Vamos en el auto de Noelia, la coordinadora del ritual de la luna llena, como copilota está su hermana Nancy, ambas empujan el grupo una vez por mes. Toman mate adelante, son argentinas radicadas hace 16 y 25 años en Lanzarote, la isla más oriental del archipiélago canario que dista ciento cuarenta kilómetros del continente africano. Yo voy atrás mirando por la ventana el paisaje lunar e inhóspito que nos lleva hacia el noreste de la isla. Al borde de un acantilado de Charco de Palo tendrá lugar la ceremonia de luna llena en Tauro —signo de Tierra— que, dicen, representa nuestro vínculo con la materia: la naturaleza, el alimento, el consumo, nuestros recursos y el valor que le damos a las cosas. Yo que venía a visitar familiares a la isla y conocer una naturaleza volcánica única entre las ocho Islas Canarias y, por casualidad, participé de otro tipo erupción: sonidos, vibraciones, palabras y energías que por primera vez veía todas juntas el día en el que se alinea nuestro planeta entre la luna y el sol.
Yo voy atrás mirando por la ventana el paisaje lunar e inhóspito que nos lleva hacia el noreste de la isla.
Paramos a cargar nafta en una gasolinera justo en frente de lo que llaman la Montaña Mágica, que no es la de los Alpes Suizos de Tomas Mann, sino un macizo con forma de yunque de color marrón y textura áspera llamado Guenia, en cuyo interior hay un santuario astronómico con milimétricas alineaciones solsticiales y equinocciales. Dicen que cuando entras allí te sentís como dentro de un útero y al bajar, nacida. A trece kilómetros se encuentra la localidad de Punta Mujeres, la cual también albergó el ritual, que cada tanto va cambiando de sitio para mover la energía.
El paisaje sigue siendo ondulado de colores castaños, rojizos y pardos; hay pequeñas poblaciones de casas blancas y bajas, y jardines de cactus sobre esa grava negra haciendo de tapiz, algunos tienen mangueras rastreras de riego en plazoletas, rotondas o frentes de viviendas. Me cuentan que en primavera hay muchas flores, yo solo llegué a ver la flor de un maracuyá a pesar de la sequía invariable. De repente entre tanto paisaje agreste, aparece un cartel que reza “Centro de la cochinilla”, un museo sobre el cultivo del hongo blanco de los cactus con el que se hace un tinte, y se recupera una práctica ancestral traída de México.
Al borde de un acantilado de Charco de Palo tendrá lugar la ceremonia de luna llena en Tauro —signo de Tierra. / Elisabel Barrios.
Continuamos camino pasando por el pueblo La Mala; me comió la sugestión, todo parecía estar teñido del mismo código: asistiría a una ceremonia convocada por un círculo de mujeres —aunque está abierta también a varones— legado de una chamana que luego se marchó de la isla. Y al saber que en la prehistoria existió el matriarcado en las Islas Canarias en sus diferentes grupos indígenas como Majos aquí, Guanches en Tenerife, Majoreros en Fuerteventura, Bimbaches en El Hierro o Auritas en La Palma, yo asistiría a un acto reivindicativo ante el relato que demonizó a las mujeres y quemó a las brujas en las hogueras de la historia. Ese día la luna, femenina y cíclica como ellas, habría de dar alguna lección más.
Dicen que cuando entras allí te sentís como dentro de un útero y al bajar, nacida.
Antes de estacionar, me comentan que en los momentos de silencio se escuchará a un señor que construyó su casa ahí nomás, en el medio de la nada, y que en la pandemia se acostumbró a sacar su piano blanco y tocar. Lo alcanzo a escuchar cuando me bajo del coche y veo que allí está con dos vecinos espectadores que se acercaron con su silla. Las notas musicales se pierden en la distancia, sin embargo, la tarde es calma y no hay viento —como de costumbre— que pueda entorpecer el espectáculo sonoro. El día estuvo casi despejado como así también la noche y siguió sin aparecer esa brisa intensa que suele haber en este punto ventoso del espacio. Esa tarde solo se necesitará una única cerilla para encender la hoguera.
