La vida del argentino Juan María Traverso es inverosímil. Ni él se cree todo lo que vivió arriba (y abajo) de los autos de carrera. Pero sobre todo, Traverso fue el héroe deportivo de una época que ya no existe y en la cual esa mezcla ambigua de talento y coraje convertía a los pilotos en la variable determinante de las carreras. “Soy feo, fumo, puteo, pero si me dan un auto, seguro que lo hago ganar”, se autorretrató.
Juan María Traverso nació en Ramallo, en el interior de la Provincia de Buenos Aires, en 1950. Ese mismo año se creó la Fórmula Uno, máxima categoría del automovilismo mundial. Crease o no, “el Flaco” Traverso y el automovilismo parecieran tener la misma medida. O ser equivalentes, sinónimos. Para al menos dos generaciones de “fierreros” (así se denominan los fanáticos de los autos en Argentina), decir Traverso es decir automovilismo.
Aprendió a manejar en un Ford 35 y en un Plymouth, en el campo. Les daba contacto, arrancaba y andaba hasta que se acababa la batería. En ese aspecto Traverso es un clásico. Los grandes pilotos argentinos son del interior, de pueblos, criados en circuitos zonales, aprendiendo todo en galpones y talleres mecánicos, en una geografía lejana a la vida urbana. “Cuando le dije (a mi padre) que quería correr me preguntó ‘¿para qué?’. No sabía qué eran las carreras y se opuso, hizo lo imposible para impedírmelo, pero luego se transformó en mi hincha número uno”.
Juan María Traverso nació en Ramallo, en el interior de la Provincia de Buenos Aires, en 1950. Ese mismo año se creó la Fórmula Uno, máxima categoría del automovilismo mundial.
Ganó su primera carrera en 1972, un año después de debutar en el Turismo Carretera. Desde entonces no se detendría más. Siete veces campeón del TC200, seis veces campeón del TC y tres de Top Race. 16 títulos y 155 carreras ganadas. Traverso ostenta un record que nadie ha podido igualar: salir campeón el mismo año en Turismo Carretera y Turismo Competición 2000, las dos máximas categorías del automovilismo argentino. “Si sos bueno arriba del auto pero un gil abajo, podés ganar uno, dos campeonatos a lo sumo. Pero nunca 16 como gané yo. En el fondo, el éxito es una suma de pequeñísimos detalles. Te falta uno, y chau”.
Siete veces campeón del TC200, seis veces campeón del TC y tres de Top Race. 16 títulos y 155 carreras ganadas. / Foto: @juanmariatraverso
El 3 de abril de 1988 sería un día tan peligroso como histórico para Traverso. A poco de terminar la carrera en Río Negro (Patagonia Argentina), se le rompe una manguera y empieza a perder aceite sobre los caños de escape. En las últimas tres vueltas pierde todo el lubricante que llevaba el auto. Consecuencia: aumenta la temperatura del motor hasta ponerse al rojo vivo. Traverso corre, literalmente, con el auto en llamas. El fuego sale del costado del coche, como en ráfagas cada vez más grandes. Y el humo invade en el habitáculo obstruyendo la visión y la respiración. Pero Traverso sigue. El auto aún responde. Atrás viene Sergio Oltra en busca de quedarse con la primera posición. Pero el flaco maniobra acá y allá, cuida la “cuerda” (es decir, salir mejor posicionado en la entrada y salida de cada curva) y mantiene el primer lugar. “No podía desperdiciar la posibilidad de ganar esa carrera", declararía después. Cruza la línea final envuelto en llamas y gana la carrera. Pocos metros después de la bandera a cuadros frena el auto y sale caminando como si nada sucediera, levantando los brazos en señal de festejo mientras el auto se incendia detrás suyo. "Fue un momento clave. Me dije 'puedo ganar o se puede quemar. Si se quema me bajo', me desaté los cinturones, destrabé la puerta, miré donde estaban los bomberos como para estacionar allí si se ponía fea la cosa", dijo tiempo después.
Traverso corre, literalmente, con el auto en llamas. El fuego sale del costado del coche, como en ráfagas cada vez más grandes. Y el humo invade en el habitáculo obstruyendo la visión y la respiración. Pero Traverso sigue. El auto aún responde.
