Debe medir 1.65 centímetros de altura. Su piel morena consigue un brillo único con cada rayo de luz que se cruza en su camino. Se suelta el cabello espeso anudado por trenzas firmes, para sentirse más cómoda. Sus labios gruesos, su nariz ancha y sus pómulos prominentes contrastan con su blusa de colores fuertes. Amarillo, azul, verde, blanco. Siempre usa colores, todos los que pude. Y todos los que quiere, porque su ropa es de producción propia.
Mabel Suglo vive en Sunyani, Ghana, pero hoy estamos sentados en un salón de la Universidad de Bournemouth, Inglaterra. Nos encontramos a siete mil kilómetros de su tierra, donde ha dejado a su familia, sus amigos y su empresa: Dignified Wear (Ropa hecha con dignidad). Hace tres semanas que se trasladó a Reino Unido, pues recibió una beca para cursar un máster en Administración de Negocios. Una oportunidad única, pese a que en la lejana África quedó su pequeño hijo Taniel, de tan solo dos años de edad. En la misma medida que le parte el corazón en pedazos, siente que su decisión es la correcta.
—No podía decir que no, esto es algo que hago por los dos.
La realidad es que Mabel hace muchas cosas por el resto. Muchas más que para sí misma.
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Es un día cualquiera de 2013 y Mabel va camino a la Universidad de Estudios del Desarrollo, recorriendo las siempre calurosas calles de Kumasi, Ghana. Un par de cuadras antes de llegar, se le acerca un indigente en silla de ruedas, para pedirle algo de dinero. A Mabel que nunca le ha sobrado nada, le es imposible ayudarlo económicamente, sin embargo, se detiene un momento para hablar con él.
—Siempre me ha interesado la vida de la gente, así que me quedé conversando. Me contó que había ido a una escuela para personas con discapacidades, donde le enseñaron a trabajar con cuero y otros materiales y donde tenía posibilidades de encontrar trabajo.
Mabel atiende a una clienta en su tienda en Ghana. Foto/Archivo personal Mabel Suglo.
El trabajo nunca llegó y el hombre terminó pidiendo dinero en la calle. Después de escuchar su historia, Mabel le lanza un osado ofrecimiento: ¿Qué te parece si en vez de dinero, intento darte trabajo?
—Feliz, él me dijo que sí. Me quedé con su número de teléfono.
En ese momento Mabel no tiene absolutamente ningún trabajo que ofrecerle y su licenciatura de Educación en Ciencias de la Salud no es la carrera ideal para encontrar algo rápido y ayudarlo, sin embargo, la situación límite en que lo vio, la lleva a pensar en algo ingenioso, funcional para él y para ella.
—Siempre vi a mi abuela y a los granjeros usando zapatos hechos artesanalmente de neumáticos de automóviles. Entonces pensé, si mi abuela podía hacerlo, quizás yo puedo comenzar a producir zapatos con neumáticos reciclados.
Mabel mueve algunos contactos, consigue 100 dólares iniciales de inversión, llama a Kingsford Otoo, el indigente que le pidió dinero en la calle, y pone en marcha un pequeño emprendimiento: Eco Shoes.
En primera instancia comienza fabricando zapatos para granjeros, tal como los que ocupaba su abuela, sin embargo, al poco andar se da cuenta de que el mercado para ese tipo de zapatos es muy reducido y que los granjeros de la zona no tienen cómo afrontar el coste de los zapatos que Eco Shoes ofrece. Entonces, toma la decisión de ampliar el negocio.
—Dejamos de hacer únicamente zapatos para granjeros, para comenzar a fabricar zapatos de moda, para todo tipo de público. También bolsos, carteras y accesorios, todo hecho únicamente de materiales reciclados, especialmente de neumáticos.
Con la ayuda de Kingsford, su primer empleado, rápidamente Eco Shoes se convierte en un emprendimiento de éxito. Pasó de tener un solo trabajador a 13 y de producir un par de zapatos por día a 400 mensuales.
