Paola Suares fundó junto a su amiga Doris Jara un salón de belleza en la Villa 31, uno de los asentamientos populares de la Ciudad de Buenos Aires. Paola tiene 30 años, es estilista y se especializa en color. Doris tiene 32 años y hace manos, pies y cejas. La pandemia las dejó sin trabajo. Entonces, el marido de Doris sugirió que las dos mujeres alquilaran un lugar y trabajaran juntas. Hace un año y medio que atienden el salón Divinas. El recorrido de Paola incluye una mudanza del norte de la Argentina a la capital del país, un historial de violencia de género, un ACV y dos becas de estudio que le abrieron puertas. Hoy sueña con tener una peluquería propia y capacitarse con colegas internacionales.
Paola Suares.
Quedé en encontrarme con Paola Suares una mañana soleada y fresca de mayo, en la puerta del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, que tiene su sede en la Villa 31 o Barrio Padre Mugica, como también se conoce a este asentamiento informal. Bajé de uno de los colectivos verdes de la línea 33, que finaliza su recorrido justo allí, e intenté reconocerla entre los cubrebocas y las miradas de las personas que por la hora, las 9 a. m., seguro estaban apuradas para llegar a sus trabajos. Busqué a una mujer de pelo lacio, oscuro, flequillo —la había encontrado en Instagram—, pero no la vi. Me quedé a esperarla junto al vendedor de chipa, una especie de pan tradicional de la gastronomía paraguaya hecho a base de almidón de mandioca y queso, que estaba tratando de ganar algo de plata tentando el hambre de los trabajadores que habían salido de sus casas sin desayunar. Le escribí por Whatsapp para avisarle que ya había llegado, y nos reconocimos celular en mano. Se había ofrecido a ir a buscarme para evitar que me perdiera en las calles laberínticas de este barrio que parece un subuniverso dentro del universo de la ciudad.
Paola Suáres fundó junto a su amiga Doris Jara un salón de belleza en la Villa 31, uno de los asentamientos populares de la Ciudad de Buenos Aires. Paola tiene 30 años, es estilista y se especializa en color.
Mientras caminábamos hasta Divinas, el salón de belleza que abrió con su amiga Doris Jara en noviembre de 2020, me contó que ya había dejado en el colegio a su hijo de 8 años, Elián, y que sus días suelen incluir un paseo en bicicleta o una rutina en el gimnasio. Luego, vuelve a su casa, se ducha y por las tardes trabaja en el salón. Las mañanas son de Doris. Las tardes son de Paola. Sin embargo, ese martes de mayo por la mañana el salón estaba libre y ahí me recibió para contarme su historia. Se sacó el abrigo y se puso su capa de peluquera: un delantal negro con su nombre estampado en dorado, al lado de una tijera y una flor color lila. Nos sentamos en el puesto de manicuría de Doris, con la cabina para uñas semipermanentes como testigo. La escuché mientras el día transcurría a sus espaldas, del otro lado, en la calle de la que nos separaban unas rejas negras y un plástico transparente que nos resguardaba del viento. El barrio estaba en pleno movimiento: barrenderos limpiando, gente caminando con bolsas de compras en las manos, y motos yendo de un lado a otro. Y se escuchaba aquello que no se llegaba a ver: una obra de construcción.
—Dale. Así pagamos el alquiler a medias —recuerda Paola que le insistió su amiga Doris.
Las amigas y socias Doris Jara y Paola Suares.
La pandemia del COVID-19 las encontró a Paola y Doris, vecinas y amigas del colegio, trabajando. Paola era camarera de un servicio de catering para empresas, mientras que Doris hacía uñas en una peluquería del barrio. Las fuertes restricciones sanitarias del primer semestre de 2020 hicieron que ambas se quedaran sin trabajo. Un día el marido de Doris vio que se alquilaba un local al frente de su casa y pensó que su esposa y su amiga Paola, que vivía a dos cuadras, podían poner algo juntas.
—Al principio, no me animaba. Empezó ella y yo me sumé después. Cumplimos un año en noviembre de 2021 y la verdad es que nos va bien.
Bien para Paola es atender a tres o cuatro personas por día entre semana, y a diez un sábado. A las mujeres, les hace corte, color, peinado y las maquilla. A los hombres, por el momento, solo les hace color. Aunque hizo tres cursos, reconoce que la barbería aún le cuesta. No se rinde. Se promete que va a repetir el curso las veces necesarias para poder ofrecerles un servicio integral a ellos también.
