Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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El asombroso mundo de Zamba es el primer dibujo animado de la Argentina transmitido por canales públicos de televisión que enseña historia a niños de primaria, pero también es, según a quién se le pregunte, alguna de estas cosas o todas juntas: un producto adoctrinador que jamás debió haber entrado en las aulas de los colegios; un fenómeno de masas que marcó la infancia de millones de niños argentinos; un programa maniqueo que intentó instalar una perspectiva reduccionista de buenos contra malos; un material didáctico de calidad celebrado por miles de docentes que lo utilizaron en sus clases de historia; un programa insolente que caricaturiza a las grandes figuras de la Argentina, pisotea las gestas patrióticas y banaliza tragedias históricas; un personaje que enaltece a los próceres al punto de equipararlos con superhéroes; un bien cultural para hijos de universitarios progresistas de clase media de Capital Federal; un Mickey para pobres.

Zamba, El Niño Que Lo Sabe Todo y Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.

Además de las opiniones hay datos y cifras: una nominación a los Emmy Awards en Nueva York; un millón doscientos mil personas que asistieron a sus festivales en Tecnópolis —la feria permanente de ciencia y tecnología más grande de América Latina que con los años se convirtió en un ícono de la narrativa kirchnerista—; quinientos cincuenta y seis papers publicados en Google Académico que lo analizan; un jardín de infantes en la localidad bonaerense de Florencio Varela que lleva su nombre; canciones originales grabadas por artistas como Fito Páez, León Gieco, Hilda Lizarazu y Soledad Pastorutti; casi 270 millones de visualizaciones en su canal de Youtube.

¿Qué tradiciones convergen en este niño travieso y curioso de guardapolvo (especie de delantal) blanco para que haya tenido la resonancia que tuvo? ¿Cómo se explica la masividad, el amor, el encono y el impacto de un dibujito animado que enseña contenidos que los niños de primaria suelen estudiar entre bostezos, como la Revolución de Mayo o la biografía de Sarmiento? ¿Quién es este niño de ocho años, tosco y con una cabeza desproporcionada con respecto a su cuerpo, habitante de una ciudad formoseña de menos de sesenta mil habitantes ubicada a la vera del río Pilcomayo en la frontera con Paraguay? ¿Quién es, en definitiva, este pequeño monstruo?

Me llamo José, pero me dicen Zamba. Como todas las mañanas, estoy yendo a la escuela y estoy llegando tarde. Vivo en la provincia de Formosa, en una ciudad que se llama Clorinda. Mi comida favorita es la chipa. Una de las cosas que más me gustan es ver tele y la que menos me gusta es que mi mamá me mande a la escuela con el pijama abajo del guardapolvo. Cuando sea grande mi sueño es llegar a ser astronauta. 

Zamba se presentará así, una y otra vez, en cada episodio de la serie antes de viajar a los eventos más trascendentes de la historia argentina, incluso a los más traumáticos, aquellos sobre los cuales ningún dibujito animado les había hablado a los niños. 

***

En la Argentina hay hechos investigados, probados y juzgados. Hay documentos, testigos, testimonios, huesos identificados. Hay también huesos no identificados que se pudren en fosas comunes como ramas apiladas. Hay fosas comunes que no fueron encontradas porque quienes las cavaron no dicen dónde están. Hay personas desaparecidas, y otras que las buscan hace más de cuarenta años. Hay condenados. Hay impunes. Hay embarazadas a las que torturaron con picanas eléctricas. Hay mujeres que parieron maniatadas en campos de concentración. Hay madres a quienes les arrancaron del pecho a sus hijos recién nacidos. Hay parturientas asesinadas. 

Hay datos: hechos investigados, probados y juzgados. Hay una historia que se podría contar así y estaría bien: sería cierta. Pero también se podría —se puede— contar de otra manera. 

Del otro lado del teléfono hay una mujer de noventa años que tenía una hija embarazada a quien los militares secuestraron a fines de 1977, un año después del golpe de Estado que los instalaría en el poder hasta 1983. El embarazo llegó a término, pero luego le robaron el bebé y, una vez que le robaron el bebé, la desaparecieron. La mujer de noventa años, la madre de la mujer embarazada, la abuela del niño robado, se llama Estela de Carlotto, es la presidenta de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo, y está acostumbrada a contar otra versión de la historia: una versión que es igual, pero a la vez distinta. Una versión para niños. 

Estela de Carlotto está confinada en su casa por la pandemia de covid-19 y dice que sí, que se les puede contar esta historia a los niños, que hay que contarles esta historia a los niños, y que de hecho ella la cuenta hace más de cuarenta años. Dice que recorre jardines de infantes y escuelas primarias y habla con niños de doce o de diez o de cinco o de cuatro y les cuenta toda esta historia.

La mujer de noventa años, la madre de la mujer embarazada, la abuela del niño robado, se llama Estela de Carlotto, es la presidenta de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo, y está acostumbrada a contar otra versión de la historia: una versión que es igual, pero a la vez distinta. Una versión para niños. 

