Relatto | El cuento de la realidad
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La historia de las grandes bandas y artistas que definieron y cambiaron el curso del rock está llena de momentos que determinaron su percepción o aceptación. Parte del problema radicó en la necesidad de la prensa por categorizar o encasillar aquello que no entendían desde lo más profundo del sentido de la música. Es decir, reducir al mínimo la comprensión de la magnitud de su arte. Ese fue el caso de Steely Dan, la madre de las rara avis del rock. No eran jazz rock, ni rock progresivo, pero transitaron en ambos terrenos. No eran exponentes del pop o el soft rock, pero también crearon obras que funcionaron bajo ese paraguas. ¿Qué es, entonces, Steely Dan y por qué cambiaron el curso del rock? 

A inicios de la década de los setenta, cuando el guitarrista y bajista Walter Becker y el teclista y cantante Donald Fagen formaron el grupo en Nueva York, con la premisa de crear música inteligente, cerebral, arriesgada, sofisticada, con intensas conexiones al jazz de Miles Davis, John Coltrane, Charles Mingus y Herbie Hancock, pero sin alejarse de las posibilidades que ofrecía el rock experimental, establecieron una marca que fue complicada de comprender para una crítica que necesitaba todo masticado y masticable para que el oyente y el lector asimilará pronto el sentido de su música.  

Walter Becker y Donald Fagen.

La propuesta de Becker y Fagen se remonta a la ruptura de paradigmas en el rock. La nueva década, que empezaba con la inesperada disolución de The Beatles, les mostró a los artistas que el estilo convencional de bajo, batería y guitarra, en tempo de cuatro cuartos, había entrado en unos terrenos fascinantes de exploración con la música clásica y el jazz gracias a los avances en composición, grabación y producción. Por supuesto que The Beatles dieron el primero paso, como la mayoría de grandes cambios que vivió el rock, pero otros músicos reinterpretaron ese camino. La explicación es mucho más amplia y compleja y se sale del sentido de este artículo. Sin embargo, nos conecta hasta los días de la psicodelia de Sgt. Pepper´s (1967) y la aparición de toda la camada de artistas que crearon el rock sinfónico británico como Procol Harum, The Nice y The Moody Blues. Con el paso de los años el rock encontró nuevas y más diversas fuentes para evolucionar. En 1969, King Crimson cruzó la línea y llevó los alcances del sincretismo sonoro mucho más lejos que simples arreglos de Bach en el rock con su majestuoso álbum debut, que de paso creó un nuevo estilo: el rock progresivo. Eso les abrió la mente a los artistas para explorar y experimentar más. Ahora el jazz con elementos del rock estaba a la orden del día gracias a Soft Machine, Nucleus y National Health, exponentes luminosos de otro nuevo estilo en el Reino Unido conocido como jazz-fusión. Chicago y Blood, Sweat & Tears en Estados Unidos, también siguieron ese camino. 

En 1969, King Crimson cruzó la línea y llevó los alcances del sincretismo sonoro mucho más lejos que simples arreglos de Bach en el rock con su majestuoso álbum debut, que de paso creó un nuevo estilo: el rock progresivo.

Becker y Fagen estaban al tanto de la ruptura de fronteras en el rock y parte de esa experimentación fue lo que buscaron en sus primeros discos, sin descuidar lo que la gente quería oír en la radio. Las letras profundas y bien elaboradas con la canción intelectualmente concebida fueron el sello de su particular estilo. Can't Buy a Thrill, su álbum debut de noviembre de 1972, es un gran ejemplo de lo anterior. Sin embargo, el disco fue todo un éxito comercial gracias a varias canciones que pusieron a sonar al grupo en la mente y alma de todo un país. De los tres temas, el más conocido, atemporal e inmortal sigue siendo “Do It Again”, un soft rock que incorporó elementos del latín jazz en su estructura. Nadie había creado un hit (fue número 6 del Hot 100 de Billboard) con estas características hasta entonces, ni Santana o Chicago que se acercaron, en cierta medida, a lo que propuso Steely Dan con esa canción. 