Cuando la empresa de catering cerró, había empezado a atender a algunas clientas en su casa, un monoambiente en el que improvisó una peluquería. El contexto y la necesidad la llevaron a animarse a aplicar sola todo lo que había aprendido un año antes, en 2019, cuando accedió a dos becas importantes: una de peluquería en la Oscar Colombo Academy, como parte del programa Potenciate de Buenos Aires Joven; y otra de maquillaje en Belleza por un Futuro, un programa que L’Oréal Argentina implementa en alianza con la Fundación Pescar. Siempre le había llamado la atención la peluquería y se anotaba a los cursos que le interesaban, pero no era constante porque llegaba un momento en el que pagar la cuota más los materiales le resultaba imposible. Habla a un volumen amable, rápido y con firmeza.
Bien para Paola es atender a tres o cuatro personas por día entre semana, y a diez un sábado.
—2019 fue mi año para empezar de nuevo. Hice de todo: me separé, iba a las dos becas y trabajaba para la empresa de catering. Llegaba todos los días a casa pasada la medianoche.
Potenciate comenzó en 2015 como una herramienta del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que ofrecía becas para carreras universitarias, en especial Enfermería, aunque también se firmaron algunos convenios específicos para Danzas, Idiomas y Peluquería. En su origen, el programa dependió de la Dirección General de Políticas de Juventud, que tras una reorganización le cedió esa responsabilidad a la Agencia de Aprendizaje a lo Largo de la Vida. La Dirección pasó a ocuparse de las políticas generales para vincular al sistema educativo con el laboral y mejorar la empleabilidad joven.
—Potenciate ayudó a muchos emprendedores, no solo a Paola —aseguró Tomás Mestre Olmedo, director general de Políticas de Juventud.
Nueva peluquería. Su reinauguración fue el 13 de julio.
Durante una entrevista concedida por Google Meet, el funcionario mencionó algunas estadísticas sobre las cuales el gobierno de la ciudad estructura sus políticas de formación gratuita. Explicó que la tasa de desempleo entre los mayores de 30 años es del 4,5 %. Sin embargo, entre los menores de 25 el indicador llega al 25 %. Con esta diferencia presente, evaluaron el territorio y lo dividieron en tres zonas: Norte, donde la desocupación juvenil es del 17%; Centro, con una desocupación de casi el 23 %; y Sur más barrios populares (entre ellos, la Villa 31, donde vive Paola), con una tasa de desocupación promedio del 34 %.
—También comprobamos que los jóvenes que tienen más cerca las oportunidades de formación son quienes menos dificultades tienen a la hora de salir y encontrar un trabajo.
Mestre Olmedo hoy tiene a su cargo Buenos Aires Multiplica, un programa de capacitación que da herramientas digitales, habilidades blandas y de acción ciudadana para potenciar la empleabilidad. La Dirección General de Políticas de Juventud depende en la actualidad del Ministerio de Desarrollo Económico y Producción.
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Paola es la tercera de cinco hermanos. Nació en Jujuy, provincia del noroeste argentino. Se crió con su abuela en El Carmen, una ciudad chica a la que ella llama “pueblo”. Cuando cumplió 8 años, su mamá decidió que viviera con ella y su nueva pareja en Buenos Aires. Pasaron por dos casas antes de instalarse de manera definitiva en la Villa 31. Su mamá y su padrastro, Esther y Marcelo, tuvieron dos hijas, hermanas menores de Paola. Ella recuerda que al principio tenían una vida tranquila. Marcelo trabajaba como recolector de residuos, pero “se descarriló cuando se metió en las drogas, perdió el trabajo y se volvió agresivo”.
Juan, con quien tuvo a Elián, fue la excusa perfecta para irse de su casa a los 15 años, aunque no pudo escapar muy lejos en más de un sentido. Vivieron juntos en la 31.
—Al principio, fue bueno conmigo. Después, ya no. Le gustaba mucho salir, tomar, irse de joda —no se detiene mucho más en esta etapa de su vida.
Paola, Elián y Juan.
Le pregunto qué recuerda de sus primeros años en Jujuy y sonríe con toda la cara. Cuenta que su abuela, a quien le decían Mami, los mandaba a juntar leña; y le quedó grabada en la memoria la hamaca hecha con caños que tenían en el patio y a la que encontró cuando regresó a Jujuy después de 20 años.
—Fue mi infancia más linda —se alegra de haber podido viajar con su hijo Elián, que ahora quiere pasar las vacaciones de verano en Jujuy.