Dos años antes ya había anunciado que lo suyo eran los finales épicos. Estamos en Pigue (Provincia de Buenos Aires) y Traverso va primero, pero explota un neumático trasero y todos piensan que va a quedarse sin nada. Se va al pasto. Ernesto Soto toma la punta y Mario Gayraud también consigue pasarlo. Pero el flaco logra mantener el auto en pista aunque con una estela de humo. En la última vuelta pone el auto a la par de Gayraud, obligándolo a ir por la parte sucia de la pista, y pocos metros antes de la línea final Traverso le da una patada al embrague lo cual hace que el auto dé un salto y así se queda con el segundo lugar. Trucos de una época donde los pilotos hacían la historia a mano.
Traverso con su mamá, su mayor fan. / Foto: @juanmariatraverso.
Estuvo a punto de llegar a la Fórmula 1 para ocupar el lugar de Niki Lauda, pero renunció antes para acompañar a su padre que tenía problemas políticos y económicos. Es el año 1979 y la historia involucra a la dictadura cívico militar. Su padre, Juan Cruz, tenía una empresa y fue amenazado para que entregara dinero. Un amigo de Juan Cruz, también con una pequeña empresa, el viejo Francisco Soldati, recibió la misma amenaza pero se negó a pagar. Murió víctima de un atentado. Entonces, Juan María Traverso, que estaba en Europa y ya había firmado para ser parte de la Fórmula 1, decide volver al país y ayudar al padre que perdió casi todo.
Como ejemplo de su genio efervescente está su vivencia con los ladrones: antes de subirse a una camioneta, dos ladrones lo apuntan con un revólver y lo suben con ellos al vehículo. En un momento, mientras huían, Traverso les pide si pueden ir más despacio. El ladrón que estaba al volante le dice “no te preocupes, Cocho, yo manejo bien”. Estaba confundiéndolo con su archirrival de la época, “Cocho” López. Esto enfurece a Traverso le dice al ladrón que le robe la camioneta pero que no lo confunda. Le explica quién es él y le avisa que está a nada de “cagarlo a trompadas”.
Estuvo a punto de llegar a la Fórmula 1 para ocupar el lugar de Niki Lauda, pero renunció antes para acompañar a su padre que tenía problemas políticos y económicos.
A través de peleas y declaraciones fue retratista de sus rivales. De Cocho López dijo “tiene la virtud de haber sido siempre de la misma manera: un chanta genuino”. De Tito Bessone: “Busqué ser su amigo, pero él no quiere. Le gusta que estemos peleados”. Así habló de Gurí Martínez, contrincante de los últimos años, “El Gurí Martínez la juega de boludo: ‘que me tocaron, que me empujaron, que se enfriaron las gomas…’. Siempre tiene una excusa”. Con Orestes Berta, el preparador de autos estrella, fue más indulgente: “Tendría que dedicarse a su actividad de guardafauna, irse a vivir a una montaña y quedarse allí. Así sería todo más parejo para quienes no tenemos la suerte de contar con su capacidad”.
Tuvo dos accidentes en 1998 en los que su auto dio varias vueltas por el aire y salió ileso, tiene colgadas fotos de ambos choques para recordar lo cerca que estuvo de la muerte. Nadie duda que es amo y señor de los pilotos argentinos, pero por si hacía falta la burocracia, está institucionalizado como presidente de la Asociación Argentina de Volantes y de la Asociación de Corredores de Turismo Carretera. Pequeña paradoja de la lealtad deportiva: fue amigo de todos sus enemigos.
"Ese día comenzaban a televisarse las carreras". @Juanmariatraverso
Es el 23 de mayo de 2004 y la carrera es en Rio Cuarto (Córdoba) por el Turismo Carretera (TC) cuando ocurre una de las anécdotas más recordadas en la vida del flaco. Traverso tiene 54 años. Es una jornada muy lluviosa –bajo el agua Traverso era de los mejores– y a la salida de una curva para tomar la recta principal el joven Ponce de León lo toca de atrás y el auto de Traverso da un giro, se golpea contra el muro y termina destruido afuera de la pista. El cronista de la transmisión se le acerca y le pide que explique la maniobra. Pero nuestro héroe no tiene nada qué explicar y se dedica a insultar al joven piloto por su movimiento irresponsable. El cronista pregunta si se encuentra bien físicamente. Traverso responde: “estoy como para cagarlo bien a trompadas, mocoso de mierda y la concha de su puta madre”. Pero el cronista, no contento, insiste en si lo va a denunciar a Ponce de León, Traverso se niega. ”¿Entonces qué vas hacer, Flaco?”, vuelve a preguntar el periodista. Traverso, furioso y con tono de ‘ya te lo dije’: “lo voy a cagar a trompadas”. Hoy son grandes amigos con Ponce de León.
