Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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Es viernes por la tarde. El final de octubre llega con varios adornos de halloween en las avenidas. Algunas casas y conjuntos residenciales han dispuesto calabazas y brujas de plástico en las puertas de las fachadas. En pocos días pequeños Vengadores y miembros de la Liga de la Justicia saldrán a las calles con músculos de látex, capas rojas y negras, antifaces, escudos y cascos. Pero aún quedamos en la ciudad hombres solos, sin hijos, que no nos preguntamos de qué se disfrazará nuestra descendencia en la noche de las brujas. Antes de salir de la oficina se me ocurre que sería buena idea acudir otra vez a la agencia Libid para concertar una cita con alguna chica.

Desde que me inscribí, a mi correo electrónico llegan avisos de Libid una o dos veces por semana. Los anuncios son sugestivos: “Mujeres de 19, 22, 24, 27, 30, 34 y 39 años buscan sexo casual esta semana. Los interesados en invitar alguno de estos perfiles llamar y solicitar información”.

“Pareja busca pareja para intercambio completo este miércoles 3 pm, los interesados llamar y solicitar información (pagan el 50% del servicio)”.

“2 amigas bisexuales buscan hombre para trío o dos para intercambio, hoy viernes o mañana sábado. Interesados solicitar perfil (pagan parte del servicio)”.

“Pareja de esposos (30 y 35 años) buscan 3 hombres no mayores de 30 años para gangbang este miércoles 7 pm, los interesados llamar y solicitar información (pagan el 50% del servicio)”.

“Orgía este sábado 21 de octubre desde las 2 pm, interesados en asistir llamar y solicitar cupo”.

Desde que me inscribí, a mi correo electrónico llegan avisos de Libid una o dos veces por semana. Los anuncios son sugestivos. / Foto: Anna Shevets.

Llamo a la doctora Bustos, la responsable de la agencia. Le digo que esta vez quiero invitar a alguien a un motel, pero me advierte que debo proponer un plan previo. Se me ocurre ir a cenar. Beber o salir a bailar están descartados para un hombre abstemio y arrítmico.

En cuestión de horas me consigue una cita con Andrea. El punto de encuentro será el apartamento de la agencia, allí pagaré lo acordado y saldré con ella.

La doctora Bustos no está en el lugar. Un asistente, diferente al de la última vez que visité el apartamento del barrio Techo, me recibe el dinero y me advierte que Andrea regresará en un minuto del baño. Espero sentado en el sofá. Tengo a la vista la puerta tras la cual está mi cita. Ella sale y se abre paso en una minifalda negra y un abrigo del mismo color. Sus piernas son robustas y me hacen las mejores promesas.

Es trigueña, de ojos y pelo muy negros. Su rostro es hermoso y el maquillaje aplicado con precisión lo hacen ver aún mejor. Le propongo ir a comer al centro comercial Plaza de las Américas, que no está lejos. Salimos a la calle y tomamos un taxi al azar.

Pareja de esposos (30 y 35 años) buscan 3 hombres no mayores de 30 años para gangbang este miércoles 7 pm, los interesados llamar y solicitar información (pagan el 50% del servicio)”.

Después de pedir, carne para ella, pescado para mí, Andrea escoge una mesa junto a un farol. Bromeo diciéndole que es un gesto romántico querer sentarse bajo la luz. Ella sonríe. Desde el principio su actitud ha sido más bien distante. En el taxi ha revisado varias veces el celular mientras trato de hablar con ella. Me ha dicho que es casada, tiene un hijo y trabaja en el área de recursos humanos de una empresa. Como despacio, como siempre. Aunque la charla avanza con normalidad, ella me advierte que debo apresurarme porque solo tenemos dos horas. Me parece extraña su preocupación por el tiempo y que lo enfatice en el número de minutos que tenemos disponibles. Otra de sus preguntas me resulta aún más intrigante. Es la segunda cita que consigo con Libid y me sorprende que las dos mujeres hagan las mismas preguntas como si recitaran un guion: Andrea quiere saber cómo di con la agencia, cuál fantasía sexual me gustaría hacer realidad y si me interesa participar en una fiesta swinger en el mismo club. Sus preguntas me recuerdan a alguien que vende un portafolio de servicios. 

