El Centro Histórico de la Ciudad de México, con los barrios más antiguos, nos relata la vida de sus moradores. La Merced, uno de ellos, nos deja ver su actividad comercial, y entre edificios y locales, en la calle de Manzanares número 30, nos descubre la Miscelánea ‘Juanito’, que iniciara hace más de 40 años Rosa María Ubaldo López, madre de 10 hijos. Hoy la atienden Jesús “Chucho” Mendoza Ubaldo y su hermana Mónica, los más chicos. Su madre no sale de casa desde la pandemia, aunque viven solo a unos pasos del lugar.
Aquí todos los conocen, lo supe porque al llegar todavía estaba cerrada la tienda, y preguntando a la gente que pasaba por ahí, me enteré de la hora a la que abrían e incluso, donde vivían.
—Gríteles hacia donde están las macetas, para que bajen pronto —me dijeron.
En el Centro Histórico de la Ciudad de México, en el barrio La Merced, está la Miscelánea ‘Juanito’.
Antes, había entrado a la capilla del Señor de la Humildad, la más pequeña de la ciudad, a solo unos metros de la tienda. Ahí, una monja Carmelita escuchaba junto al presbiterio las congojas de una mujer. Había tres personas más, sentadas en distintas bancas, de las seis que existen en el recinto. Al salir, un joven montado en su motocicleta, frente a las puertas de la capilla, se persignó y aventuró camino por Avenida Circunvalación.
Mientras esperaba, aproveché para platicar con algunos locatarios y personas que pasaban, uno de ellos me dijo que abrían a las 12:00.
Frente a la Miscelánea ‘Juanito’, nombre puesto en honor al padrino de Jesús, comparten el entorno unos baños públicos, un bar, una tienda de maniquíes y otra de cortinas para cocina. Custodian la miscelánea el negocio de carnitas ‘El camaleón’ y ‘Sin tortas gigantes no hay paraíso’.
También encontré un local con artesanías mexicanas un poco más adelante, y del otro lado de la acera, el Centro Cultural para Niños, en Manzanares 25, la casa más antigua de La Merced, que por muchos años fue vecindad, y supe después, vio nacer y crecer a la mamá de Mendoza Ubaldo.
Su abuelita Agripina fue quien enseñó a trabajar a su madre, dice orgulloso Jesús. Vendía frutas y hierbas de olor. Logró tener varios puestos. Rosa María, hija única hasta los 11 años, aprendió de su madre y comenzaría con la miscelánea. Al principio vendía dulces en una mesita, en Manzanares 25; cuando estaba ahí se llamaba ‘La Poblanita’, y prosperó.
La Merced, uno de ellos, nos deja ver su actividad comercial, y entre edificios y locales, en la calle de Manzanares número 30, nos descubre la Miscelánea ‘Juanito’, que iniciara hace más de 40 años Rosa María Ubaldo López, madre de 10 hijos.
Doña Rosa María fue la primera en poner una tienda en la colonia, aunque ahora existan más, cuenta su hijo Jesús. Al parecer, solo dos son las más antiguas en la calle de Manzanares, la de ellos y El Samuray.
Jesús, de 42 años, me platica que desde que recuerda trabajó y aprendió el negocio de su madre. Estudió la primaria, porque “antes uno decía: ‘pues como mi mamá es comerciante, me voy a dedicar a lo mismo’, y ya no le daban a uno ganas de estudiar”, y aunque con el comercio Rosa María sacó adelante a sus 10 hijos, siendo madre soltera, Jesús dice que el negocio ya no da como antes.
De los 10 hijos, quedan ocho con vida. Una tiene un café internet, otra es ama de casa, otros se dedican al comercio, y Mónica y él, los más chicos, se han hecho cargo de acompañar a su madre y trabajar la tienda. El que está ahí todo el día es Jesús, con tenis —para aguantar la faena—, pantalón y playera. Pienso que, para hacer honor a su labor, se coloca un mandil, prenda indispensable, y en estos momentos, también porta cubrebocas.
Los hermanos se reparten las actividades diarias. Mónica permanece en casa para dar de comer a su mamá, acompañarla y estar pendiente cuando se baña, porque aunque Doña Rosa María, a sus 83 años sigue fuerte y se baña sola, no está de más mantenerse vigilante. Ya por la tarde, acude a la tienda a apoyarlo.
La atienden Jesús “Chucho” Mendoza Ubaldo y su hermana Mónica, los más chicos de 10 hermanos.
El horario de la tienda no lo hubiera imaginado —al menos yo no—, de las 12:00 del día a las 2:00 de la mañana, los siete días de la semana.
—¡No pensé que la vida aquí fuera tan nocturna! —le comento a Jesús extrañada.
