Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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Lo primero que necesito es situar al lector en el lugar inhóspito en el que me encuentro al narrar esta historia. Quisiera que sienta el calor seco, la arena pegada al sudor, que vea los arreboles de cada atardecer, que se pierda conmigo al andar varias horas por el departamento más árido y septentrional de Colombia, La Guajira. Todos sus caminos son trochas en medio del desierto y cada bifurcación me parece idéntica a la otra. Vamos, por supuesto, en un jeep que conduce un guajiro conocedor de la zona. Voy acompañada de dos amigos con quienes pretendemos entender un poco más de la cosmogonía de la tribu Wayúu, que se asentó en estas tierras y vive bastante aislada del mundo de los Arijuna (persona no indígena). 

Según sus creencias, todo lo malo que sucede aquí y en el mundo de sus muertos es por influjo de los malos espíritus. La enfermedad, la muerte, y cosas mucho menos trágicas como la plaga en un rebaño no son otra cosa que resultado de esa influencia. Muchas veces, la falta del segundo entierro inquieta a los espíritus. ¿Cómo tender un puente entre ellos y este mundo para saber lo que quieren? Es aquí donde entra a mediar la piache u outsü de la familia. Es aquí donde Alicia, la esposa de Juan Pulecio, aparece para darle explicación a lo inexplicable y para ayudar a sanar todo tipo de desavenencia en su territorio e, incluso más allá de su casta, si vienen a verla desde lejos para que se conecte con el más allá o el Jepirra, como llaman los wayúus a ese tal cielo de la religión judeocristiana.

Parte del ritual con Alicia.

Alicia viste de rojo para cualquier ceremonia, así como recomienda que para limpiar una tierra de un mal que un envidioso le haya echado, es también menester pintarse con achepuu o pintura roja para la cara, así como llevar cintillos rojos para desviar la situación.

Cuando un familiar aparece en un mal sueño, Alicia baña a esa persona que tiene una maldición del otro mundo y le da de beber su preparado de raíces. Por lo general esto es seguido de un encierro para que el susodicho se limpie de todo mal y luego vaya a dejarlo todo en el mar, donde no solo se baña, sino que deja su ropa para salir como un hombre nuevo. Sucede también cuando las personas salen de la cárcel y van a iniciar una nueva vida. Alicia le pide a quien esté allí para limpiarse que se siente mirando hacia el mar, invoque a sus antepasados y se aferre al Asheyüü  o espíritu protector, mientras ella con sus amuletos hace lo suyo.

Su profunda concentración, mientras fuma tabaco y toma algunos sorbos de chirrinche (un destilado artesanal bastante fuerte), la ayuda a entrar en trance. Entonces habla a través de ella el Asheyüü, ese espíritu tutelar y viejo que viene a ayudar a su consultante y que, mientras le habla y le pide cosas elementales de la tierra, como maíz o más licor, ella escupe o resopla buches de tabaco mezclados con saliva y chirrinche por todo el cuerpo de quien viene a buscar ayuda, especialmente en el lugar de sus dolencias, sean estas físicas o espirituales. Quien recibe los poderes de este ritual no es un actor pasivo. Tiene que buscar con su pensamiento la ayuda de sus ancestros y sus espíritus protectores.

El sonido cadencioso que Alicia propicia batiendo la maraca en su mano tiene un efecto relajante en sus consultantes. Los ayuda a estar presentes nada más que en el momento para poder librarse de la adversidad que los aqueja.

Cuando un familiar aparece en un mal sueño, Alicia baña a esa persona que tiene una maldición del otro mundo y le da de beber su preparado de raíces.

 Una mañana cualquiera, cuando Alicia tenía dos meses de embarazo, se despertó con unos ataques. “Eso viene de raíz, de mi abuela. Como ella está difunta me escogió pa dejarme su don y a mí de niña no me gustaba esto, más bien intentaba nunca fumar tabaco y ahora estoy mal de la garganta por fumar tabaco. Porque tengo años de estar trabajando y esto me deja como medio muerta, hasta que baja la voz de una vieja anciana que pide la manía, o el tabaco antiguo que ya no se ve. La vieja lo come y empieza a sanar al peladito que me traigan con mal de ojo. La vieja busca si el espíritu que se lleva al pelao ya está camino a Jepirra con el del niño o si puede traerlo de nuevo a cambio de un chivito o una piedra”.

