Relatto | El cuento de la realidad
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Las vallas publicitarias de Beijing, la capital de China, evitan los escotes atrevidos de las mujeres y los cuerpos musculados de los hombres. La sobriedad es la cualidad que impera, no importa el producto, el tamaño de la foto, los colores o los mensajes. En la ciudad gravita un aire conservador que puede verse en la moda: las mujeres optan por encajes en los puños de las mangas y el borde la falda, en verano abundan los sombreros enormes y las telas ligeras que protegen del sol; los hombres van de gris, negro o blanco y casi todos llevan un corte de cabello al estilo militar: pelo escaso, al rape en los costados, con las entradas escrupulosamente dibujadas por la artesanía de una máquina que parece gobernada por un solo peluquero que conoce y promulga el peinado oficial.  

La televisión y el cine también son una muestra de recato. Ninguna estrella local luce tatuajes, están mal vistos por el gran público, aunque en la calle son cada vez más comunes. Los besos demasiado largos y las escenas de alto vuelo erótico están descartadas. Los contenidos deben superar el rasero de la censura oficial y lo que llega de afuera no se escapa de la revisión de las autoridades. No hace mucho volví a ver la comedia When Harry met Sally (1989) y la célebre escena en la que Meg Ryan simula un orgasmo frente a Billy Crystal en la mesa de un restaurante frente a los demás comensales para demostrar que la culminación del placer sexual puede fingirse. Pero había sido cortada. Tuve que rescatar de Youtube ese momento de la película para que mi novia china lo viera. Le pareció lógico que la hubieran vetado. “Eso, para nosotros, es pornografía”, sentenció. 

La moda es recatada en Beijing. Algunas optan por cubrirse bien para evitar broncearse, las pieles canela no están en el listado del canon de belleza local. / Fotografía; Zhang-Kaiyv / Pexels.

Pero la gente normal hace su vida como puede al margen de las decisiones del poder y, en un acto revolucionario, tendrá el número de orgasmos que corresponde. En el verano los hombres usan bermudas y ellas usan shorts, bastante escotados si se les compara con los usos de otras latitudes, mostrando uno de los principales atractivos de la belleza oriental: las piernas libres de celulitis que recuerdan la sensación de limpieza del jade. Además, ellas y ellos usan Tinder para ligar, además de otras aplicaciones como la local Tantan. 

Los besos demasiado largos y las escenas de alto vuelo erótico están descartadas. Los contenidos deben superar el rasero de la censura oficial y lo que llega de afuera no se escapa de la revisión de las autoridades.

1

Mis citas con la señorita Liu me dicen algo del concepto que en Beijing se tiene de la tradición. Hicimos match por Tinder en verano (pareciera que en Beijing, con sus inviernos inclementes y sus breves primaveras y otoños, el verano queda como el único momento para lo importante). Ella era idéntica a Lucy Liu y manejaba un enorme Mercedes negro, tan grande, que le costaba trabajo aparcarlo. 

La primera vez que nos vimos nos caímos bien. Nos gustamos. Hubo unos besos tímidos en un estacionamiento donde ella había dejado su lustrosa máquina. En la segunda o tercera cita fuimos a caminar a los pies de las murallas Ming de Chongwenmen. Beijing tiene murallas interiores, las mismas que marcaban los límites de la ciudad antigua. Era una noche tibia, los atletas corrían de ida y vuelta entre las penumbras del parque, otros disfrutaban de pícnics entre las tinieblas que los árboles inventaban. No había pasado gran cosa entre nosotros porque la señorita Liu, de unos 37 años, no había querido ir a mi casa y las agendas de trabajo no nos habían dejado otra opción que ir a cenar, visitar un mercado de segunda mano, almorzar. Yo estaba curioso por entender qué podía seguir para nosotros. Se lo pregunté de manera directa. Ella, en medio de las tinieblas del parque, al lado de la enorme y gris muralla, me sugirió que debíamos empezar a compartirlo todo. 

Los amigos occidentales que se habían casado con mujeres chinas ya me habían advertido sobre ese requisito. Compartirlo todo significaba que íbamos a vivir bajo el mismo techo, ella tendría acceso a mis cuentas bancarias, mis tarjetas de crédito y débito, lo siguiente sería la inevitable boda china, los hijos…uno, como disponía la antigua ley de control de natalidad, o tres, los que ahora las autoridades invitan a tener para detener la curva de envejecimiento que provocó, entre otros factores, la ley del hijo único. 