En 2015 Mabel es reconocida por el programa Anzisha Price, dependiente de African Leadership Academy, organización africana que premia a los jóvenes emprendedores del continente que logran destacar por su impacto en la comunidad, para que puedan seguir persiguiendo sus sueños. Con esta ayuda vuelve a dar un impulso a su negocio, para transformarse y crear un proyecto mucho más ambicioso: Dignified Wear (Ropa hecha con dignidad).
Cuando intentas contactarte con ellos a través de su número de WhatsApp, inmediatamente llega un mensaje de vuelta que dice “Bienvenido a Dignified Wear, tu marca sociocultural de Ghana. Has sido dignificado”. La primera regla de Dignified Wear es contratar a todas las personas discapacitadas que le sea posible.
Este es unos de los productos que Mabel a llevado desde Ghana a Bournemouth, Inglaterra. Foto/Francisco Jiménez De la Fuente.
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Desde el aire, Bournemouth se ve muy frondosa. Es una ciudad pequeña, generalmente de clima amable, pero en invierno muy lluviosa. Está ubicada en la costa sur de Inglaterra, y cuenta con poco menos de 200 mil habitantes. Luce ordenada, pulcra y tranquila. En vez de grandes rascacielos hay bonitos edificios y casas de ladrillo expuesto, rodeadas por árboles y áreas verdes muy bien cuidadas. Todo muy limpio y organizado. Hoy la lluvia es intensa y el viento hace inútil el uso del paraguas que se transforma mucho más en un estorbo que en un aliado. Encuentro refugio en una tienda de la muy transitada avenida Old Christchurch Rd. El lugar se llama Samaritans.
Mabel viste un impecable diseño con rayas azules, blancas y amarillas que la cruzan de pies a cabeza. Le gusta vestirse bien. Está ordenando unos libros, cientos de libros. Los limpia con un paño viejo y los dispone en un estante con mucho cuidado, como si fueran suyos. No lo son, pertenecen a la organización benéfica Samaritans, donde está trabajando como voluntaria, pese a que solo lleva unas semanas en Reino Unido. En esta pequeña tienda se venden cosas de segunda mano, libros, juguetes, losa, películas, artículos de hogar y ropa, mucha ropa. Mabel pone especial atención a la ropa, porque siente que de todo puede sacar alguna idea. Le interesa en especial el tema de las tallas, y el de cómo se administra un negocio de este tipo en Inglaterra. También pone atención a los detalles, como el de un botón original o el cuello de una camisa vieja. Siempre hay algo para aprender dando vueltas en el ambiente.
—Todas las navidades en Ghana, recibimos regalos para los niños, provenientes de Samaritans. Cuando llegué acá y me di cuenta de que ellos eran las personas que nos ayudaban a hacer tan felices a nuestros niños pensé ¿por qué no ayudarlos a ellos de vuelta?
Ana, su jefa y manager de la tienda, está más que feliz con la llegada de Mabel. Genuinamente feliz. Cada tanto se le acerca, la abraza, la aprieta. La mira con ojos de madre a hija, como si se conocieran de toda la vida.
—Es increíble tener a Mabel acá. Necesitábamos a una persona así.
Se conocen hace tres semanas, pero Mabel ya se ha hecho notar. Ana siente que el hecho de que venga de Ghana y haya decidido darles una mano únicamente en agradecimiento por los voluntariados que Samaritans hace en África, hace aún más especial su presencia, del real interés de un ser humano por ayudar al otro.
Mabel junto a Ana, su jefa en Samaritans, Bournemouth. Foto/Francisco Jiménez De la Fuente.
Al finalizar su tarea, Mabel me pide que vaya hacia ella, me quiere mostrar algo en su teléfono, en realidad no es más que su fondo de pantalla, pero en él hay una hermosa foto de su hijo, que la acompaña a todos lados. La mira sonriente, como por cábala o para sentirse segura. Lo guarda y sigue con sus labores. Es su pequeño momento de conexión.
Ana observa cómo Mabel ha ordenado uno por uno los libros que quién sabe cuántas semanas llevaban acumulándose, juntando polvo y esperando por atención. Se gira hacia mí y sonríe como haciéndome sentir que estamos ante la presencia de alguien especial.
