Relatto | El cuento de la realidad

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En el muelle de Santa Cruz La Laguna, sentado al lado de un hippie añoso contemplando los volcanes del Lago lago de Atitlán, empiezo a recordar la primera vez que llegué allí con mis padres. El espectáculo de ese enorme espejo azul rodeado de montañas verdes es algo que tengo en mi mente como una fotografía. Mi compañero de contemplación dice como en un soliloquio: “cuando vine aquí ya no pude irme”, y yo pienso que me he ido muchas veces… pero siempre regreso. Y regresábamos cada Semana Santa con mis padres y mis hermanos y todo era igual pero diferente.

El lago de Atitlán ha sido, desde tiempos anteriores a la conquista de esos territorios por Pedro de Alvarado, sanguinario conquistador español a quien hasta el mismo Hernán Cortés temía, el asiento de personajes e historias de lo más variados. 

Habitante de la Calle Santander Panajachel.

En la narración del Memorial de los kaqchikeles se menciona a Tolgom, como un enemigo de los invasores kaqchikeles o, según de qué lado estemos, un héroe guerrero de los tzutujiles, originales habitantes de Atitlán. Pero como en toda la historia mítica de los pueblos originarios de Guatemala, bien podría ser la personificación de las fuerzas volcánicas que dieron origen a lo que ahora es el lago Lago de Atitlán, en el actual departamento de Sololá, al occidente del país. El nombre no es ni k’iche’ ni tz’utujil ni kaqchikel, las tres etnias de origen maya que conviven en este territorio. Atitlán es un término de origen náhuatl, cuya etimología se compone de los vocablos alt-agua y titlán-entre: entre agua.

Cuando bajo por la pequeña carretera de dos carriles, en donde no hay ni un solo tramo recto y en algún momento es flanqueada por una altísima catarata, me topo, al terminar una curva casi a la mitad del trayecto, con un paisaje impresionante: una vista esplendorosa del lago de forma irregular rodeado de verdes montañas y tres imponentes volcanes: Tolimán y Atitlán a la izquierda,  y San Pedro a la derecha, en medio, la bahía de Santiago y el Cerro de Oro. 

Muelle de Santa Cruz, Atitlán, Guatemala.

El lago Atitlán se ve diferente según la época del año en la que uno se aventure a visitar este impresionante rincón del mundo. Mi recuerdo más reciente es cuando bajando a Panajachel desde Sololá, la cabecera departamental, vi el agua de un azul profundo y el Cerro de Oro brillando por el reflejo del sol poniente. Si uno se acerca por la carretera que baja de Sololá por la noche, verá una mancha negra rodeada de luces de los varios pueblos bautizados con los nombres de los doce apóstoles y, si tiene suerte, sus luces reflejadas en la negrura. Después de sortear el sinfín de curvas del angosto camino se llega a la población más importante, Panajachel. 

El “lago más hermoso del mundo” parafraseando a Aldoux Huxley, el escritor inglés quien describió su impresión de Atitlán comparándola con el lago Como, en Italia, es una idea que los guatemaltecos adoptaron en parte. La frase no es exactamente esa; (lo que dijo Huxley fue: “El lago de Como, me parece, toca el límite de lo permisiblemente pintoresco, pero Atitlán es Como con adornos adicionales de varios inmensos volcanes”). Las historias míticas no se acabaron con la muerte de Tolgom o la transformación en la Serpiente Emplumada del Abuelo Gagavitz. Se dice que el autor de El Principito, Antoine de Saint-Exúpery, después de un accidente de aviación en el aeropuerto La Aurora de la ciudad de Guatemala en 1938, se vio obligado a permanecer en Guatemala unos meses y se inspiró en los paisajes de Antigua y Atitlán para escribir su célebre cuento del pequeño príncipe filósofo . 

Atardecer en Cerro de Oro en primer plano y volcán San Pedro al fondo.

Aunque nunca se ha sabido de la existencia de ningún monstruo, habitantes famosos de otros lagos del mundo, sí existe el Xocomil: un viento “misterioso” que agita las aguas del lago en las últimas horas de la tarde y que obliga a  lanchas de pasajeros, veleros recreativos y pequeños cayucos de pescadores a refugiarse en alguno de los muelles de las poblaciones de las riverasriberas. Es posible que sea el Abuelo Gagavitz, uno de los antepasados formadores del mundo, convertido en la Serpiente Emplumada quien agita las aguas, como narra el Memorial de Atitlán

Se dice que el autor de El Principito, Antoine de Saint-Exúpery, después de un accidente de aviación en el aeropuerto La Aurora de la ciudad de Guatemala en 1938, se vio obligado a permanecer en Guatemala unos meses y se inspiró en los paisajes de Antigua y Atitlán para escribir su célebre cuento del pequeño príncipe filósofo . 

Durante la década de 1970 y parte de los años 80, aparecieron en Panajachel otros personajes menos míticos que Tolgom, pero que también hicieron temblar las estructuras mentales de algunos habitantes del país y principalmente de los gobiernos militares de esos años. Se instaló en una playa cercana a Panajachel una colonia hippie formada principalmente por jóvenes mochileros norteamericanos, muchos de ellos excombatientes de Vietnam, quienes llevaron consigo no solo artesanías exóticas sino las drogas recreativas que asiduamente consumían. A esa troupe de gitanos modernos se sumaron poco a poco jóvenes guatemaltecos que escapaban de la opresiva atmósfera de la capital y pueblos vecinos.  Muchos de estos viajeros se convirtieron en habitantes permanentes del lago, pequeños empresarios informales, artesanos e incluso buscadores espirituales.

