Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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Mercedes P. (25) se pasó toda una noche enviando mensajes. La luz blancuzca del celular le iluminaba la cara mientras saltaba de una página a otra, de un emprendimiento a otro, repitiéndoles el mismo speech, contándoles que hacía mensajería. Muchos le clavaron el visto y muchos otros le respondieron. Fue una noche de mayo, tras haberse quedado sin trabajo en febrero.

—Después de una profunda depresión me dije que algo tenía que hacer. Yo venía viviendo la vida de una persona con un sueldo fijo y de repente me quedé sin nada. La verdad es que nunca imaginé ser mensajera. Ni siquiera tuve tiempo de planteármelo.

Como Mercedes, muchos platenses encontraron una esperanza en medio de la crisis generada por la pandemia de coronavirus. A diario, los cadetes remontan las calles de La Plata en todas las direcciones, hacen compras en el supermercado, van a la obra social o a pagar impuestos, al banco o comprar un par de almohadas, unos jeans o una remera.

—Con mucho miedo, no voy a decir que no, hice un flyer muy chiquito diciendo que hacía trámites y envíos. Y me salvó toda la gente que compartió mi publicación, mis amistades y mi familia. Y después fui creciendo mucho con el boca en boca.

Hay algo de la vuelta a lo analógico en este boom de la mensajería, más allá del imperio de las redes sociales y el celular. Quizá este dejo analógico radica en que los mensajeros no aspiran a hacer más kilómetros o a hacer más envíos, el verdadero triunfo está en ganar el boca a boca. La recomendación y la confianza no se comparten por internet.

Después de una profunda depresión me dije que algo tenía que hacer. Yo venía viviendo la vida de una persona con un sueldo fijo y de repente me quedé sin nada. La verdad es que nunca imaginé ser mensajera. Ni siquiera tuve tiempo de planteármelo.

La pandemia, que ya se engulló un otoño y va camino a comerse uno nuevo, largó a la calle bicicletas, motos y autos que llevan y traen lo indispensable.

Mercedes sale a la mañana, cuando empieza a clarear pasadas las siete, después de haber desayunado algo ligero. En la duermevela de la víspera dibujó el mapa de la jornada en su cabeza, la memoria siempre fue su aliada. La moto tiene nafta y ella tiene lo elemental: el permiso para circular, tapabocas, alcohol al 70% y el casco.

Hace poco más de un mes le hizo el service a la moto y pronto debe hacérselo de nuevo. Se repite cada 3000 kilómetros y, si bien no lleva la cuenta de la distancia diaria que recorre, cree que hace entre 50 y 100 kilómetros por día. Los viernes, además, viaja a Capital Federal: junta los pedidos para ir una sola vez.

—Al principio tenía dos o tres envíos, después empecé a tener más: no le decía que no a nadie. Salía a las 7 de la mañana y volvía a casa las 9 de la noche. Ahora no tengo un horario pero arranco a las 9 y me guardo cuando oscurece, a eso de las 6. Seguramente, en verano esto se alargue.

Los bicimensajeros crecieron en cantidades industriales durante la pandemia. Cada uno puede hacer entre 50 y 100 kilómetros por día. / Foto: Shutterstock.

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En las cercanías del bosque de la ciudad de La Plata, el laboratorio de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional de La Plata analiza unos 40 hisopados nasofaríngeos diarios provenientes de barrios periféricos del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). El máximo responsable es el Doctor Marcelo Pecoraro, decano de esa facultad, que trabaja codo a codo en el diagnóstico de las muestras.

—Las pandemias de gripe, que son las más conocidas, terminan rompiendo el entramado social. El mayor problema que tiene esta situación es la fractura del tejido social y la cuestión económica. Es lo que ha pasado en otras épocas. Esto no es nuevo en el mundo. Lo que empieza a ser raro es que en nuestras vidas, en las vidas de la mayoría, ya pasamos dos pandemias. Esto comienza a ser más periódico, y lo periódico no está bueno. Hay que analizar por qué se está repitiendo tan rápido. Cuando todo esto pase, el mejor análisis es saber por qué está pasando esto. Estamos haciendo muchas cosas mal pero nadie se encarga de corregirlo.