—Esto es maravilloso Mabel ¡brillante! Muchas, muchas gracias —le dice Ana genuinamente emocionada.
Hoy Mabel tiene que ir a la biblioteca de la universidad. Termina sus labores, salimos de la tienda y caminamos juntos por la ciudad. Hay exactamente nueve grados de temperatura, pero nos sacuden ráfagas de viento de más de 50 kilómetros por hora. Enfundada en un abrigo enorme, una bufanda y un gorro polar, se mueve por la ciudad con la alegría de una conquistadora que está descubriendo un mundo nuevo. Para Mabel pasar del calor de África al crudo frío de Bournemouth no es un problema, siente que las diferencias más notables son otras. Considera que está aprendiendo no solo del negocio, sino que también de la ciudad, de la sociedad. Está descubriendo muchas cosas que en Ghana seguramente podrían mejorar.
—Me gusta lo ordenado que se va acá. Las calles, todo limpio, los semáforos, los autos, el transporte público. Me encanta. Ghana no está muy bien organizado.
La falta de organización, claro, no es el único problema que tienen. Según el último Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Ghana se ubica en el lugar 133 de 191 países, con una esperanza de vida de 63.8 años. EL 24.6% de la población vive en condición de pobreza multidimensional y el índice de inflación interanual es del 45.44% (febrero 2023). Desde que el país logró su independencia en 1957, el Fondo Monetario Internacional (FMI) lo ha debido rescatar en 17 ocasiones. Una vez cada 3.9 años ha estado a punto de caer al abismo.
Mabel ordena los libros en Samaritans, Bournemouth. Foto/Francisco Jiménez De la Fuente.
Los problemas económicos repercuten en la salud pública. Con solo el 1.09% del PIB destinado a salud (equivalente a 21 dólares per cápita), no alcanza para cubrir las demandas de un pueblo con muchas carencias.
El ocho por ciento de los más de 30 millones de habitantes del país sufre algún tipo de discapacidad y a lo largo de la historia ha sido muy difícil quitar el duro estigma que cae sobre ellos. A lo largo de generaciones, miles de niños discapacitados fueron asesinados en el norte de Ghana, por la antigua creencia de que estaban poseídos por espíritus malignos y podrían traer mala suerte a las familias y a la comunidad en general. Se les denominó “Spirit Children”. Al nacer, un grupo de curanderos decidía si el niño estaba poseído o no y de estarlo, era envenenado. Incluso si un niño tenía la mala fortuna de nacer justo cuando la familia estuviese pasando por un mal momento, corría el riesgo de ser interpretado como un niño poseído y perder la vida. Recién en 2013 se promulgó una ley que se hizo cargo del problema y prohibió el desarrollo de este ritual, sin embargo, la creencia sigue arraigada en muchos sectores del país y en algunos lugares de África.
Pese a que para Mabel estas historias no son más que oscuras tradiciones, lejanas a su realidad, también es cierto que en su empresa Dignified Wear, se privilegia la contratación de personas con discapacidades, ya que para ella son perfectamente aptas para desempeñar todo tipo de labores. Se preocupa de hacerlos sentir que una inhabilidad física no es sinónimo de ser menos ni debiese ser una razón para perder oportunidades laborales. También es una forma de honrar la memoria de su abuela, quien sufría lepra, una enfermedad muy limitante y especialmente estigmatizada. Con todo, se las arregló para trabajar y cuidar de su nieta.
—Mi abuela tenía un solo dedo de sus manos, y trabajaba la tierra como granjera. Pensé que los discapacitados tenían todos sus dedos, entonces realmente no tendrían ningún problema para trabajar. El único problema para ellos, es lo difícil que es recibir una oferta de trabajo, entonces decidí ofrecérselos.