No había pasado gran cosa entre nosotros porque la señorita Liu, de unos 37 años, no había querido ir a mi casa y las agendas de trabajo no nos habían dejado otra opción que ir a cenar, visitar un mercado de segunda mano, almorzar.

—Verás —traté de explicarle—, de donde vengo, uno empieza a hacer todo esto después de seis meses, o al menos tres, de salir. Digamos que uno primero se va de viaje con la otra persona, uno ha ido muchas veces a la casa del otro, han pasado la noche juntos, han hablado, reído, compartido. Se cultiva un conocimiento del otro. 

—En China es distinto —me aleccionó—. Además, prefiero a un hombre que comparta todo desde el principio.  

La noche siguió su curso. Los atletas no paraban de correr. Había ido al mismo parque otras veces, muy tarde, y sabía que incluso a medianoche podría encontrarlos, corriendo. Los alimentos de los pícnics iban llegando a las canecas de la basura. Las nubes azules levitaban sobre la muralla. La luna hacía posible distinguir sin esfuerzo las hermosas facciones de la señorita Liu. 

—¿Crees que soy una mujer fácil? —me preguntó. Era evidente que veníamos de mundos distintos. En China existen convenciones sociales establecidas muy sólidas: el matrimonio y la reproducción. Al ser una sociedad sin una guía religiosa dominante, según algunos sociólogos, encuentra en el tener hijos su manera de trascendencia.

La historia con la señorita Liu me acompañó durante mucho tiempo. Se la conté a mi amigo Vinny, un joven chino de 22 años. Al escucharla, se echó a reír. 

—Eso ocurre —me explicó— porque nosotros pensamos más en el conjunto que en el individuo, lo mismo ocurre en la política. 

Algo similar me habían dicho antes, sobre todo durante los primeros meses de la emergencia por Covid-19. La capacidad de los chinos para pensar en el conjunto de la sociedad y no en la individualidad. Si no había nadie en la calle, obedeciendo la cuarentena, era porque había una conciencia de lo colectivo, del nosotros. Y también, creo, una sociedad que tenía a un grupo, la familia, como valor fundacional. La familia, digo, entendida de manera clásica: papá, mamá, hijos; hijos por encima de las mascotas. 

En China existen convenciones sociales establecidas muy sólidas: el matrimonio y la reproducción. Al ser una sociedad sin una guía religiosa dominante, según algunos sociólogos, encuentra en el tener hijos su manera de trascendencia.

Pero no es la sociedad pekinesa un cuerpo inamovible y definido como el jade. No todos están en la búsqueda de una pareja para casarse. Una encuesta nacional de la que se hizo eco la revista Sixth Tone, mostraba que entre 2.905 consultados de entre 18 y 26 años, el 44% de las mujeres manifestaba que no deseaba contraer matrimonio contra un 25% de hombres que sí soñaba con llegar al altar. Desde que las autoridades alientan el tener tres hijos han creado estímulos para la reproducción: subsidio de vivienda a las familias con hijos; exigen a las constructoras que dentro de los complejos de apartamentos haya guarderías; los centros de educación complementaria, unas aulas en las que los niños tomaban clases de inglés, matemáticas y otras asignaturas para rendir mejor en el colegio o ajustar algunas deficiencias que la educación formal dejaba, fueron suprimidos para aliviar los gastos familiares en busca de mayor margen financiero para los padres.  

En paralelo a esta situación, la presentación formal en una app como Tinder abunda en aclaraciones del tipo: “no estoy para los one night stand (ONS) o los hook up”, “only serious relationship”, “looking for mister right”. La búsqueda es infatigable: long term relationships. 

A las mujeres también les he escuchado historias sobre la importancia que para los chinos tiene la familia y la tradición. A mi amiga Bere (argentina, de 30 años) tampoco le fue bien con sus intentos románticos con los pekineses. “De entrada, ellos no me atraen, pero uno sí me gustó”, me dijo.

—¿Hubo suerte?

—¡Qué va! Son retímidos, los chinos. Salimos tres veces, o algo así, y siempre me preguntaba lo mismo: “¿Pero vos querés casarte y tener hijos? 

—¿Qué le dijiste?

—Que no sabía. 