Tomamos otro taxi rumbo al motel. Ella sigue digitando en su teléfono. Parece que tuviera otra cita más tarde, no es la actitud de alguien que teme llegar tarde a casa, como me ha dicho. Caminamos por los pasillos del motel detrás de una muchacha joven que nos enseña el camino. Andrea no ha dejado de mascar chicle durante la cita. La habitación es pequeña: una cama doble, la ducha y el sanitario están encerrados en una caja de cristales transparentes. El lavamanos está junto a la caja, expuesto a la vista. Andrea, después de que la recepcionista nos ha preguntado si nos interesa una habitación con jacuzzi o sauna, me ha dicho que para la próxima podemos alquilar un cuarto con alguna de esas opciones.

En la habitación, Andrea me recuerda que tenemos muy poco tiempo. Después de lavarnos las manos se quita la ropa con agilidad. Me cuesta trabajo alcanzar su velocidad mientras me deshago de los pantalones. Ocurre tan rápido como un video reproducido a velocidad extrema. Al colocarme el condón hay algo de dolor, ella, con cierta picardía dice: “Como mala para poner condones, lo sé”. 

Andrea quiere saber cómo di con la agencia, cuál fantasía sexual me gustaría hacer realidad y si me interesa participar en una fiesta swinger en el mismo club. / Foto: John Rocha / Pexels.

El contacto es breve y arrebatado. Es un contacto, algo menos profundo que el choque de dos cables que causan una chispa. Se trata de sexo exprés. Es ella quien coloca uno de sus senos en mi boca. Se pone arriba y cabalga con prisa. Al terminar dice que ha sido intenso y delicioso. Creo recordar que mintió.

Le sorprende que quiera quedarme un momento en el motel mientras ella sale a buscar el taxi que ha pedido por celular. Mientras el vehículo encuentra la dirección, vuelve a maquillarse con escrúpulo, como si tuviera que verse con alguien más. Se despide con afán. Promete que la próxima será mejor.

Duermo un poco antes de salir. Camino a casa, la noche de fiesta pasa por las ventanas del carro amarillo: los bares abarrotados, los transeúntes en las esquinas a la espera del cambio del semáforo. Luego las calles vacías de los barrios donde la gente ya duerme a la expectativa del fin de semana y las tareas pendientes: sacar los perros a la calle, los niños a los parques, el partido de fútbol, la televisión, las series de Netflix.

Se trata de sexo exprés. Es ella quien coloca uno de sus senos en mi boca. Se pone arriba y cabalga con prisa. Al terminar dice que ha sido intenso y delicioso. Creo recordar que mintió.

¿Cómo llegué a esa agencia que por email y Youtube se veía tan sugestiva? En Bogotá, la capital de Colombia, viven en 2018 unas nueve millones de personas. A partir de mediados del siglo XX, la ciudad comenzó a crecer desde los cerros orientales hacia el occidente y de norte a sur, y viceversa, de manera frenética. Desde el aire, Bogotá luce como una mancha roja y gris con algunos parches y líneas verdes. El rojo es por los ladrillos de la arquitectura; el gris corresponde a las avenidas y los tejados; el verde a algunos parques e hileras de árboles.

Son nueve millones de almas que día a día luchan por conseguir dinero, comida, felicidad, compañía. Es difícil de entender cómo entre tanta gente existen personas solas, o que se quejan de no tener con quién compartir las horas y las sábanas. Entre la multitud hay ancianos que perdieron a sus parejas a causa de un divorcio, abandono o la muerte. También se cuentan jóvenes que no encuentran entre los miles de cuerpos que los rodean una compañía que se ajuste a sus expectativas.

Se sabe de la existencia de algunos que son casados, o viven en unión libre, o dicen tener un novio o novia, pero exigen la presencia de alguien más en la intimidad.

