Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

Por:

1.

A pesar de que los medios correntinos cubrieron minuto a minuto el juicio a la argentina María Elizabeth Insaurralde por la muerte de su bebé, su voz no sonó en las noticias. Ni en la prensa local ni en la nacional. Nadie la entrevistó. Tampoco entrevistaron a su familia, a sus vecinos, a sus amigas. Su palabra no está presente en discursos de organizaciones políticas ni de derechos humanos. Su voz no suena, hay silencio. 

En las fotos de periódicos de Bella Vista, la localidad en la provincia argentina de Corrientes donde Insaurralde vivía antes de ir a prisión, siempre se la ve cabizbaja con la mirada al suelo. Y muy cerca de ella, cámaras con flashes y oficiales que la trasladan. Esos registros parecen dotados de cierto éxtasis periodístico por mostrar a una fiera enajenada, a una bruja sanguinaria, a una asesina que está presa hace dos años y medio por matar a su hija recién nacida. O por haberla abortado. O por haberla abandonado a su mala suerte. 

Cualquiera de estas versiones tiene su noticia. Pero todas estas noticias parecen estar de acuerdo en que María Elizabeth Insaurralde, que tiene 35 años y otra niña que va a la escuela, es una mala madre. La peor de todas. Una madre desalmada que desoyó el instinto visceral. Una madre que, según informe del perito psicólogo, “no sabía nada acerca de su embarazo”. Por eso, en mayo de 2020 la condenaron a prisión perpetua.

—Solo recuerdo que tuve un parto con mucha sangre —declaró Insaurralde en el juicio—. Me desmayé y no recuerdo más nada. Me desperté en el hospital.

Su beba murió después del parto y ahora ella está presa en la única cárcel de mujeres de la provincia de Corrientes, la Unidad n° 3 “Instituto Pelletier”. 

Según la autopsia, la causa de la muerte fue “traumatismos cráneo encefálicos, hemorragia subaracnoidea producida por y/o contra objeto romo y duro”. 

María Insaurralde condenada a cadena perpetua./ Foto: Policía de la Provincia de Corrientes.

***

Antes de esta muerte, María Insaurralde vivía en Bella Vista, a dos horas de la capital correntina, en el litoral argentino. Pasaba los días con su otra hija, la llevaba a la escuela y la ayudaba con las tareas. Trabajaba como empleada doméstica y jugaba al hockey. 

—¿Mi sueño? —dice María ahora que sus abogados impugnaron la condena—. Mi sueño es volver a casa con mi hija.

2.

La Unidad n° 3 “Instituto Pelletier” tiene un nombre que no es azaroso. María Eufrasia Pelletier fue una monja francesa que marcó el destino de miles de mujeres latinoamericanas presas por razones políticas, por abortos, por robos, por infanticidios, por prostitución o por ser mulas que transportaban drogas, entre otros delitos. La hermana María Eufrasia fue quien fundó en Angers, una localidad francesa a 300 kilómetros de París, la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor en 1835. Esta congregación en 1855 desembarcó en Chile y desde allí se extendió al resto del continente para administrar el castigo, mitad legal mitad divino, a las mujeres consideradas infractoras. 

En Argentina, desde 1892 hasta la década de 1970, la Orden de las hermanas del Buen Pastor estuvo a cargo de las unidades penitenciarias y asilos de mujeres en el país, y su influencia se mantiene firme en el sistema penitenciario femenino desde hace dos siglos atrás. Tanto que en 2020, la cárcel donde Insaurralde está presa junto a otras 65 mujeres en Corrientes, una de las provincias más pobres de Argentina, está a cargo de otra monja, la hermana Irene Lamanna. 

***

La vida en el Instituto Pelletier es de encierro religioso, de orden monacal, de penitencia en el sentido menos secular de la palabra. Las normas que rigen dentro de estos muros obligan a las presas a pedir permiso para todo y a seguir una serie de órdenes: levantarse temprano, tender la cama, limpiar continuamente —para expiar los pecados— y vestirse con ropa limpia. No bailar ni escuchar música. No tocar, besar o ir de la mano con sus visitas.

—No nos dejan abrazar a nuestros hijos —dice una de las internas, que pide resguardar su identidad—. Mi hijo me tomó de las manos y la celadora nos separó. 

María Eufrasia Pelletier fue una monja francesa que marcó el destino de miles de mujeres latinoamericanas presas por razones políticas, por abortos, por robos, por infanticidios, por prostitución o por ser mulas que transportaban drogas, entre otros delitos.

