Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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Cuando conocí a Federico Kersner aún no era mentalista. La primera vez que hablamos fue por un amigo en común y me presentaron a Kersner como músico. Y así era. Tocaba el saxo y el bandoneón, tenía cierto aire bohemio. Había pasado por el conservatorio. Usaba ropa holgada y hablaba lento, mirando hacia arriba, como si pensara en tiempo real. Escribía música y hacía presentaciones en vivo. Años más tarde, nuestro amigo en común, me cuenta que ahora había migrado al esoterismo y se ganaba la vida haciendo pequeños espectáculos místicos. 

¿Cómo se inicia alguien en las actividades mentalistas? ¿Cómo se forma? ¿Qué es lo que realmente hace? ¿Hay una puesta en escena? ¿Cuánto de lo que muestra en vivo es un gesto teatral y cuánto es una situación “energética”? ¿Cómo sucede esta especie de magia invisible, secreta, mental, sensorial en el cuerpo de una persona? ¿Cómo lo controla o qué hace con eso que le sucede (aún no tenemos un nombre claro para definirlo)? Víctima de la credulidad y como decía el personaje de una serie de fenómenos paranormales: quiero creer. 

Cuando conocí a Federico Kersner aún no era mentalista. La primera vez que hablamos fue por un amigo en común y me presentaron a Kersner como músico.

Antes de que Kersner me cuente su historia participo en una de sus sesiones. 

En rigor, no es una de sus “Noches Místicas” –nombre con el cual bautizó a su espectáculo–, sino un ensayo. Al igual que los músicos o los actores (Kersner ostenta el título de músico y su actividad no tiene poco de teatral), necesita practicar y ensayar sus experiencias. 

El hecho sucede en Buenos Aires y en plena pandemia. Entonces la propuesta que nos hace es a través de una videollamada. Nos conectamos los tres. Kersner, nuestro amigo en común y yo. Va a probar nuevas técnicas con nosotros de cara a un show que tiene al día siguiente de forma virtual. La cercanía de los cuerpos no parece ser una condición de posibilidad para el mentalismo. Primera sorpresa.

¿Cómo sucede esta especie de magia invisible, secreta, mental, sensorial en el cuerpo de una persona? ¿Cómo lo controla o qué hace con eso que le sucede (aún no tenemos un nombre claro para definirlo)?

Kersner es modesto y cálido. Habla despacio, con grandes espacios de silencio, como si sus parlamentos tuvieran una sintaxis de nubes y pozos de aire. Tiene una sonrisa todo el tiempo. 

Tiene una barba pelirroja (ese rojo amarronado que le crece a ciertos varones en la cara), enrulada y corta. Lleva colgando del cuello un péndulo.

Los ejercicios que nos propone son simples. Primero que controlemos la respiración y que nos relajemos. En mucho de lo que hace está presente la respiración. Siempre empieza por ahí. Nos pide que estemos sin cruzar las piernas, los hombros relajados y los ojos cerrados. ¿Estamos meditando? Trato de no hacerme preguntas, trato de estar disponible para la experiencia. No quiero, en ese momento, que nada me juegue en contra. Aún ni siquiera sé que voy a escribir este artículo sobre él. Por ahora, todo es misterio. Todo es inminencia. 

Nos empieza a dar instrucciones. Casi como en juego de niños. Estamos en una habitación blanca. Muy luminosa. Muy blanca. Solos. Nos sentimos bien ahí. Después de un instante nos pide que tomemos nota mental sobre la temperatura del cuarto. 

Nos dirige a la puerta de esa habitación y nos pide que abramos la puerta. Antes, nos advierte, vamos a ver dos objetos una vez que abramos la puerta de calle. También nos pide que los recordemos. Más tarde vamos a contrastar resultados. 

Una vez en la calle y con los objetos ya visibilizados, nos pide que empecemos a caminar. Así sigue el ejercicio. Somete al espectador o usuario a distintas escenas. Aparece un gato, después una moneda. Y así hasta que se termina y nos hace abrir los ojos de forma lenta. 

Los ejercicios que nos propone son simples. Primero que controlemos la respiración y que nos relajemos. En mucho de lo que hace está presente la respiración.

Fomento de la verdad. Kersner nos explica que a lo largo de todo el recorrido él nos fue enviando imágenes, sensaciones e informaciones a través de su mente. Quiere saber cuánto de eso que nos envió llegó hasta nosotros. 

A nuestro amigo en común no le va bien. Acierta poco y nada. En cambio yo tengo un digno cincuenta por ciento de acierto. Por ejemplo, al abrir la puerta hacia la calle vi un árbol y un parquímetro. Kersner nos había enviado las imágenes de un árbol y un automóvil. 