—¿Y luego?

—A la cuarta no le salí. Me aburrí. 

El matrimonio es fundamental dentro de la cultura china. Pero las apps y la llegada de costumbres occidentales están cambiando las tradiciones. / Annushka-Ahuja / Pexels.

2

En Beijing, la confianza en los demás está intacta. Las citas en Tinder se cumplen con desaprensión. Las mujeres quedan con los chicos sin el fantasma de lo criminal al acecho. La seguridad en la ciudad se antoja a los ojos extranjeros como un paisaje distópico: mujeres solas andando en bicicleta en plena noche, a oscuras, con el celular en la mano o visiblemente enchufado a las orejas. Nadie teme.  

 Juliet, de 26, usaba Tinder para promocionar sus clases de chino para extranjeros. En ese entonces yo quería renovar mi suscripción a las películas que veía en mi televisor, pero no me tenía fe para hacer la operación solo: un aviso en chino malograba mis intentos.

No nos habíamos visto antes y le pedí que fuera a mi casa para ayudarme con el asunto. Era más guapa en persona que en fotos. Era verano, por supuesto (porque en Beijing lo importante ocurre cuando el frío se va), y ella vestía los típicos shorts que usan las chinas en la temporada de sol. 

No tuvo problemas en pasar a mi habitación, subirse a la cama (único sitio desde donde se puede operar el aparato) y hacer el trabajo. Evidentemente la operación no fue fácil. Salieron el suficiente número de avisos, promociones y advertencias en chino que yo no entenderé en más de diez años, aunque estudie el idioma todos los días. 

Ella estaba de rodillas, operando el remoto, yo estaba frente a sus piernas muy pálidas y talladas con la alegría de una juventud que parecía iba a estar ahí para siempre. 

Solo cuando terminó y se sentó en un borde de la cama pareció incómoda. Si con sus cejas retintas se pudiera formar una mueca, un emoji, hubiera salido el de la incertidumbre. La invité a seguir la clase de chino en la sala. Sin embargo, cuando quise tener un gesto extra, se negó a que la acompañara a la estación de metro.  

Caigo en cuenta de que en una ciudad latinoamericana una chica no puede ir de buenas a primeras a la casa de un hombre, un desconocido, con el pretexto del buen samaritano que está disponible para ayudarle a programar su televisor. No hace mucho, un amigo argentino me contaba que en su país una amiga suya, cuando sale de casa, envía a su novio mensajes de WhatsApp informándolo de cómo avanza su camino, si la han robado o no. “Para que esté tranquilo, viste”. En zonas de Bogotá, Lima o Santiago bien puede ocurrir lo mismo. Episodios así suenan a los pekineses como un episodio de novela negra. 

Ella estaba de rodillas, operando el remoto, yo estaba frente a sus piernas muy pálidas y talladas con la alegría de una juventud que parecía iba a estar ahí para siempre. 

3

Tinder es el lugar donde las “bananas” buscan pareja y muchas de ellas hablan en inglés. ¿Bananas? Así designan los chinos a las personas que como la fruta son amarillas por fuera (chinos) pero blancas por dentro (tienen costumbres occidentales). Su educación extranjera o extranjerizada les ha regalado un inglés óptimo e incluso una tercera lengua como el francés o el castellano. 

Ari es una banana. Es china, pero se crió en Escocia, lejos de sus padres y al cuidado de una institutriz. Su inglés está adornado por un acento extraño que no es el de Sean Connery. Tiene menos de 30 años. Le pregunto cuáles cree que son las diferencias entre las relaciones en China y Occidente y responde: “En general, las relaciones y el amor en el Reino Unido dan una ventaja obvia en términos de derechos a la mujer e independencia personal en comparación con China. Otra característica es la interferencia familiar; en China la familia interfiere y la evaluación monetaria es mucho más común que en el Reino Unido”.   

La evaluación monetaria... Recurrí entonces a Manyu que es totalmente diferente a Ari. Tiene 35 años y es modelo. Su disciplina en el gimnasio, las estrictas dietas y la bendecida juventud perenne de las asiáticas la hacen ver mucho más joven. Sin embargo, no se ha casado. La conozco por un curso que hicimos juntos. Está usando Tinder para encontrar marido, pero además quiere establecer contactos profesionales, practicar inglés y conocer algo del mundo, un mundo que ya quedó lejos por la pandemia. 

