Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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El Instituto de Estudios Interculturales de la Universidad Javeriana de Cali (IEI) nació en el río Tapaje, en el Pacífico nariñense colombiano, dice con su sonrisa amplia la investigadora Francisca Castro Cuenú, del municipio de El Charco. La imagen que lo atestigua se cuenta en verso, desde la oralidad; y así la narra ella, que es su autora:

“En el año 2004 iniciamos un proceso / que a los Consejos Comunitarios del municipio de El Charco nos traería progreso / Esto fue por el Fondo Mundial Asdes y la alcaldía de mi pueblo los que hicimos un convenio para los hermanos negros / Allí estudiamos la Constitución, junto con la Ley 70, las prácticas ciudadanas de las que yo hoy les doy cuenta / En nuestro río Tapaje, en su linda microcuenca, muy despiadadamente se apoderó la violencia y los consejos creamos un comité pa' defensa y enseguida implementamos unos sitios de resistencia / Todo esto se pudo dar gracias a Dios y a una persona que llegó a nuestro municipio y recorrió toda la zona / No le importaba aguacero, tormenta ni tempestá / a ese hombre le preocupaba solo la comunidad / Nos habló de los derechos que tenemos como afro, también de la autonomía y desató liderazgo / Les digo de corazón, a este hombre el pueblo y yo lo admiro / para los que no saben el nombre, se llama Manuel Ramiro”.

Cada verso de la narración de Pachita, como le dicen cariñosamente a la lideresa, encarna los cimientos sobre los que se construyó seis años después el IEI. El que se convertiría en su director, Manuel Ramiro Muñoz, atendió el llamado de la gente de El Charco, que veía cómo se desplazaban las comunidades del río Tapaje, cercadas por el fuego cruzado entre el Ejército y la guerrilla de las Farc. 

Francisca Castro Cuenú, del municipio de El Charco, es una de las investigadoras más experimentadas del Instituto de Estudios Interculturales.

Muñoz, un exjesuita nacido en el departamento de Nariño que no llegó a ordenarse, había ayudado a crear lugares de Asamblea Permanente en las montañas del departamento del Cauca, específicamente en Toribío y Jambaló, que eran señalados con banderas blancas y georreferenciados –tanto al Ejército como a la guerrilla– para que la población fuera protegida por el derecho internacional humanitario. Como la estrategia había funcionado, Muñoz se la propuso a los líderes y lideresas de El Charco. 

“Terminamos creando Asambleas Permanentes en todos los ríos del Pacífico sur. Tuve la fortuna de viajar desde Buenaventura hasta el río Mira, en Nariño, para instalar hasta dos o tres sitios por cuenca. Fue un trabajo largo, de 2 años y medio”, recuerda Muñoz, con su voz jovial y pausada.

La experiencia de El Charco moldeó al futuro instituto. Fue, como resume su director, lograr que la academia se juntara con la gente en los territorios. Fue la materialización de sus reflexiones, planteadas en su tesis doctoral en filosofía de la educación, sobre la pertinencia de la universidad en la sociedad. Fue un gesto que se convirtió en una filosofía, un camino, una manera de ser y de actuar del IEI.

Esta mañana en que se escucha la voz firme y alegre de Pachita en las instalaciones del instituto, en Cali, su director dice: “Aquí no hay nadie aparte de nosotros; todos están en el territorio”.

Quienes componen esta comunidad académica e intercultural son 97 investigadores e investigadoras multidisciplinarios con “corazón social”, entre ellos sabios y sabias que provienen de procesos indígenas, afro, campesinos y de mujeres rurales de Nariño, Cauca, Valle, Tolima, Cundinamarca y La Guajira. “Aunque somos un centro de categoría A, la mayor calidad en investigación para Colciencias, esto no es relevante si nuestro trabajo no ayuda a transformar realidades”, afirma el director, un filósofo de madre partera, amamantado con el amor hacia los más vulnerables.  

Puente de diálogo

En 2009, un año antes de la creación del IEI, mientras Manuel Ramiro Muñoz era director del Departamento de Humanidades de la Universidad Javeriana de Cali, le cayó a las manos un asunto al que no podía ser indiferente. 

Por un lado, los indígenas del Cauca, en una reunión en Santander de Quilichao, le presentaron a varios líderes de caña que le narraron, con decepción, las condiciones laborales de su gente. Por otro, la vicerrectoría de la universidad le pidió dar un concepto acerca de una investigación, desarrollada por la facultad de Economía para los ingenios azucareros, sobre el impacto del cambio de estatus laboral de los corteros (que desde 2000 habían dejado de ser empleados para convertirse en contratistas o en miembros de cooperativas). Eran años difíciles para la industria, de paros constantes. El último, de 45 días, había paralizado nueve de los 13 ingenios azucareros del Valle del Cauca.

Manuel Ramiro Muñoz, director del Instituto de Estudios Interculturales, da claves para superar la polarización. La primera: hay que distinguir entre conflicto y violencia.

