Relatto | El cuento de la realidad
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Josefina Gallardo de Rossetti necesitaba un vestido de noche. Era abril de 1957 y tenía que acompañar a su marido, Juan Bautista Rossetti, quien fue embajador de Chile en Francia durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, a una comida en el Palais du Louvre en honor a la reina Isabel de Inglaterra. La soberana británica, quien había sido coronada cuatro años antes, entonces realizaba una visita oficial en París. 

Chepa Gallardo de Rossetti, como la llamaban en su círculo más cercano, recurrió a su amigo Sergio Matta —el hermano del pintor Roberto Matta—, quien empezaba a abrirse camino en la costura francesa. Aunque aún no tenía su propio atelier de modas y trabajaba para la casa de modas de Jacques Fath, Matta le confeccionó un vestido blanco en broché de seda que acompañó con un echarpe de gasa en tonos blanco y oro. 

El modelo fue alabado por varias de las invitadas y fue la carta de presentación para que el nombre de Sergio Matta comenzara a circular entre las elegantes parisinas. 

Un año después de ese vestido, Sergio Matta Echaurren
—el tercero de los cuatro hijos de Roberto Sebastián Matta Tagle
y Mercedes Echaurren Herboso— entró oficialmente a la escena
de la costura francesa. El 31 de julio de 1958 presentó su primera colección en el atelier que unos meses antes había instalado en el número 10 de la avenida Franklin Delano Roosevelt. Al atelier
—una construcción de dos pisos, murallas altas, antigüedades y
amplios ventanales— llegó una concurrencia que rayó la exquisitez. 

En primera fila estaba Carmel Snow, la editora jefe de Harper’s Bazaar, la misma que una década antes bautizó la primera colección de Dior con el nombre que pasaría a la posteridad, New Look. Unos asientos más allá estaban Madame de Langlade (la primera esposa del diseñador dominicano Óscar de la Renta. Se casaron en 1967, pero se divorciaron en 1980), quien dirigía la edición francesa de Vogue, y la princesa Troubetzkoy. En el público también destacaban el fotógrafo Richard Avedon y Marie Louise Bousquet, una de las mujeres más influyentes de la escena intelectual y artística parisina, porque cada jueves desde 1914 realizaba reuniones literarias en un pequeño palacete de la Rue Boissière, en el distrito 16. Todos ellos, además del centenar de invitados que llegaron al desfile, aclamaron las propuestas firmadas por Matta para el invierno de 1958-1959. La exclusiva revista L’Art et la Mode dijo: “Un joven costurero que ha sabido imponerse desde el primer día”. 

Incluso France Soir, un periódico que partió vinculado a la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, alabó su trabajo y aseguró: “Habrá que contar con él”. 

Sergio Matta, entonces, se convirtió en el primer creador latinoamericano en ingresar a la costura francesa. 

Para darse más charme y competir en la escena de la alta costura, decidió cambiar su castizo nombre por Serge Matta. 

Sergio Matta con sus modelos, durante el desfile en Buenos Aires.

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La moda nunca estuvo en sus planes. 

Antes de la moda, antes de alejarse de Chile, presentarse como Serge, antes incluso de pensar en la moda, antes de que su recuerdo se desdibujara frente al protagonismo que conseguiría su hermano Roberto en el mundo de la pintura, el modisto soñaba con ser actor de cine.

Sergio era el tercer hijo de los cuatro que tuvieron Roberto Sebastián Matta Tagle y Mercedes Echaurren Herboso. Con sus tres hermanos (Roberto, Mario y Mercedes) se criaron en una casona ubicada en el centro del antiguo Santiago, cerca del cerro Santa Lucía, y crecieron influenciados por la figura de su abuelo materno, Víctor Echaurren Valero —abogado y diputado liberal— quien tenía en su mansión de calle Dieciocho con Sazié una exclusiva colección de pinturas. Ese fue su primer acercamiento con el arte.
 Sergio primero quiso dedicarse al ballet y luego se convenció de que su futuro estaba en el cine. Tomó esa decisión durante la adolescencia, cuando sus padres se fueron a vivir a un fundo en Las Condes y dejaron a sus tres hijos hombres en la casona en el centro para que continuaran sus estudios. Por las tardes, Sergio, quien siempre se confesó mal alumno y terminó las humanidades en el instituto Federico Hansen, prefería ir al teatro a ver la matinée. "El cine fue mi cultura. Un día decidí matricularme en el Instituto Inglés. Me convertí en un excelente alumno. Y tomé clases de inglés y de francés. Quería irme", dijo en una entrevista en febrero de 1982.

