.
Podemos rastrear sus raíces en las bacanales romanas, o cuando la iglesia impuso la cuaresma previa a Semana Santa, que prohibía a sus fieles comer carne o beber alcohol. Así, nacieron los días previos al adiós a la carne, el carne-levare (quitar la carne) y durante los cuales el pueblo se entregaba de lleno al goce y el placer.
El carnaval de hoy en día es eso mismo: goce y placer. Es juerga, danza y reguetón; samba, alcohol y axé; sexo, droga y rock’n roll.
Pero es, al mismo tiempo, una celebración que atesora un valor cultural y patrimonial que expresa la diversidad del continente. Es un mosaico mestizo, en el que se subvierte el orden social, en el que se toman las calles.
El carnaval de hoy en día es eso mismo: goce y placer. Es juerga, danza y reguetón; samba, alcohol y axé; sexo, droga y rock’n roll.
Así, las murgas y el candombe retumban noche a noche en Montevideo, durante el autoproclamado carnaval más largo del mundo. "El carnaval es, junto con el fútbol, la manifestación artística y cultural más significativa de Uruguay”, dice Cesar Bianchi, periodista uruguayo. Río de Janeiro, Olinda y Salvador son los tres puntos de Brasil que expresan en clave de samba, maracatú y afoxé la diversidad cultural del gigante sudamericano. “El carnaval es un sentimiento en el que se mezclan todo y todos: negros, blancos, indios. Todas las razas se encuentran en la fiesta más grande del mundo”, dice Pipa Vieira, músico de estirpe carnavalera.
Más cerca del trópico, la temperatura se eleva al son de la tambora en danzas como la cumbia, el mapalé y el garabato en Barranquilla, Colombia. “El carnaval es esencia y elixir de vida. Cuando se aproximan las festividades carnavalescas y suena el bum bum del tambor, siento cómo la sangre me corre por las venas y se calienta”, dice Carlos Cervantes, quien lleva más de cuarenta años desfilando con su personaje del Mohicano Dorado en esta ciudad colombiana cuya fiesta fue declarada en 2003 como “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad” por la UNESCO.
Las trompetas de la murga, las carrozas acuáticas del carnaval de Penonomé y el agua de los culecos refrescan al pueblo de Panamá. “Esta es la fiesta del pueblo, tenemos cuatro días de un jolgorio. Panamá es un lugar de raíces, de cultura y de mucho amor”, dice don Avelino Tuñón, músico de la comparsa los Jamaiquinos de Río Abajo.
El carnaval es un sentimiento en el que se mezclan todo y todos: negros, blancos, indios. Todas las razas se encuentran en la fiesta más grande del mundo”.
En la región andina, transitan el tinku, la morenada y la diablada, que se suman a un sinfín de comparsas que bailan a 4300 metros de altura en Oruro, Bolivia, en una devoción sincrética por la Virgen del Socavón.
Al otro lado de la frontera, los diablitos se apoderan de Tilcara, entre coplas y carnavalitos, en medio de los cerros de mil colores de la Quebrada de Humahuaca y San Antonio de los Cobres, en el norte argentino.
Y en Buenos Aires, las murgas, el alma del carnaval porteño, desfilan en diversos corsos barriales, animando la capital argentina con el ritmo pegadizo y las canciones de protesta que imponen estas agrupaciones carnavalescas.
Párrafo aparte merece Barbados, donde se festeja el Crop Over, el festival que celebra el fin de la cosecha de caña de azúcar, un carnaval fuera de época con infinitas fiestas durante dos meses, que se intensifican en la semana previa al día culmine: el Kadooment Day, en agosto. Una intensa jornada en la que desfilan las agrupaciones al compás del Soca, un ritmo caribeño que suena todo el tiempo a toda hora en todos lados, y que se baila al estilo del Wuk Up, la danza insignia de los locales, un meneo de alto voltaje erótico, una pantomima sexual que pone de manifiesto el goce caribeño por el baile, el ritmo, la fiesta.