Justo antes de zambullirse, las graderías enmudecieron; como si todos allí hubieran contenido la respiración al mismo tiempo. Luego saltaron y todo fue algarabía. En la superficie solo quedó un leve burbujeo y el eco de las aletas al chocar contra el agua. Al sumergirse entraron, de nuevo, en esa otra dimensión donde el tiempo se hace líquido y las distancias se vuelven infinitas. Dieciséis segundos bastaron para abarcar la inmensidad. En dieciséis segundos y nueve centésimas, para ser exactos, Paula recorrió con su monoaleta la piscina olímpica, por debajo del agua. En una sola inspiración resumió la historia de su vida, la de su familia y la de una comunidad enorme reunida alrededor de la natación con aletas. Era la prueba final en los Juegos Nacionales de 2023, los 50 metros en apnea, y Paula Aguirre Joya acababa de ganar la medalla de oro para Bogotá; su medalla número seis en los juegos y la número mil en la historia de la ciudad. Era un buen día para el vuelo de las sirenas.
William vio la gesta desde el borde y no pudo dejar de recordar que treinta y cinco años atrás, allí mismo en la ciudad de Pereira, aceptaban por primera vez la natación con aletas en los Juegos Nacionales. En aquella ocasión, él había tenido la fortuna de lograr cuatro medallas de oro, dos de plata, una de bronce y un récord nacional para Bogotá. William Peña, presidente de la Federación Colombiana de Actividades Subacuáticas (FEDECAS), al observar la competencia de estas jóvenes vio también pasar su vida, en dieciséis segundos, y confirmó que todo había valido la pena.
“Nací en Bogotá, soy el tercero de cinco hermanos. Siempre vivimos en el sur de la ciudad y estudiamos en colegios públicos. En ese transcurrir tuvimos la fortuna de que mi mamá consiguiera trabajo como aseadora en la escuela de natación Los Tiburones y el dueño, don Bernardo Fonseca, nos becó para aprender a nadar”, cuenta William. Él se convirtió en nadador por azar. Junto a su madre, William pasó su infancia entre piscinas, cloro y profesores de natación. Siendo un niño pequeño lo llevaron de visita a la Cruz Roja y al ver que la piscina estaba desocupada se lanzó sin pensarlo y, más grave aún, sin saber nadar. Casi se ahoga, de no ser por los socorristas. Después de pasar el susto y atendiendo a la solicitud de la madre, don Bernardo pidió a sus instructores que le enseñaran. Nadie tenía cómo imaginar que ese accidente cambiaría para siempre el curso de la vida de aquel niño.
Paula Aguirre Joya, medalla de oro en el Campeonato Mundial de Natación con Aletas, Cali, Colombia, 2022.
Paula Aguirre, por su parte, también llegó a la natación por casualidad. Para la primera década de los años 2000 ya se había inaugurado el Complejo Acuático Simón Bolívar. Su sola existencia daba cuenta del trabajo de muchas personas e instituciones que habían abierto el camino para que las actividades acuáticas y subacuáticas tuvieran un lugar en la ciudad. Los padres de Paula la inscribieron en las clases de natación, a ella y a su hermana María Camila, como una medida de seguridad, para estar más tranquilos cuando salían a pasear. Paula ya había terminado los cursos cuando le propusieron participar en una prueba de la disciplina con aletas. Tenía ocho años y tampoco había manera de anticipar que estar en el lugar y en el momento correctos la llevaría a ser varias veces campeona mundial y a imponer varios récords nacionales y mundiales. A veces, las cosas más trascendentales pasan completamente inadvertidas para quien las vive en su momento.
Esta es la historia de William y Paula, dos nadadores bogotanos de dos épocas diferentes, impulsados por la misma pasión. También es el relato de una comunidad que entrelaza a deportistas recreativos y competitivos, profesores, entrenadores, familias, clubes, ligas, selecciones e instituciones nacionales e internacionales; miles de personas que han hecho de Colombia una potencia de la natación con aletas en el continente y un referente obligado en el resto del mundo.
Los inicios
A William le enseñaron a nadar los profesores del club Los Tiburones, entre clase y clase. Hacerlo de otra manera implicaba ocupar el espacio de alguien que pagaba por el cupo. Todo lo que hiciera tenía que llevarlo a cabo en veinte minutos; así fue como se convirtió en un nadador muy veloz, no tenía otra opción. Empezó surcando los mil metros en veintitrés minutos y terminó haciéndolos en catorce.
