Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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“Dios es el mejor, testifico que no hay más dios que Dios, y testifico que Mahoma es el mensajero de Dios, acudid a la oración”, son los primeros versos que me traduce Onur, el guía turístico con quien camino. Con un sonido metálico y lejano resuena el adhan suní, el llamado a rezo surgido de los altoparlantes e interpretado por una voz de varón intensa y grave; antes eran los almuédanos quienes subían a las torres de las mezquitas (minaretes) y lo gritaban a viva voz, ahora se hace desde algún lugar y se reproduce a la vez en toda la ciudad cinco veces al día. 

Onur es turco, habla perfectamente inglés y castellano, de cabello castaño oscuro y lleva una campera de lluvia roja; como guía trabaja con soltura y conocimiento. Explica que la oración se termina haciendo en cualquier momento y lugar, que el llamado es solo una sugerencia.  

Dios es el mejor, testifico que no hay más dios que Dios, y testifico que Mahoma es el mensajero de Dios, acudid a la oración”.

En este momento y por un rato largo, los que no entraremos para rezar, no podemos ingresar a este lugar de culto de la fe islámica: la mezquita azul. Pasaré el tiempo girando en falso por los muy turísticos Eminönü y Sultanahmet, barrios donde también se encuentra la mezquita Santa Sofía, la cisterna basílica, el viejo hipódromo y los bazares rebosantes de especias, adornos y alfombras. 

El frío de febrero atraviesa las esquinas hiperactivas, el paso peatonal para cruzar la calle está de adorno y las bocinas son un instrumento más en la orquesta. La señal de precaución del semáforo la marca un rojo parpadeante y no un amarillo como estoy acostumbrada. Los coches se atraviesan entre motos y carros de comerciantes ambulantes en las calles zigzagueantes y angostas de esta ciudad construida sobre siete colinas, de la misma manera que Roma. 

En los turísticos barrios de Eminönü y Sultanahmet se encuentra la mezquita Santa Sofía, la cisterna basílica y el viejo hipódromo.

Algunos discuten en la vía pública y lo hacen con vehemencia y gesticulación a la griega, a la italiana, a la argentina. Sin embargo, el ruido del tránsito de la tierra y el mar, los perros y gatos callejeros —que llevan un chip de reconocimiento—, el llamado al rezo por altoparlantes, la lluvia y la nevisca juntos no me convencen de que haya hasta quince millones de personas —con su periferia— que circulan por la ciudad y sea la más poblada de Europa. Con el correr de los días entiendo que no parece caótica por su gran extensión. La mítica Estambul es la única ciudad del planeta establecida entre dos continentes —Europa y Asia—, partida en dos por el estrecho del Bósforo. 

Sus bazares son famosos por especias, adornos y alfombras.

Veo un contraste balanceado entre los colores de los mosaicos que decoran interiores y exteriores de casas, comercios y mezquitas con el mármol en las veredas y algunas fuentes como la del Sultán Ahmed (de 1728) íntegramente construida de este material. Aquí siempre hay alguien con sus zapatos a un costado lavándose los pies y brazos hasta los codos, aún en el crudo invierno, una actividad que sistemáticamente realizan antes de cada oración. 

Ya se permite entrar al templo de Sultan Ahmed I (o mezquita Azul) y, después de colocar los zapatos en un casillero, el primer impacto es una enorme y gruesa columna de mármol. Avanzo y desde adentro veo las cúpulas con vitrales venecianos de tonos azules que generan un ambiente celestial y se engloban hacia la cúpula mayor, la cual, según me cuenta Onur, protege el cielo de la tierra. También hay vitrales de varios colores en las paredes superiores, pero, en la parte central del recinto de gigantescas circunferencias —una adentro de la otra— cuelgan desde lo alto varias decenas de lámparas cálidas que iluminan esa parte del templo y parecen constelaciones, aunque están más cerca del suelo que del techo. Un suelo de alfombra roja, mullida y limpia, un gran espacio diáfano solo interrumpido por columnas maestras. 

En la Mezquita Azul hay vitrales venecianos y varias decenas de lámparas cálidas que iluminan el templo y parecen constelaciones.

Onur me explica que no hay ningún tipo de mueble porque distrae y que no hay pinturas ni estatuas porque, en esta religión, artista es aquel que se convirtió en un buen calígrafo. De hecho, en la mezquita que está al otro lado de la plaza de Sultanahmet, se encuentra enfrentada Santa Sofia (antes Catedral ortodoxa, mezquita y luego museo). Allí hay inmensos medallones caligráficos con fondo azul y letras doradas con frases del Corán. 

