Estoy esperando que un hombre llamado Alejandro Ávila, a quien no conozco, toque el timbre de mi casa. Tengo una expectativa: intuyo que será un tipo atractivo. En esa expectativa hay una mezcla de deseo –pero, ¿por qué yo, un varón heterosexual que vive con su novia, quiero que el hombre que está a punto de entregarme un libro sea atractivo? Culpo al aburrimiento tenaz de este encierro de mayo de 2020 y me rehúso a continuar indagando en los motivos– y también hay algo de prejuicio fundado en lo único que sé de él: su nombre. Alejandro Ávila se me hace nombre de tipo recio, alto, morocho, fuerte, masculino, silencioso, como si dijéramos Diego de la Vega. De hecho, fantaseo con que el mismísimo Guy Williams está a punto de llamar a mi puerta.
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Desde hace dos meses asisto por Zoom a este taller de escritura de no ficción, dictado por una mujer cuyo nombre está asociado al prestigio y, quizás, a la severidad. La mujer me intimida, la calidad de los textos de los demás participantes me intimida. Estoy pensando eso cuando la mujer que dicta el taller dice:
—Supongo que muchos de ustedes deben haber leído Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de David Foster Wallace.
Portada del libro "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer", de David Foster Wallace. / Archivo Particular.
Por supuesto no digo que no, que no solo no lo leí sino que en mi vida escuché hablar de ese libro ni de ese escritor. Me limito a asentir sobriamente frente a la cámara de mi computadora, dando a entender que sí, que lo leí, como si a alguien le importara.
Después la mujer que dicta el taller explica que algo muy notable del libro son las enumeraciones del inicio. Al parecer, contiene una serie de enumeraciones expresadas bajo la fórmula “He visto” o “He oído” que remiten a un gran poema de Allen Ginsberg llamado Aullido, y ahí sí que asiento con una suficiencia espectacular, de pediatra de publicidad de jarabe para la tos, como si leyera a Ginsberg con el desayuno de todas las mañanas. No leí el poema pero su nombre me resulta familiar. Sé que era o es un escritor beatnik, y conocer al menos un dato me mueve a asentir con tanta convicción.
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Por supuesto no digo que no, que no solo no lo leí sino que en mi vida escuché hablar de ese libro ni de ese escritor. Me limito a asentir sobriamente frente a la cámara de mi computadora, dando a entender que sí, que lo leí, como si a alguien le importara.
Querer encajar es muy humano. La idiotez también es muy humana.
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Google. Foto de David Foster Wallace. Tiene una bandana blanca, el pelo rubio que sobresale por debajo, anteojos redonditos. Parece una especie de Axl Rose de 35 años que vive con los padres y toma el colectivo con acompañante terapéutico. Inmediatamente me cae bien.
Fotografía encontrada en Google por el autor. / Getty Images.
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Wikipedia. Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer: “Las experiencias y opiniones de David Foster Wallace en un crucero de lujo por el Caribe”. Bueno.
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Fotografía de David Foster Wallace publicada por Wikipedia.
Más Google. Sitio de dudosa seguridad ofrece leer de manera gratuita las primeras tres páginas. Leo: “He oído americanos adultos y boyantes preguntar en el mostrador de Atención al Pasajero si hay que mojarse para bucear, si el tiro al plato tiene lugar al aire libre, si la tripulación duerme a bordo y a qué hora es el Buffet de Medianoche”. Necesito comprar el libro lo más rápido posible.
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Mercado Libre. Nuevos: $2384, $3290, $4040. Usado: $1500. Voy por el usado. Ofrezco $900 por deporte. Es un sí, y además el vendedor dice que me lo trae a casa. El negocio de mi vida.
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Pero. Me entero cuando ya aceptó la oferta. No se puede pagar con tarjeta de crédito. No se puede pagar con tarjeta de débito. No se puede pagar en efectivo contraentrega. Únicamente en un establecimiento de Pago Fácil. ¿Me estás pidiendo que, en el medio de una pandemia que se transmite por vía respiratoria, me meta en un local cuyas características más célebres son medir 2x2, no contar con ventanas y tener un alto flujo de gente que entra y sale? Pago Fácil o nada. Pago Fácil entonces.
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He oído americanos adultos y boyantes preguntar en el mostrador de Atención al Pasajero si hay que mojarse para bucear, si el tiro al plato tiene lugar al aire libre, si la tripulación duerme a bordo y a qué hora es el Buffet de Medianoche”.
Para mi sorpresa, Alejandro Ávila no se parece a Diego de la Vega. El chiste fácil se vuelve inevitable: Alejandro Ávila no es El Zorro; es más bien el sargento García, pero mucho mayor. Debe tener unos 70 años, es bajo y mullido. Tienen un jogging desgastado, un buzo polar cubierto de pelotitas y un barbijo (mascarilla) descartable que al parecer no fue descartado oportunamente. Este señor, a todas luces grupo de riesgo, atravesó la ciudad por $900 y yo no soy una buena persona. Me pregunta si sé dónde para el 168. No sé. Me pregunta si sé dónde hay una sucursal del Correo Argentino. Tampoco sé. Busco en mi celular. Estoy dispuesto a ayudarlo. Es lo mínimo que puedo hacer por Alejandro Ávila.
—Es que tengo que entregar otros libros —dice Alejandro Ávila, tal vez para evitar el silencio un poco incómodo mientras busco.
—Ah, ¿tiene una librería de usados? —pregunto por preguntar.
—No, estoy desarmando la biblioteca de mi padre.
Uy. Silencio completamente incómodo. Vuelve a hablar:
—Es bueno el libro.
—Me lo recomendaron —digo.
—Me gustan mucho las enumeraciones del inicio —dice.
Alzo la vista de mi celular. Lo miro distinto. Evidentemente Alejandro Ávila sabe. Pero no se me ocurre nada más para decir. Vuelve a hablar:
—Igual hay partes que son más o menos. Yo trabajé en un crucero y creo que Foster Wallace inventó varias cosas —como no leí el libro, no puedo preguntarle cuáles son esas cosas. Estoy sorprendido: ¿qué posibilidades había de que el hombre que me está vendiendo un libro sobre un crucero hubiera trabajado en un crucero? No se me ocurre nada para decir. Vuelve a hablar:
—Hay una película sobre David Foster Wallace.
—No sabía, ¿es buena?
—Más o menos. Actúa uno de los protagonistas de Cómo conocí a tu madre. ¿Viste la serie?
Tampoco vi la serie. Pero a esta altura siento que tengo que aportar algo a la conversación. Tengo que parecer interesante con este desconocido llamado Alejandro Ávila.
—No —cambio de tema a uno que me conviene más—, lo que pasa es que me interesa Foster Wallace porque escribe crónicas y yo soy periodista.
—Escribía —me corrige Alejandro Ávila—. Se suicidó hace varios años.
—Escribía, perdón —le digo con naturalidad, fingiendo que no me sorprende el dato.
Después le indico dónde para el 168, dónde queda la sucursal del Correo Argentino, le agradezco por todo, lo despido y entro a mi casa para volver a leer un libro que nunca leí.