—¿Qué tipo de novio buscas? — le pregunté.

—Uno para casarme. 

—¿Qué debería tener el aspirante?

—Apoyarme financieramente, que sea constante conmigo, que tengamos pasatiempos en común, que me cuide, tenga ideas interesantes y una buena carrera. 

—¿De cuánto sería el apoyo económico? 

—Con diez mil yuanes al mes sería suficiente (unos 1.400 dólares al cambio de hoy). Si es más, mejor. 

En general, las relaciones y el amor en el Reino Unido dan una ventaja obvia en términos de derechos a la mujer e independencia personal en comparación con China. Otra característica es la interferencia familiar; en China la familia interfiere y la evaluación monetaria es mucho más común que en el Reino Unido”.    

En China, lo que en Occidente conocemos como apps de ligue o aplicaciones para citas pueden ser un bastión para otro tipo de aventuras, quizá un poco más frías. Según una encuesta de China Youth Daily, el principal medio de comunicación de la Liga de la Juventud Comunista, un 74% de los escolares usa plataformas que garantizan anonimato para hacer en ellas confesiones íntimas, contar asuntos embarazosos sin exponerse en público. Estas apps, que garantizan anonimato, están ganando terreno frente a espacios como WeChat o Weibo, en los que la exposición social es inevitable.  

Si ya hablamos de las “bananas”, es necesario citar los “huevos fritos”, un poco menos comunes pero también reales. Ellos son los blancos por fuera (hijos de extranjeros en una unión con un local) y amarillos por dentro, porque han vivido toda la vida en China y han recibido educación en mandarín en una institución pública de la República Popular.    

Las mujeres en China suelen usar hombres que las apoyen financieramente, que sean constantes, con los que compartan pasatiempos, que las cuiden, que tenga ideas interesantes y una buena carrera. / Windd / Pexels.

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La moda en Beijing, incluso en verano, pareciera diseñada para proteger del agresivo sol oriental. A pesar del calor, ellas prefieren cubrirse bastante para evitar estar bronceadas. El canon de belleza local prefiere la piel blanca sobre la morena. Tal vez por eso es común ver grandes sombreros y gorras, viseras que cubren la totalidad del rostro como lo hacen las máscaras de quienes sueldan metales o algunos de los soldados de Star Wars. Pero en la vida sentimental pekinesa no todo es conservadurismo y tarifas para conseguir una esposa. Como en cualquier sociedad, por los intersticios de la pacatería se inmiscuye el libertinaje.  

Manolo, un extranjero con más de diez años en China, que lleva una abundante cabellera de color miel peinada hacia un lado del cráneo, usa Tinder sólo para fines sexuales y según sus historias, le va la mar de bien. Ha descubierto que la versión paga de la app no es costosa y es efectiva. “Es necesario activar los Boost, que te dan más visibilidad, es mejor navegar la aplicación en las horas calientes, entre las ocho y las diez de la noche”, afirmó con certeza.               

—Puedes ligar también en la calle. Tienes que estar atento —me aleccionó—. A mí me va bien con las chicas que pasean perritos. 

Nat (colombiana, 36 años), por su parte, comenzó a recibir sugerencias indecorosas de los chicos (en su caso, todos occidentales) desde Tinder. A ella no la pone (no la calienta) que le envíen fotos del pene o que el sujeto la invite a su apartamento como primera cita. 

—¿Pero sabés de que me he dado cuenta aquí en China? —dijo. Por su trabajo, sobre todo antes de la pandemia, debía ir a varios pueblos del sur de China y allí encontró algo significativo.

—A cuanta tienda de convenciencia que entraba —cuenta—, decenas de dildos que me encontraba. 

Según ella, enviaba las fotos de los consoladores expuestos a sus amigas y a todas les llamó la atención que de pueblo a pueblo la oferta fuera tan abierta y variada. 

En Beijing, la confianza en los demás está intacta. Las citas en Tinder se cumplen con desaprensión. Las mujeres quedan con los chicos sin el fantasma de lo criminal al acecho. / Cottombro / Pexels.

