Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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María Rosa Bordagaray baja una a una las llaves del tablero, todas las luces se van a apagando a excepción de una o dos que iluminan los libros de la vidriera. En el aire de la librería Rayuela, en la ciudad de La Plata, ya no reverberan las risas de los niños ni estallan las interjecciones de asombro. Hace algunos minutos se apagó el último cuento. Narradores, padres y niños ya se fueron a sus casas, quizá, comentando las chanzas y los actos heroicos de los personajes. Un nuevo viernes de Cuento Encuentro llega a su fin y, como la primera vez, María Rosa ve descender una cortina metálica con una sonrisa en la cara. Ella se acuerda de cada uno de los cuentos que contó en los últimos 30 años. De todos.

—Cuando era chico me contaste El hombrecito del azulejo. Por ese cuento estudié historia y hoy soy profesor —le reveló un joven cierta vez. Y ella recordaba muy bien el cuento de Manuel Mujica Láinez.

Hacia 1985 hizo un curso junto a su amiga Mónica Eliçabe que la introdujo en el mundo de la narración oral; desde entonces vive en él. Al año siguiente se conformó Cuento Encuentro, uno de los primeros grupos de narración oral en la ciudad de La Plata.

—El objetivo del grupo era sacarle el olor a escuela al cuento —dice María Rosa—. ¿Qué quiere decir esto? En aquel momento se leía un cuento en el aula para sacarle los adjetivos, por ejemplo, para que el niño interpretara, es decir, trabajara sobre el cuento. Nosotros planteábamos que el escuchar un cuento iba mucho más allá de una clase de literatura; que se conectaba con algo mucho más profundo, que tenía conexiones con el origen de la humanidad, podríamos decir, con el lenguaje, con los ritos del hombre primitivo, de reunirse alrededor del fuego, con la explicación de los fenómenos naturales a través del mito, con los trovadores que iban cantando y contando la historia a través de odas. Entonces, la tradición de un cuento apelaba a toda esa memoria humana. Apelar a esto era, para nosotros, sacarle el olor a escuela al cuento.

¿Qué hace un grupo de narración oral? Cuenta. Al principio se reunían periódicamente hasta que se dijeron “acá hay que salir a contar”. Así empezaron a “invadir” las plazas; ponían carteles en los árboles que anunciaban “Dentro de una hora, cuentos”. Llevaban una alfombra y montaban un escenario mínimo. Una de los primeros escenarios fue la plaza que quedaba frente a la Asociación de Maestros, en calle 12 y 60: “Nos movíamos por ese barrio, fuimos incluso a la plaza de Avenida 19 y 60. Después la Asociación de Maestros nos ofreció el espacio, a partir de lo que empezamos a armar los encuentros para chicos. En esa época los dividíamos por edades porque erróneamente pensábamos que un cuento elegido para niños pequeños no iba a gustarle a un niño más grande y viceversa. Con el tiempo descubrimos que la literatura es literatura y que un cuento contado es un cuento contado. Porque quizá el relato puede resultar muy sencillo, pero el placer de escuchar un cuento contado va mucho más allá de la comprensión. Después vimos que los papás que traían a sus niños disfrutaban tanto como ellos, y nos dijimos que también podíamos contar cuentos para adultos”.

María Rosa Bordagary en una sesión de Cuento Encuentro.

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¿Cómo se debe contar un cuento? ¿Parado? ¿Sentado? ¿Se debe actuar o no? ¿En primera o tercera persona? ¿Cuáles son los límites? ¿Tiene límites? ¿La narración es pariente del teatro? Estas preguntas empezaron a marcar el camino de estos narradores urbanos.

Primero en plazas, después en la Asociación de Maestros y, más adelante, ¿qué lugares fueron copando?