No importan los resultados. Al menos no para mí. La escena en sí misma está dirigida. Los márgenes de error (y de acierto) son acotados. No me sorprende ni me impacta la sesión ni más ni menos que si hubiera acertado o errado todo. Pero descubro algo: el mentalista es sobre todo un narrador. 

Una vez en la calle y con los objetos ya visibilizados, nos pide que empecemos a caminar. Así sigue el ejercicio. Somete al espectador o usuario a distintas escenas. Aparece un gato, después una moneda. Y así hasta que se termina y nos hace abrir los ojos de forma lenta. 

Algunos recordarán a un gran ilusionista argentino llamado René Lavand, un hombre noble y que por lo visto siempre fue viejo, que hacía trucos extraordinarios con naipes. Cada juego que hacía era narrado, llegaba junto a una historia. Lavand trabajaba a una sola mano y en una velocidad lentísima. Tan despacio que su frase con la cual se lo recuerda es “no se puede hacer más lento”. 

Kersner, en su disciplina, que no poco tiene de ilusionista, también es un narrador. Lleva y trae información. Genera contextos de pensamiento, de sensaciones. Insisto: no importa si fallan o no. La clave es el modo en el que el mentalista conduce al otro. Cómo le cuenta una historia. Lo ubica en el centro de una escena. ¿Lo condiciona, lo predispone, lo exalta, lo distrae? Quizás todo a la vez. 

Después practicamos otros ejercicios, pero menos interesantes. Concentrados en sensaciones, ilusiones ópticas y técnicas de respiración. Segundo descubrimiento: la mezcla de técnicas y disciplinas. En su práctica el arte de respirar, la telepatía, los misterios paranormales, la movilización de la energía, las ilusiones ópticas, el reiki y el conductismo están organizados para producir la experiencia mística. 

No me sorprende ni me impacta la sesión ni más ni menos que si hubiera acertado o errado todo. Pero descubro algo: el mentalista es sobre todo un narrador. 

Kersner tiene 38 años y vive en el barrio de Parque Centenario, en Ciudad de Buenos Aires. Le gusta el tango y, tal como él la define, “la música de tradición europea escrita que se ha dado por llamar académica”. También le gusta el free jazz y el rock. Más Charly García que Spinetta. Más Rolling Stones que Beatles. Un hombre clásico y experimental a la vez, que combina el cuarteto de Anibal Troilo con las composiciones del húngaro György Ligeti. 

Vive de su actividad como mentalista. Hace lecturas de tarot, da cursos y seminarios, que promociona a través de su cuenta de Instagram, y organiza sus Noches Místicas, los pequeños espectáculos presenciales de entrada accesible, modestos y cuidados, en los que demuestra sus saberes y sorprende a propios y extraños. Para su próximo espectáculo se encuentra componiendo música nueva. Va y viene de la música al mentalismo como en una cinta de Moebius.  

Unos días después de participar de la sesión ensayo tenemos una conversación por videollamada. Por esos días viajó a Mar de Ajó junto a su novia. La conversación es extraña. Ambos estamos bien predispuestos, somos amables, nos prestamos atención, nos concentramos y nos brindamos tiempo. Pero al momento de volver sobre la conversación grabada se trata de un largo diálogo de sordos. A mis preguntas no hay una contestación, pero de todos modos él habla con un tono tan asertivo como misterioso. Un descubrimiento más: es un hombre con respuestas sin preguntas. 

Vive de su actividad como mentalista. Hace lecturas de tarot, da cursos y seminarios, que promociona a través de su cuenta de Instagram, y organiza sus Noches Místicas.

Me cuenta Kersner: “A los 15 años, Natalia, una gran amiga, siguió una antigua tradición y me regaló su mazo de tarot como primer paso de iniciación. La tradición indica que las personas se inician con un mazo de otros tarotistas. Esas cartas gastadas, que tanto había visto, me trajeron la posibilidad de percibir el mundo con más colores, profundidad, y sentidos. A partir de ellas comencé a vislumbrar el misterio del tiempo que se condensa en sus símbolos”.

Cuando le pregunto cómo define su trabajo de mentalista se vuelve esquivo. No estoy seguro de que su elusión al tema sea del todo actuada ni del todo cierta. Creo que sabe combinar algo de lo real, de su forma de sentir y pensar, con ciertas modulaciones formales del misterio. 

Hubo para Kersner una primera vez involuntaria en su trayectoria como tarotista. Estaba en una pizzería del sur de la ciudad de Buenos Aires con un amigo y le tiró las cartas ahí mismo. La escena pública enseguida invitó a una mesa vecina a interesarse por la lectura del tarot. Uno de los hombres le pregunta si puede hacerle una consulta y que le tire las cartas. Kersner acepta. Es la primera vez que hará una lectura para un completo desconocido. Alguien de quien no tienen ningún tipo de información previa. Hace una lectura diciéndole aquello que le transmitían las cartas y el desconocido queda azorado y conmovido. Kersner es reticente a contar los hechos o contenidos de la escena. Prefiere destacar los efectos ya que, según explica, las cartas no siempre son claras en lo que señalan y la lectura tiene sentido para el que la recibe. 