“Tuve la posibilidad de empezar a trabajar en el club Los Tiburones como personal de aseo, en el vestier de los hombres, y le ayudaba a mi mamá a limpiar la piscina los fines de semana. Ahí participé en mi primer campeonato de natación. Durante mi trabajo pedí permiso para competir, nadé y luego volví a mi labor. Esa fue mi primera competencia y gané los 50 metros mariposa, a los trece años, pero no visualicé que iba a ser una oportunidad de vida”, cuenta William. Por esa época quiso hacer el curso de salvamento en la Cruz Roja, pero no se lo permitieron porque era menor de edad; en cambio, al entrar en contacto con la gente que allí hacía buceo, descubrió el mundo de la natación con aletas y esa irresistible sensación de velocidad que lo atrapó para el resto de su vida.
Las aletas de propulsión acuática, tal y como las conocemos hoy, se popularizaron en el mundo después de los años 40. Al principio fueron utilizadas en actividades militares, o de investigación, y con el tiempo se incorporaron a la práctica deportiva. Luigi Ferraro, un héroe de la armada italiana y pionero mundial del buceo, dedicó varias décadas a experimentar con aletas, tubos (snorkels) y caretas que hicieran más eficiente el desplazamiento en la superficie y debajo del agua. En la década de los años 50, Ferraro había organizado varias competencias en aguas abiertas y, a finales de los 60, ya existían algunos eventos internacionales. Fue para esa época que los submarinistas de la antigua Unión Soviética diseñaron la monoaleta, un implemento que se asemeja a la aleta de las ballenas y que permite a los nadadores desplazarse a grandes velocidades. En 1976 se llevó a cabo el primer Campeonato Mundial de Natación con Aletas en Alemania y en 1981 la disciplina fue incluida en los primeros Juegos Mundiales, en los Estados Unidos.
Wiillam Peña, cuando pertencía a las Selección Colombia de Natación con Aletas en 1991. Foto/William Peña
En Colombia, la pasión por este deporte la desató también el movimiento del buceo. En 1980 la Federación Colombiana de Buceo se transformó en la Federación Colombiana de Actividades Subacuáticas (FEDECAS) y se afilió a la Confederación Mundial de Actividades Subacuáticas (CMAS). Esto le permitió abarcar la natación con aletas, junto a otras prácticas como la apnea, la pesca submarina, el rugby y el hockey subacuáticos. En 1986 Colombia participó por primera vez en el campeonato mundial de la modalidad, en Berlín. La gesta fue protagonizada por José Ignacio Salgado, un médico que decidió emprender esta aventura aún cuando no tenía apoyo institucional. Así abrió la puerta a los nadadores colombianos en este escenario que reúne a la élite mundial.
“Me invitaron a hacer buceo en el club Neptuno y ahí me vinculé a la natación con aletas”, recuerda William. “Seguí los pasos de Jhon Parra y José Ignacio Salgado, que eran mis ídolos. Se llegó el momento en que pude aprender a nadar con aletas, pero yo nadaba con aletas de buceo, enormes y pesadas, porque eran las que me prestaban, y me tocaba usar medias de fútbol para las punteras, para que no se me salieran. Jhon Parra y José Ignacio me enseñaron, luego competí contra ellos y terminé ganándoles. Ellos me llevaron a las competencias y se llegó el año 88 cuando tuvimos la fortuna de ir por primera vez a los Juegos Nacionales, en Pereira, y volví con las siete medallas. Tenía 18 años, fue una emoción muy grande”.
Dos décadas después, cuando Paula Aguirre se sumergía por primera vez, la disciplina estaba completamente consolidada en el país. “Entré a un semillero que estaban empezando a armar para fortalecer la base del deporte”, recuerda Paula. “Después mis papás me afiliaron al club Azul Profundo y entré con Gustavo Álvarez, un entrenador muy reconocido. Él orientó mi iniciación en el deporte, desde los ocho hasta los trece años. Fue todo un proceso aprender a usar la monoaleta y el tubo. Con mi hermana, que también entró al club, nos metíamos en la ducha con el tubo para aprender a usarlo. Nuestro proceso de niñas fue lindo, íbamos al colegio por la mañana, por la tarde nos recogían mis papás, nos llevaban a entrenar al Complejo Acuático y regresábamos a la casa en la noche. Era divertido, competía pero no era consciente de lo que implicaba, solo sabía que la estaba pasando bien”.
