Cierre de campaña. Sobre el escenario está “Illapu”, icónica banda chilena de hombres de pelo largo, zampoñas y charangos, mezcla de música folclórica y andina, que se hiciera popular por su férrea oposición a la dictadura. Entonan la canción “Sobreviviendo”, original del cantautor argentino Víctor Heredia.
Me preguntaron como vivía, me preguntaron
'Sobreviviendo' dije, 'sobreviviendo'…..
Bajo el escenario, al costado izquierdo, sentada en un pequeño banco de plástico sobre la tierra y unas tablas de madera improvisadas, refugiada entre Marco, su esposo, y un perro callejero que se acerca curioso a disfrutar el show, está Fabiola Campillai. Hace casi dos años que no puede ver, pero escucha concentrada. Mueve su pie derecho al ritmo de la música. En su rostro viven las huellas indelebles de una terrible agresión que le quitó los dos ojos, pero su sonrisa acapara la atención. Está extenuada, han sido jornadas intensas y aún está en proceso de recuperación, pero poco parece importarle.
Fabiola canta “Sobreviviendo” como si en ello se le fuera la vida.
Todos frente al peligro, sobreviviendo
Tristes y errantes hombres, sobreviviendo
Sobreviviendo, sobreviviendo.
Y es que si de algo se ha tratado su vida entera, es justamente del arte de sobrevivir.
Fabiola Campillai durante su campaña al Senado.
***
Martes 26 de noviembre de 2019. Fabiola Campillai, madre de tres hijos y casada con Marco Cornejo, tiene turno de noche. Hoy su marido no la puede acompañar, así que camina junto a su hermana Ana María. Debe llegar al paradero de micro en Portales Oriente, comuna de San Bernardo, para trasladarse a su trabajo en la fábrica de pastas Carozzi, donde se desempeña en el equipo de control de calidad de la lasaña. Es feliz en ese lugar. Lo pasa bien con sus compañeras, se ríe y se relaja, pese a que las jornadas son intensas y percibe el salario mínimo. El cansancio se compensa porque a veces, cuando sobra alguna lasaña quebrada por ahí, se la puede llevar para la casa.
Son días agitados en Chile. Desde el 18 de octubre pasado, el país está atravesando el fenómeno del “estallido social”, generado por el descontento de una gran mayoría de la población ante la desigualdad extendida a lo largo de esta angosta tierra.
Fabiola siempre ha sido dirigente social. Mujer luchadora, de clase obrera. A sus 36 años ha debido librar diversas batallas por la defensa de su población. Está muy de acuerdo con la insurrección del pueblo, para que sus demandas sean escuchadas de una vez por todas.
Hoy, sin embargo, no va a protestar. Fabiola va puntual a trabajar. Como cualquier día, conversa con su hermana Ana María sobre la vida, la familia, la graduación de una de sus hijas y todas esas pequeñas cosas que hacen más corto y ameno el trayecto de la casa al bus.
Hace casi dos años que no puede ver, pero escucha concentrada. Mueve su pie derecho al ritmo de la música. En su rostro viven las huellas indelebles de una terrible agresión que le quitó los dos ojos, pero su sonrisa acapara la atención.
Alrededor de su casa hay disturbios. Como los hay en todo el país. En la esquina de Portales Oriente con Fermín Vivaceta, se guarece un grupo de carabineros que combate a algunos manifestantes. Avanzan hacia el pasaje Ángel Guido, por donde caminan las hermanas. A menos de 15 metros de distancia, por la calle Vivaceta, Fabiola y Ana María se encuentran con los carabineros de frente. Los ven disparar en dirección a ellas. El aire se espesa, el paisaje se nubla y se llena de sangre.
De ahí en más, la luz para Fabiola se apagará para siempre. Y no recuerda nada. Su hermana se salvó de milagro.
Una bomba lacrimógena disparada por Carabineros de Chile, le destrozó los dos ojos y le desfiguró el rostro, que debió ser reconstruido en una compleja cirugía. Después de Gustavo Gatica, Fabiola Campillai se transformó en la segunda persona en perder su visión por completo en el contexto del estallido social.
Según el INDH (Instituto Nacional de Derechos Humanos), hasta diciembre de 2021 se habían interpuesto 3.084 querellas por violaciones a los derechos humanos durante la crisis social, de ellas 2.179 son por apremios ilegítimos, 542 por tortura y 16 por apremios ilegítimos con resultado de lesiones graves gravísimas, categoría en la que entra Fabiola.
Del total de las querellas, 2.930 son en contra de Carabineros de Chile. Durante la crisis, 460 personas fueron víctimas de trauma ocular en el país, de ahí que taparse un ojo con la mano quedó marcado como señal de protesta ante la fuerza policial y es sinónimo de exigir justicia.