Menos su segunda hermana, Anahí, hoy toda la familia vive en la 31. Esther y Marcelo se separaron hace unos cinco años. Paola vive cerca de su mamá, pero tiene poca relación con ella. A su papá dejó de verlo de chica, cuando se vino a vivir a Buenos Aires.
Isabela Lemos, Paola Sures y sus compañeros con el certificado de una capacitación.
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Paola y Doris son las referentes de Divinas, pero comparten el espacio de trabajo con otras dos exalumnas del programa Belleza por un Futuro de L’Oréal: María José Araceli Ujarte, que hace tratamientos faciales; y con Mercedes Lozano, maquilladora. Además de compañeras de trabajo son todas vecinas. Paola y Araceli son también primas.
—Siempre las motivo para que se sigan capacitando y no se queden con lo básico —Paola reconoce que espera que quienes trabajan con ella tengan su misma dedicación—. Les aconsejo que lo que ganaron en el día lo inviertan en una capacitación o productos.
El nombre completo de la prima de Paola es María José Araceli, pero su familia le dice Majo. Aunque ella eligió Araceli para su nueva vida en Buenos Aires. Vino de Jujuy en noviembre de 2018. Tenía 25 años, vivía con su mamá, estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Jujuy (UNJu) y necesitaba un cambio. Paola la aconsejó a la distancia y le insistió para que se mudara a la Ciudad de Buenos Aires.
—Ella es como una hermana para mí y siempre me da un empujón cuando necesito tomar alguna decisión.
Paola y Doris son las referentes de Divinas, pero comparten el espacio de trabajo con otras dos exalumnas del programa Belleza por un Futuro de L’Oréal: María José Araceli Ujarte, que hace tratamientos faciales; y con Mercedes Lozano, maquilladora.
Dice entre risas que Paola tiene “demasiada” energía a veces, pero le reconoce la solidaridad y el empuje. Cuando Araceli llegó a Buenos Aires se fue a vivir con unos tíos a la Villa 31 porque no podía pagar un alquiler. Al poco tiempo, empezó a trabajar media jornada en la central telefónica de la cadena de farmacias Farmacity y siguió adelante con sus estudios en la Universidad de Buenos Aires (UBA). En 2019, al igual que Paola, accedió a una beca de maquillaje dentro del programa Belleza por un Futuro. Se recibieron juntas. A mediados de 2021, la ascendieron a un puesto a tiempo completo en Farmacity como administrativa contable. Ese mismo año ganó otra beca de la Fundación Pescar Argentina para cursar una tecnicatura universitaria en Dermatocosmiatría, en la Universidad del Salvador (USAL). Llegó un punto en el que le iba a resultar imposible compaginar su vida laboral, aunque trabaja desde su casa, con sus dos carreras con cursada presencial. Paola la ayudó a hacer números y le propuso una solución.
—Me prestó plata para que me comprara una máquina de dermoabrasión y pudiera ofrecer el tratamiento de punta de diamante en Divinas.
Desde diciembre de 2021, Araceli se encarga de los tratamientos de cosmiatría en el salón y así tiene un ingreso extra que le permite pagarse un alquiler en el centro de la Ciudad de Buenos Aires y vivir cerca de las facultades para poder continuar con sus dos carreras. Tiene tres trabajos: Farmacity, Divinas y acaba de sumar un tercero como community manager independiente. Asegura que todo este esfuerzo es para en algún momento dedicarse en exclusiva a la dermatocosmiatría y tener su título de contadora como complemento.
—Con Pao, soñamos con algún día poder inaugurar juntas nuestro propio salón.
Las primas María José Araceli Ujarte y Paola Suares con el certificado de Belleza por un Futuro de las fundaciones L' Oréal y Pescar.
Su emoción atraviesa la pantalla y aún en la videollamada por Zoom se nota que su voz se entrecorta. Vio a su prima empezar de cero. Supo que cuando se quedó sin trabajo Paola solo tenía en su cuenta $3000 que decidió invertir en productos para hacer tratamientos con keratina. Fue testigo de cómo la casa de Pao y Elián, un pequeño monoambiente, se reconvirtió por necesidad en una peluquería: una pileta chiquita, sillas de comedor y un espejo común adornado con luces que hacía las veces de espejo hollywood. Araceli se conmovió y, como aún no alquilaba, pudo prestarle unos ahorros para que se comprara un lavacabezas de peluquería.
—Cuando fui al salón y vi ese lavacabezas ya con los muebles, el espejo hollywood y todo armado me llené de orgullo.