Alejarse de Chile fue su obsesión. A los catorce años, mientras veraneaba en Viña del Mar, quiso embarcarse en un buque de carga rumbo a Europa. Su padre frustró el plan. Siguiendo los pasos de sus hermanos Roberto y Mario, quienes para entonces estudiaban Arquitectura, se matriculó en esa carrera, pero la abandonó. Poco antes sus hermanos habían iniciado la empresa Muebles Matta en Providencia, sitio donde compraban y fabricaban elegantes muebles y además vendían obras de arte. 

Sergio trabajó ahí durante un tiempo y luego puso su propia tienda de arte. El emprendimiento no duró mucho. Sergio no lo aguantó.

Antes de la moda, antes de alejarse de Chile, presentarse como Serge, antes incluso de pensar en la moda, antes de que su recuerdo se desdibujara frente al protagonismo que conseguiría su hermano Roberto en el mundo de la pintura, el modisto soñaba con ser actor de cine.

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Poco después de que su hermano Roberto se embarcara rumbo a Europa, el futuro modista partió con destino a Nueva York. En 1942. En la maleta llevaba un óleo de Goya que su madre le pasó para que se financiara los estudios de actuación en la Academia Dramática del Social Research: “Eran ochenta y dos alumnos: todas mujeres y sólo dos hombres, Marlon Brando y yo”. Con Brando, aseguraba Sergio a la revista Ercilla en marzo de 1961, se hicieron muy amigos. Comían juntos. Brando, al igual que él, no tenía un peso: “Un día vino un caza-estrellas de Hollywood y nos hizo una prueba. Fui yo y no Brando quien sacó el contrato. Estuve en la ciudad del cine durante dos años, hasta que me di cuenta de que no haría nada allí”. 

Sergio Matta regresó a Santiago, pero como seguía con su inquietud por el cine y el teatro, en 1947 decidió irse a París. 

Pero la moda, todavía, no estaba en sus planes. 

Su sueño inicial fue el cine. Inició sus estudios en la Academia Dramática del Social Research de Nueva York, donde compartió clases con Marlon Brando.

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Desde que llegó a Francia, supo que París era su ciudad. Que París, no sus habitantes, lo envolvió, lo fascinó.

En su primera etapa francesa se inscribió en cursos de actuación con Jean-Louis Barrault, quien junto a su mujer, Madeleine Renaud, integraron un dúo teatral de fama mundial. Posteriormente Matta siguió estudios con el mimo Marcel Marceau. En el camino, el dinero se le hacía escaso y para sobrevivir hacía cosas que luego confesaría, con discreción, como arrastrar carros en el mercado de Les Halles. En 1950 tuvo su mayor acercamiento con el cine, cuando el director Henri Lepage lo invitó a participar en un rol secundario en la película Mon ami le cambrioleur (Mi amigo el ladrón). 

Pero su carrera actoral no despegó. En el camino apareció su amigo el chileno Raimundo Larraín Valdés, quien lo introdujo en la vida social francesa. En el beau monde parisino se hizo conocido como “el hermoso Matta” por su mirada azul, por su sonrisa de dientes blancos, por sus modales de dandy y por su voz impostada. También fue cercano a Salvador Dalí y al diseñador Pierre Cardin. 

Raimundo Larraín no sólo le abrió las puertas de la escena 
social, sino que también fue fundamental para que Sergio Matta 
iniciara su trabajo en el diseño de modas. Larraín llegó a París
luego de deslumbrar en Santiago con el montaje del ballet Las tres Pascualas con música de Remigio Acevedo. Había sido becado por el gobierno francés para perfeccionarse en el teatro Opera y luego comenzó a dirigir el ballet del Marqués de Cuevas (quien nació en Chile como Jorge Cuevas Bartholín y fue un excéntrico empresario de ballet, mecenas de las artes y figura de la alta sociedad europea). El Marqués De Cuevas era su tío y protector. Él ya había demostrado sus capacidades en la moda: en 1957 había ganado el primer lugar en un concurso de tocados y peinados llamado Baile de Têtes, que se realizó en el Palacio Lambert, propiedad del millonario chileno Arturo López Willshaw. En este concurso participaron como jurados la duquesa de Windsor y Eduardo VIII. La ambientación fue realizada por el entonces joven Yves Saint Laurent. El tocado creado por Larraín estaba hecho con piedras y plumas, y fue modelado por la vizcondesa Jacqueline de Ribes. Pese a las ofertas para dedicarse a la moda, prefirió centrarse en su carrera de coreógrafo y escenógrafo. 