El impulso de los otros
La vida de los niños y jóvenes deportistas es muy exigente; para ellos y para sus familias. Tanto William como Paula tuvieron que superar muchos escollos antes de convertirse en deportistas de alto rendimiento. Si lo lograron fue gracias a la ayuda de familiares, entrenadores, profesores, compañeros y amigos que apoyaron y se sumaron a su causa. Detrás de cada niño o niña que quiere practicar un deporte hay alguien que consagra su propia vida a hacer realidad ese sueño infantil. Inscribirlos en los cursos, llevarlos durante años a los entrenamientos, velar por su alimentación, comprarles los equipos, animarlos cuando las cosas no salen bien y celebrar con ellos sus triunfos es una generosa expresión de amor. Alrededor de la práctica deportiva se va anudando una red de vínculos que forma una comunidad en torno este empeño compartido. El deporte, tanto recreativo como competitivo, funciona como un gran telar social en el que se teje una de las versiones más bellas y coloridas de Colombia.
Selección Colombia de Natación con Aletas. Equipo de relevos femenino. Juegos Mundiales, Birmingham (2022).
El apoyo decidido de los padres de Paula ha sido determinante en su exitosa carrera deportiva. “Mi hermana y yo somos muy afortunadas”, cuenta ella. “Desde que éramos niñas mis papás eran autónomos con el manejo del tiempo, eso facilitó un montón todo. Ellos también aprendieron a ser papás de niñas deportistas y siempre tuvimos su apoyo. La mejor experiencia de mi vida fue quedar campeona mundial en mi país, en 2022. Venía de ganar tres medallas en los Juegos Mundiales, en Birmingham (Estados Unidos). De ahí salimos directo para Cali al mundial, estaba nerviosa. Sabía que allí iban a estar mis papás, mis abuelos, mis amigos; mucha gente que nos había apoyado, a mi hermana y a mí, y que nunca había podido vernos competir en un evento internacional. Era una presión y a la vez un estímulo muy grande. Para los cien metros yo iba sin expectativas y resulta que llegué a la final. Además era 20 de julio, día de la independencia y había banderas de Colombia en todas partes. Cuando salgo y veo todo eso, y oigo a la gente aplaudir, fue increíble. Gané, fui campeona mundial en mi país, al lado de mi hermana en la Selección Colombia, junto a mi familia y mis amigos; lo mejor que me ha pasado en la vida”.
William también recuerda el apoyo de los otros en su carrera deportiva. “Nosotros de niños siempre trabajamos. Trabajé en la plaza de mercado, haciendo acarreos, vendiendo frutas; recogía chatarra y material en las tiendas de calzado. Con mis hermanos vendimos cartelitos que decían, ‘soy hincha de Millonarios y ¿qué?’. Vendimos las obleas y los pasteles que hacía mi mamá, y que no podíamos comer. Para ir a las competencias me ayudaban todos los de la piscina, entre ellos el presidente del Club Neptuno, don Héctor Correa. Mi mamá nunca me pudo acompañar a ningún evento, no tenía cómo, pero creo que su mayor orgullo fue una vez que hicieron un torneo en Los Tiburones y yo pasé a la final. Hubo apuestas, pero nadie apostó por mí. Mi mamá subió a verme y, para sorpresa de todos, ¡gané! Ese momento, darle esa alegría tan grande a ella, fue más importante para mí que todas las medallas y los campeonatos juntos”, dice William, conteniendo las lágrimas.
En este entramado de lazos que se anudan alrededor de este deporte, el papel de las organizaciones es crucial. Los clubes, las ligas, la Federación, la Confederación Mundial, el Comité Olímpico, las instituciones departamentales y distritales, y el Ministerio del Deporte han hecho de Colombia un referente mundial de la natación con aletas. Desde 1986, cuando aquel médico fuera por primera vez al campeonato mundial, hasta hoy, los colombianos han sumado 36 medallas de oro, 51 de plata y 54 de bronce; además, han impuesto diez récords mundiales. La situación en los Juegos Mundiales, por su parte, es cada vez mejor; desde el año 2013 la selección del país ha acumulado una medalla de oro, cinco de plata y cinco de bronce; y ha impuesto dos récords mundiales. La cuenta abarca todas las modalidades y categorías en que se compite, y a un centenar de deportistas.
