Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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Llevaba un par de meses sin viajar y mis pies nómadas empezaban a pedirme un nuevo camino. Después de varios años de andar por otros países empecé a sentir la necesidad de volver a recorrer el mío, cómo cuando tenía diecinueve años y deambulaba durante horas por las veredas de Colombia. Llevaba días cavilando sobre eso cuando, sin planearlo, llegó una invitación a la que no pude negarme: visitar las comunidades indígenas de la selva del Vaupés, todo un paraíso al que es muy difícil acceder si uno quisiera ir por turismo.

La invitación me la hizo Wildlife Works, una organización que trabaja por la conservación de los bosques alrededor del mundo en alianza con las comunidades étnicas que los habitan. No había nada más que pensar, estaba adentro.

Unas semanas después me dirigí hasta una de las terminales de vuelos nacionales del aeropuerto El Dorado de Bogotá, junto al equipo de Wildlife Works, para tomar un vuelo hacia Mitú, capital del departamento de Vaupés, en la única aerolínea que cubre esa ruta en el país. Después de muchas horas de retraso y de no saber si íbamos a poder viajar, por fin pudimos empezar nuestro trayecto. Una vez en Mitú, la única forma de llegar a nuestro destino era en avioneta, un tipo de taxi alado, nada moderno, que nos llevaría hasta Yapú y Tapurucuara, los territorios donde Wildlife Works tenía reuniones con los miembros de las AATIS (Asociaciones de Autoridades Indígenas del Amazonas) para hacer jornadas de planeación y capacitación.

“Las cachiveras”, piedras grandes del caño Yapú y el rio Papurí.

En cuestión de minutos ya estábamos sobrevolando la frondosa selva del Vaupés, y lo que veía desde mi ventana me dejó sin palabras. Poder contemplar la inmensidad y majestuosidad de esa vasta espesura fue solo un presagio del paraíso que nos esperaba. 

Los proyectos que tiene Wildlife Works alrededor del mundo, buscan reducir el impacto del cambio climático y detener las emisiones de carbono, al evitar la deforestación de los bosques: estos ecosistemas son uno de los principales sumideros de carbono del planeta. Con la venta de certificados de carbono, las comunidades logran desarrollar y ejecutar actividades económicas sostenibles que concuerden con sus metas, su plan de vida y la conservación de la biodiversidad.

La invitación me la hizo Wildlife Works, una organización que trabaja por la conservación de los bosques alrededor del mundo en alianza con las comunidades étnicas que los habitan. No había nada más que pensar, estaba adentro.

Lo primero que me sorprendió es que los miembros de Wildlife Works siempre trataron a los representantes de las asociaciones indígenas como sus "socios". Su propósito no es el de hacer favores o ayudarlos eventualmente, están creando proyectos que sean efectivos y sostenibles en el tiempo, dándoles voz y poder de decisión a quienes realmente conocen sus territorios.

Cuando me hablaron del proyecto, y a pesar de llevar años involucrada en iniciativas sociales, inmediatamente pensé en encontrarme con poblaciones vulnerables, seguramente en estado de pobreza y desigualdad. Mis prejuicios y mi complejo de salvadora blanca me llevaron a creer que esta crónica iba a tratarse de lo difícil que es la realidad en comunidades tan apartadas, pero la lección que tenía que llevarme de este viaje llegó muy pronto. 

Campeonato de fútbol Asatrizy.

La temperatura superaba los 35 grados, lo que me llevó a ubicar muy rápidamente la fuente de agua más cercana, a la que acudiría varias veces al día durante toda mi estadía, y fue ahí donde empecé a capturar las escenas que se repetirían una y otra vez en mis fotos y en mi memoria.

Veo a una niña de unos 10 años saliendo de su casa, al otro lado del río. Se sube en una de las tres canoas que minutos antes me parecieron tan fotogénicas y empieza a remar hacia la orilla opuesta, mientras la observo me doy cuenta de que sus remos son unas zapatillas Crocs que seguramente le compró alguien en un viaje a Mitú, la ciudad más cercana. Quedo fascinada con la sencillez y belleza del momento.

Unos metros más allá hay unos niños que se lanzan a nadar entre gritos y canciones. Hay una mujer y su bebé, que la acompaña pacientemente a lavar la ropa de la familia en la orilla, todo adornado por una estampida de mariposas, que forman parte de la mayor bandada de la especie de color amarillo que existe en el país. 

Allí el río es todo, en el río suceden la infancia, la maternidad, la comunidad. A su lado se conserva la sabiduría del pasado y nace la esperanza del futuro que están construyendo con mucho esfuerzo colectivo.

