Relatto | El cuento de la realidad
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Angeluccia, me dice ella. Amiga estupenda, le respondo. 

Pero antes de llegar a tener nuestros propios códigos fuimos dos desconocidas en Twitter. Empecé a seguirla en 2012, sólo porque me gustó que se llame @rarayencendida. Incorrectísima, divertida, inteligente. Una boca desenfrenada. A veces le ponía un corazón a sus tweets. Ni me registraba. Hasta que un día entré a su blog y leí un post acerca de la ecografía tridimensional que se había hecho un par de semanas antes de que naciera su hijo. Le dejé un comentario breve, con honestidad brutal: esas imágenes en color sepia sólo me hacían ver un “crío en compota”. Y la rara me descubrió a mí —que entonces era @estaquetepario— a través del líquido amniótico de la foto. 

Me gusta creer que de algún modo nuestra relación también se gestó gracias a un útero y hasta hoy se alimenta a base de palabras. Ella comenzó a estar atenta a mis publicaciones. Conversábamos en los límites de ciento cuarenta caracteres. Aquellos contenidos nos permitieron vernos a ciegas: como si a través de signos y símbolos las dos estuviésemos acariciando el rostro de la otra. Un invierno viajé a Buenos Aires, nos encontramos. 

Valeria, Ángeles. Ángeles, Valeria. Fue la única vez en estos nueve años que nos vimos.

En enero de 2017 compartí una foto en Instagram de La amiga estupenda, el primer libro de la tetralogía Dos amigas, la saga de Elena Ferrante. Vale me escribió al toque: también lo estaba devorando. No pudimos parar. Pasamos rápido al segundo, al tercero, llegamos al último antes de que comenzara febrero. Leímos como afiebradas, tomadas por la historia, enviándonos audios sólo para hablar de Lenú y de Lila, las protagonistas, de Nino Sarratore que encabezaba un listado larguísimo de personajes maravillosos, de las ganas de viajar a Italia, de conocer aquel Nápoles de las novelas. A Lenú, que logra cumplir su sueño de ser escritora, a veces le decían Lenuccia. 

Desde aquel verano, Vale me llama Angeluccia. 

Conversábamos en los límites de ciento cuarenta caracteres. Aquellos contenidos nos permitieron vernos a ciegas: como si a través de signos y símbolos las dos estuviésemos acariciando el rostro de la otra. 

Un par de semanas atrás busqué My Brillant Friend, la serie de HBO basada en la saga. Comencé a mirarla con la nostalgia de aquella lectura, y a la vez atravesada por otra idea que se hizo fuerte en estos meses: con la pandemia, todos los algodones que les poníamos a las relaciones, los empezamos a usar para amortiguar los golpes que implicaba esta vida patas para arriba. 

Al ver en la pantalla a Lenú y Lila, vi algo más, algo que antes no me había interpelado de la misma manera, vi ese vínculo al descubierto. Porque si bien aparecen destellos de cariño en la historia de aquella amistad que se había iniciado en la infancia, también está poblada de zonas oscuras, y fue creciendo sobre ladrillos mezquinos, miserables, hirientes, que se apilaron demasiados años y con demasiado esfuerzo sobre una base resquebrajada. 

Le escribí a Vale para decirle que me parecía increíble haber naturalizado esa forma de quererse y le pregunté a ella, como psicóloga, qué opinaba. Como respuesta me envió un audio de siete minutos, sí: sie-te. Nombró al psicoanalista Luis Kancyper, para quien la amistad sólo es posible si desactiva las relaciones de poder. Me dijo que, empezando por ahí, lo de Lenú y Lila nunca había sido genial, siempre una se impuso sobre la otra.

Charlamos entonces de qué sería una amistad sana: “no sé si puede ser enteramente sana —siguió Vale—, es casi una ilusión, porque vamos a los vínculos con todo lo que somos, pero esa relación donde nos elegimos como amigas se tiene que sostener en el respeto, en la importancia de la singularidad, en la reciprocidad, sin hacerme tuya o hacerte mía, dando lugar a la distancia para no sentir nunca ahogo y para permitir el acontecimiento de este tipo de amor”.

Quisiera abrazarla, pero estamos a más de setecientos kilómetros. Digo amigas en voz alta. Me parece una palabra hermosa, casi sagrada, como un templo donde resguardarse y encontrar abrigo. Digo amigas y pienso en aquellas que queremos y nos quieren bien, así, a secas. No importa si están cerca o en el otro hemisferio, no suma ni resta si las vimos una sola vez. Son las que hacen más linda la vida, jamás al revés. Las que nos dejan ser como somos, las que incluso nos hacen mejores personas. Son dos, tres, cinco, diez, veinte: el poliamor de todos los días. Lucen como las más raras, están siempre encendidas: son estupendas.

—Angeluccia —dijo Vale para cerrar el audio— nosotras a la distancia la re tenemos.


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