Él me responde con naturalidad, que ya se acostumbraron a cerrar a esa hora, y lo hacen porque mucha gente regresa tarde de su trabajo y ya no alcanza a comprar algo para cenar o desayunar, o algunas cosas más que requieran. “Otros lugares también cierran tarde por aquí —me explica—, pero venden más caro. Nosotros mantenemos el mismo precio en los productos, sea de día o de noche, y la gente sabe que cerramos tarde y dice: ‘pues vamos con ellos, porque podemos encontrar todavía abierto y al mismo precio’. Les damos esa tranquilidad”.
¿Vacaciones? Con la pandemia, para nada. En otros tiempos, solían ir un par de días delante del estado de Puebla, de donde era su abuelita, a una casita que tienen por allá. En realidad, cuando van hacen aseo, y también llevan flores al panteón, a la tumba de uno de sus hermanos, que cuando supo que iba a morir, quiso ser enterrado en ese lugar, “porque allá no te sacan como aquí” —no exhuman el cuerpo—, me dice Jesús y me mira con sus grandes ojos cafés. Percibo su turbación.
—¿Me da un cigarro? — pregunta una joven delgada de cabello largo y lacio, con rasgos orientales, muy guapa, con un bebé en brazos.
Jesús le da el cigarro, y levanta del suelo la cobija con que la joven cubría instantes antes al bebé, y se la entrega. Ella no se había percatado de que se había caído y sonríe, lo noto porque bajo su cubrebocas, a los lados de los ojos, se marcan caminos.
En una cubeta con agua y clarasol, Jesús coloca las monedas o billetes que recibe, y de una botella roja de plástico con rociador que contiene alcohol y agua, se limpia las manos cada vez que recibe algo de un cliente.
Él me responde con naturalidad, que ya se acostumbraron a cerrar a esa hora, y lo hacen porque mucha gente regresa tarde de su trabajo y ya no alcanza a comprar algo para cenar o desayunar, o algunas cosas más que requieran.
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Debo decir que, después de atreverme a llamar a Mónica y a Jesús a voz en cuello, es él quien se asoma por la ventana de su casa, me pide que le espere y, pasados unos minutos, lo tengo frente a mí. Me presento y vamos a la tienda.
Levanta la cortina, coloca una placa metálica de unos 30 centímetros a ras de suelo para que no entren bichos, y vuelve a cerrar los candados en una aldaba. Toma del suelo una tinaja de metal pequeña con agua que, al hacer la limpieza del piso, verterá afuera del local: “Es para evitar las envidias, que no faltan. El agua las absorbe, por eso debe tirarse afuera de la puerta”.
Veo una segunda cortina de plástico transparente a dos hojas, sujetadas por la mitad, extiende una y la otra la deja sujeta. Así es desde la pandemia, me relata, pues entre las especificaciones de la autoridad para poder trabajar, se requería una mica o plástico en los locales.
Desde la pandemia, la tienda tiene una cortina de plástico transparente a dos hojas, sujetadas por la mitad.
La tienda no tiene marquesina o letrero por fuera, y parte del ritual diario es colocar una serie de mantas. Una con el nombre del local y las imágenes de los productos que vende; otras más con las medidas emitidas por la Secretaría de Salud, en cuanto a cuidados sanitarios: sana distancia, uso obligatorio de cubrebocas, no venta de bebidas alcohólicas ni cigarros a menores de 18 años. Otro letrero en cartón y a mano, reza que por disposición oficial y por higiene, no se cambian productos.
En la Miscelánea ‘Juanito’ no hay mostrador, sino estructuras con productos cubriendo las paredes, intercaladas con refrigeradores que exhiben bebidas. Cerca de la entrada está una mesita con dulces y cigarros, y más al interior, otra mesa con una cafetera, vasos y platos de unicel y más mercancía.
Toma del suelo una tinaja de metal pequeña con agua que, al hacer la limpieza del piso, verterá afuera del local: “Es para evitar las envidias, que no faltan. El agua las absorbe, por eso debe tirarse afuera de la puerta”.
También venden café, sopas instantáneas y más tarde, pan de dulce y bolillos… Van variando, porque si hace calor, el pan de dulce y el café no se antojan. “Siempre hemos vendido tacos de carne asada, los tamales o el ponche. Sacábamos un puesto en la calle, pero con la pandemia no. Para tener un puesto de tacos hay que tener mucha limpieza”, asegura.
Antes, sus dos hermanas se encargaban de la tienda y él sacaba el puesto de tacos que se vendían muy bien. “La gente veía que estaba muy limpio, se le despachaba lo normal, en otros lados bien poquito, porque les daban los tacos bien caros y bien miserables. Aquí se ponían moldes con papas, nopales y pico de gallo, otro con salsa, y la gente se servía a su gusto. Ahorita tengo ganas de hacer ponche, porque me sale bueno. Yo creo para mediados de noviembre”, platica Jesús, casi saboreándolo.