Quizá sea lógico que una sociedad donde los valores supremos son la tranquilidad y la estabilidad, el gobierno tienda a motivar el desarrollo de las familias. Además, el Partido Comunista de China, incluso antes de la pandemia, y en reacción a las sanciones impuestas por la administración de Donald Trump -entre otras circunstancias-, echó a andar la circulación dual, un sistema en que la economía ya no dependerá tanto del mercado externo sino del interno, en consecuencia el sistema necesita compradores, eso equivale a nuevos compradores, o sea, bebés, nuevos niños, muchos de ellos.

Como cualquier economía de mercado, y la china lo es con sus propias particularidades, o como a ellos les gusta llamarla: características chinas, es sensible a descarrilarse, como le ocurrió a la de los países desarrollados de Occidente en 2008; pero las autoridades buscan que el modelo no se desdibuje y de momento lo van logrando. China creció a pesar de la pandemia, menos sí, mucho menos que antes, pero aún se mantiene a flote; la crisis inmobiliaria de Evergrande en agosto de 2021 no ha sido el gran crack mundial que muchos esperaban. 

Manolo, un extranjero con más de diez años en China, que lleva una abundante cabellera de color miel peinada hacia un lado del cráneo, usa Tinder sólo para fines sexuales y según sus historias, le va la mar de bien.

Esa mezcla de tranquilidad y estabilidad es propicia para el crecimiento de la población. Lo dicen los expertos: cuando el ser humano se siente amenazado, emigra; cuando se siente a gusto, se reproduce. Entonces en las calles de Beijing es común ver a las chicas del brazo de los chicos (la tradición china prescribe que ellas siempre están pendientes de que ellos estén a gusto; y la misma tradición reza que ellos deben proveerlo todo: la casa, el dinero, la comida). El sistema contribuye a la tradición. 

El día a día en Beijing es más llevadero de lo que la gente supone desde el exterior. Los extranjeros que han venido lo saben. It's a chill country (es un país tranquilo), me dijo Gabrielle, francesa; It’s a friendly place (es un lugar amigable), lo describió Dzintars, letón. Tranquilidad y estabilidad son una mezcla favorable para las fiestas.      

5

Mi amigo chino Jason estaba celebrando su cumpleaños 27 en un bar de Dongzhimen. La fiesta no se parecía a las de los latinos: no había gente bailando ni gritando, todos conversaban en mesas muy ordenadas, la principal no tenía snacks ni Coca Cola, había frutas y comida fresca. 

En un momento, Jason me presentó a Jazmin, china de 25 años y un rostro fresco y precioso. Después de hablar del trabajo y demás cuestiones rompehielo le pregunto:  

—¿Con quién vives? 

—Con mis abuelos, la casa de mis padres queda lejos del trabajo.

—¿No te gustaría vivir sola?

—Con los precios de Beijing es imposible.

—¿Rentar un piso con tus amigas?

—Todas somos de Beijing, vivimos con nuestros padres o abuelos. Para salir de casa esperaré a casarme. 

Ella estira su brazo hacia la comida y me pregunta:

—¿Prefieres comer fresas o uvas? Las uvas son de Japón, no tienen semillas.

Luego se nos unieron Wei, china también, que tiene un poco más de 30, y estaba acompañada de un chico alemán enorme y musculoso.

—¿De dónde eres? —me preguntó el europeo.

—Colombiano.

—He escuchado cosas buenas y malas de ese lugar.  

Entre las malas estaba, por supuesto, la inseguridad. Me llevó tiempo explicarles a las chicas chinas que en Latinoamérica las mujeres no pueden ir por cualquier rincón de una ciudad con la desprevención de las pekinesas. Ambas se sorprendieron. 

El alemán hizo una observación:

—Ir seguro por la calle es una forma de ser libre. 

En la cultura china el hombre provee todo; el alimento, la casa y lleva la sombrilla. / Archivo particular.

El germano puede tener razón si tenemos en cuenta que el Banco Interamericano de Desarrollo alertó en un informe que nueve de cada diez latinoamericanos desconfiaba de su prójimo, es decir, el 90 por ciento. En Beijing, una ciudad que dobla en población al D.F. mexicano o al D.C. colombiano, mujeres y hombres se dan cita libremente después de conocerse en apps como Tinder. La seguridad, la confianza, construyen sociedades amigables, es obvio.   

En otro momento, Wei dice que en los últimos años el país se ha conservadurizado. “En cuanto a libertades, aquí avanzamos dos pasos y retrocedemos tres”. El alemán y yo recordamos que la seguridad es una forma de la libertad. Ella no dio el brazo a torcer. Quiso matricularse en el bando inconforme. 