El coche quedó estacionado frente al mar, en un playón circundado por rocas oscuras y puntudas afiladas por la erosión. Descargamos el material necesario, como madera para quemar, flores y una torta de cumpleaños y lo transportamos por un camino de arena que nos llevó al lugar de la ceremonia, a pocos metros de allí.
Todo parecía estar teñido del mismo código: asistiría a una ceremonia convocada por un círculo de mujeres —aunque está abierta también a varones— legado de una chamana que luego se marchó de la isla.
El círculo que nos congregaría no solo estaría formado por personas, sino que ya estaba físicamente construido como un zoco —muralla de piedras negras que protege del viento— y que hay en muchas playas de Lanzarote. Éste superaba la rodilla y tenía forma de corazón según la vista desde arriba. Sobre esa muralla, en tres lugares equidistantes, se colocaron palos decorados con hilos de colores y una pluma, cada uno representa el agua, la tierra y el aire. El centro está destinado al fuego, como símbolo del espíritu, que ya comienza a arder con ramas y hojas de albahaca seca. Al costado pusimos la madera del pallet ya desarmado que habíamos bajado del coche de Noelia quien, además de promover la ceremonia, produce tintes, jabones y sales aromáticas artesanales para venderlos en mercados.
Noelia, coordinadora del ritual de la luna llena. / Pamela Damia.
Mientras cae el atardecer celeste y rosa pastel, Nancy —maestra de reiki y emprendedora— me cuenta: “estamos reviviendo la cultura ancestral con nuestra presencia, esta es una celebración antiquísima, se viene a recargar energía. El circulo de amor se cierra y la gente viene a sanarse, a liberar emociones; vienen con algún problema y, conectando, sana, lo vemos y nos lo dicen. Todas estas personas que se combustionan aquí lo hacen para invocar los elementos, no hay ninguna otra imagen que no sea esa”.
El círculo que nos congregaría no solo estaría formado por personas, sino que ya estaba físicamente construido como un zoco. / Elisabel Barrios.***
Cuando entramos al corazón de rocas magmánicas ya estaba Ely, miembr(a) veterana del grupo, que estaba poniendo margaritas entre las piedras del fogón. Me entregó un racimo para que participara de la tarea y tomó la cámara de fotos que tenía colgada al cuello. Ella es aficionada a la fotografía, dice que desde que tenía quince años ya tenía cámaras profesionales y revelaba sus fotos.
—Por aquí veo cosas que mi ojo no ve. Es una herramienta tonta, pero me acostumbré a ver por el visor de la cámara.
—¿Qué te aportaron estos rituales?
—Yo les llamo reunión: reunión de almas, amigos, mujeres, de distintos países, de mentes que piensan distinto pero que les llama la espiritualidad en algún momento de su vida. La luna pasada tuvimos adolescentes, otras veces hubo niños pequeños. Yo soy muy tímida, me apartaba porque a veces veía o sabía cosas y no sabía cómo expresarlas. He aprendido a aceptarme como soy, y que los demás también lo hagan, yo evolucioné aquí, como muchas otras que venimos.
Los preparativos se hacían mientras el sol terminaba de bajar y la luna iba apareciendo en el horizonte del Atlántico detrás de una línea perfecta que separaba el celeste del azul. Comencé a hablar con quienes ya estaban por allí acabando detalles o listas a la expectativa del inicio de la ceremonia.
—Eugenia, ¿Tu qué vienes a buscar aquí? —le pregunto a una mujer de anteojos y cabello corto mientras rodeaba el fogón con dos compañeras más.
—Dicen que uno viene a cargarse de energía, yo no sé, lo que sé es que cada vez me encuentro mejor, me siento más limpia por decirlo de alguna manera; se van quedando cositas atrás y me voy renovando, vengo hace dos años.
—¿Para sentir eso haces algo más luego de la ceremonia, en tu casa por ejemplo?