Los visitantes nos quedamos del lado permitido y, además, las mujeres no podemos entrar al lugar principal de rezo. Solo hay varones que en solitario hacen sus reverencias. Hay carteles que indican donde pueden estar ellas, en espacios laterales cerrados y en los que no se puede ver dentro. Onur me dice que, al contrario de discriminación, se hace así para cuidarlas, que si un varón se colocara atrás de una mujer se podría pensar mal. Hay también lugares privados para que hombres de Estado y personas importantes hagan su plegaria con seguridad, ya que, al parecer, muchos asesinatos sucedieron al momento de la oración. Enseñar palmas a los costados de la cara, cruzar brazos a la altura del pecho, ponerse de rodillas y llevar la frente al suelo. Todos realizan los mismos gestos que se hacen de cara a La Meca, situada en Arabia Saudita.  

Hay también lugares privados para que hombres de Estado y personas importantes hagan su plegaria con seguridad, ya que, al parecer, muchos asesinatos sucedieron al momento de la oración.

Supongo que los pies de todos están helados, afuera llueve y la humedad penetra por la planta de mi media fina, no apta para la ocasión. Una mujer con hijab (pañuelo que deja ver el ovalo del rostro, de uso generalizado en el mundo musulmán) abandona su lugar de rezo y se dirige hacia la puerta de salida; se le ve toda la cara. Turquía es un país laico, aunque el islam sea su principal religión (98%) y a pesar de que su actual presidente y, en general, la casta de gobierno sea conservadora, está prohibida la vestimenta ortodoxa, según me cuenta Onur y me desliza un dato que me sorprende: antes que en muchos lugares del mundo, la mujer aquí pudo votar y ser votada en elecciones parlamentarias desde 1934. 

Siempre hay alguien con sus zapatos a un costado lavándose los pies y brazos hasta los codos, una actividad que sistemáticamente realizan antes de cada oración. 

Afuera de la mezquita hay gigantografías con explicaciones prácticas sobre el islam, como por ejemplo, cuál es su único dios (Alá), sus libros (producto de revelaciones milagrosamente escritas porque el profeta Mohamed no sabía escribir), cuáles son las principales creencias, quienes son Jesús y María para el islam y que son hijab, burka, Chador, shayla, al-mira, khimar (las variantes de pañuelos).   

Onur repite, de manera amigable, que según su criterio el mundo occidental no tiene por qué inquietarse tanto sobre el pañuelo en la cabeza de las mujeres, pues en todas las religiones habidas y por haber, ellas —y ellos también— se la cubren al igual que las piernas y el torso; que distinto es en el islam ortodoxo, pero que aquí no es lo más común, que la mujer que vive en Estambul es moderna, que si las hay muy tapadas seguramente son turistas o del interior del país. Efectivamente, esto se ve: en Estambul la mayoría de las mujeres tiene el cabello teñido, tuneado, se lo enrula o plancha; trabaja y vive independientemente, se arregla y lo muestra y hasta se viste con faldas ajustadas, tops y usa taco aguja para bailar tango rioplatense. 

Según me cuenta Onur y me desliza un dato que me sorprende: antes que en muchos lugares del mundo, la mujer aquí pudo votar y ser votada en elecciones parlamentarias desde 1934. 

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Bajo a la estación de tren subterráneo Sirkeci para ir a la parte asiática. Cada vez que quieren ampliar el subterráneo, entre los dos y veinte metros se encuentran con alguna de las capas que forjaron los tres imperios de los que fue capital - Imperio romano de Oriente o Bizantino, Latino y Otomano. Los ingenieros trabajan a la par que los arqueólogos que han encontrado incluso barcos, además de piedras.  

Cada vez que quieren ampliar el subterráneo, se encuentran con alguna de las capas que forjaron los tres imperios de los que fue capital - Imperio romano de Oriente o Bizantino, Latino y Otomano.

Entre las tres mil mezquitas de la ciudad, hay algunas que fueron iglesias ortodoxas. Algunas —el caso de Santa Sofia— tienen en las paredes una capa de cemento que cubre los mosaicos del arte bizantino y colocan sobre ella la firma del sultán. En la calle un patinete eléctrico recorre la superficie de lo que un día fue el centro de la vida política y cultural de un pueblo medieval, sobre un suelo que acumula dos mil setecientos años de historia de convivencia entre civilizaciones.