Fueron días difíciles. Los de Fabiola, fueron terribles. En un suspiro perdió la vista, el gusto y el olfato. Y pudo perder la vida. Pero lejos de derrumbarse, se comenzó a rearmar. Increíblemente no perdió su sonrisa. Tampoco sus ganas de vivir.
—Lo que me pasó me dio fuerza, se convirtió en una fortaleza. Me empoderó.
Fabiola, risueña, me cuenta que antes, en su vida regular de obrera, no tenía tiempo para interiorizarse realmente en los problemas del país. Mucho tenía ya con los suyos, trabajo de sol a sol, escaso tiempo para sus hijos, el dinero justo para llegar a fin de mes.
Sin embargo, ahora siente que de alguna manera, las cosas se le han dado para entender el fondo del descontento social.
—Siento que tuve que dejar de ver para comenzar a ver.
Y siente que tiene que hacer algo. Fabiola Campillai lo ha decidido: Quiere involucrarse en el mundo de la política. Quiere ser senadora de la República de Chile.
"Lo que me pasó me dio fuerza, se convirtió en una fortaleza. Me empoderó", afirma la senadora.
***
—Muchos periodistas nos han llamado para preguntarnos cuál es la maquinaria política tras esta candidatura. Nosotros nos reímos. Venga a vernos —me dice Fabiola.
La verdad es que yo también me lo pregunto, ¿quién está tras la candidatura senatorial de Fabiola, una víctima del estallido social, sin ninguna experiencia política previa?
La reunión es en su casa. Las murallas de ladrillos expuestos, pintadas de un naranjo intenso y adornadas por cuadros grandes, de marcos negros, toscos, con motivos florales, dan la bienvenida al mundo íntimo de Fabiola. Un enorme televisor colgado en la muralla y un equipo de música con parlantes tan grandes que bien podrían servir para hacer bailar a toda la población, completan el decorado.
La mesa del comedor está cubierta por un mantel de plástico, típico de cumpleaños de niños. Lo adornan copihues, niños bailando cueca y la frase “viva Chile” repartida por todos lados. Aún estamos en septiembre, mes de la patria.
Fabiola, vestida completamente de negro, está en la cabecera. Después aparece Mariana, conocida como la “Chascona Solidaria”, con su suéter negro con lentejuelas, pantalones muy ceñidos, botas con estrellas plateadas, uñas pintadas todas de distintos colores y lentes de sol. Es la jefa de campaña de Fabiola al Senado. A su lado, Bernardo Cortés, que luce una vistosa polera roja igual que sus zapatillas y que hacen juego perfecto con sus pantalones azul intenso. Usa una barba blanca y el pelo amarrado en forma de tomate. A Bernardo, que apenas se empina por el metro sesenta, se le conoce como “El Duende”. Atrás, en un sofá, de shorts y guayabera, desconectado pero mirando de reojo, Marco, el marido de Fabiola.
Esta es la maquinaria política de la candidata a senadora, que hoy me recibe en su casa.
“Sírvanle un vasito de agua al joven”, pide Fabiola, mientras le da un mordisco que sabe a gloria a su marraqueta con queso y jamón. “Perdón, es que tengo mucha hambre”, se excusa.
—Fabiola, ¿por qué quieres ser senadora? —le pregunto, directo al grano.
—En primer lugar esto nace por decir ya basta de la Fabiola víctima. Fui víctima del Estado, fui víctima de los agentes del Estado, fueron violentados mis derechos, pero ahora hay una Fabiola más empoderada, más fuerte, que puede hacer algo por la gente.
Fabiola no tiene dudas. Pese a que tras su sonrisa se deja ver el nerviosismo ante un escenario tan desconocido e improbable para una vida como la suya, cree que al embarcarse en este viaje está tomando una buena decisión.
—¿Y por qué senadora y no diputada, por ejemplo?
—Creo que ser senadora es más fuerte. Son más posibilidades. Diputados son muchos, senadores menos. Y no Presidenta, porque era mucho jajaja…. La verdad es que no me veo como Presidenta, pero tampoco lo descarto. Imagínese la tremenda maquinaria política que tengo detrás, yo creo que llegamos a la presidencia, de verdad.
Fabiola, entre risas y bromas, sueña en grande.
Fueron días difíciles. Los de Fabiola, fueron terribles. En un suspiro perdió la vista, el gusto y el olfato. Y pudo perder la vida. Pero lejos de derrumbarse, se comenzó a rearmar. Increíblemente no perdió su sonrisa. Tampoco sus ganas de vivir.
***
Fabiola quiso llegar al Senado de Chile para trabajar por los "pobladores" de la periferia.
