Relatto | El cuento de la realidad
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Sabino Bilbao no ocupa ningún lugar en el Olimpo del fútbol. Para nada era un mal jugador, pero ni sus habilidades ni su temperamento le dieron para alcanzar la categoría de leyenda, de mito que perdure atravesando los tiempos. Vasco, nacido en 1897 en Lejona, sobre la margen derecha de la ría de Bilbao, su puesto estaba en el centro del campo cuando el centro del campo era apenas un lugar de paso circunstancial entre la defensa y la delantera. Aun así, sus cualidades técnicas le valieron como llave para jugar en la Primera División de un club como el Athletic Bilbao, uno de los grandes de las décadas iniciales del siglo XX, mantenerse como titular durante nueve temporadas y ganar dos Copas del Rey. También para ser convocado por la selección española, donde disputó dos únicos partidos. Pero a veces, no se necesita mucho más para hacerse un sitio en la historia...

Dicen las crónicas que el primer partido de fútbol llevado a cabo durante unos Juegos Olímpicos habría tenido lugar en Atenas1896, es decir, en la edición inaugural de la era moderna. El uso del potencial tiene sentido porque no hay registros ni documentos que lo avalen, aunque se afirma que un equipo de Esmirna, representante del Imperio Otomano, venció a un combinado local para luego ser apabullado (15-0) por un conjunto danés. Datos más comprobables indican que hubo partidos de exhibición en París 1900 y Saint Louis 1904; que en Londres 1908 por primera vez acudieron selecciones nacionales y que en Estocolmo 1912 se pasó de seis a once equipos participantes. Pero en realidad, fue recién en Amberes 1920 donde el fútbol entró en la dimensión que lo lanzaría al estrellato deportivo, con 14 conjuntos en escena, y hasta uno de ellos no europeo: Egipto.

Fotografía de la selección española de fútbol, 1920.

España fue uno de los países que en Amberes se sumaron por primera vez a lo que por entonces era la única cita internacional de envergadura dentro de una actividad que todavía estaba en plena etapa organizativa y de difusión por diferentes puntos del planeta. Francisco “Paco” Bru ofició de entrenador y a nadie sorprendió que entre sus elegidos para desplazarse hasta tierras flamencas estuviera Sabino Bilbao. En definitiva, casi toda la selección estaba integrada por jugadores vascos: 14 de los 21 convocados. Sin embargo, no apareció entre los titulares en el debut ante Dinamarca que, por un lado, significó una inesperada victoria por 1 a 0, y por otro, una juerga nocturna interminable, pagada con derrota 3-1 ante los locales en el siguiente partido y el “descenso” a una ronda de consolación cuyo premio mayor era la medalla de plata. 

Dicen las crónicas que el primer partido de fútbol llevado a cabo durante unos Juegos Olímpicos habría tenido lugar en Atenas1896, es decir, en la edición inaugural de la era moderna.

Fue entonces que comenzó la verdadera historia, y para comprenderla hay que situarse en el lugar y el momento en que ocurrían los hechos. 

El tercer rival debía ser Suecia, pero en un principio los nórdicos anunciaron que se retiraban del certamen porque sus jugadores no querían participar. Para los españoles, la excursión a los Juegos Olímpicos era antes que nada un continuo jolgorio. Que un grupo de veinteañeros viajara al exterior con algo de dinero en los bolsillos era toda una novedad y también una invitación al descontrol en un tiempo donde nadie hablaba de concentraciones, entrenamientos estrictos ni vigilancias extremas. En cuanto se enteraron de que no había partido a la vista, los hispanos volvieron a ganar la noche. El problema surgió cuando estando en plena fiesta les avisaron que Suecia había dado marcha atrás en su decisión. Nadie volvió al hotel y cuando al fin lo hicieron, algunos presentaban un estado poco adecuado para jugar. Uno de ellos era Eguiazábal, mediocampista titular. El debut de Sabino con la camiseta española empezaba a tomar forma.

En función de lo acontecido, los dirigentes hispanos solicitaron postergar el encuentro por 24 horas, las autoridades olímpicas aceptaron y los suecos montaron en cólera. La rispidez estaba servida de antemano.

Póster de los Juegos Olímpicos de 1920, en Bélgica.