Aún no sale el tren, y yo sigo en las entrañas de la ciudad un día bordeado por las murallas más difíciles de derribar de la historia. Desde abajo no se dónde está el norte y el sur pero se que también me rodea el estrecho del Bósforo por un lado y por otro el mar de Mármara, el mar más pequeño del mundo y que toca solo este país. 

En Estambul la mayoría de las mujeres tiene el cabello teñido, tuneado, se lo enrula o plancha; trabaja y vive independientemente, se arregla y lo muestra y hasta se viste con faldas ajustadas, tops y usa taco aguja para bailar tango rioplatense. 

Habiendo bajado varios tramos de escaleras mecánicas, desde el centro de la tierra observo que en los rasgos faciales de los turcos predominan la nariz grande de los hombres y sus ojos claros en contraste con el cabello oscuro. En contraposición a lo que a veces se cree, a los turcos no les gusta que los llamen árabes porque no lo son. Me gusta Onur y su tarea docente que derriba mitos. Según se conoce por las raíces lingüísticas, sus antepasados directos son los habitantes de un pueblo nómade (los selyúcidas) proveniente de Asia Central, de las estepas de Irán y Azerbaiyán y del actual Turkmenistán que es dónde también vive ese pueblo, o sus descendientes. Pero éstos llegaron cuando los griegos ya habían fundado la ciudad en el siglo VI a.C —a la que llamaron Bizancio—y ya habían poblado la península de Anatolia. 

En contraposición a lo que a veces se cree, a los turcos no les gusta que los llamen árabes porque no lo son.

Los sedimentos culturales se ven muy especialmente en esta "ciudad enclave". Entre griegos y turcos existe una disputa acumulada de 400 años de guerras, y por la que aún en la actualidad a la hora de nombrar a Estambul en las pantallas del aeropuerto de Atenas reza el nombre de "Constantinopla". No hay que osar decirle a un griego que algo de su cultura proviene de Turquía, para ellos es siempre viceversa. Además, por aquí pasaron los persas y Alejandro Magno. Pero lo que más nos confunde a la hora de creerlos “árabes” es la influencia del Imperio Otomano que durante casi cinco siglos dominó estas tierras, entre los siglos XV y XX, y porque desde entonces, el islam penetró en la cultura y se quedó para siempre en el territorio. 

Mezquita de Santa Sofía.

Aquí recién comprendí que un país islamizado no necesariamente es arabizado. Y aún más, Estambul se hace eco de una experiencia genuina de multiculturalidad; por ejemplo, la ciudad genera treinta y una milongas para bailar tango social con un alto nivel, para algunos el mejor fuera de Buenos Aires. Todas las culturas tienen su Mecca pero a veces, también, importantes sucursales. 

En el lado europeo viven dos tercios de la población, pero algunos trabajadores aseguran que se vive mejor en el lado asiático porque es más tranquilo, barato, más verde y con mejor calidad de vida para las familias alejados del turismo masivo y el centro financiero. Más aún desde que se creó el túnel submarino que une las dos costas en menos de cuatro minutos, gestionado por la línea Marmaray en la que estoy viajando ahora. Por este motivo el tráfico de ferris no es alto y, además, hay un puente para coches. 

Estambul se hace eco de una experiencia genuina de multiculturalidad; por ejemplo, la ciudad genera treinta y una milongas para bailar tango social con un alto nivel, para algunos el mejor fuera de Buenos Aires.

El estrecho del Bósforo fue y es estratégico para el comercio entre Oriente y Occidente; lo que en la Edad Media era el escenario del final de la Ruta de la Seda, hoy, es escenario de “La Ruta de la Seda de Hierro". Desde hace más de un año la línea China Railway Express atraviesa el canal y transporta productos electrónicos para toda Europa. Antes había muchos cruceros, dicen, pero fueron suspendidos después de 2016 por los sucesivos atentados de ese año. Veo obras en la estación, están aprovechando el parón para remodelarla. 

La vera del estrecho era muy verde pero desde siempre ricos y famosos, nobles y sultanes construyeron decenas de palacios de veraneo o fin de semana sobre sus colinas bajas. Onur cuenta que los últimos cuatro sultanes fueron muy despilfarradores para lo propio y lo público. “Aquí construían las mezquitas en siete años, en Europa tardaban décadas para hacer una iglesia”, dice.