Mientras conversamos, van llegando los proveedores, uno a uno. Ellos sí conocen el horario. El trato es amistoso y de confianza. Jesús recuerda que, de cuando su mamá puso la tienda a hoy día, las cosas han cambiado porque la tecnología ha avanzado mucho. Hoy ya no anotan en una libreta lo que compran; hoy los mismos proveedores saben cuánto consumen cada tanto en promedio, y también se toman pedidos vía telefónica. A Jesús eso no le gusta tanto, pero ya lo comienza a hacer. Sabe que debe modernizarse.
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Mientras estoy ahí, la calle vive, pasa mucha gente y otra tanta pide algún producto a Jesús.
Platicamos, observo y escucho como se dirigen a él. Me doy cuenta de que nadie entra a la tienda, todos piden desde afuera. Nadie pasa, me dice, pero no por la pandemia, así ha sido siempre por higiene, “porque la gente lo primero que hace al tomar un producto es pegárselo a la boca y a veces ni se lo lleva…, también porque hay gente mañosa”.
El año pasado, al principio de la pandemia, Jesús no creía en su existencia, pensaba que era algo del gobierno, hasta que le dio Covid. Por fortuna no contagió ni a su mamá ni a su hermana, y la doctora que lo sacó adelante se la recomienda a cuanto cliente se lo solicita. Sin embargo, no es esa la única acción con la que contribuye a la comunidad. “Hay veces que unos vienen como a desahogarse con uno, a tomarle a uno opinión, porque luego no faltan los problemitas en casa. Los vecinos nos toman en cuenta, por ejemplo, nos piden ayuda cuando se va la luz, porque nosotros sabemos a quién dirigirnos y cómo hacerlo”. Lo dice contento por poder ser servicial, también con modestia.
También ayuda a quien se lo solicita, aunque no sea vecino. “Hace unos días vinieron unas jóvenes de la universidad —UMB para Adultos y Adultos Mayores—, porque ya viene el concurso de ofrendas. Nos pidieron que le diéramos ‘me gusta’ a la página y a las ofrendas, y que invitáramos a los clientes a hacerlo”, y me proporciona los datos.
Hay veces que unos vienen como a desahogarse con uno, a tomarle a uno opinión, porque luego no faltan los problemitas en casa. Los vecinos nos toman en cuenta, por ejemplo, nos piden ayuda cuando se va la luz, porque nosotros sabemos a quién dirigirnos y cómo hacerlo”.
Repentinamente, veo a dos jóvenes bailando a media calle. Colocaron en el suelo su grabadora y de ella sale una guaracha, que bailan sin molestar a nadie, dan vueltas sobre su eje, con los brazos extendidos y se divierten. Uno de ellos tiene síndrome de Down, baila feliz.
Jesús sigue contándome que lo primero que recuerda de sus responsabilidades en el local, siendo niño, fue acomodar y seleccionar los envases, lo mismo que barrer y trapear, poco a poco fue aprendiendo los costos de las mercancías y todo lo demás. No tiene claro a qué edad dominó todo del negocio, porque ha sido parte de él. La enseñanza de trabajo, la solidaridad, el hacer comunidad con pequeñas acciones, luchar y agradecer cada día, lo obtuvo de su madre.
Son los comerciantes los que se apoyan unos a otros para que este barrio popular con pisos adoquinados se mantenga limpio y más seguro. Lo que todos quieren es continuar haciendo lo que les permite vivir: trabajo diario.
Jesús, siendo niño, aprendió a acomodar y seleccionar los envases, lo mismo que a barrer y trapear.
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“¿Quieres vender? Ponte a comer, dice el dicho. Porque hay veces que no hay venta, pero empieza uno a comer y llega y llega la gente”, sonríe Jesús Mendoza Ubaldo.
Una niña de unos ocho años carga a otra nena de cabello castaño sobre los hombros. Pide una paleta. Jesús se acerca a la entrada y le pregunta:
—¿Qué paleta quieres hija?... Son dos cincuenta.
Solo trae dos pesos, y Jesús le dice que después le pase lo que falta.
—Le presto mi envase y luego me lo trae —le comenta a una mujer que no se siente satisfecha con ningún tamaño de refresco no retornable.
Llega un niño de unos seis años, hablantín, acompañado de su papá. Pregunta por los refrescos, mientras el papá se mantiene sin emitir palabra. Jesús le explica, abre el refrigerador, ve los sabores, se los menciona uno a uno. El niño decide que mejor quiere un jugo, también pregunta los sabores y elige. Ya que su papá pagó, pide también un chicle.