La pandemia, como un rift está rajando el entramado social. Los vínculos se suspenden o directamente se cortan. En este contexto, los mensajeros son la puntada del hilo que intenta mantener unido el tejido social. Muchas veces, las caras de los mensajeros son las únicas caras que ven en muchos días los clientes, porque ni siquiera salen a comprar verduras.

Eugenio Semino, Defensor de la Tercera Edad de la Ciudad de Buenos Aires, desde las páginas del matutino platense Hoy, dijo: “Hay que aprender a convivir con el virus, esto no significa saludar y abrazar. Lo que tenemos que hacer es desafiar al miedo con toda la responsabilidad del mundo. No hay nada más positivo que una salida al aire libre. Un joven y un viejo se pueden encontrar, con sus barbijos y máscaras; pueden caminar en paralelo, a un metro y medio de distancia, y conversar de la vida, sin ningún tipo de inconveniente”.

Para Mercedes, que sabe que los más grandes sufren más la soledad, hacer un mandado no es hacer un trámite: dedicarle más tiempo a ellos está siempre en sus planes.

La pandemia, como un rift está rajando el entramado social. Los vínculos se suspenden o directamente se cortan. En este contexto, los mensajeros son la puntada del hilo que intenta mantener unido el tejido social. Muchas veces, las caras de los mensajeros son las únicas caras que ven en muchos días los clientes, porque ni siquiera salen a comprar verduras.

—Hay dos o tres señoras a las que veo una vez por mes. Generalmente voy al Rapipago a pagarles impuestos, porque ellas quieren tener los tickets, los comprobantes de pago en papel. Especialmente hay una señora de Berisso que me insiste para que entre, quiere charlar. He estado cuarenta minutos frente a una parejita de abuelos charlando. Se nota mucho que necesitan salir y que buscan excusas, y que seguro la familia no los deja; encima no pueden ver a la familia. Yo no tengo abuelos pero sé que estarían sufriendo mucho esta situación. Entonces siempre voy predispuesta, si quieren charlar un rato lo hacemos, pero en la puerta. Ya desde los mensajes de WhatsApp o desde el “llamadito”: hay una señora que me dice “Mechi, te quiero, Besos”. Y apenas nos conocemos.

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A Federico Racunti (31) la pandemia lo empujó a tomar una decisión. Arrancó a trabajar para una app de envíos en octubre del año pasado pero, desde marzo, cuando subió desmedidamente la demanda de los servicios de mensajería, decidió trabajar por cuenta propia. Acaba de ser papá de Delfina y aprovecha todo el tiempo que puede para estar con ella, su primera hija. Después del mediodía se sube a la bicicleta y pedalea unas cuatro horas; en un buena jornada hace hasta 10 envíos, unos 1000 pesos (7 dólares aprox.).

—Cada vez que paro en un semáforo nos saludamos con los otros chicos, tenemos la mejor onda. Laburamos porque lo necesitamos.

La cordialidad entre colegas es una de las virtudes del rubro. Federico está en un grupo de WhatsApp –pero hay varios– en el que comparten lo que está pasando en la ciudad: es el termómetro de las calles. Se escriben para contar que a un compañero le robaron, dónde hay un accidente, un corte o un operativo. No se achican frente a los controles de seguridad, donde los paran y les piden el permiso de circulación: no salen a la calle sin ese documento. Pero si están justos de tiempo porque tienen que llegar a la obra social antes de que cierre, prefieren elegir otro camino. El grupo de WhatsApp también sirve para esto.

Federico recorre los rincones del casco urbano de la ciudad y cuando le piden cosas de localidades aledañas como Berisso, Ensenada, City Bell o Gonnet, se las pasa a otros colegas.

—Traslado todo lo que entre en el bolso, con las cosas grandes se me complica.

La mochila que se calza al hombro tiene capacidad para más de 60 litros, un cubo de 40 cm alto de por 40 cm de ancho por 40 cm de profundidad. Está aislado térmicamente y forrado en poliéster. Fácilmente, puede meter unas 8 cajas de pizza.