—Fuimos a Institutos de menores, a escuelas, geriátricos, teatros. Íbamos a demanda, a donde nos llamaban. Porque nosotros teníamos muchas ganas de hacerlo y era algo novedoso; éramos bien acogidos. Más adelante, a través de una narradora de Buenos Aires, hicimos una conexión con la Fundación del Libro y se armó un espacio dentro de la Feria Internacional del Libro para los narradores orales. A partir de entonces tuvimos un espacio especial para contar cuentos dentro de la feria. Al principio teníamos espacios en pasillos, ahora, debido a la convocatoria, lo hacemos en las salas.

María Rosa Bordagaray era docente en la Escuela Nexa y, a la par, contaba cuentos. Hacia 1990, Elizabeth y Raul le propusieron abrir la librería Rayuela; las puertas del local abrieron en 1991 y qué mejor, entonces, que una librería para contar cuentos.

—Como grupo de narración estábamos fascinados porque íbamos a tener un lugar fijo para narrar —relata María Rosa—. Al comienzo fue muy casero, muy de barrio: había una panadería al lado que traía las facturas para el encuentro y aportaba público, porque el panadero traía a sus cuatro hijos a escuchar los cuentos. Desde 1991, ininterrumpidamente, hemos contado cuentos; con los avatares y las pérdidas, porque de ese grupo inicial de 5 narradoras murieron tres. En el camino se incorporó Elizabeth Pintus. Y también solemos invitar a narradores para contar, quienes le ofrecen su arte a la librería. Empezamos contando para niños y después sumamos un día por mes para adultos. Y hoy vienen niños, mejor dicho, quienes presenciaron encuentros de niños vienen con sus hijos. Entre niños y adultos hemos llegado a tener entre 70 y 80 personas en la librería. Todos los primeros viernes de cada mes hay cuentos para niños en Rayuela, la histórica librería de La Plata que poco tiempo atrás cambió de casa: ahora abre sus puertas en Plaza Italia N° 187, entre Avenida 44 y diagonal 77. Y también hay cuentos para grandes, el tercer viernes de cada mes.

Entonces, la tradición de un cuento apelaba a toda esa memoria humana. Apelar a esto era, para nosotros, sacarle el olor a escuela al cuento.

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Después de este recorrido de tu historia con la narración, ¿podés decir cómo se aprende a narrar?

Se aprende a narrar como se aprende a nadar. La narración es pariente de la oratoria, del teatro, porque hay un manejo de la gestualidad, de la voz, de los tiempos, de la apelación al otro. Un narrador cubano decía que la narración oral era lo más cercano a una conversación: tenés que contar con el otro. El narrador cuenta una historia de la que se debe apropiar, tiene que internalizarla con su propia memoria sensorial: hay memoria emotiva, hay memoria de piel, memoria de olor. Si cuento que en un jardín había jazmines tengo que pensar en mis jazmines para que el otro pueda oler sus jazmines. El narrador trabaja la voz y el gesto, pero también debe hacer un trabajo interno de recuperación de lo propio, de las propias imágenes.

Narrar, entonces, no es leer.

No, definitivamente. No es ni mejor ni peor. Son dos cosas distintas. Uno lee lo que está escrito, cuando se narra se hace una adaptación del texto escrito. Los códigos son otros. En la oralidad, el texto va pasando con el tiempo. En la narración oral es difícil que existan racontos, cambios de puntos de vista y tiempos verbales, y lo que no es raro es que existan más repeticiones que en la escritura.

Decenas de papás, abuelos y niños llegan a la librería Rayuela para oír cuentos maravillosos.

¿Qué historias te gusta más contar?

Me gustan las historias ligadas al absurdo. Porque me divierte. Me gustan mucho también los cuentos de tradición oral donde aparece el pícaro, la trampa. Cuando narro para adultos me gustan los cuentos que tienen mucha ironía, con un toque de absurdo, con un toque de humor; y me gustan los cuentos que revisan valores como la libertad. Por lo general tomo autores contemporáneos, argentinos y latinoamericanos. Me gustan los cuentos de Leo Masliah, Marcelo Birmajer, Clarice Lispector. Me gustan también los cuentos que reivindican cuestiones que tienen que ver con el género. Hay autoras como Graciela Montes cuyos personajes principales son heroínas, no héroes. Un gran cuento de ella es Irulana y el ogronte, donde Irulana es la niña que vence al ogronte, al que le temía todo el pueblo. Está bueno para que los niños se vayan armando otro modelo, distinto al modelo con el que crecimos nosotros.