Dice Kersner: “No tengo del todo claro cómo nombrar esto… Un mundo con más colores”. Y sigue: “Situaciones que a todos nos pasaron pero que no sabemos explicarnos. A lo largo de la historia le han puesto distintos nombres: telepatía, precognición, conexión intuitiva, telequinesis. Lecturas oraculares. Yo prefiero pensarlas como manifestaciones del Misterio Colectivo”.

A los 15 años, Natalia, una gran amiga, siguió una antigua tradición y le regaló su mazo de tarot como primer paso de iniciación.

Esta denominación es importante. No habla de trucos ni de escenas o números. La palabra experiencia en sí misma trae un problema. Porque durante la sesión de mentalismo la experiencia puede o no suceder. Es decir, se trata de un concepto algo vago que le permite al mentalista, cualquiera sea, trabajar en el borde. 

Entonces cuenta que desde niño se sintió atraído por los magos, por los hechizos y los trucos. Algo que en cierta medida lo acompaña desde siempre, pero también es reticente a hablar de sus experiencias infantiles. ¿Las hay y no las quiere contar o es que no hay nada para confesar?

Apenas dice, en un tono abstracto y genérico: “Tenía una hipersensibilidad. Miraba a la gente con cierta sensibilidad y percibiendo cosas que no eran las que decían. Poder sentir cosas ocultas”. Sacaba fotos de chico a su familia que mostraba aspectos “muy terribles que la gente no quiere mostrar”. 

Hay un movimiento interesante en su crecimiento que demuestra una nobleza en su experiencia de vida. Cuando era niño la magia le interesaba, pero de adolescente (aun cuando seguía interesándole) ya no podía compartirlo porque le daba vergüenza y podía ser foco de burlas. Suponía una exposición de algo íntimo. Entonces prefirió preservarlo. Ahí aparece en su vida la música. A los trece años tiene su primera guitarra. 

Situaciones que a todos nos pasaron pero que no sabemos explicarnos. A lo largo de la historia le han puesto distintos nombres: telepatía, precognición, conexión intuitiva, telequinesis. Lecturas oraculares. Yo prefiero pensarlas como manifestaciones del Misterio Colectivo”.

Sobre las cartas de tarot que recibe a los quince años cuenta que las “Imágenes me movilizan”. Y entonces: “Empiezo a indagar en esas imágenes que no entendía y no termino de entender al día de hoy. A partir del mazo me empiezo a conectar con otras capas de sentido, otras posibilidades, con más misterio”. 

Sobre su formación Kersner cuenta: “es una búsqueda autodidáctica y experimental. Probar todo el tiempo, con distintas propuestas y personas”. En esa educación autodidacta destaca la lectura de libros, una pequeña biblioteca ecléctica: Moby Dick, Melville; La esfera de Pascal, J. L. Borges; El Tarot de Marsella al descubierto Yoav Ben Dov; El Héroe de las mil caras, Joseph Campbell; La Magia del Péndulo para principiantes, Richard Webster; Gran enciclopedia de la magia y el ocultismo C.I.D.E.S.A. de Sebastián Martinez Más, Domingo Santos, Luis Vigil García. 

Cuando le pregunto sobre en qué cree, otra vez es elusivo: “No planteo creencias, planteo experimentar situaciones. No tengo disputa epistemológica”. Esta vez no me quedo contento con la respuesta y más tarde reitero la consulta vía whatsapp. Me responde con un link a Instagram. Se trata del testimonio de una señora. Transcribo: “¿Te acordás después de la última tarde de tarot? Vos, como siempre, dijiste que después puede pasar algo extraño, que la batería del teléfono puede funcionar mal. Fue de locos esa noche. Pasaron un par de cosas. Nos fuimos a dormir y la tele apagada habló sola. Mi hija y yo nos sentamos en la cama y me dice ‘mamá me parece que vos haces brujería’. Y al otro día no encendía la computadora. La tuve que desarmar, sacarle la batería y volver a colocársela. Te juro que habló sola la tele”. 

Cuando era niño la magia le interesaba, pero de adolescente (aun cuando seguía interesándole) ya no podía compartirlo porque le daba vergüenza y podía ser foco de burlas.