—Pero la cuento con un idioma —un idioma, así dice Estela de Carlotto— muy sutil, muy suave. Como si fuera un cuento. ¿Entendés?

 Dice que la cuenta así:

—Les digo que nosotras somos unas abuelitas, que nos llamamos las abuelitas de Plaza de Mayo porque vamos hace cuarenta y tres años a esa plaza a pedir por nuestros nietitos. Pedimos por nuestros nietitos porque las personas que estaban en el gobierno hace mucho tiempo se los robaron. Hubo gente mala en ese gobierno, gente que secuestró personas y robó bebés. Y ahora esos bebés son hombres o mujeres adultos, de la edad de sus padres o madres, que no saben quiénes son sus verdaderos papás ni sus verdaderas abuelitas. 

Durante algunos segundos se abre un silencio respirado, manchado por la fritura del teléfono.

—¿Estás ahí? —dice Estela de Carlotto.

—Sí, estoy acá.

—Es un cuento que les hacemos para que entiendan, nada más. 

—¿Y entienden?

—Por supuesto. Entienden muy bien. Entienden todo.

Estela de Carlotto, Presidenta de Abuelas de la Plaza de Mayo.

Seis años antes de esta conversación telefónica, en octubre de 2014, salió al aire en el canal público de contenidos infantiles Pakapaka un segmento de cuatro minutos de duración llamado Zamba pregunta: ¿Qué es la identidad?, en el que una abuela de Plaza de Mayo le explica a Zamba el mecanismo del robo de bebés perpetrado durante la última dictadura. Es decir: un dibujito animado —una abuelita— le explica a otro dibujito animado —un niño de ocho años— el plan sistemático organizado por la dictadura para secuestrar, torturar, robar bebés y asesinar. Y por algún motivo el resultado no es desolador, ni violento, ni morboso. 

—¿Y por qué los separaron de sus familias (a los bebés robados), abuela de Plaza de Mayo? —pregunta Zamba con la misma curiosidad que lo llevó a interesarse por las guerras independentistas o la vida de Manuel Belgrano.

La abuela de Plaza de Mayo —la voz dulce, didáctica— contesta:

Los dictadores usaron todo el poder del Estado para capturar a quienes pensaban diferente: estudiantes, obreros, comerciantes, intelectuales, guerrilleros, artistas, padres y madres, muchas de ellas embarazadas. Cuando los capturaban, si tenían hijos pequeños se los quitaban y se los entregaban a nuevas familias. Les inventaron nuevos nombres y así se aseguraron de que nunca supieran la verdad.

Se los robaron —interviene El Niño Que Lo Sabe Todo, un personaje insoportable, que representa al nerd de la clase y que, efectivamente, lo sabe todo. 

—Así es, Niño Que Lo Sabe Todo —contesta la abuela de Plaza de Mayo—. Eso se llama apropiación y es un delito. No solo secuestraron a sus padres, sino que les quitaron a sus hijos el derecho a la identidad.

¿Y cómo hicieron para recuperarlos, abuela de Plaza de Mayo?—, pregunta Zamba.

Las madres de los desaparecidos lucharon para saber qué había sido de sus hijos. Y además las abuelas luchamos para encontrar a nuestros nietos, que fueron apropiados por otras familias en forma ilegal.

Faaah, ¿y cómo hacemos para encontrarlos, abuela de Plaza de Mayo?

Contando esta historia, Zamba. Debemos lograr que nuestros nietos conozcan su verdadera identidad. Las abuelas también luchamos para que nunca más se viole el derecho a la identidad de ningún niño en el país ni en el mundo.

Faaah.

Nuestros nietos ya tienen más de treinta años, pero nosotras aún estamos aquí y no perdemos la esperanza de encontrarlos, abrazarlos y quizás conocer a sus hijos: nuestros bisnietos.

Y entonces van a ser las bisabuelas de Plaza de Mayo.

Exacto, Zamba —dice la abuela de Plaza de Mayo.

Una abuela de Plaza de Mayo le explica a Zamba el mecanismo del robo de bebés perpetrado durante la última dictadura. Es decir: un dibujito animado —una abuelita— le explica a otro dibujito animado —un niño de ocho años— el plan sistemático organizado por la dictadura para secuestrar, torturar, robar bebés y asesinar. Y por algún motivo el resultado no es desolador, ni violento, ni morboso. 

Así termina el segmento, que tiene cerca de 500.000 visualizaciones en YouTube: entre risas. En ningún momento se la menciona por su nombre, pero la Abuela de Plaza de Mayo que le explica a un niño de ocho años en qué consistió la desaparición forzada de personas y la apropiación de bebés como si fueran un cuentito, con un idioma muy suave, muy sutil, es Estela de Carlotto.

—Me acuerdo —dice del otro lado del teléfono—, cómo no me voy a acordar de haber grabado mi voz para esa tira maravillosa que sirvió tanto para enseñarles a los chicos lo que es la identidad. Para mi familia fue una algarabía. Yo soy una abuela igual que cualquiera, pero un poquito diferente: una abuela que desde hace 43 años busca a una generación robada de bebés.