El estrecho del Bósforo fue y es estratégico para el comercio entre Oriente y Occidente.

La mansión más cara de la ladera es la exembajada de Egipto que hoy tiene un valor de ciento veinte millones de dólares. Es la zona más cara de Estambul donde también residen cineastas y políticos, aquí puede costar veinte mil dólares el metro cuadrado. Hace cuarenta años se prohibió seguir construyendo para conservar el poco verde que queda. Pero, así como billetera mata galán, también puede matar norma gubernamental: la cadena hotelera de capitales chinos, Mandarín Oriental, está contribuyendo un hotel cinco estrellas.

Onur señala la escuela militar de donde egresaron Kemal Atatürk, el prócer turco, y Muhammad Gadafi, por ejemplo. En el ya convulsionado 2016 hubo en el país un intento de golpe de estado, gran parte del plan salió de aquí y sus generales ideólogos ahora están presos a cadena perpetua. Al día siguiente veré todo esto navegando hacia el lado europeo donde el viento golpearía fuerte y casi pudiendo fantasear que era él quien empujaba el ferry. 

La vera del estrecho era muy verde pero desde siempre ricos y famosos, nobles y sultanes construyeron decenas de palacios de veraneo o fin de semana sobre sus colinas bajas.  

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En comparación a su intensa y extensa historia, Turquía es una república muy joven; una maqueta con el número 1923 se posa frente al mar en el lado asiático. Es el año de la independencia, protagonizada por un general popular y progresista, Mustafa Kemal Atatürk. 

Él llevó a cabo reformas que hicieron del país un lugar, dentro de todo, libre y moderno. Algunas de sus reformas implicaron cambiar el alfabeto del árabe al latín, adoptar el calendario occidental, abolir la ley religiosa, crear una Constitución y un código civil basado en el suizo. 

Aunque el conservador AKP (Partido para la Justicia y el Desarrollo) que gobierna hace 17 años haya querido modificar algunas cosas, aún no han podido ir muy lejos. 

Pero, así como billetera mata galán, también puede matar norma gubernamental: la cadena hotelera de capitales chinos, Mandarín Oriental, está contribuyendo un hotel cinco estrellas.

Como tendencia, desde la revolución industrial mucha gente migra del campo a la ciudad en busca de trabajo. Turquía es un país industrializado que exporta textiles, procesamiento de alimentos, automóviles, electrónica y minería, sin embargo, su agricultura tradicional aún es responsable del 25% del empleo. 

Quisiera pasar con Onur todo el tiempo que me queda pero ya tenemos que despedirnos. Lo último que hace es señalarme la cabeza calva de dos hombres que pasan junto a nosotros. Le pregunté porque tenían puntos enrojecidos, e incluso yo había visto algunos vendados. Me explicó que los implantes de pelo son muy famosos y económicos aquí por lo que vienen hombres de todos lados a realizarlos. 

Hay carteles dentro de las mezquitas que indican donde pueden estar las mujeres, en espacios laterales cerrados y en los que no se puede ver dentro.

Luego me mostró un cartel con un tulipán, la flor nacional. Me contó que los turcos adornaban desde siempre con él sus jardines, pero no tuvieron la astucia de otros: a un embajador holandés le gustaron y los llevó a su país. Hoy Holanda es el primer cultivador y exportador de tulipanes.  

Sonriendo ante la curiosidad de datos triviales, por la noche en la televisión hay noticias que demuestran que la guerra —aún de baja intensidad— está presente incluso aquí. A poco más de mil kilómetros de distancia en la frontera con Irán, por estos días de 2020 las tensiones por las maniobras militares suben de tono desde que Ankara, que defiende su base en Idlib (Siria), bombardea y hasta derribó un helicóptero de la fuerza iraní. 

Por un momento siento una vaga duda por mi seguridad. Pero es solo una sensación pasajera porque, quizás, tampoco ahora sea tan fácil que Estambul sea conquistada o invadida. Se sabe que por sus murallas, puestos de vigilancia y sus colinas fue la ciudad más difícil de poseer por algunos imperios que la deseaban. 

En mi última caminata por la ciudad vuelvo a las murallas que rodean la península y que están en un setenta por ciento en buen estado. Tienen piedras, marcos, restos de columnas, templos y ruinas de la historia greco romana, todo metido en la argamasa. Siempre será un lugar estratégico de convergencia entre pueblos, aunque hoy los sedimentos se manifiesten de formas diferentes.  


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