Estudiar, entrenar y trabajar
William tuvo suerte. Estudió en el Instituto Técnico Industrial Francisco José de Caldas donde, además de apoyar su práctica deportiva, le enseñaron oficios que le permitieron sostenerse económicamente. Desde siempre supo que quería dedicar su vida a la natación con aletas y terminó dedicándose de lleno a esta disciplina, nunca sin dejar de trabajar. Mientras entrenaba y competía, se fue volviendo entrenador, al mismo tiempo que empezó a beneficiarse de los apoyos institucionales.
“Aprendí a entrenar de los que me entrenaban. Yo escribía todo lo que me decían y así aprendí a hacer los entrenamientos. Empecé a estudiar por mi cuenta y a leer de todo. Absorbía como una esponja. En las concentraciones de la Selección Colombia, el profesor Jaime Andrade nos enseñaba muchas cosas. Yo aprendí de sus entrenamientos. No había Internet, ni bibliotecas de deportes; la información era muy escasa. En una ocasión un compañero viajó a competir a Alemania y trajo un libro de entrenamientos especializados en natación con aletas, de ahí nos agarramos. El problema era que estaba en ¡ruso! Nosotros veíamos los números y los dibujos y así intentábamos descifrar el libro; así aprendimos y así me convertí en entrenador. Fui a los Juegos Nacionales del 92 y ya, de ahí en adelante, seguí compitiendo pero me fui volviendo entrenador. Nunca he dejado de capacitarme. Hice parte de la comisión técnica de la Federación y me fui para Cundinamarca como entrenador, pero nunca abandoné Bogotá. Yo, desde el año 99, soy el profesor de natación de los funcionarios del Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD)”, dice William.
Aunque Paula contaba con el apoyo económico y afectivo de sus padres, las cosas no fueron tan fáciles en su colegio. “A los trece años dejé de entrenar el club y pasé al equipo de alto rendimiento. Empecé a entrenar con Andrés Valderrama, estuve con él desde los catorce a los diecisiete años. Esto cambió completamente mi rutina, no era suficiente entrenar por la tarde, tenía que ir por la mañana también. Ese año, el 2014, clasifiqué a mi primer mundial juvenil, así que tenía que entrenar mucho más. Hablé en el colegio y pedí que me ayudaran. Me dieron permiso para llegar un poco más tarde en la mañana, pero no facilitaron el proceso. Empecé a viajar a las competencias, fue la primera vez que fui a la copa mundo, y mis amigas se quedaron con mis cuadernos, con la idea de que me tomaran los apuntes de las clases. Al regresar del mundial se había perdido mi cuaderno de español, entonces fue peor. No tenía apoyo ni comprensión de parte de ellos. Terminó el 2014 y mi hermana y yo nos pasamos a un colegio virtual. Fue muy chévere porque yo manejaba mi tiempo como quería. Eso nos ayudó un montón para ser independientes y autónomas, y nos preparó para la universidad”.
Paula Aguirre Joya y William Peña. Juegos Mundiales, Birmingham (2022).
Paula Aguirre ha sido parte de la Selección Colombia de natación con aletas desde el año 2014 hasta hoy. Gracias a su desempeño y sus buenos resultados ha logrado el apoyo económico del IDRD, en Bogotá, y del Ministerio del Deporte. Ha sido campeona mundial tres veces y ya acumula cuatro medallas en los Juegos Mundiales. Esto sin contar lo logros en los Juegos Nacionales y en el deporte universitario internacional. A lo largo de estos años ella ha logrado compaginar su impecable carrera deportiva con sus estudios; así que, mientras se convertía en una de las mejores nadadoras del mundo, obtuvo su grado de Publicista Internacional.
Volar en el agua
Ver nadar a Paula es una fantasía. Ella vuela en el agua, a velocidades que rompen todas las barreras del sentido común. Estos deportistas, con sus cuerpos perfectamente delineados bajo el traje de competencia, los brazos estirados en posición de flecha y las piernas prolongadas por la monoaleta, parecen seres mitológicos escapados de alguna leyenda antigua; sirenas y tritones, mitad humanos, mitad peces.