El invierno no lo acobarda. El calor, cree, va a ser peor. Invariablemente, sale todos los días, incluso ha salido algún domingo. Por lo general, el último envío lo tiene reservado: Delfina usa entre siete y ocho pañales por día y en la pañalera ya lo conocen, no tiene que decir la marca ni el tamaño. Cuando termina el último mandado vuelve a su casa pedaleando lo más rápido que puede, la mirada siempre adelante.

Uno de los problemas para los mensajeros, además de la lluvia, es el tema de las calles con adoquines, porque dañan las bicicletas. / Foto: Pexels.

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Se estima que en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, viven cerca de 860 mil personas. Por el trazo de sus calles es conocida como la ciudad de las diagonales: el óvalo que circunscribe el casco urbano, conformado por las avenidas 31, 32, 72 y 122, está cortado por dos largas diagonales, 73 y 74; además, hay otras menores. La ciudad es una de las 40 que conforma el Área Metropolitana de Buenos Aires, uno de los epicentros de la pandemia de coronavirus en la Argentina.

Hacia el final del primer semestre de 2020, a tres meses del inicio de la pandemia, La Plata se ubicaba entre los municipios del AMBA con menor cantidad de contagios de coronavirus por cada 100 mil habitantes. Podría decirse que, al menos en los primeros tres meses de Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO), los platenses hicieron las cosas relativamente bien. Pero no todos hacen las cosas bien.

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La tarde está cayendo y Mercedes le echa un vistazo al reloj de su muñeca. Son las primeras semanas y todavía no se impuso horarios porque “agarra todo lo que viene”. En el lugar de la cita, una persona le entrega $3000 (21 dólares aprox.) y las indicaciones necesarias para ir hasta el lugar donde alguien le dará un paquete a cambio del dinero.

—Es un regalo para un amigo —le confía el cliente antes de que ella se suba a la moto. Y ella jura haberle creído.

El destino indicado es una esquina y no consta número en el pequeño papel que Mercedes arruga devolviéndolo al bolsillo. Ve que a mitad de cuadra hay varias personas reunidas; lentamente, del grupo se desprenden dos jóvenes y se le acercan.

—Se sorprenden de verme mujer. No dicen nada pero me doy cuenta.

Le preguntan si viene a buscar el paquete y ella responde que sí. Bueno, esperá porque está llegando, le dicen y se alejan. En total, según el reloj de su muñeca esperó media hora. Según sus palpitaciones, mucho más.

El paquete llega.

—Llegó en una bolsa mugrienta, la más mugrienta que vi, una bolsa en la que nunca metería nada. Adentro había una camisa hecha un bollo. Me di cuenta enseguida. Finalmente le llevé el paquete y le dije lo que pensaba. Si a mí me para la policía con un frasco de flores que no es ni mío, no sé qué pasa. Me tengo que hacer cargo. Sea marihuana o cualquier otra cosa, le dije, vos tenés que avisar siempre, por respeto a la persona que está laburando. De última, yo decido si quiero hacerlo o no. Me pidió perdón, pero le cobré carísimo el envío.

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Una experiencia bastó.

—Entendí que no me iba a hacer millonaria. Y que no quería estar afuera hasta tan tarde. Hay muchos lugares a los que no quiero ir y se los paso a algún amigo mensajero. Porque yo también tengo que cuidarme. A veces siento que estoy regalada en la moto. Corremos con más peligro que los hombres.

En ese “corremos”, Mercedes incluye a todo un género. La hegemonía de trabajadores varones en la actividad es un reflejo de algo más grande.

—No conozco colegas mujeres. Sí veo en Instagram que las hay, mujeres que hacen bicienvíos o bicimensajería. Es real que hay muchos más hombres que mujeres haciendo mensajería. Quizás por una cuestión de seguridad. Esto visibiliza que a las mujeres les cuesta más que a los hombres salir a rebuscárselas.

Si a mí me para la policía con un frasco de flores que no es ni mío, no sé qué pasa. Me tengo que hacer cargo. Sea marihuana o cualquier otra cosa, le dije, vos tenés que avisar siempre, por respeto a la persona que está laburando. De última, yo decido si quiero hacerlo o no. Me pidió perdón, pero le cobré carísimo el envío.