Los padres de Mabel se separaron cuando ella era muy pequeña. Mientras su padre se alejó, ella siempre vivió con su madre, pero fue su abuela quien marcó su formación como persona. Vivir años a su sombra y a su cuidado, viéndola trabajar y desenvolverse de manera normal en la vida pese a todas sus limitaciones físicas, preparó a Mabel para los caminos que hoy está recorriendo. El foco de su vida está puesto en que su empresa crezca todo lo posible, pero siempre con la idea de ayudar a los demás. No lo concibe de otra manera.
—Dignified Wear la hacen las personas con las que trabajo. Ellos son discapacitados, pero en Ghana creo que no tienen el respeto que merecen. Solo quiero entregarle un poco de dignidad a sus vidas. Sin personas discapacitadas, esta empresa no tiene razón de existir. Dignified Wear primero tiene que ver con la gente que los produce, y luego con la calidad y comodidad que queremos entregar con nuestros productos.
—¿Te preocupó que tu negocio pudiera ser discriminado por contar con una mayoría de empleados con diversas discapacidades?
—En un comienzo fue difícil. Recuerdo que una persona en Kumasi rechazó comprar nuestros zapatos cuando le dije que estaban hechos por personas discapacitadas. De todas maneras, no la puedo juzgar, hay gente que hasta el día de hoy cree en el mito sobre las personas con discapacidades que están poseídas por dioses malignos.
Pese al paso en falso, Mabel está segura de que el éxito de su empresa tiene que ver, por supuesto, con la calidad de sus productos y sus precios competitivos, pero especialmente con que los clientes se enteran cuál es el equipo de trabajo que está detrás de la producción y eso le da un valor agregado.
Mabel junto a Vincent Marmion, su profesor, en una sala de clases de la Universidad de Bournemouth. Foto/Francisco Jiménez De la Fuente.
Al teléfono desde Ghana, Joanna Chamber, antigua clienta de Dignified Wear, confirma esta idea de Mabel. Me cuenta sobre la calidad de los zapatos, de cómo ha decidido comprar también para el resto de su familia, pero la diferencia la hace otro punto.
—Hay algo especial, único, sobre Dignified Wear —aclara Joanna—. El hecho de que se utilice el conocimiento y las habilidades de personas discapacitadas, de que puedas ir a la tienda y ver cómo están haciendo su trabajo… Muchas veces es gente que vive o vivió en las calles, rogando por dinero. La contribución de Mabel es bajar la tasa de discriminación y, por el contrario, entregarles un trabajo digno.
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Mabel se pasea por los pasillos de la universidad como si fueran las polvorientas calles de Kumasi, su ciudad natal. Es como un pez de dibujos animados que fluye danzando, haciendo piruetas y dejándose llevar por la corriente del río. Me quiere mostrar cada uno de los rincones de éste, el que será su hogar por al menos un año. Abre todas las puertas que hay en su camino, saluda a profesores, estudiantes y trabajadores, regala sonrisas y derrocha energía. En el recorrido me invita al salón donde acaba de terminar su clase de economía. Me presenta a algunos compañeros, de Nigeria, de Alemania, de Inglaterra, pero principalmente quiere que conozca a su profesor, Vincent Marmion, fue él quien la recomendó para el voluntariado que está haciendo en Samaritans, y uno de los primeros que le tendió una mano en Reino Unido.
Vincent está enterado de la historia de Mabel, de quién es, qué hace y lo que ha dejado por estar aquí.
—Es una muy buena alumna, está muy motivada —me dice.
Conversan sobre las inquietudes de Mabel y los viajes de Vincent a Ghana. Mabel le cuenta que sueña con algún día, trabajar en las Naciones Unidas, o con tener alguna relación con ellos. Con tener la capacidad de llegar a más gente a la que poder ayudar. Que también ha pensado en algún momento en estudiar para ser abogada y especializarse para dar un servicio gratuito a las mujeres indefensas en África que estén pasando por un divorcio. Es muy específico el campo, pero es una situación por la que ella pasó hace poco, con el padre de su hijo.
Mabel siempre tiene presente a su hijo Taniel. Por ahora solo puede llevarlo junto a ella como fondo de pantalla en su teléfono. Foto/Francisco Jiménez De la Fuente.