Raimundo Larraín no sólo le abrió las puertas de la escena 
social, sino que también fue fundamental para que Sergio Matta 
iniciara su trabajo en el diseño de modas.

Precisamente para la preparación de uno de los montajes para el ballet de su tío, Larraín le pidió a Sergio Matta que diseñara parte del vestuario. Luego otro amigo que vio los bosquejos de sus diseños lo recomendó como ilustrador de la edición francesa de Vogue. Así se fue hilvanando su carrera. Luego le ofrecieron un puesto en la casa de modas de Elsa Schiaparelli para hacer ilustraciones y diseñar una línea que se vendería en la boutique de Place Vendôme. 

Madame de Langlade de Vogue París, durante el primer desfile de Matta.

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En 1954, Serge tuvo otro golpe de suerte: a su cuñada Malitte Pope —penúltima mujer de su hermano Roberto—, quien trabajaba como diseñadora para Jacques Fath, le hicieron una oferta de la casa Christian Dior y le dejó su puesto en Fath a Serge, quien ya se había cambiado el nombre de pila para abrirse camino en París. En Jacques Fath estuvo casi cuatro años. Otro golpe de suerte cambió su destino y lo acercó aún más a la moda: a fines de 1957, el millonario chileno Arturo López Willshaw y Alexis von Rosenberg, el barón de Redé (quien fue un importante banquero francés, coleccionista y figura social), decidieron financiar la apertura de la casa de modas de Serge Matta. 
Un año después de su debut en 1959, Matta tuvo su momento de consagración en la costura francesa. Lo invitaron a participar en un desfile de alta costura dentro del programa de clausura del Festival de Cannes. Los vestidos del chileno —entonces todas las colecciones estaban dominadas por vestidos— aparecieron junto a los diseños de Guy Laroche, Christian Dior y Nina Ricci. El couturier era presentado como la nueva promesa de la moda francesa. En 1960 la revista Life organizó con crema Pond’s y la compañía Air France un concurso llamado “Paris à la mode”, en el que la ganadora obtenía un viaje a París y un diseño original de un couturier francés a su elección. Entre las posibilidades estaban las creaciones de Serge Matta. 

En el atelier de Matta llegaron a trabajar más de treinta personas; incluidos André, el que cortaba los moldes, y Mademoiselle Tardy, la mano derecha de Serge. Y, por un tiempo, John Kloss, el padre de la lencería moderna. 

Otro golpe de suerte cambió su destino y lo acercó aún más a la moda: a fines de 1957, el millonario chileno Arturo López Willshaw y Alexis von Rosenberg, el barón de Redé (quien fue un importante banquero francés, coleccionista y figura social), decidieron financiar la apertura de la casa de modas de Serge Matta.


Por ahí también pasó la chilena Gloria Silva. Antes de coronarse Miss Chile en 1961, la estilizada Gloria dio sus primeros pasos en el mundo del modelaje como mannequin de cabina de la casa de costura de Matta. Gloria, quien luego se convirtió en la asistente y amiga personal de Brigitte Bardot, recuerda su paso por el atelier de Matta: “En 1959 me fui a París a probar suerte. Llevaba unos teléfonos de unos chilenos que podrían ayudarme allá, entre ellos Adriana Saavedra, quien había sido modelo de varios creadores de alta costura. Ella me contactó con Serge y de inmediato entré a su taller. Recuerdo que le iba bastante bien, en el atelier siempre había clientas. Serge era encantador, nada de divo, como un pequeño príncipe”. 

Gloria Silva no fue la única chilena que trabajó con Matta. La ex candidata a Reina Zig-Zag Doris Kleiner también colaboró 
con la casa antes de convertirse en una figura de la escena social y de la moda parisina. El diseñador José Cardoch, quien decidió ir a formarse como modisto en París, también trabajó en los talleres de costura del atelier. Cardoch llegó ahí con una carta de recomendación y se quedó por casi dos años: “Fue muy generoso, pero fue claro desde el principio. Antes de emplearme me dijo: ‘Ser chileno no te concederá ningún derecho especial. Si sirves, te quedas. Si no sirves, te vas’”. 