***

—Entró en la disputa política. Al principio era “mirá qué lindo morochito” y después cuando empezó a meterse en otros temas decían “mirá este negro hijo de puta”. Tecnópolis pasó a ser Negrópolis y Zamba, el Mickey de los pobres. 

Todo lo que la confitería del barrio de Caballito con nombre de pintor renacentista tiene de pretencioso —desde el nombre hasta las servilletas de tela, las sillas tapizadas y las porciones de torta decoradas con ornamentos de crema chantilly y cerezas que podrían ser consideradas, técnicamente hablando, barrocas— contrasta con el exministro de Educación Alberto Sileoni: su camisa a cuadros arremangada con dos botones desabrochados, sus anteojos genéricos, su manera tan campechana de putear:

—Entramos en guerra. Yo asumí en 2009 y cuando Zamba se estrenó, en 2010, ya había guerra. Cristina ganó las elecciones en 2007 y en marzo de 2008 ya teníamos el quilombo con el campo. Tanto Encuentro como Pakapaka (los canales de contenidos públicos creados durante el kirchnerismo) al principio lucían muy bien, pero cuando fueron tomando cuerpo y definiciones políticas empezaron a recibir una serie de embates ideológicos muy fuertes. Había una cosa jodida, irrespirable.

—Entró en la disputa política. Al principio era “mirá qué lindo morochito” y después cuando empezó a meterse en otros temas decían “mirá este negro hijo de puta”. Tecnópolis pasó a ser Negrópolis y Zamba, el Mickey de los pobres. 

Hacia los festejos del Bicentenario del 25 de mayo de 2010, Argentina atravesaba un proceso de fractura política que había comenzado dos años atrás y cuyas consecuencias aún persisten. En 2008, el gobierno de Cristina Kirchner se había enfrentado a sectores agropecuarios tras un intento fallido por aumentar las retenciones a las exportaciones. A ese conflicto con el campo se sumó, además, el debate por una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual al que se opusieron los grandes medios de comunicación y que terminó de exacerbar las posturas del kirchnerismo y de la oposición. El Bicentenario se transformó entonces en un campo de batallas historiográficas en el que se enfrentaron diversas visiones e interpretaciones del pasado. Una lucha, en definitiva, por la apropiación de la memoria histórica, que a su vez se inscribió dentro de un universo más amplio de disputas heterogéneas denominado por la propia Cristina Kirchner “batalla cultural”. Discutir las visiones sobre el surgimiento de la nación fue uno de los flancos de la batalla. 

En ese contexto de extrema polarización política se estrenó El asombroso mundo de Zamba, y justamente abordó en sus primeros cuatro episodios el más evocado mito de origen de la Argentina: la Revolución de Mayo. Y el relato, a pesar de ser un dibujo animado para niños, no es edulcorado ni ingenuo: hay disputas con el Virrey y con los miembros del clero afines a la corona española, hay conspiraciones y un clima de violencias contenidas.

Tampoco es edulcorada ni ingenua la mirada sobre las asambleas populares que derivaron en la creación del primer gobierno patrio: un guardia le prohíbe a Niña, el único personaje afroamericano de la serie, la entrada al Cabildo porque no se admiten “mujeres ni castas”. Es la propia Niña quien debe explicarle a Zamba:

Nos llaman castas a los que no somos blancos: los negros, los zambos, los pardos, los indígenas y los mestizos. Tampoco pueden entrar las mujeres ni los niños. Solo los hombres blancos tienen derecho a participar del Cabildo.

En 2010, doscientos años después de la creación del primer gobierno patrio, mientras la primera mujer electa como presidenta de la Argentina, vestida íntegramente de blanco y flanqueada por una serie de mandatarios latinoamericanos, uno de ellos indígena, salía de Casa Rosada, cruzaba la Plaza de Mayo y se dirigía al Cabildo para encabezar los festejos por el Bicentenario, en el canal público Encuentro se estrenaba el episodio de Zamba sobre la Revolución de Mayo. 

Tampoco es edulcorada ni ingenua la mirada sobre las asambleas populares que derivaron en la creación del primer gobierno patrio: un guardia le prohíbe a Niña, el único personaje afroamericano de la serie, la entrada al Cabildo porque no se admiten “mujeres ni castas”.

***

Hay un portón negro y detrás del portón negro hay una casa antigua con pisos de pinotea, techos altos y algunos vitrales que sobrevivieron al paso del tiempo. Hay en la casa, también, un ambiente fresco no más grande que una habitación y otro ambiente amplio y oscuro que quizás alguna vez fue un living y otro ambiente chiquito y sin ventanas recubierto con placas acústicas de gomaespuma y otros ambientes más, arriba y abajo y al fondo y en un entrepiso. 

Sebastián Mignogna se sienta en su oficina de El Perro en la Luna, la productora que dirige y en la que nació, hace diez años, Zamba. Vestido con una remera negra de cuello redondo y una bermuda gris —igual que el día siguiente, y el siguiente del siguiente, y el otro también—, dirá:

—A veces te pasa una sola vez en la vida y no te das cuenta. Terminás y decís: ¿eso lo hice yo? ¿Fui yo? Pero nosotros sí nos dimos cuenta. Se lo dije a todos: “Vamos a hacer historia, no duerman, no boludeen”.

