Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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Las observo. Pero no es mirándolas que intento entender. Es cuando leen en voz alta. Cada lunes de taller de escritura llevan sus textos. Yo llevo el mío. Ellas hablan de madres. Yo hablo de hijas. A veces, también del recuerdo de mi madre. No sé exactamente cuántos años le llevo a cada una. Algunas están al final de los veinte, otras a mitad de los treinta. Tal vez me quedo corta en el cálculo. Creo que los años que les resto a ellas me los resto sin querer a mí también. De sus vidas sé partes. Apenas las que cuentan en alguno de sus textos. A dos de ellas las conozco desde hace ocho o nueve años. Otras empezaron el taller hace poco tiempo atrás. Algunas hablan de sus madres. Las escucho adorarlas, o derramar pinceladas de odio, las oigo maldecir el apego, aterrarse cuando imaginan sus muertes, oigo sobre marcas dulces y tantas agrias que esas madres han dejado. Escucho como si esos textos hablasen de mí, abrevo en ellos con espanto. No son pocas las veces que juego a cambiar sus rostros por los de mis hijas de 37 y 22 años; pienso qué dirían ellas de mí, qué desilusiones escribirían. Hago el ejercicio de oírme contada siguiendo las pistas de lo que se atreven a escribir esas hijas del taller. Sus textos actúan en mí como un detector de mentiras, de errores, de cosas mal hechas, de distracciones, de marcas desgraciadas que dejé sobre mis hijas y las que, seguro, sigo dejando. Escucho las maniobras de encubrimiento que elaboran esas madres para que no se noten los malos propósitos que casi todas pergeñamos alguna vez: quédate conmigo, distraé mi soledad, rellená mi carencia, justificá mi vida, festejá mis miserias, admirame porque si no sos vos entonces quién.

Sus textos actúan en mí como un detector de mentiras, de errores, de cosas mal hechas, de distracciones, de marcas desgraciadas que dejé sobre mis hijas y las que, seguro, sigo dejando.

Yo, de mi madre, sigo sin liberarme. Pude irme de la casa en la que nací sólo cuando ella murió. Mi hermana sigue viviendo allí. Cuando mi madre vivía no podía irme; ahora, no puedo regresar ni siquiera de visita. Todavía no soy capaz de escribir sobre su muerte y mis ausencias. A una de mis compañeras de taller la oí contar la muerte de su madre; a otras, del momento desolado inmediatamente anterior, cuando empiezan a verlas envejecer. Algunas se preguntan qué harán cuando su madre les falte. Eso pensé yo sin descanso a lo largo de mi vida y la suya. Ahora, mientras ejercito el entrenamiento de aceptar una edad propia de adulta mayor que se acerca a los sesenta, me topo a veces con las miradas de mis hijas, leo o imagino un signo interrogante que me desconcierta, no sé si me ven demasiado bien para la edad que tengo o si me ven demasiado mal respecto a lo que fui. 

Escucho las maniobras de encubrimiento que elaboran esas madres para que no se noten los malos propósitos que casi todas pergeñamos alguna vez: quédate conmigo, distraé mi soledad, rellená mi carencia, justificá mi vida, festejá mis miserias, admirame porque si no sos vos entonces quién.

No sé cómo protegerlas de mi deterioro, no sé si debería hacerlo. En medio de ese trabajo exigente de tratar de entenderlas y entenderme, cada tanto, en los lunes de taller, alguna de mis jóvenes compañeras me azota con su texto y yo intento descifrar alguna clave y trato de activar un cambio de dirección en la relación con mis hijas, pruebo un giro, un movimiento al revés. A veces siento que ya no es tiempo de corregir errores, otras creo que sí. A veces no sé qué esperan mis hijas de mí, a veces me pregunto qué esperé yo de mi madre, a menudo la extraño tanto. No recuerdo qué libro comienza diciendo lo peligroso que es para una mujer leer a otras mujeres. Yo las escucho y escucho el peligro, oigo a esas hijas del taller leer sus textos y quedo por horas rebotando entre sus frases que me dicen cosas que no sé, que jamás sabré, las oigo y me dejo enjuiciar y absolver y volver a enjuiciar por esas palabras dedicadas a sus madres y no hay una sola vez que no termine preguntándome cómo será el amor de madre que no haga mal. 

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