—No, pero quizás aquí uno consiga esa fuerza y esa energía para trabajar interiormente.
Todas estas personas que se combustionan aquí lo hacen para invocar los elementos, no hay ninguna otra imagen que no sea esa”.
Cada tanto y se multiplicaban los gritos y alaridos de alegría por la llegada de alguien más: mujeres y algunos hombres; traían mochilas y una esterilla para sentarse. Charlas y comentarios que van y vienen, es un reencuentro para quien ya se conoce y una presentación para quien es la primera vez.
—Yo acá noto mucho la energía de grupo, me hace mirar las cosas de otra manera, las nubes, una flor, el momento. Disfruto más de las cosas y las veo mejor desde que estoy viniendo —me dice Ana con serenidad abrumadora, y que lleva una prenda estampada en su pecho con la mano de hamsa, un amuleto para la protección del mal de ojo o de cualquier desgracia.
Con su corona de flores en la cabeza, Noelia terminaba de armar un pequeño altar montado con un paño de terciopelo rojo sobre dos piedras grandes, en el que había una urna para la aportación de dos euros, un cuarzo, una escobilla, flores y un vaso de agua que cargará con las malas vibras y luego será tirado al mar. Después pasaba un sahumerio por los cuerpos que querían limpiarse colocando los brazos en cruz. Anteriormente ella había puesto en el fuego un carboncillo y diferentes recinas; otras habíamos vestido las piedras del fogón con flores lilas y seguíamos tirando albahaca seca para avivar la llama.
Altar montado con un paño de terciopelo rojo sobre dos piedras grandes, en el que había una urna para la aportación de dos euros, un cuarzo, una escobilla, flores y un vaso de agua que cargará con las malas vibras y luego será tirado al mar. / Elisabel Barrios.
Participando regularmente había dos hermanas de Ecuador. Quiero saber qué significa para ellas esta comunión mensual. Una es Jesica:
—Yo vengo hace ocho o nueve años. Esto es un recordar porque con el hecho de vivir en las ciudades desconectamos mucho con la naturaleza, por lo que acá reconectamos con esta parte olvidada y tan necesaria.
La otra es Nataly:
—Es conectarte con las emociones y comprender que nada es bueno o malo, sino perfecto. Todo tiene una enseñanza una vez que aprendes a darle la vuelta a las cosas.
Este plenilunio coincidió con un eclipse lunar que se pudo ver solo en algunos lugares del mundo entre los cuales no estaba Lanzarote. Quienes se dedican a estudiar la astrología dicen que este eclipse y luna llena es fuerte a nivel colectivo; que es un buen momento para preguntarnos cómo nos vinculamos con la naturaleza, si nos sentimos parte de ella, para informarnos qué pasa con nuestros alimentos, qué tipo de alimentación queremos tener, qué consumimos, qué valor le damos a lo que hacemos, qué vínculo tenemos con nuestros recursos personales, qué tan bien solemos administrarlos, cuánto solemos acumular.
Unos días antes, en la ciudad escocesa de Glasgow, en el otro extremo de Europa, hacia el norte, se celebraba la cumbre internacional sobre el cambio climático (COP26), cuyo documento firmado por casi doscientos países decepcionó a ciudadanos y activistas por su tibieza y poco espíritu trasformador. El bienestar de la economía pesa ante cualquier otro bienestar, pero sobretodo, nada le interesa de lunas y eclipses.
Cada tanto y se multiplicaban los gritos y alaridos de alegría por la llegada de alguien más: mujeres y algunos hombres; traían mochilas y una esterilla para sentarse.
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El tambor llama y como imán nos atrae, empieza el ritual. Estamos de fiesta. Pies descalzos, mujeres con faldas arriba del pantalón y plumas en la cabeza o colgadas del cuello. Una decena de mujeres rodea en primera fila el fogón que arde cada vez más alto y más iluminante ante la oscuridad que va comiéndose el día. Tocan cultrunes mapuches hechos a mano y pintados por ellas mismas.