El contacto es breve y arrebatado. Es un contacto, algo menos profundo que el choque de dos cables que causan una chispa. / Foto: Pexels.

Los servicios para encontrar una pareja abundan en la ciudad, más allá de Tinder, Grinder, Meetville, Badoo, entre otras. Prostíbulos, escorts a domicilio, clubes swinger, agencias de citas. No importa si se es hetero, homo, bi, trans, curioso, confundido. En algún lugar del amplio espectro de la oferta puede haber alguien, una persona dispuesta a compartir el tiempo a cambio de dinero o no. Libid es una de las tantas agencias de citas que ofrecen compañía casual para los hambrientos cuerpos de los bogotanos.

La estación de Transmilenio, el sistema de transporte masivo de Bogotá, se llama Mundo Aventura, un nombre prometedor si buscas sexo. Mientras atravieso el puente peatonal veo a una mujer que sostiene un velocímetro para medir cuánto corren los automóviles en la Avenida 13. Recolecta datos para una investigación de la Universidad de los Andes, una de las más prestigiosas del país. 

No importa si se es hetero, homo, bi, trans, curioso, confundido. En algún lugar del amplio espectro de la oferta puede haber alguien, una persona dispuesta a compartir el tiempo a cambio de dinero o no.

Ahora es mediodía. Cuando regrese, al atardecer, aún estará ahí calibrando la capacidad de los Ford, Hyundai, Renault, nuevos y ansiosos que cruzan la autopista. Al bajar el puente peatonal hacia el sur queda la Clínica de Occidente. Frente al hospital, unos jóvenes lloran porque alguien cercano a ellos está enfermo de gravedad o quizá acababa de morir.

Son las doce del día de un sábado de agosto. Busco la sede de la Agencia Libid. Queda frente al estadio de Techo, cerca al parque de diversiones Mundo Aventura. Es un apartamento de clase media en un conjunto residencial de fachada color crema. Voy a responder una entrevista para ser aceptado. La doctora Diana Bustos, directora del club, es la encargada de hacer las preguntas. El apartamento tiene una sala de pocos muebles: un sofá, una silla, un descansapies, detrás de la puerta están colgados un rosario y un crucifijo. Afuera, unos niños juegan en el parque del conjunto residencial, que incluso cuenta con una portería. Es un condominio común. Ofrece seguridad y ratos de ocio tranquilos para los menores.Yo, que busco sexo clandestino, me siento fuera de lugar.

Detrás de la ventana se ven unas personas montadas en una de las atracciones del parque Mundo Aventura: de una sombrilla gigante cuelgan unas canastas que dan vueltas: los usuarios tienen los pies suspendidos mientras las canastas giran a una velocidad que a la distancia parece lenta e inocente. El barrio es de casas gigantes, parques, colegios, jardines infantiles, comercios pequeños: minimercados, tiendas. No parece una zona roja ni comercial. De diez personas, nueve pondrían las manos en el fuego al asegurar que en su barrio no existen negocios relacionados con el sexo, pero en el apartamento de la agencia Libid se practican orgías.

Se pone arriba y cabalga con prisa. Al terminar dice que ha sido intenso y delicioso. Creo recordar que mintió. / Foto: Valeria Boltneva / Pexels.

La doctora Bustos es una mujer robusta, usa un vestido azul muy corto de escote tipo bandeja. El cuestionario es directo y ella no muestra mucha simpatía. Al teléfono no le gustan los rodeos y prefiere ir al grano. Advierte que la agencia, con dos mil personas inscritas, la mayoría en Bogotá, está formada por gente normal, no hay modelos. Las preguntas que hace durante la entrevista van desde cuánto mide el pene, si hay cicatrices o tatuajes en el cuerpo y el requerimiento que describa el tipo de mujer que se prefiere.

Dice que su agencia se dedica a cumplir fantasías sexuales. En una entrevista para el programa de televisión Switch dice que una de las más extravagantes ha sido la de una persona que pidió ser rozada por otra en el transporte público. La doctora Bustos encontró a alguien más con la misma inclinación, los citó en el Transmilenio, los ayudó a identificarse y, según dice, fueron felices.