Aunque también dirá lo siguiente:

—Las posibilidades objetivas que permitieron crear a Zamba estuvieron dadas por la política. Es importante salir del relato del emprendimiento porque esto no es un emprendimiento, tiene un origen en la política pública. Zamba es el hijo pródigo de una época fascinada por producir objetos culturales y lo que le dio espacio a su creación fue una decisión política.

La junta militar conformada por Massera, Videla y Agosti.

Existen dos discursos complementarios sobre el origen de un fenómeno que alcanzó unas proporciones inauditas para un producto cultural de las características de Zamba. Por un lado, está la versión de garaje: una patrulla perdida de cinco locos sueltos que en el año 2010 decide encarar un proyecto inviable, sin tiempo, sin presupuesto, sin recursos técnicos, pero que, contra todos los pronósticos, contra todas las advertencias, resulta un éxito rotundo. Y esa versión es, en líneas generales, cierta. Pero también existe otra versión que adjudica el surgimiento de Zamba a un entramado político mucho más amplio, con un gobierno dispuesto a inmiscuirse en un campo, el de los dibujos animados y la televisión para niños, históricamente dominado por el mercado; un gobierno decidido a convertir la televisión cultural en política pública y a disputar terreno con monopolios y con empresas internacionales; un gobierno interesado —como todos— en transmitir su interpretación del pasado y en tomar el control de la forma en que se cuenta la historia. Y esa versión también es, en líneas generales, verdadera.

Zamba es el hijo pródigo de una época fascinada por producir objetos culturales y lo que le dio espacio a su creación fue una decisión política.

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—Zamba es el Estado: si Canal Encuentro no hubiera decidido tener un programa importante para chicos, Zamba no sería nada. Pero nunca pidieron un dibujito animado, eso se nos ocurrió a nosotros.

Historiador especializado en historia argentina del siglo XIX, investigador del Conicet, docente de la Universidad de Buenos Aires y contenidista y conductor en varias producciones de Canal Encuentro, Gabriel Di Meglio era la persona ideal para contribuir con los aspectos historiográficos de los guiones de Zamba. No solo combinaba academia y divulgación, sino que además era —aún lo es— fanático de los dibujos animados.

La respuesta que da Di Meglio para explicar por qué Zamba es un dibujito animado cuando podría haber sido cualquier otra cosa es tan sencilla que parece obvia:

—Porque es lo que les gusta a los chicos. Los dibujitos animados tienen la gran ventaja de entrar por lo divertido y por la seducción; no hay nada mejor que transmitir historia sin que alguien se dé cuenta de que está aprendiendo. 

Desde Barcelona, Nicolás Dardano, otro de los miembros del equipo original que creó a Zamba, encargado de la ilustración y el arte, explica la forma tan particular, tosca y a la vez magnética, que tiene el personaje:

—Intentamos hacerlo travieso, inquieto, que tuviera algo medio demoníaco, pero que también fuera adorable e inocente. Buscamos la dualidad de un niño que hiciera travesuras, pero que además fuera bueno y querible. El formato que tiene, que es chiquitito, cabezón, redondito, sin muchas articulaciones, le da esas características. El diente roto tiene que ver con su picardía. Hay gente que no lo nota, pero en el flequillo tiene dos contraformas que son como cuernitos y le dan ese aire diabólico. 

Margaret Tatcher prepara a los soldados británicos para la guerra de Malvinas.

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—Reconozco un par de cosas mal hechas en Zamba —dice Alberto Sileoni, recordando sus tiempos como ministro de Educación, cuando se estrenó Zamba—. Una de las cosas por las cuales nos pegaron mucho fue el segmento Quiero mi monumento entre Sarmiento y Quiroga. Eso no fue feliz, no agregaba nada a la narrativa. Fue una pelotudez binaria. 

Zamba abordó la figura de Sarmiento, político e intelectual considerado el padre de la escuela pública argentina, en dos momentos. El primero, un capítulo entero de veinte minutos emitido en 2011 dedicado a transitar su biografía y exponer sus principales ideas, fue elogiado por historiadores y pedagogos. La mayoría coincide en que se trató de uno de los episodios más logrados: claro que no iba a contentar a todos, pero consiguió presentar un Sarmiento complejo sin caer en una idolatría ciega ni en un revisionismo maniqueo. El segundo es un segmento llamado Quiero mi monumento, de un minuto y cuarenta y seis segundos de duración, estrenado en 2013, en el que Sarmiento compite en un concurso de preguntas y respuestas con Facundo Quiroga, el caudillo a quien retrata en una de sus principales obras como el máximo representante de la barbarie nacional. 