Traverso responde: “estoy como para cagarlo bien a trompadas, mocoso de mierda y la concha de su puta madre”.
También está el recuerdo de la historia del auto preso: “Fue una Ford A que preparamos entre varios amigos. Le pusimos un motor V8 y los caños de escape cortitos como los que usaban los autos de TC. Era insoportable y no duraba nada, salíamos a dar una vuelta y se rompía algo. La caja de cambios o cualquier otra cosa. Fue así: un día el comisario decidió meter presa a la Ford A. Era más fácil, digamos, porque si no, nos tenía que meter presos a todos nosotros. Y me daba la Ford A solamente cuando me iba al campo. Si yo no andaba dentro del pueblo me lo daba. Y me decía ‘cuando terminás, traela’. Íbamos a andar por el campo, por cualquier lado y cuando volvía a Ramallo la dejaba en la comisaría y volvía caminando”.
Hubo una etapa del TC en la que a quienes salían entre los primeros tres lugares les otorgaban peso extra para la siguiente carrera. Y el peso se iba a acumulando con el correr de la temporada. Era una estrategia para evitar que siempre ganaran los mismos y generar cierta paridad entre los autos. Traverso descubre que si gana no va a volver a ganar por culpa del peso extra, entonces piensa una manera para salir cuarto todas las carreras y así llevarse la máxima cantidad de puntos sin cargar peso. En varias carreras va primero y antes de terminar levanta el pie del acelerador para ubicarse cuarto. Fue campeón.
Fumaba adentro del auto .Llegó a fumar dos atados de cigarrillos por día. / Foto:@juanmariatraverso
El padre le pidió a la Virgen de Luján que le parara el auto para que no corriera. Llegó a fumar dos atados de cigarrillos por día. Fue remisero y camionero. No considera al automovilismo un deporte. Tuvo su propia estampilla. Fumaba adentro del auto. No le gustaban los podios. Corrió en Ford y en Chevrolet, y fue el único ídolo que triunfó a ambos lados de la rivalidad histórica entre fábricas. Siente claustrofobia en los ascensores, pero sus mejores momentos los vivió encerrado en un auto. Tiene su propio museo con cada uno de los coches que manejó.
A los 15 años participó de un atentado a la municipalidad de Ramallo; mezcla de travesura adolescente y sublevación de pueblo. En la plaza principal había un cañón que había quedado de los ingleses, de la batalla de la Vuelta de Obligado (entre la provincia de Buenos Aires y una escuadra anglofrancesa, en 1845). Traverso junto a un grupo de amigos limpiaron y acondicionaron el viejo cañón de guerra. El paso siguiente fue usarlo: “Apuntamos a la Municipalidad y le volamos la puerta. Había mucha bronca con el intendente”.
Corrió en Ford y en Chevrolet, y fue el único ídolo que triunfó a ambos lados de la rivalidad histórica entre fábricas. Siente claustrofobia en los ascensores, pero sus mejores momentos los vivió encerrado en un auto.
Aún recuerdo a mi padre frente al televisor, mirando las carreras de TC, insultándolo cuando corría con Chevrolet y alentándolo cuando manejaba un Ford. Traverso despertó pasiones y furias, fue amado y odiado, salió campeón en todas las épocas y también perdió contra pares y nuevas generaciones. Fue el piloto nacional por excelencia. Pero sobre todo fue eso que se llama una presencia. Un carisma, una forma de hacer y de resolver, de improvisar, de utilizar el conocimiento técnico y la vida púbica a favor del deporte. Una presencia y una identidad, porque decir Juan María Traverso es traer del olvido una gloriosa historia y su excentricidad deportiva.