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La consultora Vial Safety Group se especializa en materia de seguridad vial y movilidad responsable, sustentable y segura. En su web asegura que tienen como “objetivo principal disminuir los siniestros viales y/o morigerar las consecuencias devenidas de los mismos”. Fernando Rojas, referente de la consultora, asegura que el uso de las bicicletas aumentó en un 86% en la región, según un relevamiento realizado entre marzo y julio de 2020. Es decir, por donde antes pasaba una bicicleta, hoy pasan casi dos.

—Se empezó a usar mucho más este medio de transporte, creció mucho el flujo de gente en las ciclovías de diagonal 74 y calle 12. Si bien siempre promovimos el uso de la bicicleta en contra del uso del automóvil, que genera contaminación, pienso que hoy la gente tomó conciencia del cuidado del medio ambiente.

Fernando tiene cuatro hijos y todos tienen bicicleta. Todos en la familia, en realidad, se mueven en bicicleta. Lo de Fernando no es sólo prédica, sino también práctica.

—Independientemente de las ventas, notamos que se incrementó el uso de la bicicleta en general: de todo tipo de bicicleta y de gente de todas las edades. El contexto cambió las reglas.

El trabajo de Vial Safety Group también advirtió que en los lugares donde no era fuerte la venta de bicicletas se empezaron a exponer en los sitios principales, sobre todo en supermercados e hipermercados.

—Una vez entré a un mayorista de la ciudad y me encontré con seis bicicletas en la entrada, parecía que estaba entrando a una bicicletería, no a un hipermercado.

Para Fernando, no hay dudas de que este fenómeno se debe en gran parte a la proliferación de deliverys y servicios de mensajería.

Trasladarse en dos ruedas no sólo representa una alternativa saludable por el ejercicio en sí, sino por el hecho de moverse en soledad en tiempos de la peste. En La Plata, el boom de las bicicletas también hizo eco en las ventas, que aumentaron hasta en un 400%.

Desde la histórica bicicletería Nari, con más de 37 años de antigüedad en la ciudad, Rodrigo asegura que venden mucho más que el año pasado.

En el país circulan más de 14.300.000 de autos, es decir, hay un promedio de un auto cada 3 habitantes. / Foto: Pexels.

—En promedio vendemos entre 25 y 30 bicicletas por semana, lo que en otro año vendemos en un mes. Para esta época es normal estar medio parados, haciendo stock para lo que es la temporada de verano, que es cuando más se vende.

Pero no solamente circulan las nuevas sino también las viejas bicicletas arrumbadas en el galpón. Poner a punto un rodado que estuvo sin uso mucho tiempo no solo es necesario, sino seguro: un ajuste general de este tipo está en el orden de los $1.000 (7 dólares aprox.) aunque mucho depende si se necesitan cambiar repuestos. Las ruedas, una de las piezas más caras de la bicicleta, cuestan alrededor de $850 (6 dólares aprox.) cada una, y una cámara sale entre $300 (2 dólares aprox.) y $420 (3 dólares aprox.)

Otro histórico comercio de La Plata también sintió el incremento. Juan Andrés de la Bicicletería Soria cuenta que las ventas subieron en un 40% con respecto al mismo período de 2019. Sólo en la primera semana de agosto vendieron alrededor de 350 unidades nuevas, es decir que vendieron una bicicleta cada 8 minutos.

No hay dudas sobre la vedette de la temporada: la mountain bike rodado 29, mejor conocida como “todoterreno”, cuyo precio base de la unidad es de $22.000 (157 dólares aprox.).

—Nunca esperamos tener este incremento en este contexto de pandemia y de crisis económica —reconoce Juan Andrés mientras a sus espaldas las 15 personas que trabajan en el local no dan abasto.

Juan Andrés de la Bicicletería Soria cuenta que las ventas subieron en un 40% con respecto al mismo período de 2019. Sólo en la primera semana de agosto vendieron alrededor de 350 unidades nuevas, es decir que vendieron una bicicleta cada 8 minutos.