Paola hace un curso tras otro. La diferencia con 2019 es que ahora puede pagarse las capacitaciones que quiere. Durante la pandemia, además de atender en su casa, aprovechó para hacer cursos online. Así conoció a Isabela Lemos, colorista experta en rubios, con quien tomó cinco cursos. Araceli admite no entender mucho de peluquería, pero confía en la palabra de su prima que le dice que esta profesora es muy buena y no tiene el reconocimiento que se merece.
—Pao le está enseñando a maquillar a la profesora para que pueda subir fotos lindas a redes sociales y mostrar su trabajo. Además, me pidió a mí que ayude a la profesora con sus redes sociales. Ella es así, se pone todo al hombro y ayuda como puede.
Fue testigo de cómo la casa de Pao y Elián, un pequeño monoambiente, se reconvirtió por necesidad en una peluquería: una pileta chiquita, sillas de comedor y un espejo común adornado con luces que hacía las veces de espejo hollywood.
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Le comenté a Paola que necesitaba entrevistar a gente que la conociera para completar la nota, y le pedí los teléfonos de Doris y Araceli. Les consultó. Doris prefirió no hablar.
—Araceli seguro se prende. Te paso también el número de mi profesora Isabel que capaz también puede sumar algo.
Colorista profesional, experta en rubios perfectos. Así se presenta Isabela Lemos en sus redes sociales. Tiene 46 años y la mitad de su vida la lleva dedicada a la peluquería. Hace siete años se especializó en color, y la pandemia y las restricciones sanitarias la llevaron a lanzarse a capacitar online sobre técnicas innovadoras de coloración. Paola tomó varios cursos con ella y mostró tanto entusiasmo que Isabela le propuso que fuera su asistente en las capacitaciones que ahora ofrece de manera presencial.
—Cuando veo que una alumna tiene talento, la apoyo y la invito a que me acompañe —Isabela asegura que este es el caso de Paola—. Lo supo aprovechar. Tiene un potencial enorme y le gusta, es apasionada, se compromete.
Paola Suares muestra el rubio de una clienta de la peluquería.
Además de atender en su casa y de dictar capacitaciones, Isabela organiza eventos y jornadas para colegas latinoamericanos que quieran presentarse en Buenos Aires. Con Paola como asistente, espera dar muy pronto capacitaciones en el Interior de la Argentina: Jujuy, Neuquén y Río Negro están en los planes.
—Me buscan cuando quieren un cambio brusco: pasar de un cabello oscuro a un rubio blanco, por ejemplo —dice Isabela que esta es la parte que más le gusta de su trabajo—. Muchas clientas vienen, se hacen el cambio de look y toman la decisión de separarse.
Maestra y alumna tienen un objetivo: asistir a una capacitación que Gabriel Samra, un estilista venezolano radicado en Miami, dará en septiembre en Buenos Aires. Samra se especializa en balayage y suele hacer giras internacionales para enseñar su técnica. Para un colorista, ir a una presentación suya es como “Disney para un niño”, según Isabela, que ya tuvo la oportunidad de asistir una vez. Paola sueña: va a estar cerca, pero cuesta dólares y estamos en Buenos Aires. La maestra le aseguró a la alumna que de alguna forma lo van a lograr. Le digo que me vendría bien que me contagie la determinación.
—Ahí veo, un cambio de look. Te agarramos a vos —me contesta.
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Paola tenía 17 años y ya se había ido de la casa que compartía con su familia, pero vivía cerca con su primera pareja, Juan. Aún no habían tenido a Elián. Una noche sintió un fuerte dolor de cabeza y se fue a acostar para ver si después de dormir un poco se le pasaba el malestar. El dolor aumentó y, como pudo, decidió levantarse e ir hasta la casa de su mamá a pedir ayuda. Caminó, sin ver nada, de memoria. Llegó hasta la puerta, gritó y tuvo convulsiones. Como en un sueño, se vio tirada en el piso y a su mamá y a Juan sentados a su lado. Lloraban. Tiempo después, habló con un vecino que quiso saber cómo se estaba recuperando y se dio cuenta de que esa escena había ocurrido. Un patrullero de la Policía la llevó hasta un hospital.
—¿Los médicos te mencionaron alguna probable causa del ACV?
—Estrés.
—¿Creés que ese estrés fue por algo puntual?
—Sí, por mi padrastro y mi pareja. Aguanté muchas cosas y, bueno, eso en algún momento sale.