De aquel España-Suecia no hay, lamentablemente, ni fotos ni videos, pero tras su vuelta a casa el masajista peninsular afirmó que aquel había sido “el partido más sucio, duro y fuerte que vi en mi vida”. De principio a fin, esos noventa minutos fueron un concierto de puntapiés, codazos, empujones y delicias semejantes, con el agravante de que no se permitían los cambios. Así, y mientras el árbitro italiano se desentendía del tema, se iban acumulando lesionados de consideración que desertaban y dejaban a sus equipos cada vez con menos efectivos. 

Suecia se marchó ganando 1-0 al descanso, pero a los diez minutos del segundo tiempo, el italiano recordó que tenía un silbato y sancionó una falta lateral a favor de los de casaca roja. José María Belausteguigoitía Landaluce, Belauste para los amigos, abandonó su puesto en la defensa y partió a buscar el centro al área contraria. Líder espiritual indiscutible del grupo y una especie de pirámide de 1,93 metros de altura, Belauste giró la cabeza y vio que Sabino, su compañero del Athletic Bilbao se disponía a lanzar la falta. Entonces soltó el que tal vez sea el grito más célebre de la historia del fútbol español: “¡A mí el pelotón, Sabino, que les arrollo!”. Sabino cumplió la orden y Belauste cumplió su promesa: se llevó por delante a cuanto sueco intentó cerrarle el paso, arquero incluido, y entró con pelota y todo dentro del arco. Gol. 1 a 1.

De aquel España-Suecia no hay, lamentablemente, ni fotos ni videos, pero tras su vuelta a casa el masajista peninsular afirmó que aquel había sido “el partido más sucio, duro y fuerte que vi en mi vida”.

Más tarde, Acedo marcaría el segundo, y cuando ya faltaban pocos minutos, se escuchaban más los ayes de dolor de los lesionados y en el campo quedaban ocho suecos y siete españoles, hubo un penal a favor de Suecia que el lanzador tiró por encima del travesaño mientras Samitier, ídolo del Barcelona, le lanzaba piedritas al balón para ponerlo nervioso. Después, España prolongaría su racha venciendo a Italia y Holanda para conquistar la medalla de plata, pero el nudo de la historia ya se había mudado de lugar.

Manuel de Castro, un sportsman de la época, había acudido a los Juegos como periodista. Hombre ilustrado, sabía a la perfección lo ocurrido en Amberes varios siglos antes, más concretamente en 1576. La Casa de Habsburgo reinaba en España y en Flandes, donde custodiaban el orden los Tercios, tropa de élite formada por soldados españoles y mercenarios. A finales de aquel año, las dificultades económicas azotaban las arcas reales, el retraso en los sueldos se hizo insostenible y un mal día los hombres de armas dijeron “basta”. Del 4 al 7 de noviembre saquearon la ciudad para cobrar lo adeudado por su propia cuenta. Los habitantes de Amberes pagaron las consecuencias y aquel episodio pasó a conocerse como “la Furia Española”.

De Castro, envuelto en la emoción de un partido de inusitada violencia y todavía asombrado por el arrollador gol de Belauste utilizó el recuerdo para calificar la actuación de España en esa misma ciudad 344 años más tarde. Un medio holandés y otro francés reprodujeron la frase. La selección había ganado más que un apodo: se había apropiado de un sello de identificación, de un modo de entender el fútbol. 

Fotografía del jugador Belauste.

La “Furia” mantendría su vigencia -y su discutible eficacia- durante más de siete décadas. A finales de los años 80, los Butragueño, Michel y Martín Vázquez hicieron el primer intento de tratar la pelota con más sensibilidad que fuerza. Más tarde, los Xavi, Busquets, Iniesta y Fernando Torres empezaron a acariciarla con exquisitez y acabarían por fundar un estilo diferente, seductor y atrapante para inaugurar la etapa más brillante del fútbol español, esa que ya demostró su continuidad en Tokyo 2020.   

(España y Brasil llegaron a la final por la medalla de oro en la capital japonesa. Los dos cuentan con una sola en su palmarés, en ambos casos ganadas en casa. España en Barcelona 1992 y Brasil, en Río 2016). 

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