Saltarse estas reglas trae como consecuencia una sanción, un castigo. Y esta conducta indecorosa puede bajar la calificación de las internas y complicar su situación en el penal.

Además, para los vínculos sexo afectivos se impone la heterosexualidad obligatoria. Otra regla del Pelletier que no está establecida en la ley, al menos no en la ley penal vigente. Para sus vínculos con varones, las detenidas tienen que acreditar al menos seis meses de noviazgo “sin tocarse”. A partir de los seis meses recién pueden pensar en pedir una “visita higiénica”, que supone intimidad y contacto sexual. 

Las lesbianas, travestis y trans viven un panorama más represivo todavía. En el último período hasta se impusieron sanciones disciplinarias y reproches a parejas de mujeres por tener una “conducta antinatural”. 

Dicen además que las reclusas deben rezar todos los días e ir a misa los domingos, y también los martes y viernes de principio de mes. También dicen que rezar antes sí era una obligación y que ahora es algo disponible. 

Como sea, el Instituto Pelletier es un espacio de opacidad. Para conocer su funcionamiento hay que explorar a tientas, reconstruir a través de la memoria de quienes pasan o pasaron sus horas en esta cárcel convento donde lo opaco es regla. No hay ninguna página oficial que aporte datos completos sobre la institución, ni siquiera un número de teléfono. La única línea es un celular de la compañía Claro, cuyo número corre solo de boca en boca y es atendido a veces por las penitenciarias de la Unidad, si es que la línea no está apagada o muerta. Dentro del penal, circular por los pasillos es una odisea y las internas nunca pueden estar solas: “como un tercer riñón” tienen siempre a una celadora pegada a sus espaldas. 

Mujeres detenidas en el Instituto Pelletier posan con las máscaras producidas en el taller de arte Ruth Gándara. De izquierda a derecha son Yolanda, María, Virginia y Esther. Archivo personal Hilda Presman. Año: 2018. / Foto: Hilda Presman.

El panóptico moral es controlado por el personal penitenciario de la provincia. Los talleres educativos y de trabajo que se dictan de forma oficial son estereotipados, con una oferta que consiste en peluquería, corte y confección, y cocina. La universidad, a diferencia de otros penales, no entra al Pelletier. Tampoco las reclusas son autorizadas a concurrir de forma extramuros. 

La preparación del régimen penitenciario para “el afuera” parece hecha a la medida de un manual de ama de casa de los años sesenta. O de un reglamento todavía más vetusto. Esto en el Pelletier no es, como podría parecer a primera vista, arbitrario. Al contrario, son reglas profundamente principistas y razones que combinan mandatos religiosos de raigambre histórica, performatividades del castigo constitutivas de nuestra historia moderna, pretendidamente igualitaria.

La genealogía de esta norma es rastreable: sus bases son el Reglamento de la Cárcel Correccional y Asilo de Mujeres del Buen Pastor, sancionado en 1900. Una normativa atrasada, de hace más de cien años, que corresponde a una época del país en la cual las mujeres ni siquiera podían votar. De aquel Reglamento provienen, entre otros, los mandatos de cocinar, limpiar y mantener una “esmerada instrucción religiosa”. 

En ese mundo atrasado, María Elizabeth Insaurralde cumple su prisión de por vida. 

3.

La tarde del martes 16 de octubre de 2018, María estaba embarazada de treinta y ocho semanas. 

—Me levanté para ir al baño y se me rompió la bolsa —dijo ella, según consta en las actas del juicio—. Me senté, hice fuerza y salió. 

Fiscales y jueces coinciden en que Insaurralde sabía lo que hacía. Y por eso no creen en el resto de su relato.

—Cuando le corté el cordón me levanté y fui para limpiarle. Me había sentado demasiado. Me levanté, me moví y sentí que me entró dolor y me descompuse. En el momento que retomo el conocimiento veo que mi bebé estaba en el suelo. Me agarró una tristeza. Lo levanté y le puse sobre mi cama. Después de ese momento vi que no respiraba y no abrió los ojos. Me senté y me descompuse nuevamente. Me desperté y ya estaba en el hospital. 

Insaurralde había perdido la mitad de la sangre que tenía en su cuerpo a causa del parto, dijo el personal médico que intervino en la causa. De hecho, tuvieron que hacerle una transfusión con dos litros de sangre para que recuperara el conocimiento. “Cuatro sachets de 500 cc”, detalló su defensa. 