Sigo entrevistando a Paola en su salón, no tiene reparo en contar toda su historia. Sin embargo, omite algunos detalles y prefiere centrarse en lo que vino después, su recuperación. Un día, unos dos meses después de que le dieran el alta, quiso ir a comprar al almacén y notó que no podía contar la plata. Intentó leer y escribir. No pudo. Gracias a una resonancia, los médicos descubrieron que “se había saturado una venita de la cabeza”. Siguió un tratamiento de rehabilitación y retomó su vida cotidiana sin secuelas.
Para un colorista, ir a una presentación suya es como “Disney para un niño”, según Isabela, que ya tuvo la oportunidad de asistir una vez.
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De la beca en la Oscar Colombo Academy se enteró gracias a la difusión del programa Potenciate en redes sociales. En cambio, su interés por Belleza por un Futuro vino de una fuente más directa: su hermana Marcela había hecho el curso de peluquería y la convenció para que también se presentase. Con L’Oréal, Paola se capacitó en maquillaje. Sin embargo, lo que más recuerda es la formación personal y a su orientadora.
—Muchas chicas no la querían porque era muy exigente con nosotras —dice y parece recordar alguna situación puntual—. Nos decía que no teníamos que faltar, nos llamaba la atención si no nos sentábamos derechas y nos aconsejaba que siempre nos mostráramos activas. La verdad es que a mí eso me sirvió para todo.
Belleza por un Futuro es un programa de capacitación gratuita de la Fundación L’Oréal, en los oficios de peluquería y maquillaje. Está presente en muchos países gracias a alianzas con organizaciones no gubernamentales locales. En Argentina, el programa es posible gracias a una alianza con la Fundación Pescar.
Nueva peluquería.
Rocío Sendra es orientadora laboral y capacitadora de Pescar. Para acceder a los cursos gratuitos de Belleza por un Futuro, y a otros que da la fundación, es necesario pasar una serie de entrevistas, y ella recuerda qué ocurrió cuando terminó la entrevista individual de Paola.
—Esta chica tiene que entrar —coincidimos con mi compañera—. La garra, la entereza, la predisposición, la apertura al aprendizaje y al diálogo que demostró en una sola entrevista no lo podíamos creer.
“No falta nunca. Participa en clase. Es buena compañera. Se sienta adelante y toma apuntes. Incorpora todo lo que se le enseña”, esto habría escrito Rocío en el boletín de calificaciones de Paola en el caso de haber existido uno.
—Fue un placer tenerla de alumna. Así de simple.
Una vez que se termina de cursar, Pescar ofrece dos años de seguimiento. Este tiempo ya pasó para Paola. Sin embargo, ellas siguen en contacto.
—Ahora en nuestra relación hay paridad. Somos dos mujeres jóvenes profesionales que nos acompañamos —Rocío tiene 34 años.
La Fundación Pescar Argentina es una organización sin fines de lucro que forma a personas de escasos recursos económicos para que puedan insertarse en el mundo del trabajo.
Rocío Sendra.
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Paola y Juan se separaron en 2019. Elián ve al papá cada cuatro meses. Ella está de nuevo en pareja, se llama igual que su ex y se apura en aclarar que la relación es diferente. El Juan actual tiene 24 años, es de la ciudad de Esquel en la Patagonia argentina, y trabaja como carpintero para el Ejército. Se conocieron por un amigo en común que pensó que podrían llevarse bien y arregló un encuentro grupal en una plaza.
—Es rebueno. Es una persona muy seria, madura.
Los cuadros de los diplomas que se exhiben en el salón Divinas, el perchero, el mueble y el espejo hollywood en el que se miran las clientas de Paola y se sacan selfies son obras de Juan. Además, aunque no viven juntos, tienen proyectos: se compraron una impresora 3D que él usa para hacer figuras de buda con portavelas que ella después vende en la peluquería.
No nos volvimos a ver desde esa mañana soleada de mayo, cuando conocí su salón, pero seguimos en contacto por Whatsapp. Antes de terminar esta nota, repasé con ella algunos datos y le pedí fotos. Así me enteré de que ahora, dos meses después de mi visita, las chicas de Divinas están en plena mudanza. El dueño del primer salón que alquilaron está remodelando. Para evitar un cierre prolongado, ellas decidieron mudarse. El nuevo salón queda al lado del Ministerio de Educación, donde nos encontramos aquella vez. Me prometió un video cuando terminaran de acomodar.
—¿Qué consejo le darías a alguien que recién está empezando en peluquería?
—Que emprendan, que se animen. No importa si es en peluquería, cocina, lo que sea. Y que no gasten su dinero en cualquier cosa. Que inviertan en máquinas, productos, en algo que después les genere más.