Beijing ha cambiado bastante en los últimos años. No es la capital festiva y de toques libertarios de los años de Hu Jintao (que gobernó el país entre 2003 y 2013). “En ese entonces había una actitud más abierta con lo extranjero”, le oí decir alguna vez a un amigo español. “Los hutones (barrios tradicionales del centro de Beijing) eran pura diversión, locales pequeños por todas partes, comida deliciosa y barata”, argumentaba un compatriota mío con más de 20 años en la ciudad; “las tiendas de masajes con final feliz abundaban”, protestaban varios. 

La fiesta no se parecía a las de los latinos: no había gente bailando ni gritando, todos conversaban en mesas muy ordenadas, la principal no tenía snacks ni Coca-Cola, había frutas y comida fresca. 

Hoy los hutones son grises de piso a techo y de esquina a esquina. Los restaurantes son caros. Las masajistas desaparecieron, pero el servicio del final feliz puede encontrarse en algunas peluquerías, muy pocas. Calles enteras cambiaron de apariencia: una arquitectura de orden clásico limitó las estructuras a una sola planta. Los cafés que había en los pisos superiores murieron. Amigos míos se quejan de la uniformidad: “todo gris, la misma arquitectura siempre, y se cargaron todos los locales pequeños”. “Hay un plan oficial para hacer de Beijing la Washington china: un metedero solo para políticos, la capital política y punto”, siguen las protestas.

5

Cerremos este relato con otra historia de amor. Filippo (29 años), extranjero (o laowai 老外 en chino) es novio de Eva, china, de 25. Se conocieron estudiando idiomas en una academia de Beijing, en verano, sobra decir. Ella tuvo que irse a Latinoamérica a estudiar la lengua que quiere aprender. Mantuvieron contacto a pesar de la distancia y del Covid-19, que complicó los vuelos, el regreso de ella, él prefirió quedarse en China, le pareció que el país iba a lidiar la emergencia mejor que el suyo propio. La historia le daría la razón. 

Hoy los hutones son grises de piso a techo y de esquina a esquina. Los restaurantes son caros. Las masajistas desaparecieron, pero el servicio del final feliz puede encontrarse en algunas peluquerías, muy pocas.

Cuando ella al fin regresó, se pusieron al día. Aún son novios, a pesar de los inviernos, otoños y primaveras, de las distancias lingüísticas y culturales. De hecho, ella trabaja en otra ciudad, al sur de China, mientras él continúa en Beijing. Las relaciones a distancia son algo común entre los chinos desde los tiempos en que el Partido Comunista de China decidía qué y dónde las personas debían estudiar o trabajar, sin reparar en que los desplazamientos podrían alejar a miembros de un matrimonio o una familia. Esa disciplina se mantiene hoy, aunque la política estatal es otra, cuando los niños se quedan a vivir con los abuelos en los lao jia (老家), los pueblos natales, mientras los padres van a trabajar a las grandes ciudades. Las familias se dispersan por asuntos pragmáticos como el trabajo o la educación, pero siguen siendo familia. Las reuniones de clan en año nuevo (chun jie 春节) tienen un carácter sagrado. 

Eva le explicó a Filippo que a pesar de las despedidas, siempre tristes, los chinos dan lo mejor de sí en cada reunión familiar porque saben que puede ser la última. A él le cuesta un poco entender la dinámica, pero trata de acostumbrarse. Me dice que su percepción del tiempo, las relaciones, las urgencias, han ido modificándose conforme pasa años en China (ya suma cuatro). 

Ambos han aprendido el uno del otro. Él ha aprendido de los chinos y ella de los occidentales. Eva lo lleva a restaurantes chinos y Filippo la introdujo al mundo del risotto. Las distancias culturales entre ellos se han limado a través de la experiencia y las vivencias sexuales también. Mi amigo Filippo me confió esta historia: una mañana posterior al atardecer en que Eva fue a visitarlo a Beijing, le susurró al oído una confesión juguetona:

—¿Sabes cuál es la diferencia entre tener un novio extranjero y uno chino?

—No lo sé, la verdad.

—Con un novio chino podemos pasar dos años, o más, sin tener sexo. Con un novio occidental eso sería impensable, ¿no es verdad?

Filippo sonrió.        


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