—A veces se te escapan cosas. Algunas porque no las mirás, otras que mirás y no te das cuenta, otras que te das cuenta y te parecen una pelotudez. El capítulo de Sarmiento me gusta mucho porque no es denostador, es discutidor. Sarmiento tiene cosas extraordinarias, pero también es cierto que era un cabrón, que era racista, odiaba a los negros, a los indios, a los inmigrantes, a los judíos, a los tanos. El capítulo, al durar veinte minutos, te da lugar a la argumentación y contraargumentación. Esos dos minutos —el exministro redondea para arriba— son una pelotudez. 

El capítulo de Sarmiento me gusta mucho porque no es denostador, es discutidor. Sarmiento tiene cosas extraordinarias, pero también es cierto que era un cabrón, que era racista, odiaba a los negros, a los indios, a los inmigrantes, a los judíos, a los tanos. El capítulo, al durar veinte minutos, te da lugar a la argumentación y contraargumentación.

—¡Quiero mi monumento!

Confiado en saber la respuesta, Sarmiento agita los brazos desde su atril y se anticipa a su enemigo Facundo Quiroga: apenas escucha la pregunta de Niña, que hace de conductora del concurso televisivo, grita la consigna que lo habilita a contestar primero. Si su respuesta es correcta, obtendrá un monumento con su busto. Si se equivoca, será el turno de Quiroga. La pregunta es la siguiente: ¿Qué es un caudillo? Y Sarmiento dice así:

Los caudillos son bárbaros, monstruos terribles, animales, bestias salvajes sedientas de sangre, un obstáculo para la civilización. 

La conductora, los miembros del jurado sentados en una tribuna, el contrincante, todos los presentes, en fin, quedan perplejos ante la violencia de la respuesta. Hay un silencio incómodo que dura varios segundos. De fondo se oyen grillos. El veredicto de la tribuna integrada por Zamba, El Niño Que Lo Sabe Todo, San Martín y otros personajes de la serie es unánime: todos pulsan el botón rojo que tienen enfrente y un cartel luminoso con una chicharra anuncia que la respuesta es incorrecta. Es el turno de Quiroga:

Un caudillo es un líder popular que lucha junto a su pueblo para lograr algo…

Sí, el caos y el atraso —lo interrumpe Sarmiento.

No —continúa Quiroga—. Yo luché por una Constitución Federal.

Ahora los miembros de la tribuna pulsan el botón verde y Niña anuncia que la respuesta es correcta. Facundo Quiroga ha ganado su monumento y es representado blandiendo una espada en una estatua dorada iluminada por potentes reflectores. Sarmiento resopla ofuscado:

Odio a los caudillos.

Ese minuto con cuarenta y seis segundos recibió críticas furibundas, como la del escritor Federico Andahazi, quien en una columna en Radio Mitre con motivo del Día del Maestro de 2018, cinco años después de la emisión, dijo que “en el canal infantil Pakapaka el niño nacionalsocialista adoctrinado llamado Zamba se cansó de insultar y difamar a Sarmiento. Ese pequeño mussoliniano les enseñó a los chicos que Sarmiento era malo”. 

El diario La Nación ya había recogido las críticas años atrás: “Malestar en San Juan por un dibujo animado de Sarmiento”, tituló el 5 de noviembre de 2014. La bajada de la nota decía: “En El asombroso mundo de Zamba muestran al prócer como impulsivo y autoritario”. Al día siguiente, el mismo diario tituló: “Pakapaka se burla de la figura de Sarmiento y hay polémica”. En ese artículo se anunciaba, además, que las autoridades de la casa natal de Sarmiento en San Juan presentarían una queja ante el Ministerio de Cultura “por la ridiculización que hace Zamba”. Enrique Merenda, el periodista que firmó el segundo artículo, entrevistó al historiador Luis Alberto Romero, quien también manifestó su indignación: “Me parece muy preocupante porque se adoptó la actitud de burla hacia la figura. Sarmiento está hace mucho tiempo en el centro del combate por sus ideas. Pero nunca se dudó por ejemplo de lo que hizo por la educación”. 

Ese minuto con cuarenta y seis segundos recibió críticas furibundas, como la del escritor Federico Andahazi, quien en una columna en Radio Mitre con motivo del Día del Maestro de 2018, cinco años después de la emisión, dijo que 'en el canal infantil Pakapaka el niño nacionalsocialista adoctrinado llamado Zamba se cansó de insultar y difamar a Sarmiento. Ese pequeño mussoliniano les enseñó a los chicos que Sarmiento era malo'. 

Cualquiera que haya visto el capítulo de veinte minutos sobre la vida de Sarmiento lo recordará con su buzo fucsia con capucha, jeans holgados de tiro bajo, zapatillas deportivas y una gorra con visera. Mezcla de pibe chorro con cantante de trap, uno de los próceres más solemnes de la historia argentina, célebre por su gesto adusto y su prosa inflamada, el padre no sólo del aula, sino de toda una idea de nación y de progreso, Sarmiento, en fin, aparece rapeando sobre su propia infancia. 