Una de las razones del éxito de Matta es que tenía una mente clara y comercial. Después de mostrar cada colección, envíos especiales eran despachados a Helena Rubinstein en Nueva York. También vendía a Alemania, donde sus creaciones eran confeccionadas en serie. 

Cardoch llegó ahí con una carta de recomendación y se quedó por casi dos años: “Fue muy generoso, pero fue claro desde el principio. Antes de emplearme me dijo: ‘Ser chileno no te concederá ningún derecho especial. Si sirves, te quedas. Si no sirves, te vas’”. 

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Al centro, el diseñador Sergio Matta en la fiesta de Año Nuevo de 9175 en París, organizada por el chileno Raimundo Larraín.

Catorce años luego de su partida a París, regresó a Santiago de Chile para vanagloriarse de su éxito y mostrar los diseños de su reciente colección en una comida-desfile en el Hotel Crillón. “Matta, el caso pródigo de la moda”, así lo presentó la revista Ercilla en su edición del 16 de octubre de 1961. Se trató de una entrevista que lo mostraba como el diseñador chileno que volvía a Santiago, que triunfaba en la capital de la moda y como “un serio competidor de Fath, Balenciaga y Dior”, los tres grandes nombres de la costura internacional de comienzos de los sesenta. En el artículo también comentaban que algunas de sus clientas eran la princesa Josefina Carlota de Bélgica, Madame Van Cleef —esposa del famoso joyero de Place Vendôme—, la princesa Margarita —a quien diseñó trajes maternales— y la duquesa de Alba. En Chile, mujeres como Ana María Sotomayor, Teche Edwards y las hermanas Echaurren comenzaron a encargar vestidos y abrigos de Matta a París. 

Serge llegó a Chile acompañado por dos de sus modelos parisinas, Josée y Fiama, y cincuenta diseños que incluían desde tailleurs hasta vestidos de noche. Su arribo al aeropuerto de Cerrillos estaba programado para cinco días antes, pero el couturier decidió retrasarlo para descansar en Buenos Aires, donde se reunió con amigos y fue entrevistado por la televisión local. 

El cambio de planes del modisto no generó problemas. El evento sólo se reprogramó y la prensa comentó que asistió “tout Santiago”, más de doscientas personas que pagaron los diez escudos por la cena y cinco por cada uno de los tres tés posteriores. 

En el artículo también comentaban que algunas de sus clientas eran la princesa Josefina Carlota de Bélgica, Madame Van Cleef —esposa del famoso joyero de Place Vendôme—, la princesa Margarita —a quien diseñó trajes maternales— y la duquesa de Alba.

Los cincuenta diseños de Matta fueron presentados por cinco modelos: sus dos amigas francesas y tres chilenas, entre las que se encontraban Gloria Silva y María Eugenia Holtheuer Lafosse, una modelo conocida como Bambi y que pertenecía al grupo de Luisa Alcalde. 

Encontrar modelos en Chile fue uno de sus principales problemas. El diseñador desechó a la mayoría de las maniquís nacionales porque no cumplían con sus requisitos. Así lo dijo a la revista Ercilla: “Una modelo debe tener en primer término chic, medir un mínimo de un metro setenta centímetros y ser dueña de cuello y extremidades estilizadas”. No fue el único inconveniente, también le resultó complicado encontrar zapatos de la horma de una de sus modelos francesas en Giuliano, la zapatería del centro de la capital que auspiciaba el desfile. La maniquí calzaba cuarenta y tuvieron que fabricarle urgentemente un par. 

Durante su visita, además de reunirse con su hermana Mercedes, su cuñado Pedro Montero —entonces subsecretario del Trabajo— y sus tres sobrinos, el diseñador visitó el taller de diseño de vestuario de la Escuela de Artes Aplicadas de Universidad de Chile, que era dirigido por María Kluczynska, una diseñadora que luego realizó vestuario para cine y teatro. También dio varias entrevistas en las que aconsejó a las chilenas. 

Una modelo debe tener en primer término chic, medir un mínimo de un metro setenta centímetros y ser dueña de cuello y extremidades estilizadas”.

A Graciela (Totó) Romero, periodista de la revista Eva, la recibió en su habitación del hotel vestido de bata azul a lunares blancos y pañuelo de seda rojo, y le dijo que sus compatriotas debían “mantenerse delgadas y cultivarse”. También expuso sus creencias sobre la moda: “El blanco es el color favorito”, “los collares son el gran complemento”, “tienen que cuidarse de faldas angostas” y
 que “la inteligencia es la gran virtud de las mujeres”. Además se despachó una frase para el bronce: “Adoro a Eva, si ella no hubiera vestido aquella famosa hoja de parra, quien sabe si a alguna 
mujer se le hubiera ocurrido jamás necesitar una toilette”. 

