Relatto | El cuento de la realidad
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No se necesita ser un genio para saber que todo está más caro, tampoco se requiere hacer un estudio detallado al respecto. Basta con ser un ciudadano corriente y hacer mercado cada tanto para darse cuenta de que la plata no rinde igual que antes. Y aunque siempre nos quejamos como clientes, poco oímos a los vendedores; al revés, los vemos como los malos del paseo. Por eso hablé con ocho personas entre tenderos y vendedores ambulantes, pero bien hubieran podido ser ochenta, que sospecho que el discurso hubiese sido el mismo. Luis Eduardo, Nini, Daniel, Pilar, Cecilia, Michael Estiven y dos Teresas. Todos regados a lo largo y ancho de la geografía bogotana, vendiendo al menudeo para mantener a sus familias, afectados no solo por las alzas en lo que va del año, sino amenazados por la reforma tributaria que el gobierno planea aplicar a los alimentos ultraprocesados y bebidas azucaradas. Y aunque no estén muy empapados en el tema, todos tienen claro que la medida, sea la que sea, será un nuevo golpe a sus bolsillos. 

Porque hay también mucha desinformación. Paradójicamente vivimos en una época en la que, entre más noticias leemos, menos parecemos entender sobre un asunto. Y es tanto lo que se ha hablado de los impuestos que se vienen, que cuesta entender qué es cierto y qué es especulación, qué medidas se van a aplicar y cuáles son mero invento. Por eso, vale la pena oírlos.  

Teresa Jiménez. Tienda Teresa. Barrio: La Francia 

48 años en el negocio le dan la autoridad a Teresa para decir que el gobierno genera pobreza. Y no se refiere a este ni al pasado, su concepto carece de sesgo político y se debe más bien a que en casi medio siglo ha visto alzas, pero nada como las ocurridas en los últimos meses: “El huevo pasó de 350 pesos a 600 y la paca de doce gaseosas de litro y medio que antes costaba 27 mil pesos ahora toca pagarla a cincuenta mil casi”. 

Su tienda no tiene letrero pero tampoco es que lo necesite. Ubicada en una calle tranquila que se ve que no repavimentan hace años, mi entrevista se ve interrumpida una y otra vez por clientes de toda la vida que entran y la saludan como si fuera un familiar para después comprarle carne, pollo o verduras para el almuerzo, o papitas de paquete y cigarrillos para calmar los antojos de media mañana.  

De la reforma tributaria no sé mucho, solo tengo claro que toca trabajar y esperar el golpe porque qué más” dice entre melancólica y molesta porque, pese a los años, no se acostumbra todavía a que las reglas del juego cambien con tanta frecuencia y siempre en su contra.  

Nini Rodríguez. Supermercado Boyacá. Barrio: Chapinero 

“El cliente cree que los precios suben por capricho del tendero, pero no ve que es una cadena. Si sube la gasolina, por ejemplo, va a subir la leche, las frutas, los jugos, los embutidos; todo. No exagero si digo que antes podía pagar doscientos mil pesos para surtir una parte de la tienda y hoy eso mismo cuesta casi el doble”, dice Nini.  

El Boyacá no es por el departamento, sino por el apellido de su esposo. Y aunque el negocio es llevado por ambos, es ella quien casi siempre atiende en el mostrador. La tienda empezó hace once años vendiendo jugo de naranja, de mandarina y cítricos en general, pero es hoy un minimercado bien surtido no solo con alimentos y bebidas, sino con productos de aseo.  

“Hay productos que este año han subido hasta cinco veces, y con respecto a la reforma tributaria no sé qué decir. Aunque sé más o menos en qué consiste, estoy resignada”, agrega.

El gobierno nunca ha hecho nada por los tenderos y no veo razones para que empiece ahora”.  

Michael Estiven Alfonso. Carro ambulante. Esquina de la Carrera 40 con calle 24 

Michael Estiven tiene 28 años y atiende el puesto que montó su abuela hace más de 35 y que luego heredó su madre, lo que quiere decir que él ya iba a “trabajar” en el vientre de su mamá, Sandra Patricia. Ubicado al lado de esa mole llamada Corferias, el centro por excelencia de los eventos en la capital, Michael hace las veces de vendedor, pero también de informador. A su puesto llega gente a preguntar por direcciones, rutas de buses e incluso a preguntar la hora de apertura del recinto.  