—El humor tiene dos dimensiones: podés usarlo para burlarte, como arma política para desprestigiar al otro, pero también tiene un papel desdramatizante, porque finalmente estás presentando en un lenguaje infantil lo que en la vida real es dramático —explica José Zanca, doctor en historia por la Universidad de San Andrés—. La construcción del Estado argentino es una historia dramática sin dudas, una historia en la cual murió gente. Entonces, la caricatura es burla, pero también tiene un papel tranquilizador. 

El Sarmiento rapero relata su vida al ritmo de una melodía tan pegadiza como sus rimas. Por lo demás, el tono arrogante y la cadencia altanera del rap por supuesto que le sientan muy bien al personaje —el Sarmiento de Zamba es eso, un personaje de ficción—:

A los cinco años yo ya leía

No necesitaba la escuela, yo ya sabía

(...)

Sabía que estudiando sería alguien en la vida

Alguien importante, inteligente

Gobernador, senador o presidente

El rap transita varios de los lugares comunes de la infancia de Sarmiento —que aprendió a leer a los cinco años sin ayuda, que a los quince ya era maestro—, pero termina por confesar su secreto mejor guardado:

Y aunque mis padres quisieron verme sacerdote

Ya me verán con otro cargo: el más grandote

Y sabrá entonces mi madre, Doña Paula,

Que a su hijo algún día llamarán “Padre del aula”

Y trabajando en su telar bajo la higuera

Sabrá también que alguna vez falté a la escuela

Zamba sonríe con complicidad. Parece alegrarse de haber descubierto que el maestro de maestros también es capaz de cierta picardía debajo de su máscara de solemnidad. De todas formas, no lo tutea ni lo llama por el nombre.

Entonces sí faltó a la escuela, Sarmiento —le dice Zamba.

Por supuesto, niño.

¿Y por qué dice que no faltó nunca?

Es publicidad, Zamba. Si acepto que faltaba a la escuela los niños van a empezar a faltar —explica Sarmiento con la voz cálida, casi paternal, con la que se dirige a Zamba durante todo el capítulo—. Y yo quiero que todos vayan a estudiar para que el día de mañana tengamos un país mejor. 

Zamba y Domingo Faustino Sarmiento rapero.

***

—Sí, Zamba es maniqueo —reconoce Gabriel Di Meglio—. Pero eso no es un problema. Siempre estuvo pensado como un dibujito animado, no como un material didáctico. Por eso tiene algunos recursos que provienen de la tradición del dibujo animado. Lo defiendo como un producto de género: en un dibujito la idea de malo funciona muy bien; los que no tienen malos en general son muy aburridos y no logran captar el interés de los chicos. 

Di Meglio recoge una de las mayores críticas que se le han hecho al programa que contribuyó a crear y la transforma en una virtud. Zamba es un producto cultural, pero a la vez masivo, exitoso y comercial. Eso se lo debe, explica el primer contenidista de la serie, en parte, a que respeta las reglas de un lenguaje que los chicos conocen antes de aprender a leer. 

Sin embargo, para Di Meglio hay un capítulo en el cual el maniqueísmo del planteo argumental conspira contra la calidad del programa: el que aborda la guerra de Malvinas, el conflicto bélico entre Argentina y Gran Bretaña iniciado por la dictadura militar en 1982.

—Hubo una gran pelea dentro del equipo por el capítulo de Malvinas porque teníamos miradas muy distintas sobre cómo contarlo. Todo el tiempo se nota la tensión entre reivindicar la gesta de Malvinas y la mirada de “ojo que esto fue la dictadura y es un desastre”.

Sí, Zamba es maniqueo —reconoce Gabriel Di Meglio—. Pero eso no es un problema. Siempre estuvo pensado como un dibujito animado, no como un material didáctico. Por eso tiene algunos recursos que provienen de la tradición del dibujo animado. Lo defiendo como un producto de género: en un dibujito la idea de malo funciona muy bien; los que no tienen malos en general son muy aburridos y no logran captar el interés de los chicos. 

—Hay tres grandes cosas —dice la historiadora Camila Perochena— que se ponen en juego con la memoria de Malvinas, que es una memoria sumamente incómoda: en primer lugar, que es una guerra llevada a cabo por una dictadura militar; en segundo lugar, que es una guerra que abrió la transición democrática, o sea, que fue una derrota que tuvo un desenlace positivo; por último, que fue una guerra en la que oficiales violaron derechos humanos de los soldados conscriptos. Y todo eso no está en el capítulo. 

—¿Por qué creés que faltaron esos matices? ¿Por la complejidad del tema o por la voluntad de bajar línea?

—Creo que hay una apuesta muy clara desde el poder ejecutivo para tener una visión muy afín al revisionismo sobre lo que pasó en Malvinas. La idea de que los ingleses siempre nos quisieron robar el territorio y nosotros desde 1833 somos víctimas de ellos es una visión posible, pero también muy sesgada. Es un capítulo muy belicista. De hecho, a mí me impactó verlo a Zamba subido en un avión bombardeando.

El fondo tiene pocos detalles: apenas un terreno árido y escarpado formado por rocas que terminan en ángulos filosos. En la negrura del cielo, estrellas diminutas brillan pálidas y lejanas. Como en todos los capítulos de Zamba, no hacen falta demasiados elementos para construir un clima preciso.