Más arriba hablaba sobre la capacidad de Kersner para mezclar técnicas. Una capacidad y una mezcla bien intencionadas. Se grafica, por ejemplo, con esta brevísima historia que cuenta: “Ayer mi novia tuvo un calambre, le toqué en la mano y le saqué el calambre, la magia y el misterio es parte de mí día a día”. Ahora bien, curar un calambre con toque en la palma de la mano es la técnica del reiki, pero no la menciona ni la llama así. Sobre todo tiende un velo de extrañeza que es por partes iguales manipuladora y desconcertante. Insisto: no creo que sea un procedimiento adrede. Kersner sobre todo parece una buena persona. No creo en lo más mínimo que sea un actor, pero sí que actúa.  

Dentro de la gran colección de temas que prefiere no hablar se encuentran sus colegas. No entiendo a qué se debe, tampoco lo explica. Simplemente dice que no quiere hablar del tema. Quizás mi forma de consultarle fue muy burocrática, quise saber si están organizados, si se encuentran, si hay escuelas o corrientes o vertientes. Pero nada de eso pude saber. Otra vez: ¿no habla del tema por cierta prohibición, para no exponer a otros o a sí mismo o porque en rigor no tiene nada para decir ya sea por desinterés o desconocimiento? La tensión no se resuelve. Si quisiera ser netamente misterioso debería entregar una porción de lo que sucede detrás del velo. Igual que el mejor mentiroso es el que entrega una ración de verdad, el mejor misterio se cultiva mostrando algo de lo real. 

Cuando le consulto cómo definiría su rol de mentalista apela a una de las figuras del tarot. Dice que su misión es la del Mago clásico, ese sería su arquetipo. “Permite que la gente se conecte y sienta la magia”. En oposición al ilusionista, no engaña con trucos sino que “ayuda a que la gente se conecte con su capacidad de hacer magia”. Su propuesta es que cada persona pueda “experimentarlo en primera persona”.

Federico tocaba el saxo y el bandoneón, tenía cierto aire bohemio. Había pasado por el conservatorio.

Una de sus experiencias más sorprendentes fue que pudo tocar una canción que otra persona tarareaba en silencio dentro de su cabeza. Kersner lo narra con la fuerza del acto. Sin énfasis, sin euforia, pero también sin explicaciones, sin argumentos, sin procedimientos.  

Habla muy poco. Impreciso y vago. Se arrepiente de lo que dice. Se calla, hace silencio como si buscara el camino correcto. Otras veces detiene la conversación y va a pedirle permiso a otra persona para contar algo.

A menudo los mentalistas enfrentan las acusaciones de estafadores o farsantes. Pero Kersner nunca tuvo una situación de esa clase. Nadie lo contradijo o puso en duda su veracidad o capacidad. No tuvo esa experiencia y tampoco parece dar cuenta de ese discurso que circula en la sociedad. Es ajeno. Pero al poco tiempo cuenta una historia sobre su padre que en cierta medida lo acerca a esta idea que pone en crisis la figura del mentalista. 

Después de ayudar a alguien con su capacidad, no explica bien ni qué ni cómo, logra que esa persona atraviese de forma favorable una situación angustiosa, y decide contárselo al padre (de formación psiquiatra y psicoanalista). Por toda respuesta paterna recibe una frase corta: “hiciste una intervención terapéutica”. Kersner no lee esto como una forma de racionalizar su tarea o de vaciarla del lado misterioso o paranormal. El padre no dice que sea un farsante, pero tampoco reconoce el procedimiento del mentalista. En esa zona gris, una especie de frontera que Kersner sabe volar de forma prodigiosa, logra hacerse un lugar para su trabajo. El beneficio de sobrevolar una frontera es que según la necesidad puede ampararse en la inmunidad de uno u otro territorio. 

Una de sus experiencias más sorprendentes fue que pudo tocar una canción que otra persona tarareaba en silencio dentro de su cabeza. Kersner lo narra con la fuerza del acto.

Pocas veces pierde el control. Pero confiesa que en ciertas situaciones puede circular una energía muy fuerte y terminar transmitiendo, sin saberlo, información compleja o íntima de quien lo consulta. El problema es que se trata siempre de mensajes cifrados, en clave, que para él resultan significantes huecos pero para el otro pueden desbaratar una historia personal. Son momentos excepcionales dentro de sus shows que buscan tener un lado más cercano al entretenimiento. Se presenta en pequeñas salas de teatro y ahora por las medidas sanitarias hace los espectáculos online. 

Ahora bien, poco importa qué sucede con sus ejercicios de visualización, el trabajo con el péndulo o la transmisión de pensamientos. El punto crucial pareciera ser el efecto que genera eso en el otro, cómo lo fortalece o conmueve o ayuda en determinadas situaciones. Es imposible decir a ciencia cierta cuánto hay de tanteo, cuánto de ambigüedad, cuánto de polisemia en sus intervenciones y cuánto de acierto, de revelación o de fuerzas paranormales. No hay trucos para quien cree en la magia. 


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