En la entrevista con Ercilla fue más crítico. Estableció diferencias entre las francesas y sus compatriotas. Alabó a las primeras porque eran más claras y sabían lo que querían, y juzgó a las chilenas porque consideraban como parte de la elegancia ser un poquito vagas: “[La chilena] practica el esnobismo de la falta de precisión. Lo que más repudio de las mujeres es la vaguedad y cuando se hacen las niñas chicas. Me gustan las mujeres inteligentes y sensibles. La belleza física es siempre un reflejo de lo que pasa adentro”. 

Nadie lo cuestionó. Preferían realzar que entre sus clientas francesas figuraban la hija del rey de Bélgica, madame Clee (esposa del famoso joyero de Place Vendôme), la princesa Margarita (a quien le diseñó trajes maternales) y la duquesa de Alba.

El diseñador, en un desliz machista, en esa misma entrevista expresó su disconformidad con el nuevo rol que estaba logrando la mujer en el mundo: “La mujer moderna padece de una terrible e irreconciliable dualidad. Durante el día les quita los puestos a los hombres y pide igualdad de derechos. Después de las seis de la tarde, le exige al hombre que la trate como si fuera la Dama de las Camelias”. 

Tampoco lo cuestionaron. 

No podían. 

Entonces, la liberación femenina que comenzaba a evidenciarse en Europa y Estados Unidos era mirada con distancia en Chile, como algo que aquí no sucedería. Además Matta era un modisto de fama internacional, hombre de mundo. 

[La chilena] practica el esnobismo de la falta de precisión. Lo que más repudio de las mujeres es la vaguedad y cuando se hacen las niñas chicas. Me gustan las mujeres inteligentes y sensibles. La belleza física es siempre un reflejo de lo que pasa adentro”.  

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Diseño de Sergio Matta.

Dos años después de su visita a Chile, luego de la muerte de uno de sus financistas, Serge Matta cerró su atelier. Pero no abandonó la moda. En 1965 se integró al equipo de diseño de Maggy Rouff, una creadora famosa por desechar los adornos fantasiosos en sus vestidos y en donde, luego, también trabajó Karl Lagerfeld. 

En 1969 Serge Matta comenzó a trabajar con el diseñador francés Jean-Louis Scherrer, para quien produjo una colección marcada por la geometría, el amarillo, el naranja y el morado. 

Luego de su paso por Jean-Louis Scherrer abrió una boutique en Saint-Tropez y continuó haciendo figurines para casas de moda, pero gradualmente se fue distanciando de ese mundo. Y se acercó a la pintura, pero no pudo eclipsar la figura de su hermano Roberto, quien ya brillaba internacionalmente. Pero la moda no le interesaba. 

En la entrevista que dio a La Segunda durante una visita a Chile el 16 de febrero de 1982 explicó sus motivos con una anécdota: "Una señora riquísima se probaba el vestido para una première de esa tarde. Empezó a gritar que se veía gorda, que no podía ser. Le vendedora me hizo llamar. Miré a la señora: Usted no se ve gorda, está gorda. El vestido no tiene la culpa. (...) Me miró horrorizada".

En esa entrevista afirmó ser cerebral más que emocional, pero que lo combatía con la pintura. "Ahora pinto cuadros americanos, casi incásicos, con seres humanos extraños, mis fantasmas. No sé lo que pinto, soy instrumento de algo más poderoso, de una fuerza que viene atrás, de muy atrás. Quizás nosotros, los que llegamos hace siglos a América, tenemos sangre indígena. Esa es la única explicación".
Luego habló de sus deseos de volver a su departamento en Montparnasse, de su esperanza de no morirse sin descubrir totalmente los secretos de la pintura, y de volver cada verano para disfrutar del sol de Santiago.
No cumplió esas promesas. 

Al día siguiente de la publicación de la entrevista, el miércoles 17 de febrero, a los 67 años, su corazón dejó de latir mientras dormía en Santiago. “El hermoso Matta” murió en la ciudad que desde adolescente quiso dejar para conquistar el mundo.

*Este artículo fue publicado originalmente en el libro Linda Regia Estupenda: Historia de la moda y la mujer en Chile. El Mercurio Aguilar

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