Un general inglés vestido con su uniforme militar y armado con un fusil y una ristra de granadas que le cruza el pecho está parado en una de las rocas. Tiene la cabeza cubierta con una boina bordó, por debajo de la cual sobresale un mechón de pelo tan rubio como sus cejas y su bigote. Una franja de pintura opaca le atraviesa cada mejilla, justo debajo de los ojos, que se desorbitan cuando da la orden:

Al ataque, fuerzas imperiales.

Cazabombarderos británicos pasan zumbando por encima de su cabeza y tropas de infantería avanzan a los tiros. Los fogonazos de los disparos resplandecen en la noche mientras el general inglés se ríe como un lunático. Cebado por los estruendos, comienza a disparar él también al tiempo que grita viva, viva la reina de Inglaterra. El hombre está gozando.

Zamba y Sapucai, un soldado argentino —inventado— que lo acompañará durante todo el capítulo, se resguardan en lo que llaman “el refugio”, pero que no es más que un agujero en la tierra: hay que esperar a que termine el bombardeo para poder contraatacar. 

Cuando cesan los estruendos, Sapucai avisa que llegó el momento de la batalla final. Soldados argentinos heridos comienzan a emerger de otros agujeros en la tierra. En sus ojeras se evidencia el cansancio; en la palidez de su piel, el frío. Algunos tiemblan.

—Amigos —dice Sapucai blandiendo el puño en un discurso que podría ser una arenga, pero también una despedida—, ha sido un honor pelear junto a ustedes frente a un enemigo tan poderoso. Es hora del esfuerzo final, vamos a dejarles claro a los ingleses que las Malvinas son nuestras y que siempre va a ser así.

Las bombas caen cada vez más cerca de Zamba y la tierra se sacude. La batalla de Monte Longdon ha comenzado. Sapucai encabeza el pelotón de infantería al grito de A la carga, mis valientes, el latiguillo que repite San Martín durante sus apariciones en la serie. Sapucai es, en definitiva, algo así como el San Martín de Malvinas. La búsqueda claramente es presentar a los soldados como héroes de una gesta asimilable a las batallas decimonónicas, elevarlos al panteón de los próceres.

—¿Héroes? Éramos personas de 18 o 19 años bajo una dictadura militar que nos llevó a la guerra, nos hizo vivir todo ese sufrimiento y a la vuelta nos puso las botas encima de la cabeza. Fuimos las últimas víctimas colectivas de la dictadura.

Ernesto Alonso es miembro fundador del Centro de Ex Combatientes de las Islas Malvinas (Cecim), un espacio integrado únicamente por soldados conscriptos —no militares de carrera— creado en 1984 y que desde sus inicios denuncia las violaciones de los derechos humanos perpetradas durante la guerra.

—A nosotros nos encanta Zamba, creemos que comparte nuestra reivindicación del proceso de memoria, verdad y justicia, pero ese primer episodio que se hizo sobre Malvinas presenta a Sapucai como una especie de Rambo, y la posición de Cecim es la de la fomentar una cultura de la paz. Ahora que está tan en discusión el sistema patriarcal, creemos que hay que deconstruir la figura del héroe. El héroe es de bronce, y el bronce no es humano: no tiene frío, no llora, no sufre, no le pasa nada. 

Es el inicio del verano y Ernesto Alonso luce un bronceado tenue, no como si hubiese tomado sol adrede, sino más bien como si practicara deportes al aire libre. A pesar de que tiene más de cincuenta, conserva todo el pelo, y las canas, incipientes, en lugar de avejentarlo le dan un aire de madurez lozana. Todos los miembros del Cecim tienen más o menos la misma edad que Ernesto, pero algunos llegan valiéndose de andadores o muletas. Uno de los hombres tiene paralizada la mano derecha. Varios de ellos formaron parte, al igual que Ernesto, del Regimiento 7, la unidad que combatió en la batalla de Monte Longdon —la que se representa en el episodio—, una de las más cruentas de toda la guerra. Con 36 soldados fallecidos en combate, el Regimiento 7 es, en efecto, el que cuenta más muertos.

—El capítulo —dice Mario Volpe, integrante del Regimiento 7 herido durante la batalla de Monte Longdon–, presenta la guerra como un juego, y para nosotros es fundamental insistir en que no lo es.

¿Héroes? Éramos personas de 18 o 19 años bajo una dictadura militar que nos llevó a la guerra, nos hizo vivir todo ese sufrimiento y a la vuelta nos puso las botas encima de la cabeza. Fuimos las últimas víctimas colectivas de la dictadura.

Tras recoger las críticas del Cecim y de otras organizaciones de derechos humanos, en 2014, dos años después, se realizó un nuevo capítulo referido a Malvinas. El segundo episodio, alejado de las exaltaciones belicistas, también tiene como protagonista a Sapucai, pero ya no como soldado, sino en un rol de docente encargado de guiar a Zamba a través de un recorrido por la historia de las islas. El capítulo trabaja con conceptos más complejos, como colonialismo, negociaciones diplomáticas y derechos humanos.