Podemos pensar que la narración, la oralidad y el libro de papel son tres cosas que parecen ir en contra de los tiempos que corren, donde pareciera valer más lo inmediato, lo digital, la conversación por chat.

Hacer lo que están haciendo con la librería y la narración oral, ¿es un acto heroico o, si es mucho decir, al menos es un acto de resistencia?

Sí, se trata un poco de resistir. Pero en el momento en el que le estoy contando un cuento a un niño se produce una comunicación muy genuina; cuando yo estoy con los enanos, y se están creyendo lo que yo les digo, y entran en ese mundo, me digo que esto es maravilloso. Esto va más allá de los tiempos que corren, y ojalá no se pierda. No por nosotros, sino por ellos. Porque la construcción de un mundo imaginario, que sucede en el momento de una narración, es maravillosa. Entonces sí, tiene que ver un poco con resistir. Narrar es lo más cercano a la comunicación, a la conversación, y nos estamos olvidando de conversar. Me parece que, en ese sentido, es un gran aporte.

Podemos pensar que la narración, la oralidad y el libro de papel son tres cosas que parecen ir en contra de los tiempos que corren, donde pareciera valer más lo inmediato, lo digital, la conversación por chat.

¿Qué escritores, historias o personas cambiaron tu forma de leer o de encarar una narración?

En principio, las dos personas que me introdujeron al mundo de la narración oral, Maby y Elibe, dos mujeres adelantadas a su época, porque ellas comenzaron a hacer esto en los años 60. Después las compañeras con las que hice el camino, Mónica y Ana. En cuanto a autores, creo que hay escritores argentinos infantojuveniles que son maravillosos como Graciela Montes, Laura Devetach, Gustavo Roldán, Silvia Schujer, la gran María Elena Walsh, Elsa Bornemann. Estos son autores a los que vuelvo. En cuanto a otros autores, que podríamos llamar para adultos, me gusta Abelardo Castillo, que tiene cuentos muy crudos, muy duros; también Isidoro Blaistein, Silvina Ocampo, Gabriel García Márquez. El narrador vuelve al cuento que alguna vez, por alguna causa, le pegó, y creo que esto es lo que hay que hacer, darle importancia a eso que te unió porque, en definitiva, el narrador va a contar algo que quiere compartir con el otro y es difícil compartir algo que no te gusta. Por esta razón el cuento a pedido es el más difícil.

¿Qué proyectos tenés en el horizonte?

Venimos de una mudanza que fue muy densa, pesada, pero muy positiva. La idea es seguir, y me encantaría que los chicos de la librería se involucren más con la narración. Creo que es importante abrir el juego, uno no desconoce que tiene determinados años. Yo voy a seguir contando, y seré una viejita que cuenta cuentos, pero no sé si a los chicos les seguirá gustando.

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Después de que la cortina metálica tocara el piso María Rosa se subió al auto y se alejó del ruido y las luces de Plaza Italia. En el camino a su casa de Tolosa pensó en lo que había pasado aquella tarde. Contaba un cuento en el que había un mago que adiestraba a una pulga, la hacía hacer de todo, hasta la hacía cantar un tango. Y los chicos escuchaban súper atentos. Y en un momento dijo que la pulga, después de haber hecho las gracias que le pedía el mago, se dio cuenta de que estaba despeinada y sacó un peine para peinarse. Entonces, uno de los chicos que escuchaba en silencio la narración dio un salto y dijo “¡mirá que va a haber un peine para una pulga!”, como diciendo hasta ahí te lo creí, ¿pero un peine para pulgas?

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