De diez personas, nueve pondrían las manos en el fuego al asegurar que en su barrio no existen negocios relacionados con el sexo, pero en el apartamento de la agencia Libid se practican orgías.

Afirma que en la agencia no hay miembros dedicados a la prostitución. Me advierte que si alguien me pide dinero a cambio de sexo se trata de un caso de prostitución solapada. En la web de su negocio pueden encontrarse perfiles de hombres, mujeres y miembros LGBT. Explica que la membresía cuesta 50 mil pesos al año, una cita cuesta 120 mil, por dos chicas habría que pagar 240. Aclara que lo que pase entre la chica y el cliente por fuera de la agencia, “si ella se pone intensa o queda embarazada”, no será asunto de Libid.

También pregunta si los clientes tienen problemas con la celulitis o las estrías en las mujeres, si les gusta ser penetrados, cuál es su orientación sexual y cuál es su fantasía erótica incumplida.

Después de ser admitido, a pocos minutos de la entrevista, mientras vuelvo sobre mi ruta en un Transmilenio abarrotado, recibo una llamada de la doctora Bustos. Varias mujeres que se ajustan al perfil que me interesa están interesadas en pactar una cita conmigo esa misma tarde. Desde el otro lado del teléfono me dicta varios códigos que debo contrastar en la web de la agencia. Son los números de los perfiles de las mujeres que han subido una fotografía al sitio en internet. Para ingresar a los perfiles me ha entregado un usuario y una contraseña.

También pregunta si los clientes tienen problemas con la celulitis o las estrías en las mujeres, si les gusta ser penetrados, cuál es su orientación sexual y cuál es su fantasía erótica incumplida.

Las imágenes ocultan el rostro de las mujeres, que posan muy bien vestidas, con ropa ajustada, para la cámara. Escojo a una de ellas, de nombre Sonia. Le comunico a la directora de la agencia mi decisión y me dice que esa misma tarde, a las cinco y treinta, la mujer me espera en el apartamento donde tuve la entrevista. Me sorprende que en tan poco tiempo se haya podido encontrar, no una, sino varias mujeres interesadas en pactar un encuentro sexual a ciegas en una ciudad insegura como Bogotá.

Para volver al apartamento donde funciona la agencia Libid recorro otra vez los pasos desde la estación Mundo Aventura hasta la Clínica de Occidente, un kilómetro de distancia. Son más de las cinco de la tarde y la mujer con el velocímetro sigue en el mismo punto del puente peatonal. Atravieso de nuevo las calles que conocí al medio día, por sugerencia de la directora de Libid compro un par de cervezas para compartirlas con la mujer que conoceré en breve.

Ya en el apartamento, Diana Bustos dice que mi pareja no ha llegado y me pide que regrese en un rato. Desde la puerta logro ver que un joven camina por la sala, presumo que es un asistente de la directora de la agencia. Cancelo el valor pactado antes de ir a dar una vuelta por el conjunto residencial, camino hasta una banca, por el camino me cruzo con varios niños que juegan en el parque o en las zonas comunes. Una llamada de la doctora a mi celular me advierte que debo volver.

En la sala espera, sonriente, Sonia. Bustos nos pide que no hagamos ruido porque una de las habitaciones está ocupada. Sonia estira su mano diminuta y morena para saludarme. Cruzamos un par de palabras, ella está rigurosamente maquillada, usa un escote insinuante que hace ver más grande su busto. Al sonreír trata de ocultar sus dientes torcidos. En Libid no se encuentran modelos, sino personas normales, recuerdo.

La membresía cuesta 50 mil pesos al año, una cita cuesta 120 mil, por dos chicas habría que pagar 240. / Foto: Tofroscom /Pexels.