Muñoz, que no estuvo de acuerdo con la metodología de la investigación ni con los resultados, terminó convirtiéndose en su asesor estratégico. Su equipo de la facultad de Humanidades entró para hacer el análisis social. Comprobaron que lo que se habían ahorrado los ingenios en contratación directa era insignificante al lado del impacto generado no solo por las pérdidas de productividad durante los paros, sino por la degradación de la calidad del trabajo y del salario emocional de los corteros. Al final del proceso, lograron un pacto de derechos laborales entre ambas partes, la contratación directa de los corteros y la formación de líderes sindicales y de gerentes de talento humano.

Además de propiciar el surgimiento del Instituto de Estudios Interculturales, esa investigación abrió una dimensión fundamental a su quehacer: contribuir a la paz del país, siendo puente de diálogo entre diversos, contrarios y enemigos que se encuentran desde la pluralidad.

“Un punto muy importante es la metodología del instituto para los diálogos difíciles, para que pudiéramos escuchar no solo las víctimas, sino a los perpetradores, y acercarnos con cuidado e interés a los responsables para ayudarles a reconocer la verdad”, señalaba en una entrevista el sacerdote Francisco de Roux, expresidente de la Comisión de la Verdad, sobre la metodología de escucha que le planteó el IEI a esa entidad.

Actualmente, existen nueve diálogos sociales activos en el país, la mayoría confidenciales: “A mayor visibilidad, menos eficacia en nuestra labor de reconciliación y construcción de paz”, señala el director del IEI. 

Dos de ellos son diálogos de carácter nacional. El primero, al que le dan el nombre genérico ‘Noble causa’, busca la despolarización de Colombia. El segundo, bautizado como Diálogos Calima, persigue la creación de una visión compartida entre contrarios sobre el norte del Cauca y Buenaventura; surgió paralelamente al Proceso de Paz de la Habana (entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc), con la convicción de los rectores de las universidades Javeriana de Cali, San Buenaventura, Icesi y del Valle de que la sociedad, no solo el Estado, debía garantizar el cumplimiento del acuerdo.  

Construir confianza

Diálogos Calima junta a líderes políticos, militares, integrantes del antiguo secretariado de las Farc y empresarios. La inspiración vino de Adam Kahane y la forma como logró acercar a Nelson Mandela y Frederik De Klerk, por medio de la construcción de confianza, un proceso que terminó siendo fundamental para el fin del apartheid en Sudáfrica. 

“Mandela y De Klerk nunca fueron negociadores, ellos fueron los inspiradores. No hay buena negociación, si no hay gente que se comprometa para jugarse el todo por el otro”, reflexiona Muñoz. 

Gracias a la Fundación Ford, Kahane vino a Colombia a formar el grupo base y ayudar a construir ese diálogo difícil. Arrancaron 42 personas. Hoy son 92. Se reúnen cinco veces al año en el emblemático Lago Calima (a unos 100 kilómetros de la ciudad de Cali), durante dos noches y tres días, y han ido juntos a distintos lugares del mundo, a los que han viajado para compartir y discutir caminos. Allí están, por ejemplo, el exguerrillero Osvaldo Mendoza, alias Pacho Quinto, y el coronel retirado Leonardo Yamid Infante León, que combatieron intensamente el uno contra el otro en la región y hoy se sientan juntos para hablar de paz.

Manuel Ramiro Muñoz es un exjesuita nacido en el departamento de Nariño que no llegó a ordenarse. Ha dedicado su vida a la investigación y a la resolución de conflictos.

“Es un grupo que ha ido ganando confianza, que diseña e impulsa estrategias para construir futuro”, afirma Muñoz, quien cree que se acerca la hora de revelar públicamente detalles de ese diálogo maravilloso entre contrarios que tantas enseñanzas les ha dejado a todos. 

Ser un centro de pensamiento transformador que busca la paz, ser propiciador y guía de los diálogos sociales, ser escenario de debate y de formación en los territorios, ser el espacio que acoge saberes múltiples y ancestrales, ser el lugar en el que converge la diferencia. Toda esta riqueza no podría venir, señala Muñoz, de un lugar distinto a la universidad, lo dice también desde su experiencia como miembro del Consejo de Regentes, máxima autoridad de la Universidad Javeriana en Colombia.  

“No existe otra institución como la universidad que sea capaz de acoger en su seno lo diverso. Esa es la vocación con que nacieron las universidades en el siglo XII”, dice el líder del instituto. Y acota que, en tiempos de inteligencia artificial, de avances tecnológicos sin precedentes, “la información que crece exponencialmente no nos puede hacer perder la ciencia; tenemos que seguir desarrollando nuevo conocimiento para transformar realidades, y que, a su vez, la ciencia no nos haga perder la sensibilidad para generar relaciones de equilibrio, de justicia, en especial para los más vulnerables, para los olvidados de los olvidados”. 

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