Coordinador de extensionistas del proyecto entre las comunidades y WWC.

Después de reponerme de la belleza de esas imágenes, tuve tiempo de hablar con varios miembros de la comunidad para llevarme nuevas sorpresas. En cuestiones de género, por ejemplo, las labores del hogar y de cuidado son divididas y compartidas equitativamente. 

También visitamos el colegio de la región, una edificación de instalaciones espaciosas y amables con el entorno, y que cuenta con diferentes programas que fomentan, entre otros, el arte y la adquisición de nuevas lenguas. Para ello, incluso tiene un área de internado para acoger a los estudiantes de las comunidades más retiradas y que no tienen la opción de desplazarse todos los días.

En cuanto a la distribución de la infraestructura del lugar, no podía ser más ordenado y armonioso con el entorno natural. Todo planeado y construido alrededor de los espacios donde se forja la comunidad. En el centro del lugar están la maloca (el lugar donde se realizan las ceremonias y los eventos culturales), las canchas de fútbol y voleibol y lo que quedó de una iglesia católica que nunca tuvo mucho eco dentro de sus costumbres.

Talan árboles, sí, pero apenas unos metros para poder tener su "chagra", el lugar donde siembran solo lo justo y necesario para su alimentación y para intercambiar con otras familias.

Aparentemente todo funcionaba y la paz que se respiraba en todo el lugar alcanzaba a generarme cierta envidia. Me quedé sin historia que contar, al menos la que yo llevaba preconcebida. Entendí que el verdadero problema es que les sobra todo lo que nosotros generamos. Les sobra nuestra contaminación, nuestra adicción al consumo desenfrenado, nuestras medidas de desarrollo y todo el avance tecnológico sin el cual ya no concebimos nuestra cotidianidad.

¿Qué es el desarrollo? ¿Qué es eso que tanto perseguimos? ¿Por qué nos convencimos de que llevar una vida agitada dentro de una gran ciudad es progreso? ¿Por qué el imaginario de éxito y felicidad proviene de un sistema que solo representa al norte del continente?

La Real Academia Española define el desarrollo como “la evolución progresiva de una economía hacia mejores niveles de vida”. 

 

Nelsy en las jornadas de capacitación para extensionistas.

Así que el argumento se dio vuelta y empecé a preguntarme si el verdadero desarrollo no estaba allí, en esa tierra donde no les hace falta nada. Todos estos son territorios que aún subsisten por fuera de la acumulación sin fin y del ritmo desmedido, son comunidades que sobreviven a pesar de nosotros. 

Hasta hace unos meses se activó una red wifi en el centro del pueblo, hay solo un refrigerador, pero muchas antenas de DirecTV, y no hay grandes edificios ni amplias vías. Lo tienen todo. No nos necesitan, no necesitan nuestra globalización, nuestra tecnología, nuestros conceptos innovadores ni los cursos para ser mejores líderes.

Entonces, ¿qué requieren de nostros? Principalmente, conciencia, transformación y reparación económica de parte de las industrias y de la gente que habita las grandes ciudades, que son los que están generando la degeneración irreversible de sus territorios. Además de eso, acceso oportuno a la atención médica y medios de transporte que reduzcan tiempos y costos de desplazamiento.

 ¿Qué es el desarrollo? ¿Qué es eso que tanto perseguimos? ¿Por qué nos convencimos de que llevar una vida agitada dentro de una gran ciudad es progreso? ¿Por qué el imaginario de éxito y felicidad proviene de un sistema que solo representa al norte del continente?

¿Y por qué fuimos hasta allá, por qué tomarse el trabajo de llegar hasta un lugar tan alejado y de difícil acceso?

Porque son ellos quienes están reparando lo que nosotros dañamos, los protectores del bosque y sus recursos, son ellos quienes tienen todo el conocimiento del territorio y quienes en Wildlife Works han descubierto un modelo de conservación sostenible, que piensa en las comunidades como el centro de la solución, buscando nuevas alternativas económicas, sociales y ambientales aplicables a la realidad de América Latina, aportando todo su conocimiento ancestral, capacitándose y adquiriendo nuevos métodos y herramientas para proteger la tierra y administrarla mejor. 

No necesitan nada de nosotros, solo que hagamos parte de esta reparación ambiental y que reduzcamos el impacto negativo que causamos al planeta que ellos sí saben proteger. Las tierras donde no nos necesitan son las únicas capaces de salvarnos del desastre que creamos.

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