Portada de Can't Buy a thrill de Steely Dan.

Parte del encanto de esa canción estuvo en los músicos que Fagen y Becker utilizaron. A partir de ahí ese sería el gran secreto en la magna obra de Steely Dan: tener a los mejores músicos de sesión para darle vida a todas las ideas avanzadas que querían desarrollar, muy en la línea de lo que hizo Miles Davis en Kind of Blue, reivindicado a inicios de los setenta con el majestuoso Bitches Brew. Los primeros cinco álbumes de Steely Dan no solo cumplieron con la experimentación y la acertada elección de los músicos de sesión, fueron piezas excelsas de arte que invitaban al oyente a vivir el equivalente a ser testigos de la creación del “David” de Miguel Ángel, perfección absoluta sin trozos sueltos o escarpados que pusieran en duda su grandeza. Prueba de ello son canciones inagotables que siguen haciendo parte de la educación sentimental de toda una nación como lo fueron “Rikki Don´t Lose that Number”, “Show Biz Kids”, “Any Major Dude Will Tell You”, “Black Friday” y “Kid Charlemagne”.  

Parte del encanto de esa canción estuvo en los músicos que Fagen y Becker utilizaron.

Pero lo mejor estaba por llegar en 1977 con su sexto trabajo, la obra que lo cambió todo, que demarcó los alcances del rock en antes de Aja y después de Aja. Elegir solo una canción del álbum para cumplir con esta crónica sería como tratar de explicar El jardín de las delicias de El Bosco haciendo énfasis en solo uno de los detalles del tríptico. Becker y Fagen se mantuvieron firmes con la idea de utilizar músicos de sesión para moldear sus canciones. Durante las sesiones de grabación del álbum en estudios de Nueva York y Los Ángeles, circularon más de cuarenta músicos, especialmente de la escuela del jazz, además de viejos reconocidos rockeros como Michael McDonald de los Doobie Brothers y Timothy B. Schmit de los Eagles. 

Cada una de las siete canciones del álbum rebosan de arreglos y cambios sofisticados en su estructura que brillan con tal intensidad que impiden ver la totalidad de sus capas y esencia. Y es que no existe un álbum en la historia del rock que se de el lujo de decir que buena parte de sus momentos memorables fueron ejecutados por músicos como el saxofonista Wayne Shorter o el teclista Victor Feldman, formados con Miles Davis en los años sesenta, bajistas excelsos como Chuck Rainey que trabajó con Aretha Franklin y Quincy Jones, y el supremo baterista Steve Gadd que venía de quintetos de jazz neoyorquinos y que con los años se convirtió en pieza clave de las obras de Paul Simon y Eric Clapton. 

Steely Dan, 1977.

Justamente Gadd es el responsable de parte de la genialidad de este disco por cuenta de un solo doble de batería en la canción que le dio el nombre al álbum y que ha sido elegido por críticos y revistas especializadas como una “gran lección de talento y versatilidad”, utilizada además en clínicas, simposios y documentos teóricos sobre la batería del jazz. Si quieren saber y comprobar de qué hablo basta con escuchar la canción del minuto 4:42 al 5:02. 

Cada una de las siete canciones del álbum rebosan de arreglos y cambios sofisticados en su estructura que brillan con tal intensidad que impiden ver la totalidad de sus capas y esencia.

Aja es un álbum obsesivo y perfeccionista como los dos cerebros que concibieron sus canciones. Ambos, en sus mentes, sabían lo que querían, pero no siempre los músicos de sesión captaron la esencia. De ahí la cantidad de intérpretes que fueron necesarios para los arreglos. Hay un documental del año 2000 sobre la grabación del álbum en el que se puede apreciar a Becker rechazar, varias veces, la ejecución del solo de guitarra de “Peg” hasta que el guitarrista Jay Graydon dio en el clavo. Perfección al límite. Y es que un disco con tal nivel de sofisticación, en el auge del punk, difícilmente encajaba en la cultura de masas. Pero la industria del sonido de alta fidelidad descubrió en ese álbum una pieza clave para mostrarle a oídos entrenados los alcances de un buen sistema de audio. Y nada de eso hubiese sido posible sin el nivel de exquisitez que lograron Fagen y Becker. 