—El segundo capítulo es mucho más componedor —dice Sebastián Mignogna—. En el primero, si bien condenamos a la dictadura, quizás dejamos los derechos humanos en el continente. El primero tal vez sea mejor como entretenimiento, pero el segundo es conceptualmente más rico. Como hijo de la cultura progresista, Zamba carga con esa contradicción sobre qué decir de Malvinas. 

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—Mis sobrinos dicen nevera en vez de heladera. Necesitábamos una voz que nos narre a nosotros y tener un canal propio fue una política de Estado. Vemos todo el tiempo chicos rubios que vienen de Estados Unidos, ¿cómo no va a haber un chico nuestro? ¿Por qué si hay un personaje de Clorinda tiene que ser viejo y aburrido? ¿Por qué no podíamos hacer una producción a la escala de Disney? 

Verónica Fiorito formula preguntas retóricas que contesta ella misma. Directora de Canal Encuentro entre 2010 y 2012, es la persona que le dio al programa el alcance masivo que finalmente tuvo. 

—Quisimos hacer una producción a la escala de Disney. ¿Por qué menos? ¿Por qué un dibujo animado de penetración cultural en las escuelas no puede hacerse como un musical del Rey León? Esas son las escalas que fuimos rompiendo, nos animamos a ocupar espacios que antes eran ocupados por el mercado.

La dimensión de esos espectáculos, especialmente de los que tuvieron lugar en Tecnópolis, fue criticada desde ciertos sectores que los veían como un derroche de recursos en un país con muchas carencias. 

Consultora de Unicef especializada en infancias y directora de Pakapaka entre 2007 y 2012, Cielo Salviolo reivindica las producciones culturales para chicos y chicas dentro de una agenda de derechos:

—En general, a las infancias se las piensa por sus derechos vulnerados, por su falta de acceso a la vivienda, a la alimentación, a la educación. Pocas veces se considera la necesidad de apuntalar culturalmente su desarrollo. Lo dicen todos los informes de Unicef: la falta de oportunidades para disfrutar de la cultura también es pobreza. Ser pobre también es no poder jugar.

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Cuatro meses después de haber asumido, en abril de 2016, el gobierno de Mauricio Macri, líder de la alianza opositora a Cristina Kirchner en una sociedad ultrapolarizada, ordenó desmantelar el espacio dedicado al canal Pakapaka en Tecnópolis. El lugar fue reemplazado por un stand que enseñaba a las chicas cómo ser una It girl. “Te invitamos a vivir la experiencia de una It girl, mostrando cómo las mujeres son protagonistas en las redes sociales a través de la belleza, la vida saludable, el humor, la música y los libros”, decía la convocatoria oficial. 

También durante la gestión de Mauricio Macri, en 2017, aparecieron los muñecos de Zamba, Niña, San Martín y Belgrano destrozados como chatarra en el predio de la ex Escuela Mecánica de la Armada, uno de los símbolos del terrorismo de Estado perpetrado por la última dictadura, donde durante la gestión de Cristina Kirchner funcionaron las oficinas de Pakapaka. Las imágenes de los muñecos desmembrados entre los yuyos y la maleza en el ex centro clandestino de detención se convirtieron para muchos en una metáfora de lo que la gestión de Macri había hecho con los medios públicos. Cuando un periodista del diario Perfil le preguntó a Hernán Lombardi, director del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos de Cambiemos, por las imágenes de los muñecos destrozados en la ex ESMA, su respuesta fue la siguiente:

—Zamba estaba podrido por dentro.

Hernán Lombardi fue contactado para la publicación de este artículo, pero nunca contestó.

En 2016, Zamba se dejó de producir, luego perdió espacio en la grilla y finalmente fue levantado del aire. Recién se volvió a emitir en 2020, con el regreso del kirchnerismo al gobierno.

El lugar fue reemplazado por un stand que enseñaba a las chicas cómo ser una It girl. “Te invitamos a vivir la experiencia de una It girl, mostrando cómo las mujeres son protagonistas en las redes sociales a través de la belleza, la vida saludable, el humor, la música y los libros”, decía la convocatoria oficial. 

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Sileoni se acomoda los anteojos y repasa un cuaderno negro de tapa dura en el que tomó notas antes de la entrevista. Dice, entonces, lo siguiente:

—Tomamos la decisión política de bajar la cámara a la altura de la infancia.

—¿Por qué?

—Nos parecía que la infancia era un destinatario huérfano de propuestas, al cual no se le había hablado más allá de las grandes cadenas y el mercado. Generamos una idea diferente tanto ética como estética. Más allá del contenido histórico de Zamba, la estética es distinta: hay un pibe morocho del interior, paisajes argentinos… Te dicen que productos con representaciones claramente clasistas, como la mayoría de las publicidades de productos para chicos, no suponen una mirada ideológica, pero ponés otro que contrasta con eso y te tildan de ideologizado. Zamba no es de San Isidro, es un morocho de Clorinda, un negro de escuela pública. Eso es una elección.

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