“Antes las cosas subían 200 o 300 pesos al año, normal, pero ahora unos Halls que antes valían dos mil ahora se treparon a cuatro mil. Y no solo eso, ocurre también con el maní, los cigarrillos; todo ahora cuesta el doble”, afirma, al tiempo que agrega que le consta que muchas veces un paquete de papas y una gaseosa es el almuerzo de mucha gente.  

Y aunque se graduó hace cinco años de una carrera técnica, no ha logrado encontrar trabajo en su área, por eso ayuda a su madre en el puesto. “Yo estudié Contabilización de operaciones financieras y comerciales en el Sena, pero después de pasar hojas de vida en todos lados me cansé, por eso estoy acá. Desafortunadamente, si no es con palanca no lo reciben a uno en ningún lado”.  

Al gobierno y su reforma le diría que fuera más consciente con la clase trabajadora y que deje de ayudar siempre a la gente que ya tiene plata”, continúa.

Además para los que atendemos en la calle es peor porque las tiendas al menos ya tienen su clientela fija, mientras que los ambulantes dependemos de quien pase por ahí y se antoje de comer algo”. 

 Lo que dice el gobierno 

La propuesta de reforma radicada ante el Congreso espera recaudar 22 billones de pesos. La idea es implementar, entre otros, impuestos a los dividendos, a las ganancias ocasionales, al patrimonio, implementar una sobretasa al sector financiero y crear el llamado “impuesto saludable”, y es este último el que afecta a los tenderos y al consumidor final. 

Aunque recientemente ha salido información que dice que ciertas cargas tributarias no aplicarán para pequeños comercios y que se ha retirado el impuesto a embutidos como el salchichón, la mortadela, la salchicha y similares, hay que esperar a que la reforma sea aprobada para saber con certeza cómo queda el cuadro impositivo para los alimentos. Lo que se sabe hasta ahora es que la comida ultraprocesada será gravada, y esto incluye bebidas azucaradas como gaseosas, jugos y bebidas deportivas, además de las papas fritas, los ponqués, las tortas, las galletas dulces y otros pasabocas como los chicharrones y el helado. Es decir, entrar a una tienda será como internarse en un campo minado y el premio será encontrar algo que no contenga el nuevo impuesto.  

Todo varía de acuerdo a la cantidad de azúcar y al nivel de proceso que tenga cada producto, una complicada hoja de cálculo difícil de entender. Lo cierto es que será una reacción en cadena: de materia prima a productores, de distribuidores a vendedores y por último al cliente. Y aunque sean apenas unos cientos de pesos por cada alimento, todo terminará pesando, al punto de que Fenalco ha revelado cifras preocupantes: cerca de dos millones de personas en el país dependen de las tiendas y los pequeños comercios, y en negocios de este tipo se vende el 80% de las bebidas azucaradas que serán grabadas. Esto podría llevar, en el peor de los casos, al cierre de cerca de 250 mil tiendas.  

A estas cifras hay que sumarle otra contundente: el Dane acaba de revelar que la inflación en Colombia durante los pasados doce meses fue del 11,44%, el más alto en los últimos 23 años. 

Siguen los testimonios. 

Cecilia Ortiz. Cigarrería Ramona. Barrio: Cerezos 

La tienda existe desde hace quince años y tenía otro nombre, pero cuando Cecilia la compró, hace tres, su hija le pidió que le pusiera el nombre de su gata, de ahí el Ramona. Como si estuviera coordinada con sus colegas, se queja del precio de los productos, en especial del café y del azúcar, ya que uno de sus fuertes es vender tinto de greca.  

En una segunda mirada al establecimiento noto que tiene rejas, lo que me lleva preguntarle por la seguridad en el sector. “Complicada”, me responde. “Y no me pasa solo a mí, varios comercios del barrio han tenido que hacer lo mismo. Yo atiendo hasta las 8:30 de la noche, pero pongo las rejas desde las seis ya que los atracos han sido muchos”. Sin embargo, roban no solo con arma, ya que en alguna ocasión le tumbaron $180.000 de un mercado que supuestamente le habían pagado por Nequi. Con la llegada de las plataformas y las aplicaciones, el cibercrimen también afecta a los pequeños negocios familiares.  

Fenalco ha revelado cifras preocupantes: cerca de dos millones de personas en el país dependen de las tiendas y los pequeños comercios, y en negocios de este tipo se vende el 80% de las bebidas azucaradas que serán grabadas. Esto podría llevar, en el peor de los casos, al cierre de cerca de 250 mil tiendas.   