Para avanzar con la monoaleta, los nadadores deben imitar el movimiento ondulatorio de las ballenas. Desde afuera del agua sus movimientos son casi imperceptibles, pero lo cierto es que en unos pocos segundos recorren grandes distancias. Este deporte puede practicarse en piscina o en aguas abiertas. En piscina hay modalidades: en la superficie o bajo el agua, bien sea con la monoaleta o con las dos aletas separadas, (bialetas). Si se nada en la superficie, se utiliza el tubo para respirar. Debajo del agua puede hacerse en apnea, conteniendo la respiración durante el trayecto, o también utilizando un pequeño tanque de aire comprimido. En aguas abiertas se compite en la superficie, con monoaleta y bialetas, y siempre con el tubo.
En todas las modalidades el objetivo es avanzar lo más rápido posible. Mauricio Fernández, por ejemplo, otro colombiano varias veces campeón mundial, fue capaz de recorrer los cincuenta metros de la piscina olímpica, en la superficie, en exactamente quince segundos; eso es menos de lo que uno puede demorarse en leer esta frase. Fernández impuso este récord mundial en 2016 y aún continua vigente. Lo mismo ocurre con el récord mundial que impuso Juan Fernando Ocampo el mismo año, 200 metros superficie en 01:18.65. Gastó un poco más de un minuto para recorrer cuatro veces la piscina olímpica.
No solo se trata de que estos deportistas semejen seres fantásticos, es que realmente lo son. Su destreza física, su disciplina, sus ganas de hacer las cosas bien y su increíble capacidad de recuperarse en los momentos difíciles hacen de ellos personas extraordinarias. Las medallas son el resultado natural de una manera de entender la vida, basada en la férrea confianza en sí mismos, en sus entrenadores, en sus compañeros de equipo y, sobre todo, en que siempre vale la pena intentar.
Si ver competir a estos nadadores es emocionante, practicar la natación con aletas, de manera recreativa, es una experiencia aún más gratificante. La velocidad que se adquiere con estos aditamentos, aun cuando uno sea un nadador principiante, produce una sensación envolvente y magnética. Uno lo hace una vez y quiere volverlo a hacer, y cuando sale de la piscina ya está pensado en cuándo será la siguiente sesión. En el agua todo se siente en calma; el mundo exterior se pone en pausa y uno se vuelve más consciente de sí mismo. En el vestier quedan las notificaciones del celular, los problemas, las llamadas y los cientos de correos por contestar. Si uno nada en la superficie, con el tubo, el burbujeo invade todo y funciona como mantra.
Al nadar en el fondo, en apnea, la experiencia adquiere mayor profundidad. A dos metros bajo el agua desaparece por completo el bullicio de la superficie; solo se oye, muy sutilmente, el bombeo de las máquinas que soportan la operación de la piscina. En ese ambiente, y con la respiración contenida, se hace evidente el latido del corazón; entonces la conciencia sobre el propio cuerpo es aún mayor. El propósito de esta práctica es avanzar lo más rápido posible con una sola inspiración. Mientras más eficientes sean los movimientos, el consumo de aire será menor. Menos y mejores movimientos garantizan mayor desplazamiento; una bella lección de economía vital que podría aplicarse a cualquier ámbito de la existencia.
Juntos es mejor
En Colombia cada vez más personas, de todas las edades, practican la natación con aletas. La federación registra 15 ligas y 85 clubes en los que se promueve esta disciplina, junto a las otras actividades subacuáticas. Esto sin contar la práctica escolar, la universitaria, la de las Cajas de Compensación Familiar, la que se realiza en los clubes recreativos y la independiente. Además, el país se ha convertido en un referente mundial para la organización de competencias internacionales. Esta es una pasión que no ha dejado de crecer desde hace cuarenta años. Desde FEDECAS, William Peña ha tenido la fortuna de impulsar este sueño durante la última década. Además de ser el presidente de la Federación, es presidente de la Zona América y vicepresidente de CMAS.
“Con mi equipo logramos que FEDECAS tuviera recursos financieros”, cuenta William. “Hoy organizamos campeonatos nacionales e internacionales, de talla mundial. Tenemos una relación mixta, público-privada; todos aportan. El 95% del aporte viene del Ministerio del Deporte, pero el recurso que nos dan nunca alcanza; siempre se requiere demasiado, así que aprendimos a priorizar. Nuestro mayor reto actualmente es fortalecer la inclusión de la discapacidad, implementar el enfoque de género y promover la protección del medio ambiente”.