La doctora Diana nos advierte que la pareja que está en uno de los cuartos saldrá y nos pide cubrirnos los ojos para no verlos. La discreción ante todo, nos sugiere. Además nos solicita que si necesitamos salir de nuestra habitación, la cual podemos usar por dos horas, le avisemos antes para no cruzarnos con la pareja que usa el otro cuarto. Por fin nos hace seguir a una de las tres estancias que completan el lugar.

Adentro una luz tenue es la única pista para ver los detalles. Desde la única ventana — a la cual se nos ha pedido no asomarnos — se ve aquella atracción del parque de diversiones Mundo Aventura en la que los usuarios dejan al vacío sus pies. También se ve una calle apacible. Pienso que por lo general, cuando camino por los andenes bogotanos, trato de imaginar qué ocurre del otro lado de las ventanas.

Ahora me asombra que por primera vez me esfuerce por suponer que la gente que ve la ventana no sospecha lo que ocurre dentro de la habitación. La charla con Sonia avanza sin complicaciones. Es una joven amable. Sus maneras son dóciles, tanto en la conversación como en la intimidad. Hablamos sobre un colchón empotrado sobre una base sin patas que toca el piso. Es más un colchón que una cama. Solo lo cubre una tela roja, hostil al tacto.

Al sonreír trata de ocultar sus dientes torcidos. En Libid no se encuentran modelos, sino personas normales, recuerdo.

La iniciativa de quedar desnudos es de ella. Antes me ha preguntado cómo di con la agencia, cuál fantasía sexual me gustaría hacer realidad y si me interesa participar en una fiesta swinger en el mismo club. Me cuenta que lleva algún tiempo en Libid y que se quedó porque le gusta el asunto del sexo casual, sin compromisos. Me dice que estudia en la Universidad Pedagógica de Bogotá, pero su acento y su forma de combinar los verbos me hacen dudar de lo que me dice. Tiene una hija pequeña. Aunque se habla con el padre de la bebé, no vive con él. Me confía que fue un parto difícil, los médicos tuvieron que usar fórceps para que la criatura pudiera salir. Sostiene la lata de cerveza casi vacía y la presiona con los dedos para emular el sonido del cráneo de su niña cuando los doctores usaron la herramienta para sacarla de su cuerpo. A raíz de ese procedimiento la niña quedó con alguna deficiencia en el habla, me explica.

Le propongo que vayamos a comer después de salir del apartamento. Acepta, pero me recuerda que una de las reglas de Libid es que no podemos salir juntos del edificio. Acordamos vernos en la esquina del conjunto residencial.

La doctora Diana nos advierte que la pareja que está en uno de los cuartos saldrá y nos pide cubrirnos los ojos para no verlos. La discreción ante todo, nos sugiere.

Cenamos en un local de comidas rápidas. Lo que pedimos tarda bastante. Estamos extenuados, a punto de dormirnos sobre la mesa, pero aún podemos conversar un rato. Me dice que la hemos pasado bien, me lanzo a pedir su teléfono para vernos después. Se niega. Me recuerda que nuestros encuentros deben hacerse, siempre, a través de Libid.

Caminamos un rato por el barrio oscuro. Las calles son amplias y aún hay transeúntes en busca de sus casas. Vuelvo a pedir su teléfono, pero Sonia se niega, siempre muy cordial. Me resulta extraño que un lugar que invita a conocer personas entre sí para que tengan sexo casual sea tan estricto a la hora de colocar barreras para que sus clientes intimen por fuera de sus límites. Semanas después lo mismo ocurrió con Andrea, entonces sospecho que lo de la prostitución solapada no es asunto de las chicas sino de la agencia en general. O al menos es un servicio de prostitutas vendido de una manera más discreta.

¿Quieres compañía? Te la conseguimos. ¿Son prostitutas? No preguntes, tú paga, disfruta y si quieres más vuelve a pedir otra cita. Sonia se pierde entre la oscuridad de una calle que entra en el occidente bogotano. Se despide advirtiéndome que tenga cuidado de los hampones.


*Esta crónica fue publicada originalmente en el libro Visiones de lo prohibido (Pasatiempos de infieles y solitarios). A.F. Osorio. Una Tinta Medios Editores.

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