—Por la pérdida de sangre que tuve recuperé la conciencia a los dos días —explica Insaurralde por teléfono desde un pasillo del Pelletier—. El doctor me dijo que si tardaba cinco minutos más en llegar al hospital me moría. Todo eso no lo tomaron en cuenta. 

El médico que la asistió declaró en el juicio que Insaurralde, una vez estabilizada en el hospital, estaba bien, por lo cual era dueña de sus actos. “Yo no la observé con cuadro psicótica ni perversa, no vimos alucinaciones, nada del diablo, del demonio, de la virgen”, dijo el médico en actas del juicio. En base a estas declaraciones, la justicia interpretó que Insaurralde era culpable de la muerte de su bebé.

Tras diez días de internación fue trasladada a la comisaría de Bella Vista, luego a la de Goya, y en agosto de 2019 la llevaron al Instituto Pelletier. Un año y medio después del parto, el 20 de mayo de 2020, los tres jueces varones del Tribunal Oral en lo Penal n° 2 de Corrientes consideraron que Insaurralde era una homicida por no haber evitado la muerte del recién nacido. 

Sin explicar exactamente qué debería haber hecho, los magistrados le dieron cárcel de por vida. En sus votos los jueces manifestaron que, para ellos, Insaurralde había dado muestras de su plan homicida mucho antes, mientras gestaba. Porque no había hecho público su embarazo. Porque usaba ropa holgada. Porque nunca le contó a su exmarido que iban a tener un hijo. Porque no fue al hospital antes. “Cursar un embarazo sin controles médicos, implica asumir como mínimo una actitud temeraria contra la vida en gestación”, dijeron los magistrados.

La vida en el Instituto Pelletier es de encierro religioso, de orden monacal, de penitencia en el sentido menos secular de la palabra.

Ninguno de estos argumentos figura en el Código Penal. Aunque sí en la pluma punitiva de la sentencia correntina. 

—La justicia nunca creyó en mi palabra. No les interesó. Si me trataron de esa manera fue por lo mediático. Yo sé que acá en Corrientes la justicia es bastante peor para las mujeres. A nosotras por ser mujeres nos quieren condenar a una vida adentro, por eso nos ponen perpetua. Es como que no podemos equivocarnos. Tenés que ser perfecta. Ellos al no ser mujeres no saben lo que pasamos.

Se enoja, su voz se torna aguda, y luego se relaja, se apacigua. Termina la frase resignada, pero sabiéndose acompañada en su penitencia por otras a las que les dijeron malas madres y malas mujeres. Dos palabras que en Corrientes parecen percibirse como sinónimos. 

4.

“Callate, porque sos mujer. Y encima mirá lo que hiciste”, dice una de las detenidas en alusión a cómo se sienten tratadas por el sistema judicial y penitenciario las presas en el Pelletier. 

La percepción que tienen las detenidas es que son discriminadas durante el juicio y también en prisión por ser mujeres. Ellas ven desigualdades con respecto al tratamiento que reciben los varones. Los ejemplos que aportan incluyen el acceso a la libertad condicional y también detalles más simples como el acceso a las llamadas telefónicas a sus familiares. “No le importamos a nadie”, dicen. También destacan que por delitos iguales a ellas les dan más años de cárcel que a los varones y, sobre todo, las condenan de forma habitual a la pena máxima de prisión perpetua. 

Respecto a la protección de las infancias, estas diferencias se vuelven burdas. Mientras que a mujeres como Insaurralde se las condena por no haber cumplido algo que en realidad la ley no exige, en 2019 un hombre imputado por abusar sexualmente y embarazar a una niña de 11 años en la localidad correntina de Paso de los Libres fue absuelto. Los jueces consideraron que la niña había consentido las violaciones. Y más tarde la obligaron a gestar. 

En el Pelletier tienen perpetua al menos ocho de las mujeres detenidas actualmente. Ocho de ellas saben que, de mantenerse sus condenas, los días que les queden los van a pasar en esa cárcel convento con la muerte en la nariz, no por viejas, sino por presas: la vida como castigo. En ese despojo absoluto de derecho a la esperanza vive Insaurralde desde mayo. 

Luján Ascue, Nora Maciel, Hilda Presman y Natalia Vega en la puerta del Instituto Pelletier a propósito de una actividad realizada en ocasión del 32 Encuentro Nacional de Mujeres. Archivo personal Hilda Presman. Año: 2017. / Foto: Hilda Presman.