Ganar y perder, como en la vida misma
Para ganar, primero hay que aprender a perder; es una lección que reciben tempranamente los deportistas de alto rendimiento. Para ganar, hay que aprender a levantarse de las caídas y volver a intentarlo, cada vez, con la misma convicción. En el caso de la natación con aletas, la motivación más grande es disfrutar. En este deporte no hay millonarios incentivos económicos, ni jugosos contratos de publicidad. Quienes compiten saben que aunque sean campeones, impongan récords y ganen medallas en los Juegos Mundiales, no es suficiente para lograr la estabilidad económica. Además de entrenar y competir, deben estudiar y trabajar, pues una vez se cumpla su ciclo deberán afrontar la vida como cualquier otra persona. A ellos, más que el dinero, los mueve el corazón. Tal vez de esta sencilla circunstancia provenga la magia que les envuelve y les permite sobreponerse a lo que sea
“La mayoría de personas cree que la vida de un deportista es ganar; y no”, dice Paula Aguirre. “Perder también es muy importante, se necesita para aprender a recuperarse y poder ganar. Yo desde hace 5 años tengo un sicólogo que me acompaña en estos procesos. Perder es una oportunidad para analizar qué es lo que debes cambiar. En el 2014 competí con una lesión que no sabía que tenía, me tuvieron que infiltrar y al regresar a Colombia descubrieron que tenía dos abombamientos en la columna. Me dijeron, ‘tienes que parar o no vas a poder seguir nadando’. Tuve que estar dos meses quieta y luego empezar terapia. Hubiera podido retirarme ahí, ya; pero si lo hubiera hecho me hubiera perdido de todas las cosas buenas que vinieron después”.
Selección Colombia de Natación con Aletas. Equipo de relevos masculino. Juegos Mundiales, Birmingham (2022).
Ganar también tiene su misterio, no sólo se trata de llegar primero y subirse al podio. Aunque para el público la medalla es el final de la competencia, para el deportista es el comienzo de una etapa. William lo dice así, “ganar no es sólo cuando te subes al podio, es todo lo que ocurre después. Una vez ganas, tienes que mantener el nivel y esa puede ser una presión mayor que la que tenías antes. Además, todos quieren estar en tu lugar, pero tú no puedes dejar de ser quien eres. Tienes que aprender que el triunfo es un momento en la vida, que hay que disfrutar y aprovechar, pero es solo un momento. Tarde o temprano vendrá alguien mejor que uno; aprender y aceptar eso es muy importante para el deporte y para la vida. Luego vas a ser segundo, o tercero, y luego vas a dejar de competir, pero tú vas a ser el mismo siempre y el triunfo y la derrota, y todo lo que viviste como deportista, tienen que servir para hacerte mejor persona, no lo contrario”.
William interrumpe su relato. Se queda un instante mirando al vacío, pensando, y concluye, “Yo creo que mi labor, como entrenador, es preparar personas para que sean felices. Entrenar deportistas para que logren su mejor nivel y disfruten lo que hacen. Mi visión es que sean profesionales, en cualquier área, pero que entiendan que el deporte competitivo es algo transitorio; que los va a marcar para siempre, pero que la vida no se acaba ahí, es solo un escalón. He buscado siempre que estudien. Desde la Federación también he buscado siempre que los entrenadores orienten a sus deportistas a ser profesionales. Que pongan al servicio de sus vidas, de sus profesiones y de su país todo lo que aprendieron compitiendo. Todos los deportistas que entrené hoy son profesionales y, aunque ya no compiten, continúan nadando porque lo disfrutan, como cuando eran niños”.
A William y a su equipo de la Federación aún les quedan muchas cosas por hacer, no solo en el campo de la natación con aletas. El calendario está completamente copado con competencias, cursos especializados, festivales, paradas y encuentros de todas las disciplinas que abarcan. Colombia se perfila cada vez más como una potencia mundial de las actividades subacuáticas y aunque el ritmo es delirante, William Peña sigue imaginando y proponiendo nuevos proyectos.
Paula Aguirre también está llena de proyectos, muchos asociados al ejercicio de su carrera profesional. Por ahora se concentra en los Juegos Mundiales, que se llevarán a cabo en China, en el mes de agosto. Después de completar diez años en la Selección Colombia y de pasar a la historia como una de las mejores deportistas del mundo, sabe que, pase lo que pase, la vida continuará y ella será la mujer que persigue sus sueños y no descansa hasta volverlos realidad.