Exactamente 22 kilómetros separan a San Bernardo de Santiago. Es una comuna ubicada en la periferia de la Región Metropolitana de Santiago de Chile. Periferia, por estos lados, significa estar un poco aislado. Alejado, en el amplio sentido de la palabra. Dejado de lado. Donde a los barrios no se les llama barrios, ni villas, sino “poblaciones”. Y a los vecinos, pobladores. Donde las bandas de narcotraficantes, las balaceras y los ajustes de cuentas, son tan frecuentes como el saludo mañanero al dueño del almacén de la esquina. Donde escasean las áreas verdes, los parques, las canchas. Donde son los mismos vecinos, los pobladores, los que tienen que defender sus casas, sus causas, sus vidas, porque en la periferia, todo cuesta un poco más que en el centro.
San Bernardo es una comuna de 324 mil habitantes, donde el 26.07% viven sumergidos en la pobreza multidimensional (medición de carencias en educación, salud, trabajo, vivienda, entre otras variables). Supera en seis puntos el promedio del país. El 19.6% de los hogares viven hacinados. Cada 100 mil habitantes existen tres mil denuncias por delitos de connotación mayor. Según una investigación de CIPER (Centro de investigación periodística), el 11.8% de la comuna está ocupada por el narcotráfico. Incluida la población Cinco Pinos, donde Fabiola Campillai vive junto a su familia.
Hace más de ocho años, la Empresa de Ferrocarriles del Estado (EFE), anunció con bombos y platillos su proyecto Rancagua Express, que uniría en tan solo 50 minutos la ciudad de Santiago con Rancagua, sexta región de Chile. Los damnificados, sin embargo, serían quienes estaban a lo largo del recorrido, pues el proyecto venía acompañado de diversos costos adicionales: grandes muros que dividirían la comuna en dos, expropiación de casas, y tala de árboles. Lo más sorprendente es que no se contemplaba una estación en los alrededores, para que los vecinos afectados al menos la pudieran usar. Mucho costo, muy poco beneficio.
Por ese entonces, Fabiola Campillai era la secretaria de la Junta de Vecinos Rinconada de Nos N°66, de la Población Cinco Pinos. Como tal, fue parte de un grupo al que le tocó dar peleas impensadas. En un comienzo, se pidió que el tren fuese subterráneo, “tal como se haría si fuese en el barrio alto”, decían. Ante la negativa de la empresa y a punta de protestas y enfrentamientos con la policía, comenzaron una larga cruzada para exigir que en las inmediaciones del sector se construyera una estación del tren y pasarelas para que los adultos mayores pudieran cruzar con facilidad. Tuvieron que pelear en la calle la posibilidad de ser parte de los beneficiados.
—Fuimos reprimidos. Esta población se llenaba de gases lacrimógenos. Gracias a Dios no tuvimos que lamentar ninguna vida, ningún herido… desde ahí venía nuestra lucha —asegura Fabiola, apuntando a la calle como si aún pudiera verla.
Recuerda también aquellos días en que se tomaban la vía pública para realizar celebraciones. Ante la escasez de espacios públicos habilitados, tomaron la decisión de cerrar calles, instalar escenarios y repletar de sillas para, por ejemplo, celebrar el día de las madres.
—Se les contrataban dobles de artistas, estaban toda la tarde escuchando música, bailaban, se les entregaba una flor —orgullosa, recuerda Fabiola.
Periferia, por estos lados, significa estar un poco aislado. Alejado, en el amplio sentido de la palabra. Dejado de lado. Donde a los barrios no se les llama barrios, ni villas, sino “poblaciones”. Y a los vecinos, pobladores. Donde las bandas de narcotraficantes, las balaceras y los ajustes de cuentas, son tan frecuentes como el saludo mañanero al dueño del almacén de la esquina.
En la periferia, las juntas de vecinos, tienen que hacer eso y más por ayudar a su gente. Muy comunes son los “bingos bailables” para costear cirugías o las “tocatas solidarias” para reconstruir casas arrasadas por algún siniestro, de esos que tanto azotan a este país. En la periferia, la mayoría de las veces, se las arreglan solos.
Tras cuatro años de incansable batalla, los vecinos de la Población Cinco Pinos, consiguieron que se construyera una estación que hoy beneficia a miles de personas y a la que yo mismo llegué para visitar la casa de Fabiola Campillai. Hoy la flamante “Estación Cinco Pinos” luce, escrita en una de sus murallas, la frase “Fabiola, nunca estarás sola”.
—¿Cambiará tu rol en la población si eres electa senadora?
— Si salgo senadora, desde allí también voy a apoyar la lucha, o sea, esto no se va a olvidar. Nosotros todos, sabemos que soy todo lo que ellos odian. Todo lo que la elite odia, soy yo.
—¿Por qué?
— Porque soy morena, soy mujer, soy indígena y soy de población. Soy de la gente de la clase obrera, de la que ellos tanto se aprovechan. Aunque sea la única que vote por la gente, no importa, lo voy a hacer y voy a votar a conciencia, y por la gente, no por lo que ellos me digan.