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—Sahumerios, lámparas de sal, cargadores, artículos de sex shop, barbijos (tapabocas), desayunos, flores de Bach, chocolates, alfajores, postres, aros, mermelada, hamburguesas, pulseras, gorras, contratos de escribanía, ropa íntima, pie de micrófono, galletitas, verduras, frutos secos, incienso, guitarra, llaveros, barra de cereal, botones y alfileres.

Nahuel Cariani (33) le mete aire a sus pulmones después de enumerar todo lo que ha transportado. Es estudiante de educación física y creador de Bici Envíos, un proyecto integrado por jóvenes bikers que hacen mensajería en La Plata y generan su propio ingreso. Se trata de una iniciativa AHS: Autogestiva, Horizontal y Solidaria.

—Estos tres conceptos estructuran nuestro proyecto, no lo adornan. Cada uno de nosotros es el que pedalea, es el que difunde; y la ganancia es en un 100% para el bolsillo del que golpeó la puerta, del que hizo el envío. Un proyecto AHS tiene la visión y la misión de empoderar al trabajador que hace un trabajo no especializado. Somos nosotros, hagámoslo nosotros.

Nahuel trabajó dos años para una app de envíos y durante un tiempo le permitió pagar el alquiler y las expensas. Pero llegó un momento en que la aplicación empezó a incorporar entre 30 y 40 cadetes por día y se amontonaron en las plazas o en las puertas de los comercios; se miraban las caras y miraban la pantalla del celular, y rogaban al cielo que les cayera un envío.

—Estas multinacionales se apropian del laburo no especializado. No puede ser que un tipo desde una oficina en Barcelona, sin haberse subido nunca a una bicicleta a repartir, pueda disponer de un caudal de mano de obra sin ningún tipo de compromiso ni responsabilidad sobre esa misma mano de obra.

Bici Envíos nació antes del 20 de marzo de 2020, una fecha bisagra en el calendario de los argentinos. Nahuel empezó con unas fotocopias, un papel muy chico porque no tenía ni para eso: puso un número y una sola línea de texto, “Mandados y trámites en general”. El contexto favoreció el crecimiento y a los dos meses no daba abasto, se vio sobrepasado. Se sumó gente y hoy son cerca de 10 personas en la calle; mandaron a hacer remeras, un símbolo que los identifique, porque a esta altura ya hay al menos una docena de proyectos autogestivos de mensajería similares.

Cada uno de nosotros es el que pedalea, es el que difunde; y la ganancia es en un 100% para el bolsillo del que golpeó la puerta, del que hizo el envío. Un proyecto AHS tiene la visión y la misión de empoderar al trabajador que hace un trabajo no especializado. Somos nosotros, hagámoslo nosotros.

—Para trabajar en Bici Envíos tenés que ser heavy biker, es decir, vas a andar en bici y vas a hacer muchos kilómetros. Hacemos un promedio de 50 kilómetros por día. Este emprendimiento se da en el marco de una acción amigable con el medio ambiente porque nosotros militamos el uso de las bicicletas como transporte pero también como herramienta de trabajo.

Lo principal del proyecto es la solidaridad. ¿Cómo encaja esta característica en un proyecto de mensajería? Tiene que ver con que lo primero que buscan es el sustento que en algún momento les faltó; y después, generar más trabajo para que más personas puedan agarrar su bici y generarse su propio ingreso. Además, se ayudan a gestionar el monotributo, obra social y seguro. Trabajan en el casco urbano de La Plata, cualquier envío dentro de este radio tiene un valor de $100. El único requisito que imponen es que el envío no supere el volumen de la caja que llevan al hombro ni el peso que tolera: 10 kilos.

—Si se rompe la bicicleta cuando estamos llevando un pedido coordinamos con otro biker para que finalice la entrega. Siempre llevamos inflador, pegamento y parches. Además, tenemos una lista con las direcciones de 25 bicicleterías de la ciudad; si nos pasa algo vamos a la más cercana.

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Según un informe publicado este año por la Asociación de Fabricantes de Autopartes (AFAC), en el país circulan más de 14.300.000 de autos, es decir, hay un promedio de un auto cada 3 habitantes. Sólo en la provincia de Buenos Aires y Capital Federal se concentra el 47,1% de la flota circulante de la Argentina.