Aja es un álbum obsesivo y perfeccionista como los dos cerebros que concibieron sus canciones.

A pesar de todos los puntos luminosos que tiene Aja, no todo fue bueno para los negativos de siempre. Cierto sector de la prensa musical no entendió su concepto. Para muchos, ese álbum amplificó la esencia de las críticas a los trabajos anteriores y creó cierta confusión sobre su obra. Michael Duffy de la revista Rolling Stone escribió: “Aja seguirá alimentando el argumento de los puristas del rock de que la música de Steely Dan carece de alma y, por su naturaleza calculada, es antitética a lo que debería ser el rock”. Parte de las críticas feroces al grupo se sustentaban además por el abandono del concepto simplista de lo que es una banda estable de rock, por preferir dinámicas más asociadas al jazz con cambios constantes en su estructura. Sin embargo, estos argumentos, menores, no lograron sostenerse en el tiempo, a diferencia de un álbum que hoy en día es considerado como una gran lección magistral de creación e ingeniería de sonido.

Hay un documental del año 2000 sobre la grabación del álbum en el que se puede apreciar a Becker rechazar, varias veces, la ejecución del solo de guitarra de “Peg” hasta que el guitarrista Jay Graydon dio en el clavo.

Por eso más que elegir una canción de Aja para describir cómo y por qué cambió el curso del rock tras su publicación, la explicación se encuentra en la totalidad de la obra. “Black Cow”, “Aja”, “Deacon Blues”, “Peg”, “Home at Last”, “I Got The News” y “Josie” esconden el secreto de un álbum extraño de apreciar, cargado de letras feroces, serias y elípticas sobre la locura humana y la sexualidad, inspiradas, además, en obras de Burroughs, Carver y Nabokov (que hubiesen funcionado sin problema en la música de los Sex Pistols), con arreglos inéditos y desorientadores para un espectador cerrado o calculador, pero fascinante por la valentía con la que exploró nuevas posibilidades para hacer rock; porque además conserva la pureza del arte como creación genuina, natural y profunda. “Black Cow”, justamente, es un claro ejemplo de cómo la idea de encubrir la sórdida historia de una drogadicta y promiscua, acosada por un novio inclemente, se sostiene con la tensión y sobriedad de sus arreglos, perfectamente sincronizados con la historia. 

La obra de mediados y finales de los setenta de Steely Dan fue fundamental para artistas como Toto (su hijo más legítimo, por razones obvias), 38 Special, Ambrosia, Eddie Money, Loverboy, Boz Scaggs, Billy Squire, entre otros. También fueron determinantes para la consolidación de un subgénero conocido como Yatch Rock (un estilo que mezcló R&B, pop y jazz) y para el enfoque que tuvo la obra en solitario de Michael McDonald desde su debut en solitario en 1982.  

Por eso más que elegir una canción de Aja para describir cómo y por qué cambió el curso del rock tras su publicación, la explicación se encuentra en la totalidad de la obra.

Con Aja, Fagen y Becker crearon un álbum con estándares análogos pocas veces vistos en el rock, inspirador y aleccionador para toda una generación de músicos que empezaron a exigirse mucho más en el estudio (nuevamente pensemos en Toto), complejo de apreciar y asimilar, imposible de encasillar y magistralmente ejecutado a pesar de su corazón duro e impenetrable desde la narrativa. Fue el cierre perfecto para una década explosiva y convulsionada para el rock. Un cierre que motivó a los artistas a darlo todo. Y así fue, por un tiempo.  

Así se grabó “Peg”:

https://www.youtube.com/watch?v=waIBA6_0GQc


Escuche el álbum:

https://open.spotify.com/album/5Zxv8bCtxjz11jjypNdkEa?si=BYxD6u6ZSIWxr-xZjUjbMA


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