Cuando se refiere a la elite, no habla de un partido político, o de la derecha. Su crítica, su rabia es transversal hacia la elite política. Por lo mismo está convencida. Están convencidos, que esta inusitada popularidad que Fabiola Campillai está viviendo, es una oportunidad dorada para colarse en el lugar donde se toman las decisiones. Y crear una línea directa con ese pueblo —del que son parte— que ellos aseguran, ha sido tan maltratado. Tan ignorado.
—Si a un perro le pegas todos los días, un día el perro te va a morder —apunta Mariana.
***
Porque soy morena, soy mujer, soy indígena y soy de población. Soy de la gente de la clase obrera, de la que ellos tanto se aprovechan. Aunque sea la única que vote por la gente, no importa, lo voy a hacer y voy a votar a conciencia, y por la gente, no por lo que ellos me digan.
El momento preciso en que Fabiola Campillai decidió ser candidata a senadora, se resolvió mucho más rápido de lo imaginable. Recibió primero una invitación del movimiento la “La Lista del Pueblo” y en una conversación familiar junto a su esposo y sus tres hijos, sin mayores dilaciones, Fabiola puso sobre la mesa el tema: “Quiero ser senadora”. La respuesta no demoró: “Lo que usted quiera, nosotros la apoyamos”. A poco andar, rompería con la Lista del Pueblo y comenzaría un camino 100% independiente.
—Y desde ahí estuvimos mal po’. Me metieron en la pata de los caballos —cuenta Fabiola riéndose a carcajadas. Al menos el cincuenta porciento de las cosas que dice Fabiola, las dice riéndose. Su sonrisa abundante hace olvidar el sufrimiento que ha tenido que atravesar en tan poco tiempo.
La misión no era fácil. Para ser candidata independiente debía conseguir seis mil firmas para patrocinar la candidatura. Las exigencias a los candidatos independientes son altísimas. La barrera de entrada para una inexperta como ella, pudo ser insalvable.
Las dudas, sin embargo, se fueron disipando cuando comenzaron a llegar los primeros patrocinios. Cuando el boca a boca fue haciéndola sentir que todo era posible. Se transformó en un personaje muy popular.
Un par de partidos políticos se acercaron a ella y su equipo de campaña para proponerles integrar sus respectivos pactos. La respuesta siempre fue la misma: “Olvídenlo. Ya reunimos todas las firmas. Vamos independientes. Siempre independientes”.
Sabiéndose minoría, pero con la sincera convicción de que con una campaña honesta podría convencer a la gente, a los jóvenes, a los desencantados, Fabiola Campillai fue a inscribir su candidatura al Servicio Electoral (Servel). No sería tan fácil.
—No sabíamos dónde estaba el Servel. No sabíamos realmente que día había que inscribirse.
No sabían nada. Pero lo querían todo. Se dieron innumerables vueltas por el edificio. Fabiola estaba como alumna nueva recorriendo un campus de una universidad. Ansiosa, perdida, temerosa, ajena. Pero preguntando se llega a Roma, o al senado. Así, en el último día, a minutos de que cerrara el plazo, Fabiola Campillai logró oficialmente inscribir su candidatura independiente para senadora a pesar de que la falta de información pudo haberla hecho quedar fuera incluso antes de comenzar la carrera.
***
Hay veinticinco sillas de plástico a la sombra de tres árboles, desde los cuáles cuelgan algunas guirnaldas de colores. Esparcidos, lienzos y pancartas que claman por justicia y no más impunidad. Es la esquina de El Olmo con Bajos de Matte, comuna de Buin, en la periferia de la Región Metropolitana. Se aguarda por la llegada de la candidata a senadora Fabiola Campillai, a la inauguración de la pequeña “Plaza por la Justicia Mario Acuña Martínez”, en homenaje a Mario Acuña, ciudadano de 44 años que el 23 de octubre de 2019, en el marco de las protestas por el estallido social, sufrió una golpiza de Carabineros que hoy lo tiene con daño neurológico irreversible. No puede hablar y apenas puede mover su mano y su antebrazo izquierdo. Fabiola, otra víctima del estallido, hoy viene para demostrarle su apoyo y también para acercarse a sus posibles adherentes. Es también, una actividad de campaña.
Pero las actividades de campaña no son materia fácil para Fabiola. Le cuesta hablar en público, no está acostumbrada. Un día eres una obrera en una fábrica de pastas y al otro, una famosa candidata no vidente al Senado.
Cae la luz del atardecer. Fabiola camina por el medio de la calle junto a su esposo. Al costado viene Mariana, que aparte de ser su jefa de campaña es la vocera de la causa de Mario Acuña. Ella empuja su silla de ruedas. Bernardo, el Duende, graba todo el proceso.Todos se ríen. Aplauden. Las poco más de treinta personas que hoy se han reuinido, los vitorean. Fabiola, sin embargo, se queda un poco más atrás, en un rol secundario.