De un tiempo a esta parte, no sólo un biker como Nahuel notó que La Plata se llenó de autos.

—La bicicleta es la mejor opción para moverse. Se hacen bicisendas y se aplaude; se ponen carteles y se aplaude; pero no hay un plan para desarrollar esta vía de transporte. Y hay otra discusión con los adoquines: si son patrimonio o no, pero andar por una calle adoquinada destruye la bicicleta. Y hay muchas calles con adoquines.

También es una realidad que hay muchas calles de la ciudad sin señalización.

—Me llama mucho la atención cuando pasa esto en la cercanía de hospitales. Y ni hablar de las diagonales. A esta ciudad viene gente de toda la provincia, ¿cómo puede no haber numeración en los alrededores de un hospital?

El uso de las bicicletas aumentó en un 86% en la región, según un relevamiento realizado entre marzo y julio de 2020. / Foto: Pexels.

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Los días de lluvia, los ciclistas de Bici Envíos le mandan un mensaje a todos los clientes con envíos programados: “Si tu envío no es urgente te agradecemos nos lo comuniques y pases tu pedido para otro día”. Si es indispensable, hacen el envío pero, aclaran, puede haber alguna demora. Sentido común, le llaman. Y si bien siempre se mojan un poco, llevan impermeable y botas: el equipo de lluvia completo.

—Con Bici Envíos construimos un vínculo con el cliente, a diferencia de lo que pasa con una app. Me ha pasado que me dijeron “no digas nada porque estamos haciendo el amigo invisible. No me describas ni le digas mi nombre”. Este trato es un valor —dice Nahuel con la voz, pero también lo dice con sus enormes ojos.

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Paula Nuñez (33) es emprendedora y desde hace algunos años hace objetos en concreto como macetas –que complementa con plantas–, cuencos, porta velas, bandejas y otros artículos de decoración. Desde que creó Verde Objetos junta los pedidos para salir a repartir una vez por semana, desde el barrio de Los Hornos a los distintos puntos de la ciudad. Sin embargo, el 20 de marzo de 2020 se instaló una nueva normalidad en el país.

—Con la pandemia, primero apareció el miedo de no poder seguir trabajando, es decir, de no poder continuar con las entregas, porque podía seguir trabajando pero no seguir entregando. Fue una incertidumbre total.

Unas semanas después, tras haber suspendido las entregas y, por lo tanto, sus ingresos, de repente aparecieron muchas personas ofreciéndole sus servicios de mensajería, muchas recomendaciones de gente que conocía.

—Y con esto apareció ese momento fundamental para un emprendedor que tiene que ver con empezar a delegar algunas cosas, empezar a abrir el emprendimiento. Yo hacía todo, desde el contacto inicial hasta el contacto final con el cliente. Y en el medio fabricaba las piezas. Me parecía fundamental que fuera alguien de confianza quien cuidara y entregara las cosas que hacía con tanta dedicación y amor, que llegaran en buen estado a las personas que habían elegido mi trabajo.

Por hablar sólo de un objeto, una maceta lleva entre 7 y 10 días de preparación entre el tiempo de fraguado y el proceso de impermeabilización. Por eso, cuando llegué por primera vez el mensajero tuvo un poco de terror cuando empezó a acomodar el envío en la caja de la moto; no podía dejar de mirar cómo apilaba las macetas, objetos frágiles, dentro del receptáculo.

—Cuando vino por primera vez no le conocí la cara; vino en moto y tenía casco, lentes y barbijo. Pero quise charlar un poco, me contó cómo había empezado a hacer envíos, qué horarios tenía, cómo se manejaba: siempre con la distancia necesaria. Me resultó confiable y, sin embargo, recién respiré cuando llegó todo bien. La primera entrega se la hizo a una amiga. Fue el debut. Es parte de mi trabajo garantizar que las cosas lleguen bien.

Y con esto apareció ese momento fundamental para un emprendedor que tiene que ver con empezar a delegar algunas cosas, empezar a abrir el emprendimiento.