Los motivos que llevan a la desproporcionada cantidad de condenas perpetuas en la cárcel de mujeres de Corrientes no están claros. Según el último informe del Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena (SNEEP), el 40 por ciento de las internas del Pelletier está presa por el delito de homicidio doloso. La mitad de esos procesos son por asesinatos “agravados por el vínculo”, tal como fue calificado el delito de Insaurralde. Según la sentencia, el defensor dijo: “La muerte de la bebé se había producido con un objeto romo y duro, pero no dice en qué consiste ese objeto, nadie secuestró ningún elemento”. ¿Podría este “homicidio” haber sido un parto extrahospitalario en el cual la recién nacida murió de forma no violenta al nacer? 

En Corrientes, según informa el SNEEP, el 50 por ciento de las mujeres condenadas por el delito de homicidio agravado por el vínculo recibe prisión perpetua. Una de cada dos. Distinta es la suerte que corren los varones o mujeres de otras zonas del país. En la provincia de Buenos Aires, el territorio más poblado de Argentina, la realidad es diametralmente distinta: solo el 11 por ciento de las mujeres condenadas por homicidios dolosos cumple prisión perpetua. Al preguntar a profesionales de la justicia local cómo se explican estas diferencias en la imposición de los castigos, varios ensayan que el motivo es el carácter profundamente conservador y religioso de quienes administran el derecho penal en esta provincia del litoral argentino. 

—Si vos mirás la historia de las mujeres condenadas en Corrientes por el homicidio del hijo al nacer, todas son cadenas perpetuas —dice Nora Maciel. 

Maciel es una abogada correntina defensora de causas en las que se involucran cuestiones de derechos humanos. No es la primera vez que habla sobre la justicia provincial y eso le trajo tanto hostigamientos como reconocimiento nacional por su desempeño en una provincia que destaca por noticias como la condena a prisión perpetua de María Insaurralde. 

—En este punto, lo que una piensa es, ¿no hay nunca ningún atenuante por su estado puerperal, por su condición socioeconómica, por cómo ejerció la maternidad con otros hijos? Nada hace pesar la balanza para morigerar la pena.

Insaurralde había perdido la mitad de la sangre que tenía en su cuerpo a causa del parto, dijo el personal médico que intervino en la causa. De hecho, tuvieron que hacerle una transfusión con dos litros de sangre para que recuperara el conocimiento.

5. 

En el Pelletier, Insaurralde pasa sus días trabajando en la confección de almohadones que luego unas compañeras venderán fuera de la cárcel. Borda con paciencia pliegues de telas brillantes, rosas, plateadas, que luego rellenará con goma espuma. Desde lejos sigue maternando y usa sus minutos de teléfono diarios para ayudar a su hija con las tareas escolares. 

Además, estudia en el Pelletier y le falta poco para terminar el secundario. Cuando era chica dejó la escuela en cuarto año y ahora que está presa vio la posibilidad de seguir estudiando. “Hay que buscarles la vuelta a las cosas”, dice. 

Insaurralde no termina de creer que su prisión va a ser efectivamente perpetua. Ella tiene planes con los que intenta desafiar la oscuridad de vivir y morir presa. Dice que cuando salga lo primero que va a hacer es volver a su casa y estar con su hija. Y también dice que le gustaría seguir aprendiendo. En la parte donde funciona la escuela primaria en el Instituto Pelletier hay una biblioteca de donde ella toma libros que la encandilan, que la hacen reír, ponerse colorada. Y que le permiten irse un rato del encierro. 

—Me gusta mucho leer, conocer, escribir palabras. Me gustan las novelas, soy muy enamoradiza. Me gustan mucho los cuentos de hadas —dice y se ríe, y de repente parece que ya no habla desde una cárcel, sino desde un lugar en el que se siente libre, plena, rebelde. 

El último libro que llegó a sus manos, por intermedio de esa misma compañera que le vende los almohadones tras las rejas, es Madame Bovary. Esta novela del francés Gustave Flaubert narra las aventuras amorosas, sexuales, silenciadas, eróticas, prohibidas de Emma. Emma es una mujer y es también una madre. Como una trampa a los dispositivos del poder punitivo de los mandatos femeninos, este libro, que estaba incluido en el índice de libros prohibidos de la Iglesia católica, zarpó de Francia al mundo al mismo tiempo —en 1856— que la Orden de la hermana María Eufrasia Pelletier desembarcaba en las cárceles de la región para administrar el control de las mujeres latinoamericanas. Esa novela es la que yace hoy en la mesa de otra María, María Elizabeth Insaurralde. La presa, la mala madre, la infanticida. La que lee este libro prohibido en una cárcel perdida en el tiempo y el espacio de una calurosa provincia argentina.

Más de esta categoría

Ver todo >