Hoy no quiere ser Fabiola la víctima, sino Fabiola la candidata.
Una vez en la plaza, y posterior a algunos discursos y las canciones tributo a Víctor Jara y Pablo Milanés, el inevitable momento ha llegado. Fabiola es llamada al escenario, que no es más que un micrófono con un pequeño telón de fondo, para decir algunas palabras. Respira profundo. Aprieta la mano de Marco, tan fuerte que le podría hacer sonar los huesos. Se toma unos segundos. Varios. Posa la cabeza sobre el hombro de su marido y se refugia ahí, algunos segundos más.
Mario Acuña, ciudadano de 44 años que el 23 de octubre de 2019, en el marco de las protestas por el estallido social, sufrió una golpiza de Carabineros que hoy lo tiene con daño neurológico irreversible.
Con la ayuda de Marco y de su propia fuerza de voluntad, Fabiola se levanta y y se dirige lentamente hacia el micrófono en medio de aplausos y gritos de “Justicia, verdad y no a la impunidad”.
Fabiola, temblorosa, micrófono en mano y sin alejarse ni un centímetro del lado de Marco, se lanza: “Solo decirles, que sigamos luchando, que sigamos juntos y unidos, porque así, jamás nos van a vencer. No soltemos las calles. Ninguna lucha es pequeña y hoy, me toca a mí luchar desde ese otro lado. En donde no les voy a fallar. Alzamos la voz y lo único que pedimos, es libertad, verdad, justicia, reparación, y garantías de no repetición”.
Un aplauso cerrado la abraza y la despide. Rostro sonriente y ramo de flores en sus manos, Fabiola se retira contenta. Con la sensación de haber dado un pequeño paso más.
La intercepto. Me presento, porque pese a que hemos hablado y estado juntos varias veces, solo yo la he visto. Ella aún está en proceso de aprender a vivir sin ver.
—¿Cómo has vencido el miedo de tener que hablar en público?
—Me pongo muy nerviosa. Pero lo voy superando de a poquito. Un joven que es actor me va a hacer clases, para poder soltarme de a poco. Me cuesta mucho.
Fabiola se está preparando de todas las formas posibles. Toma clases, voluntarios le graban libros completos de políticas públicas para que pueda estudiar y poco a poco está aprendiendo a ocupar el computador y el teléfono. A su vez, debe enfrentar duros días de campaña en terreno, sin aún tener la destreza para ocupar el bastón. Hoy ya se retira hacia su casa, mientras miembros de su equipo reparten algunos panfletos que muestran, por primera vez, el lema de su campaña. “Fabiola Campillai: La visión de la esperanza”.
***
Fabiola es una persona tranquila. Risueña. Que enfrenta la vida con optimismo, pese a lo dura que la vida ha sido con ella. Es futbolera e hincha acérrima de Colo Colo. Es también una mujer romántica. Fanática de Chayanne y Ricky Martin, aunque su canción favorita es la de la banda mexicana Calibre 50, “Siempre te voy a querer”.
Una mujer calmada. Centrada, que pocas veces se sale de sus cabales. Pocas veces, sin embargo, no quiere decir nunca. El 30 de julio de 2021 la corte de apelaciones de San Miguel, revocó la prisión preventiva al excapitán de Carabineros Patricio Maturana, sindicado como el autor del ataque que la dejó ciega. Fabiola, Mariana, Marco y un grupo de adherentes, fueron a protestar a las afueras del Palacio de La Moneda.
Y Fabiola explotó. De pena. De rabia.
“Donde estemos, salgamos a las calles y destruyamos todo y quememos todo”, gritó, desgarrando la voz, frente a toda la prensa que buscaba su reacción. Y su reacción, era de pura impotencia. Igual que la de Marco, su marido, un hombre bonachón, medido, que nunca le ha soltado el brazo para guiarla, en los más de dos años que Fabiola lleva sin ver.
“No se van a quedar riendo, conchetumadre”, soltó Marco. Corto, rápido, furioso. Con una voz que se quebraba. Al borde de las lágrimas.
Fabiola sufrió una lluvia de críticas y claro, su frase fue desafortunada. Especialmente en momentos en que cualquier detalle puede desnivelar la balanza.
Mariana a un costado, los acompañaba y, a la vez, medía cuánto podía afectarlos esta situación. Sin embargo, el análisis de Mariana es auspicioso. Dice que lo ha visto en la calle, en las reuniones, que se siente en el ambiente. Que incluso muchos jóvenes anarquistas, reacios a los procesos eleccionarios, le han asegurado que esta vez harán una excepción e irán a votar por Fabiola.
