Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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Este libro hay que leerlo manos arriba: 

su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada 

y la belleza mortífera de la falta de seriedad. 

Gabriel García Márquez


Muchos años después, frente al Premio Nacional de Literatura, Augusto Monterroso tal vez recordó al pequeño dinosaurio que se convertiría en el cuento más corto de la literatura latinoamericana. No imaginó que su estatura se vería aumentada por la cantidad de paráfrasis de su cuento y las complicadas traducciones a otros idiomas, incluso a algunos tan lejanos como el sueco del que su traductor Lars Bjurman dijera alguna vez: “No me deja de asaltar la duda de que Augusto Monterroso sea intraducible”.

Monterroso no es autor de best-sellers sino como se dice en el mundo musical, un escritor “de culto”.

Al hogar de los Monterroso-Bonilla no llegaban muchas novedades, pero hace cien años, la noche del 21 de diciembre de 1921, en una provincia del Paraíso Imperfecto en Tegucigalpa, Honduras, entre el sonido de las prensas de la imprenta que editaba el periódico Sucesos, llegó Augusto Monterroso Bonilla, más tarde conocido como Tito. Aunque hondureño por nacimiento, adoptó la nacionalidad guatemalteca de su padre cuando la familia se traslada a Guatemala en donde vivió su niñez y adolescencia. A la par de la escritura de sus primeros cuentos también militaba clandestinamente contra la dictadura de Jorge Ubico, lo que le llevó a exiliarse en México en donde vivió la mayor parte de su vida con un corto e intenso paréntesis en Bolivia como embajador en 1953 y luego de renunciar a su cargo en 1954 tras el golpe de estado a Jacobo Arbenz viaja a Santiago de Chile en donde empieza en serio su producción literaria. En 1956 regresa a México, en donde finalmente muere el 7 de febrero de 2003, tres años después de haber recibido el Premio Príncipe de Asturias de las letras.

Fotografía de Tito Monterroso y Gabo.

Monterroso es uno de los escritores guatemaltecos más influyentes en el mundo de las letras latinoamericanas, pero aún así, está casi ausente del pensum de estudios en el sistema educativo nacional. Fue amigo de cronopios como Cortázar, Rulfo y Neruda pero principalmente de referentes de la literatura guatemalteca en el grupo Saker-ti, que en idioma cachiquel significa amanecer. Además de importantes escritores como Bárbara Jacobs (su esposa), Ana María Rodas, Jaime Barrios Carrillo, Dante Liano, Mario Roberto Morales, José Antonio Móbil (compañero de exilio), entre muchos otros. 

Entre el rebaño de Ovejas Negras de las letras hispanoamericanas, Tito Monterroso, se destacó más que por su corta estatura por la brevedad de la mayoría de sus escritos. A propósito Italo Calvino escribió: “Yo quisiera preparar una colección de cuentos de una sola frase, o de una sola línea, si fuera posible. Pero hasta ahora no encontré ninguno que supere el del escritor guatemalteco Augusto Monterroso”.

El Dinosaurio es el microcuento más famoso de Augusto Monterroso, maestro de la brevedad, y el más parafraseado en el mundo de los escribientes, aunque no el único. 

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Monterroso es uno de los escritores guatemaltecos más influyentes en el mundo de las letras latinoamericanas, pero aún así, está casi ausente del pensum de estudios en el sistema educativo nacional.

Sus momentos en Guatemala hicieron que fuera como es, como lo leemos, que escribiera como escribe, y como muchos desearían escribir. El contexto hizo al escritor y a su obra. Así lo expresa el mismo Monterroso, refiriéndose a la influencia que tuvieron en él los años que vivió a la sombra del dictador Jorge Ubico. 

“El medio y la época en que me formé, la Guatemala de los últimos treinta y los primeros cuarenta, del dictador Jorge Ubico y sus catorce años de despotismo no ilustrado, y de la Segunda Guerra Mundial, contribuyeron sin duda a que actualmente piense como pienso y responda al momento presente en la forma que lo hago”.

Su primer trabajo formal a los quince años, como auxiliar de contable en una carnicería, le proporcionó también su primer acercamiento a los libros por intermedio de su jefe, quien le prestaba los clásicos que él leía en sus escasos tiempos libres. De esa experiencia pasó a visitar constantemente la Biblioteca Nacional, como él mismo lo relata en una entrevista: “La ventaja de las bibliotecas de los países pobres es que son tan pobres que solo tienen buenos libros”.

Fotografía de Tito Monterroso y Julio Cortazar.