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Franco Barroso (25) vive en Berisso y trabaja en forma particular haciendo envíos en toda la región, es decir La Plata-Berisso-Ensenada. Su incorporación al rubro mensajería tuvo su origen en el corazón de la pandemia. Antes trabajó haciendo delivery en los locales de comida del centro hasta que le robaron la moto; después consiguió trabajo como mesero.

—Cuando empezó la cuarentena, esto de ser mesero no se pudo sostener. Me volví a quedar sin trabajo. Estuve cerca de un mes en mi casa sin hacer nada. Fue jodido. No tenía plata. Hasta que un día mi novia me dio la idea de hacer mensajería. Empecé a hacer trámites para la gente del barrio; no les cobraba nada. Denme lo que puedan, les decía.

En su nueva moto Franco hace unos 150 kilómetros diarios. Arranca a las 7 de la mañana y en promedio hace entre 20 y 25 envíos por día; a veces, la jornada termina a las 7 y, a veces, a las 9 de la noche.

—Estudio Nutrición en la Facultad, pero vengo más o menos: a los tumbos. Le dedico entre doce y quince hora por día al laburo y sólo me queda tiempo para comer y dormir.

Como todos los mensajeros, Franco siempre tiene a mano un spray con alcohol al 70% y usa barbijo para ir a todos lados. Además, cuando se baja de la moto no se saca el casco para nada, a menos que tenga que entrar a un banco. Ni siquiera se lo saca para comprar chicles en el kiosco.

Se acuerda perfectamente que empezó un 20 de abril de 2020 y, en todo este tiempo, no pudo sacarse de la cabeza el episodio de la casa fantasma.

Las hojas que el otoño había arrancado crujían debajo de las ruedas que giraban lento, le gustaba ese ruido; apenas aceleraba la moto junto al borde del andén mientras miraba la numeración de la casa. Cuando la halló se bajó y se encontró con la chica de los relojes: le dio el número de teléfono de la clienta, le anotó la calle en un papel e, incluso, le dio una foto del frente de la casa para que se ubicara mejor. La clienta decía que en esa cuadra los números estaban desordenados.

Franco llegó al lugar indicado, era la casa de la foto. Tocó timbre y salió una mujer. Él le dijo que tenía un regalo para Lucía. La mujer se quedó mirándolo y le dijo que ahí no vivía ninguna Lucía. Cómo que no vive ninguna Lucía, le dijo. A continuación la mujer entró e hizo una llamada, probablemente a alguien que vivía con ella para saber si conocía a alguna Lucía, pero cuando salió volvió a decirle que no conocía a nadie con ese nombre. Franco consideró que ese juego podía seguir por horas y que sería una pérdida de tiempo. Entonces se fue.

Cuando empezó la cuarentena, esto de ser mesero no se pudo sostener. Me volví a quedar sin trabajo. Estuve cerca de un mes en mi casa sin hacer nada. Fue jodido. No tenía plata. Hasta que un día mi novia me dio la idea de hacer mensajería. Empecé a hacer trámites para la gente del barrio; no les cobraba nada. Denme lo que puedan, les decía.

A la noche, la chica de los relojes lo llamó y le explicó que la tal Lucía se había equivocado, había un error en la dirección. Algo muy raro, pensó Franco, porque la foto de la casa coincidía con el lugar que había visitado. No obstante, al día siguiente fue a la nueva dirección pero no hubo forma: no le daban los números. Llamó a Lucía pero nadie contestó. No sabe qué pasó, pero le devolvió el reloj a la chica de los relojes.

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Cuando el semáforo se pone en rojo, Federico deja de pedalear calculando que el envión lo acercará a la senda peatonal. Conoce a los trapitos de esa esquina pero no les dice nada, espera el chiste. Quizás al lado de Federico frenó Mercedes, y más allá Nahuel y Franco. Todos pertrechados, irreconocibles.

—Le repasamos los vidrios, jefe —bromea el trapito acercándose a la bicicleta.

—¿Para qué si va a llover? —responde Federico levantando las palmas de las manos al cielo.

Abajo de sus tapabocas todos se ríen.

Cuando el semáforo cambia a verde, los mensajeros de la ciudad se pierden en todas las direcciones.

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