El escenario electoral para Campillai es muy complejo. Al ir como independiente, debe enfrentarse a los votos sumados de listas completas. Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política y académico de la Universidad de Talca, lo explica mejor.
—¿Cuáles son las posibilidades reales de Fabiola Campillai, de obtener une escaño en el senado?
—Fabiola Campillai va como independiente fuera de pacto. Generalmente los independientes fuera de pacto tienen menos opción de salir electos, en relación con los candidatos que pertenecen a una lista de partidos, porque al presentarse en una lista de partidos suman sus votos. Ella no suma con nadie, y se defiende con votos propios.
Pese a la dificultad, para el analista político, absolutamente nada está perdido.
—Para Fabiola Campillai se hace extremadamente difícil obtener un cupo senatorial, sin embargo, el hecho de representar a un mundo social excluido, que participó en el plebiscito constitucional del año 2020, hace pensar que la candidatura de Campillai no puede ser vista solamente en la perspectiva de un outsider. El escenario es de extrema incertidumbre. En esta región lo más probable es que Chile Podemos Más obtenga dos escaños y los otros tres escaños los va a pelear Nuevo Pacto Social, Apruebo Dignidad y por qué no, Fabiola Campillai.
Debo reconocer mi escepticismo ante una candidatura surgida desde la nada, con carencias, desconocimiento y apelando casi a la pura voluntad. Pero hoy, ante las palabras de Mauricio Morales, por primera vez también me pregunto ¿y por qué no?
Las banderas de los seguidores ondean por Fabiola.
***
14 de noviembre de 2021. Queda una semana para las elecciones que decidirán si Fabiola Campillai, que perdió su vista tras recibir una bomba lacrimógena en su cara, en 2019, puede o no ser senadora de la república. Hoy cientos de personas la acompañan en su cierre de campaña. Decenas de banderas flamean al viento entre los árboles frondosos y el cielo azul que adorna esta jornada en San Bernardo, Región Metropolitana de Santiago de Chile.
Sobre el escenario, Illapu canta sus grandes éxitos “¿Qué hacen aquí?”, “Lejos del Amor” y “Sobreviviendo”. Entre canciones, Fabiola se asoma para agradecer. Para saludar a su gente, que se ha congregado para entregarle su apoyo. Está menos tímida. Toma el micrófono con más fuerza, se siente un poco más confiada. No de ganar, sino del trabajo que está haciendo. Ha sido un proceso largo y ha hecho camino al andar. Ha aprendido cayéndose. Ha ganado mucho y ha perdido también.
Presos de la inexperiencia, del nerviosismo y de la incertidumbre, a escasos días de enfrentar la elección, Fabiola sufre la pérdida de dos miembros clave de su equipo. Mariana (la Chascona Solidaria) y Bernardo (el Duende), han decidido dejar la campaña en la recta final. Diferencias en la idea de cuán presente debía estar Fabiola en la Calle, los hicieron separar caminos. Fabiola sentía una demora que los podría perjudicar el día de las elecciones.
Una mujer calmada. Centrada, que pocas veces se sale de sus cabales. Pocas veces, sin embargo, no quiere decir nunca.
—Vimos que la cosa iba muy lenta. No se puede intentar ganar los partidos en los últimos diez minutos. Hay que salir con todo desde el minuto uno. Ellos se dieron cuenta y finalmente dieron un paso al costado —relata Marco. Con la esperanza de que el camino elegido, haya sido el correcto.
Mariana y el Duende, por su parte, personas que rehúyen de la llamada “política tradicional”, que vienen del mundo de la solidaridad, han preferido volver a sus raíces y dejar la política para otros.
El núcleo de la “maquinaria política” ya no está más. Se suman nuevos nombres, se dan nuevas instrucciones. Aparecen nuevos intereses.
La voluntad se queda en voluntad. La política se transforma en política.
Fabiola camina junto a Marco (izquierda), su esposo.
***
—Si quieres venir el domingo, estás invitado. Nos vamos a reunir en la junta de vecinos y vamos a tener el mejor sushi de San Bernardo —es la oferta imposible de rechazar que me hace Fabiola.
Es 21 de noviembre de 2021. Cinco y media de la tarde. Hoy Chile elige a los candidatos que pasarán a segunda vuelta presidencial y hoy, muy lejos de las luces y las cámaras que persiguen a Gabriel Boric, José Antonio Kast y Sebastián Sichel, los principales nombres para convertirse en Presidente, Fabiola Campillai se jugará voto a voto su opción para ser senadora por la Región Metropolitana.
Hay unas diez personas en la casa de Fabiola, que se ubica al centro de la mesa y entre todos preparan un discurso. Marco, por su parte, se queda afuera. Dice que no está nervioso, pero lo está. Teléfono en mano, mata el tiempo, los nervios y la angustia, viendo videos de la lucha libre.
—Marco ¿cómo ves la cosa para hoy?