Por lo que percibo, nunca habían conversado tan en profundidad como lo están haciendo hoy, Vincent le dice que tiene una amiga que trabaja en Naciones Unidas, que las pondrá en contacto.
—El mundo necesita gente buena como tú, con tu motivación, líderes de tu estilo —le dice.
Ella sonríe y asiente con cara de felicidad. Pero se lo toma en serio. Cuando Mabel ve la puerta entreabierta, intenta entrar a como dé lugar. Y acá está viendo una pequeña rendija.
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En 2020, Mabel Suglo fue reconocida entre los 50 jóvenes ghaneses más influyentes. Es solo una de las diversas distinciones que ha obtenido por el impacto de sus acciones en la vida de sus compatriotas. Dignified Wear sigue funcionando en Ghana mientras Mabel está lejos. Antes de la pandemia logró incluso exportar a lugares tan diversos como Estados Unidos, Bélgica o España, sin embargo, el covid frenó el ascenso y ahora, con Mabel a un océano de distancia, están enfocados principalmente en el mercado de Ghana. Si bien en su país son casi nulas las ventas online y el negocio se mueve netamente en la tienda, los tratos de exportación aparecieron a través de Facebook, una red social un poco extinta, pero que entre emprendedores se mueve bastante.
Kingsford Otoo, el primer empleado de Mabel, trabajando en su tienda en Ghana. Foto/Archivo personal Mabel Suglo.
Concentrarse únicamente en el mercado ghanés quizás es dar un pequeño paso atrás, pero importante para luego dar dos, tres o muchos más adelante. En la cabeza de Mabel está la idea de seguir potenciando las ventas online, explotar Facebook y el resto de redes sociales, recuperar el sitio web que alguna vez tuvo. Quiere desarrollar el negocio, hacerlo más eficiente, elevar la calidad de los diseños y los productos en general. Su plan también incluye contratar más gente, expandirse, crecer.
—Tengo que aprender todas las habilidades que pueda antes de que se acabe mi beca, luego en Ghana debo aplicar todo lo aprendido. Quiero hacer sentir a todos mis trabajadores que cosas muy bonitas pueden salir de ellos hacia el mundo.
Son casi las nueve de la noche y la universidad está por cerrar. Nos sentamos en un salón para abrigarnos y prepararnos mentalmente para salir a enfrentar la fría noche de Bournemouth. Ordenando sus cosas, Mabel toma su teléfono y me muestra ya no solo el fondo de pantalla, sino que una galería de fotos de Taniel, su hijo. Sus ojos brillan mientras va mirando las imágenes y videos que su madre le envía. Ella quedó al cuidado del pequeño y se encarga de mantenerla al tanto de todo. Aún así, no hay nada que pueda reemplazar el estar ahí. Sabe que está viviendo una experiencia increíble, pero que no puede compartir con él. Al menos no por ahora. Mabel está haciendo una agenda donde día a día anota recuerdos, vivencias y guarda fotografías que en el futuro espera compartir con su hijo. De alguna manera teme que él no la recuerde, entonces busca la forma de prepararse para rellenar ese espacio que en el futuro estará vacío.
—¿Te arrepientes de haber dejado a tu hijo para venir a desarrollar este proyecto?
Cierra los ojos. Se toma unos segundos y los abre en tinta roja mientras un par de lágrimas hacen brillar sus mejillas.
—No quería hablar de esto porque sabía que me iba a emocionar. Sé que solo yo lo podría cuidar mejor que nadie, me da mucha pena, lo paso mal, pero no me arrepiento, porque todo esto lo estoy haciendo por los dos. Sé que es lo mejor para él, que saldrá ganando. No podía dejar pasar esta oportunidad, no podía no hacer esto, no podía no venir. En algún momento estará orgulloso de mí.
El plan de Mabel es exprimir esta experiencia todo lo posible, asumir el costo e intentar no dejar las cosas al destino, sino que tomar acción.
—La próxima vez que nos veamos tendré mi propia línea de ropa inclusiva.
Entonces nos vemos en África.