Muy cerca de el Cabo de la Vela, al norte de la Guajira, está el lugar que los wayuú llaman Jepirra. Es el sitio al que llegan las almas cuando mueren.

Los servicios de Alicia se utilizan para diferentes cosas. Cuando alguien está enfermo, pero también cuando alguien tiene un mal sueño sobre el destino de un allegado. “Como yo soy Outsuu, si a La vieja le provoca entrar para despejar a alguien que no necesariamente esté enfermo, sean cosas del amor o por ejemplo que no duerma bien, entonces yo les hago baños, encierros, y contras en pequeñas mochilas tejidas que espantan las malas energías de los que quieren hacer daño”. 

Los contras están hechos de plantas que Alicia combina por instrucción de La vieja que en sueños le indica dónde encontrar la planta que debe usar. “Ve a donde está esa luz y lo que consigas ahí será para ti. Así me decía desde las primeras veces, y yo caminaba y caminaba por el monte a oscuras, hasta llegar a la luz que luego se apaga al yo llegar y lo que veo es una culebra. Como La Vieja me está mandando, yo no tengo que temerle a esa culebra porque tengo que agarrarla. Cuando la agarro vuelve a tomar su forma de contra. Quien tenga miedo no puede encontrar contras”. Cuando es época de lluvia, Alicia debe ir a recoger esas plantas que poco se dan y que sirven para el mal de ojo y para la diarrea. No tienen nombre o mejor, Alicia no los revela por convicción.

 La preparación de los jawapis, o pócimas secretas, requiere de una piedra especial y única para machacar las hojas, hacer un bollito con ellas, ponerlo al sol, dejarlo secar y luego guardarlo en una pequeña mochila, aunque también lo pone en perfume o licor para que el consultante lo tome.

Alicia hace baños, encierros, y contras en pequeñas mochilas tejidas que espantan las malas energías de los que quieren hacer daño. 

Hay contras para la riqueza, para el problema y para el amor, pero Alicia prefiere dar esas contras en una sola sesión para que la protección sea total. “Si yo tengo una prenda, collares, oro, o una contra de esas buenas, yo le digo a mis hijas que cuando me muera no agarren mi contra y la entierren al lado de mí. Eso se usaba más antes, ahora los hijos usan todo para sobrevivir y mi alma puede escoger de nuevo a alguien que reciba el don de conectarse con los espíritus”.

La preparación de los jawapis, o pócimas secretas, requiere de una piedra especial y única para machacar las hojas, hacer un bollito con ellas, ponerlo al sol, dejarlo secar y luego guardarlo en una pequeña mochila, aunque también lo pone en perfume o licor para que el consultante lo tome.

 Alicia toma su maraca, se pone su traje especial y entra en una suerte de trance, mientras canta, bebe chirrinche y fuma tabaco. Cuando se despierta, no recuerda nada de lo que le dijo La vieja al consultante. Ella solo sabe que, para trabajar, La vieja pide café, azúcar, chirrinche y tabaco. Quien la busca se sienta en silencio en la enramada hasta que La vieja baja y empieza a hablarle. Si Alicia no entra en trance no tiene ningún poder adivinatorio ni curativo. Es una persona común y corriente, con la desventaja de que sus vías respiratorias están afectadas por el tabaco. Tampoco existe manera de que ella pueda echarle un maleficio a nadie, o prefiere no hacerlo en caso de que se lo pidan. La magia en la cosmogonía wayúu es únicamente para curar. “Yo soy Piache (chamana o chamán) y en el medio de eso yo trabajo el espiritismo, así que trabajo con la medicina y con La vieja, pero también con otros indios que bajan a mí”.

Como La vieja habla en wayuunaiki, muchas veces requiere de la traducción de su nieta que le interpreta al paciente lo que va diciendo. No entraré en detalles sobre lo que me dijo, porque no había detalles, pero La vieja acertó sin duda al afirmar que “esta niña sufre mucho en su cabeza”. Me sé de memoria la canción que mi madre me enseñó desde chiquita que dice “yo no creo ni en brujas ni en cocos a mí no me asustan ni cogen bobo”. Pero desde que visité a Alicia, también sé que los rituales son transformadores en cualquier ser humano que los necesite. Por eso después de verla, me bañé en una playa despoblada de Mayapo (a varios kilómetros de la ranchería de Alicia) y le entregué mi vestido de baño al mar, como quien sale de la cárcel, porque sin duda mi cabeza a veces es como una cárcel.

Alicia, vestida de rojo ceremonial, entra en trance.

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