— Solo Dios dirá.
—Fabiola, tú que crees que pasará, ya a veinte minutos del cierre de las mesas
—Ya ganamos. Pase lo que pase, ya ganamos.
Me asegura Fabiola que de no ganar, nada está perdido. Es más, feliz volvería a trabajar a Carozzi, al control de calidad de la lasaña o quizás a un puesto un poco mejor. De cualquier manera estaría feliz de reencontrarse con su gente y está tranquila porque la empresa se ha portado muy bien con ella a lo largo de todo este tiempo. La han ayudado económicamente, le reservaron el puesto para cuando lo quiera ocupar, le prestaron ayuda psicológica. No le han soltado la mano y eso ya es mucho decir.
Quedan quince minutos para cerrar las mesas de votación. En la pequeña reunión que tiene curso en el living de la casa, un nuevo miembro del comando les explica a todos sobre la dinámica de cómo se hará el conteo y las posibles tendencias que se irán marcando. Dicen que las primeras mesas son claves. El nerviosismo ha alcanzado su punto más alto. “Se están elaborando dos discursos, uno si ganas y uno si pierdes”, le explican a Fabiola, que asiente con tranquilidad. “Si pierde, igual hay que salir a dar las gracias a la gente”, añade Marco desde afuera.
—Si ganamos, vamos a ir a la Plaza Dignidad (lugar emblemático en las protestas de 2019). A dar una vuelta. A estar con la gente —me dice Fabiola, mientras, en la mesa, deliberan sobre la factibilidad de hacer o no ese movimiento. Voces más cautas apuntan que es mejor esperar los resultados y luego decidir.
“Hay que comprar cerveza para brindar”, gritan desde una esquina. “No se puede, hay ley seca”, responden desde la otra.
“Esto es una población, está lleno de clandestinos, claro que se puede”, grita Fabiola, generando las risas de todos. Relajando un poco el ambiente que los tiene con dientes y puños apretados.
El recuento de votos comienza por las elecciones presidenciales. La discusión ahora gira en torno a decidir a qué candidato se apoyará oficialmente para la segunda vuelta. La obviedad indica que a Gabriel Boric, pese a que no es el favorito del grupo, es el más cercano ideológicamente. Sin embargo, el apoyo no será gratis. Fabiola clama, como si estuviera recitando un mantra, que le exigirá “verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición”, para las víctimas del estallido social. Víctimas entre las que ella misma se debe contar.
Me asegura Fabiola que de no ganar, nada está perdido. Es más, feliz volvería a trabajar a Carozzi, al control de calidad de la lasaña o quizás a un puesto un poco mejor. De cualquier manera estaría feliz de reencontrarse con su gente y está tranquila porque la empresa se ha portado muy bien con ella a lo largo de todo este tiempo.
***
Bastián apoyando a su madre.
Estoy muy nervioso. Nunca había visto a mi mamá hacer algo así, esto es muy importante para toda la gente, histórico —dice Bastián, de nueve años, hijo menor y regalón de Fabiola, que me habla orgulloso al ver que su madre, su heroína, se ha transformado en una heroína para mucha gente más, pase lo que pase.
El grupo se mueve hacia la junta de vecinos, que está a una cuadra y media de la casa. Ahí hay un poco más de espacio y está todo preparado para esperar el conteo de los votos.
Hay cerca de veinte personas reunidas. Un ventilador tamaño familiar apoya la causa de mantener a la gente fresca en este día especialmente caluroso. Una pequeña pantalla de televisión anclada a la muralla, casi a la altura del techo, será la encargada de comunicar, a través de las vías oficiales, el resultado de la votación.
En televisión dicen que José Antonio Kast y Gabriel Boric se disparan en las elecciones presidenciales. Nadie dice nada de los senadores. Por suerte, el mejor sushi de San Bernardo ya está en la mesa y nos transformamos todos en felices comensales. “Cuando me pongo nerviosa, como” dice Fabiola, generando, una vez más, las risas de los suyos y demostrando esa especial capacidad que tiene para distender los momentos más tensos.
Son exactamente las siete de la tarde con veinte minutos. Se están contando los votos de la primera mesa de senadores. La primera, al menos, a la que el comando de Fabiola tiene acceso. No es nada más que una mesa, en la comuna de Buin, en la periferia de la Región Metropolitana. Pero para ellos, lo es todo. Les cuentan que de los 107 votos válidamente emitidos, Fabiola acaba de obtener 25. Los 25, equivalen el 23.3%.
Atónita, Fabiola Campillai se lleva las manos a la cara. Está paralizada, pero timidamente, sonríe.