Luis Eduardo Romero. Tienda La sultana. Barrio: La macarena 

A toda una institución en el sector con más de sesenta años de existencia también la afecta la crisis. “A veces llega el distribuidor y no sabe uno con qué precio le va a salir”, señala Luis Eduardo.  

Gomitas, ponqués, comidas de paquete, todo se ha disparado en esta tienda que queda apenas una cuadra arriba de la plaza de toros. “De vender sigo vendiendo, pero menos que antes, eso está claro, porque los clientes han tenido que adaptar su presupuesto a las alzas. Razones hay muchas, según entiendo. Después de la pandemia ha habido problemas de distribución, de materias primas y, además de que el dólar está por las nubes, ahora se vienen nuevos impuestos”.  

También afirma Luis que los elementos de aseo han subido, y por mucho que la reforma no contemple gravar estos productos, sí es un fiel reflejo de la inflación que vive el país.  

Pilar Gama. Autoservicio Lagos. Barrio: Minuto de Dios 

“No hay huevos”, le dice Pilar a un cliente apenas entro a entrevistarla, lo que confirma la denuncia de Luis Eduardo de que a veces el problema también es de distribución. El negocio pasó por cuatro dueños antes de que su padre lo comprara hace 25 años y lo convirtiera en un referente en el sector. En sus manos pasó de ser una tienda de mostrador a convertirse en un mercadito con anaqueles y pasillos como cualquier tienda por departamentos.  

Cuando le pregunto si se siente protegida o apoyada por alguien, su respuesta es contundente: “No conozco ninguna agremiación que vele por nosotros los tenderos, y si existe, nunca le he visto la cara por acá”. Y cuando le cuestiono si le pediría algo al gobierno, es aún más seca:

¿Qué le voy a pedir, si el gobierno siempre hace lo que quiere?”. No más preguntas, su señoría.  

Daniel Cifuentes. Express J.T. Barrio: María Cristina 

“Yo qué me voy a poner a pelear con las marcas”, dice Daniel, que en cuestión de semanas ha visto alzas de cientos de pesos en varios de los productos que vende, incluidas las gaseosas, el té frío y los productos de paquete. Lleva apenas seis años en el negocio y reconoce que tiene que hacer esfuerzos para pagar un empleado que le ayude, además de los impuestos ya existentes.  

“A veces las personas me saltan porque les cobro quinientos pesos de más, entonces se van y vuelven al rato a reconocerme que estaban equivocados y que en otras tiendas les estaban cobrando lo mismo o incluso más que yo”. También confiesa que muchos de sus clientes se quejan porque los elementos de la lonchera que llevan los niños al colegio se han pegado una trepada bárbara. 

Teresa Cerinza. Quiosco 205, lado A. Avenida Caracas con calle 63 

Teresa está expuesta a las inclemencias del tiempo, a los peligros de la calle y a las obras en su andén que han causado que los transeúntes se cambien de acera, lo que significa una reducción en la clientela.  

“Antes caminaba por el sector vendiendo tinto con los termos colgados al cuello, pero en esta esquina fija llevo ya quince años”, me cuenta. Llueva o haga sol (lo del sol se nota en su piel, curtida y enrojecida), abre todos los días, sea domingo o festivo, porque hay que comer.  

“De la reforma tributaria no tengo nada claro, yo me quejo es de lo que vivo día a día. Además de las alzas, a mí me han forzado las puertas del quiosco y se han llevado la mercancía, también vendo minutos de celular para tener más ingresos y en una ocasión me robaron los equipos”. Del apoyo del gobierno poco o nada sabe. “Si la policía que es la que patrulla la calle y lo conoce a uno poco o nada hace, ¿qué se puedo esperar de los que están allá en las oficinas?”.   

Si ha leído hasta este punto, entenderá por qué al comienzo de la crónica dije que, de haber entrevistado a ochenta en vez de a ocho, el discurso sería el mismo. Porque en efecto lo hice, hablé con más de ocho y cuando vi que todos sufrían los mismos problemas, entendí que ya tenía una muestra lo suficientemente significativa para demostrar mi punto, y es que a los tenderos poca o ninguna atención les ponen. Podrán ser nuestros amigos de ocasión, nuestros aliados comerciales si se quiere. Serán los que nos reciben con un “Hola, vecino”, ya sea por generar confianza o porque les sale del alma, pero lo cierto es que, por muy gremio que sean, no tienen que ponerse de acuerdo para coincidir en que se sienten abandonados por la sociedad.  

 

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