“Así llegan uno a uno los clientes, solo que ahora no estamos comiendo”, me dice Jesús y me platica después, que son vecinos del lugar y, si no de nombre, a la mayoría los conoce. También, que cuando van niños solos a comprar, y llevan billete grande, en una bolsa les dan el cambio completo para que no lo pierdan. “Así los adultos nos tienen más confianza”.
¿Quieres vender? Ponte a comer, dice el dicho. Porque hay veces que no hay venta, pero empieza uno a comer y llega y llega la gente”, sonríe Jesús Mendoza Ubaldo.
Afuera del local ponen un bote de basura para que la gente al paso tire ahí sus residuos. Si bien no me habla de una asociación de vecinos, dice que los mismos comerciantes se organizan para que todo esté en calma y que también el gobierno apoya porque en cada cuadra hay gente de limpieza y pasan tres veces al día a recoger basura. La policía hace rondines continuos y verifica que todo esté en orden.
Como no hay mostrador en Miscelánea ‘Juanito’, Jesús tiene un banquito para sentarse. De ahí se desplaza de un sitio a otro para buscar y entregar lo que requiera el cliente.
Un día para Jesús consiste en levantarse a las 9:00 o 10:00 de la mañana, agradecer un día más de vida, bañarse y alistarse para abrir el local a las 12:00. Entre dos y tres de la tarde, baja su hermana a comer con él en el local y está con él un rato. A las 11:00 o 12:00 de la noche, cenan también en el local y a las 2:00 de la mañana cierran. Al llegar a casa, nuevamente da gracias. Ellos solo hacen dos comidas, están acostumbrados a no desayunar.
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Jesús abre el negocio a las 12:00 del día y lo cierra a las 2:00 de la mañana.
Está nublado, comienza a llover, y me comenta: “No nos enseñan todo lo que puede hacer un cirio pascual, contra la lluvia…, frente a problemas en el hogar”. En un botecito metálico, tiene uno y lo enciende, lo coloca sobre la mesa.
Esta comunidad se une alrededor de la Capilla del Señor de la Humildad, su fiesta se celebra el 6 de agosto y también realizan actividades que los congregan, durante las posadas de diciembre. Los locatarios participan por el arraigo que tienen en la zona, y son convocados por las monjas de la Capilla. Miscelánea ‘Juanito’, regala aguinaldos (bolsitas con dulces) a los niños, después del rezo del rosario en tiempo de posadas, otros adornan y también ofrecen comida. En la fiesta de la Capilla, en agosto pasado, la hermana de Jesús regaló a la gente estampas con la imagen del Señor de la Humildad, con cruces bordadas a gancho por ella misma; también cubrebocas con su imagen. La celebración comienza con música de mariachi desde las 5:00 de la mañana y misas durante el día.
Pareciera una leyenda urbana, y le pregunto a Jesús:
—Leí que a esta capilla vienen las trabajadoras sexuales y los rateros a pedir...
—¡Ayyyy, no! —se exalta—, pues llega todo tipo de gente. Es mentira, porque mire, en cualquier iglesia puede llegar cualquier tipo de gente, ahí no pregunta el santo a qué te dedicas o qué eres. La verdad, la iglesia no discrimina.
—¿Ustedes también hacen trabajo con la iglesia, además de las celebraciones?
—Pues sí, estamos al pendiente de que no entre cualquier borrachito a querer insultar a la gente o quererse pasar de listo con las monjas. Procuramos estar al pendiente de la zona para que la gente pueda entrar tranquilamente a la iglesia.
Mientras platicamos se despejó el cielo y ya no hay lluvia. No miento. ¿El cirio funcionó?
Miscelánea ‘Juanito’, regala aguinaldos (bolsitas con dulces) a los niños, después del rezo del rosario en tiempo de posadas, otros adornan y también ofrecen comida.
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—No cambiaría el centro por otro barrio —asegura Jesús—. En primer lugar porque aquí todo mundo nos conoce, sabemos los movimientos, la zona está tranquila. No se necesita salir del centro para conseguir todo lo que se necesita para vivir. Antes mucha gente decía que La Merced era fea, pero no, es muy tranquila. Mi mamá tiene 83 años aquí, aquí nació, y ella nos enseñó el trabajo.
En una zona de la ciudad dedicada netamente al comercio desde su origen, y que pervive así, donde residen y transitan cientos de personas cada día, se mantiene la memoria de tiendas como la de Jesús, porque son sitios vivos, porque los hace su gente. La Miscelánea ‘Juanito’, forma parte neurálgica en la construcción de comunidad en el barrio, es ejemplo y motor.
—¿Me da cuatro de a peso? —pide un cliente que se refiere a papelitos para hacer cigarros a mano.
—No tengo —le responde Jesús.
—Sí tengo —me aclara cuando se va el cliente—, pero si no traen cubrebocas, no les vendo. Todos debemos cuidarnos.