“No quiero adelantarme… Es una primera mesa… Pero con eso nos da. Con 23.3%, ganamos. Con eso ganamos”, grita desde la esquina de la mesa, el hombre que está con el computador, lápiz y teléfono en mano, haciendo los cálculos. Un breve momento de silencio y de tensión se apodera del ambiente en la Junta de Vecinos Rinconada de Nos N°66. Enseguida, todos gritan. Aplauden. Hay euforia. Es una mesa, pero para Fabiola, esa mesa representa la vida entera. Se puede pelear, se puede competir siendo independiente. Siendo una pobladora.
Fabiola y su equipo esperan los resultados de la votación.
Fabiola, Fabiola, Fabiola senadora” grita toda la sala. “¡Y buena pal sushi también!” dice Marco. “Fabiola, Fabiola, Fabiola comedora” grita la misma Fabiola. Porque sigue comiendo sushi para botar los nervios. Y juntos comienzan a creer que el sueño se puede transformar en realidad. Entre tanto, optan por seguir riendo.
Todos se mueven hacia el rincón del televisor, para ver los informes de la prensa. Fabiola, sin embargo, se queda sentada en la cabecera de la mesa, de espaldas a la muchedumbre. No puede ver, pero escucha y está consciente de lo que está pasando.
“Eres la más votada Fabiola” gritan desde el sector del televisor. Aplausos. Alaridos. Celebración. Fabiola aplaude incrédula, pero no se inmuta. Sigue sentada en el mismo lugar, mientras todo el mundo le pasa por el lado como en cámara rápida. Se acercan, le dicen palabras al oído, la abrazan. La sobrevuelan como abejas buscando el polen, pero ella sigue sin inmutarse. No hasta la confirmación final. Marco, su pilar fundamental, se queda solo frente al televisor. Está intentando confirmar con sus propios ojos, los que desde noviembre de 2019 son también los ojos de Fabiola, que han logrado imponerse en la elección. Le cuesta mucho trabajo creerlo, hasta que repentinamente aplaude enfervorizado y lanza un “¡Vamooos Fabiolaaa!” cuando ve que se está transformando en primera mayoría nacional, con 402.304 votos.
Un breve momento de silencio y de tensión se apodera del ambiente en la Junta de Vecinos Rinconada de Nos N°66. Enseguida, todos gritan. Aplauden. Hay euforia. Es una mesa, pero para Fabiola, esa mesa representa la vida entera. Se puede pelear, se puede competir siendo independiente. Siendo una pobladora.
Fabiola se levanta con la ayuda de su esposo. Se encierra en la cocina y se sienta a llorar. Acaba de ser electa senadora de la república y ahora, entre lágrimas e incredulidad, en una pequeña cocina, en una junta de vecinos, en una población de San Bernardo, con muchas personas alrededor dándole distintas instrucciones, prepara su discurso. Y se prepara para enfrentar al mundo en su nueva versión.
Entera, empoderada, entre vítores y aplausos, muchos aplausos, que en su cabeza se deben sentir como un Estadio Nacional repleto y atronador, sale a la calle para hablar con la prensa que ha llegado rauda a captar sus impresiones. Y no le tiembla la voz para enfrentar los micrófonos.
Marco, siempre más frío y alejado de la bulla, me sorprende y me da un abrazo como si de su mejor amigo se tratara.
—Francisco, esto es un tremendo orgullo, es como sacar a un futbolista para la Selección Nacional desde aquí, desde esta población. ¡Impensado! —me dice.
Fabiola también me abraza. Y me aprieta las manos con fuerza y candidez. Reconociéndome a través de ellas.
—Ganaste, Fabiola. Muchísimas felicidades, ¿y ahora qué?
—Todo esto es muy lindo. Ahora a disfrutar y a trabajar. No los voy a defraudar.
Marco aplaude por el triunfo de su esposa.
***
A dos semanas de haber asumido su cargo el 11 de marzo, la flamante senadora Fabiola Campillai se reunió con María Elisa Quinteros, presidenta de la Convención Constitucional, organismo que trabaja en la redacción de la nueva Constitución de Chile. A pesar de lo duro que fue el camino para hacerse con un escaño, Campillai le hizo una singular petición: “Le voy a pedir un favor tan grande, que creo que representa a un pueblo completo… es que por favor el Senado se elimine. Por favor, no lo necesitamos, ahí se entrampan las leyes, y no quieren reparar todo lo que pasó, no quieren… están en contra de dar siquiera una señal de humanidad. El Senado no puede existir”.
A la senadora solo le bastaron algunos días en el cargo para darse cuenta de lo difícil que será imponer sus ideas y cumplir todas sus promesas de campaña, especialmente las relacionadas con las víctimas del estallido social y la amnistía a los sindicados como “presos de la revuelta”.
Con esta paradójica petición de abolir la institución para la cual ha sido elegida, pareciera que si hay algo que Fabiola Campillai no está dispuesta a transar, son sus principios, aunque en ello deba perder todo lo ganado y volver a partir de cero.