Sin todo ese equipaje no tendríamos sus cuentos y tampoco su Dinosaurio ni sus Ovejas negras, con las que podemos sentirnos identificados y reflejados. O su Letra e, pensamientos y reflexiones extraídas de su diario personal. Sin sus letras jamás podríamos vernos en los espejos de La Vaca ni acompañar a fray Bartolomé en su iluminación sobre El Eclipse o mucho menos preguntarnos si alguien nos lee o nos mira como al pobre Espejo neurótico que no podía dormir. 

A los escritores los forman el contexto y los pequeños y grandes momentos que atraviesa. A Augusto Monterroso lo definieron una vida de escritos llenos de humor (¿negro?), su escandalosa capacidad para la ironía y su manejo exquisito del lenguaje. Ese conjunto de características le permitió, por ejemplo, escribir aquello de la Sinfonía sin siquiera puntos ni comas. Incluso me parece que el punto final no lo puso él sino sus editores, así y como la dama pelona se lo puso a su vida un 7 de febrero de 2003 cuando el editorial del diario El Tiempo de Bogotá escribió:

“…Sus lectores y sus amigos querrían que mañana, al despertar, Tito todavía estuviera allí”.

Este pequeño gigante, autor de La palabra mágica, vivió exiliado la mayor parte de su vida en México, Chile y Bolivia, circunstancia que fue una bendición para él porque le dio la oportunidad de conocer y trabar amistad con Pablo Neruda, Manuel Rojas y Pepe Donoso. Regresó a Guatemala en 1997 para la firma de los Acuerdos de Paz y fue entonces cuando por fin aceptó el Premio Nacional de literatura, tres años después de haberlo rechazado verbalmente durante los últimos cruentos años de la guerra civil.

El medio y la época en que me formé, la Guatemala de los últimos treinta y los primeros cuarenta, del dictador Jorge Ubico y sus catorce años de despotismo no ilustrado, y de la Segunda Guerra Mundial, contribuyeron sin duda a que actualmente piense como pienso y responda al momento presente en la forma que lo hago”.

Nunca lo conocí en persona, aspecto lamentable de mi biografía, pero se puede dar un vistazo a su vida por sus amigos y compinches, contemporáneos y no tanto. Dicen que era bajito más no chaparro, gracioso pero afilado, poco platicador y breve en sus escritos, como si hablar y escribir poco fueran suficientes para darse a entender. Humilde y sencillo, pero certero para las estocadas. Dicen sus amigos que era muy poco dado a halagos y adulaciones. Cuando el autor del Dinosaurio hacía elogios eran como los que hacía el maestro Fombona a Feijoo

“ … Aquella alabanza de Fombona equivalía un poco a la gloria, y el riesgo de una censura fue algo que Feijoo no se sintió ya con fuerzas para afrontar. Pertenecía a esa clase de personas a quienes los elogios hacen daño...”

Existen escritores peligrosos, y Monterroso es uno de ellos. Sus cortas fábulas y cuentos aparentemente inocuos introducen ideas arriesgadas y subversivas que dejan pensando en aquel Espejo, como le pasó a Isaac Asimov precisamente con el Mono que quería ser escritor satírico: “Estos pequeños textos, en apariencia inofensivos, muerden si uno se acerca a ellos sin la debida cautela y dejan cicatrices, y precisamente por eso son provechosos. Después de leer ‘El mono que quería ser escritor satírico’, jamás volveré a ser el mismo”.

Dicen que era bajito más no chaparro, gracioso pero afilado, poco platicador y breve en sus escritos, como si hablar y escribir poco fueran suficientes para darse a entender. Humilde y sencillo, pero certero para las estocadas.

El ambivalente ex presidente guatemalteco Alfonso Portillo declaró el día de la noticia de su muerte:

“Uno de Los buscadores de oro de las letras universales ha partido al más allá y sus obras estarán siempre con nosotros, nunca será olvidado”.

Alguien también dijo que a los insignes escritores hay que nombrarlos en presente porque están allí en sus libros, en sus columnas y en sus diarios. Algo fácilmente constatable al leer algunas de sus descripciones en El viaje o en Los buscadores

Algunos dinosaurios evolucionaron en aves, Tito Monterroso se hizo Pájaro Hispanoamericano. Quizá como lo pensaría Carlos Fuentes cuando escribió: “Imagine el fantástico bestiario de Borges tomando el té con Alicia. Imagine a Jonathan Swift y James Thurber intercambiando notas. Imagine a una rana del condado de Calaveras que hubiera leído realmente a Mark Twain: he aquí Monterroso”.

Y cuando despertamos, Tito aún estaba allí (riéndose de nosotros).


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