En 1996, un buceador aficionado, Roberto Samayoa, descubrió algunos restos de cerámica en el lado sur del lago y luego de varias inmersiones en los siguientes meses, empezó a descubrir vestigios de lo que posteriormente fue bautizado como Samabaj (5), la “Atlántida maya”, la ciudad sumergida de Atitlán.  Decir ciudad es parte del mito, como la Atlántida, pero lo cierto es que, según las investigaciones de expertos arqueólogos y de National Geographic, en ese lugar parece haber existido una isla que fue cubierta por el agua en una de las “subidas” de su nivel, en donde probablemente existía un centro ceremonial.

Se instaló en una playa cercana a Panajachel una colonia hippie formada principalmente por jóvenes mochileros norteamericanos, muchos de ellos excombatientes de Vietnam, quienes llevaron consigo no solo artesanías exóticas sino las drogas recreativas que asiduamente consumían.

El lago de Atitlán o Atitlán, como le nombran coloquialmente los habitantes de la capital, fue desde hace mucho tiempo un destino turístico y un refugio temporal para los agobiados guatemaltecos de todas las clases sociales. En sus pueblos, especialmente en Panajachel, existen construcciones formales con un estilo campestre que datan de los años 20 y 30 del siglo pasado, construidas en parte con piedra basáltica. Incluso, en la novela del escritor español-guatemalteco Francisco Pérez de Antón, Los hijos del incienso y la pólvora, se narra cómo, en 1500, el gobernador de Antigua es exiliado a Panajachel después de oscuros acontecimientos en la Capitanía General del Reino de Guatemala. 

Samabaj, "la Atlántida maya" / Foto: National Geogrphic.

Con la explosión turística aparecieron también hoteles, pensiones, cuartos de alquiler y los inevitables bares y restaurantes que convirtieron poco a poco la población en una mescolanza pintoresca y, según quien lo mire, molesta, de estilos de vida, comercio y recreación de todo tipo. Y también de contaminación cultural y biológica. 

Atitlán también fue escenario de eventos históricos quizás minúsculos a escala global, pero que reflejaron la dilatada historia de ese territorio tz’utujil conquistado por los kaqchikeles, posteriormente por los españoles y al final por la industria sin chimeneas, el marketing y la modernidad. En la margen suroccidental existió un importante centro ceremonial que, lamentablemente, por la fuerza de la naturaleza, pero principalmente por la desidia e ignorancia, fue casi totalmente destruido: Cho’qu’muc. 

Calle Santander, Panajachel, Lago de Atitlán.

Durante la guerra civil, llamada eufemísticamente “conflicto armado interno”, todas las poblaciones del país tenían presencia militar que desarrollaba estrategias de contrainsurgencia, no tanto contra las pequeñas fuerzas guerrilleras, sino principalmente contra la población civil. En 1990, en Santiago Atitlán, la población enardecida expulsó al destacamento militar después de una masacre de 13 habitantes, y nunca más pudieron volverse a instalar allí gracias a un decreto presidencial que lo prohibió. O tal vez fue la presencia de Maximón, otro de los personajes mítico-históricos que tiene su residencia oficial en este rincón de Atitlán.   Aún hoy, caminando por las callejuelas de Santiago Atitlán deformadas por construcciones de block y cemento limpio producto de las remesas que envían los innumerables inmigrantes, puede sentirse una atmósfera inquietante y sobrecogedora creada posiblemente con los eventos míticos e históricos que tienen su epicentro en esa población del Lago de Atitlán, lugar a donde llegaron los kaqchikeles desde Tulan, según narra el Memorial de Atitlán, hasta lo que hoy conocemos como Guatemala.   

En 1990, en Santiago Atitlán, la población enardecida expulsó al destacamento militar después de una masacre de 13 habitantes, y nunca más pudieron volverse a instalar allí gracias a un decreto presidencial que lo prohibió

El futuro de esta maravilla natural llena de leyendas e historia, sin embargo, está amenazado actualmente por otro monstruo nada mítico y mucho menos romántico, un “monstruo verde” llamado cianobacteria  que proviene de la muy pobre política de conservación y procesamiento de deshechos de las poblaciones, hoteles y casas particulares que, junto con los residuos de los fertilizantes y pesticidas, se descargan cada invierno en las aguas del “lago más hermoso del mundo”.

El origen del lago de Atitlán, según los geólogos, se remonta a aproximadamente 14 millones de años y una de las teorías más aceptadas es que el cuerpo de agua más profundo de Centroamérica, con más de 300 metros de profundidad y sin un desagüe natural confirmado, proviene de una erupción volcánica que dejó el enorme cráter que ahora guarda las aguas en donde viven Tolgom, Gagavitz, Xocomil-Gucumatz-La Serpiente Emplumada, Maximón, El Principito. los hippies y una multitud más de personajes que, con un poco de imaginación y otro poco de datos, bien pueden reflejar la historia pasada, y quizás futura, de este pequeño territorio del antiguo imperio maya que fue llamado originalmente Quauhtlemallan/Tierra de Árboles. 

Cuando el sol se oculta detrás del volcán Paquisís y el cerro Cristalino, Xocomil se calma y el viajero se sienta en la playa a meditar sobre los misterios de este mundo o del otro. 

Vista completa de Atitlán desde el Mirador del lago. Foto: Rodrigo García Valdizan / Guatemala.com.


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