—Una vez al mes nos encontramos para seguir sembrando semillas de amor en la tierra. Hoy estamos en este continente, pero la tierra es toda una, y aquí estamos manteniendo siempre viva la esencia que es la sabiduría, honrar los elementos y estar en harmonía con ellos y dejarnos volar con el canto que para nosotros es una expresión del alma y son frecuencias que están en la tierra. Que disfruten, dejen su mente y cuerpo 3D afuera y llévense esa semilla para ustedes — dice Noelia, que da la bienvenida con un acento de España adoptado, está conmovida ya que también se celebra su cumpleaños. Invita a Miguel a hacer una visualización.
—Siente los pies enraizándose en la tierra, la respiración que nos hace grandes por dentro, en ese espacio vas a encontrar tu corazón, pon toda tu atención ahí y siente como late para ti y agradece estar vivo. Llevar esa sensación de gratitud y llevarla a tu cara en forma de sonrisa y compártelo con quien tengas al lado —mientras Miguel hablaba las llamas crujían. Al acabar, bastó un instante de silencio para que la tribu grite y recuerde que está de fiesta.
El bienestar de la economía pesa ante cualquier otro bienestar, pero sobretodo, nada le interesa de lunas y eclipses.
Todos tenemos instrumentos de percusión, piedras, pezuñas de cabra, güiros o tambores. A ojos cerrados, el canto de vocales contenidas en el nombre de cada quien comienza a surgir y los cuerpos a moverse. Cual hace lo que quiere, pero siempre arribamos a una sincronía que dura lo que dura.
Todos sentados generamos una circunferencia de testimonios en una puesta en común mientras comemos torta de cumpleaños y alimentamos constantemente el fuego. Nuevos y nuevas dicen: “me trajo el amigo de una amiga”, “vine por casualidad”, “hace mucho quería venir”, “me daba curiosidad saber qué es esto”, “a ver qué onda con este aquelarre”. Y veteranas, que se llaman hermanas entre sí, dicen lo que quieren, compartiendo su nombre espiritual o terrenal y al acabar, alguien dice “ajó”.
Por alguna razón estamos aquí, y como dice Nancy, “acá podés hablar de lo que quieras y se te va a escuchar, no como afuera que todo el mundo contesta antes de que termines de hablar”. Ella dice que cuando se vibra en amor eso tiñe todo lo que uno hace y nadie te pide opinión: “no hables, no critiques, escucha, que los sentidos aparecen por todos lados”.
Estar en la naturaleza es volver a casa, es lo importante de juntarse después de la pandemia, de mimarse, de prestar atención a la potencia de lo que cada uno trae como, por ejemplo, los dos bebés en gestación que hay en el círculo: Felipe y Andina. Éstas y otras tantas ideas se expanden mientras sigue sin soplar viento en el acantilado.
Tierra, mi cuerpo
Agua, mi sangre
Aire, mi aliento
Y fuego, mi espíritu
“No hables, no critiques, escucha, que los sentidos aparecen por todos lados”. / Elisabel Barrios.
Vuelve el canto con la letra del músico mexicano Pedro Vadhar, la percusión y, para el final, el grito exasperado de todos los presentes que miran a la luna y le descargan vaya uno a saber qué. Ella está en alza y se hace cada vez más pequeña, su reflejo brillante en el mar llega hasta nuestro círculo y parece la estela de un barco alejándose. La casualidad que me llevó a estar en Lanzarote este día es tan grande como esa embarcación imaginaria.
El encuentro me deja cargada de naturaleza y afecto, sabiendo que hay muchas maneras de conectar con esas cosas, pero esta forma, en el marco idílico lanzaroteño, hace que ciertas emociones broten de una forma especial. Una erupción interior que distaba tanto de la columna de humo y las coladas de lava del volcán Cumbre Vieja que hacía dos meses brotaban en La Palma, otra de las Islas Canarias. Ésta era una erupción de comunión vital y placentera donde todos los sentidos estaban atentos a la influencia que la luna tiene en todo ser humano.