Aún persiste el olor a humo en el barrio El Pinar de la ciudad de Lago Puelo, en la Patagonia argentina. Pinos altísimos y vegetación autóctona de cipreses, radales y ñires que en otoño se verían rojos, ahora se ven negros y deshojados. Después del incendio del 9 de marzo, las casas de este bosque desaparecieron, y sólo queda erguido, de fondo, el cerro Piltriquitrón. Nunca hubo en la región sur una catástrofe tan desoladora: 540 viviendas destruídas, otras 110 con daños parciales y un impacto económico todavía incuantificable. Una de las peores tragedias socio ambientales en la historia del país.
El Pinar se recuesta sobre las lomas de un cañadón, cuyo arroyo perece de agua en estos días. El chillido de pájaros fue desplazado por el de picos, palas y motosierras. Todo está carbonizado: lavarropas, microondas, heladeras, cacerolas transformadas en líneas de aluminio y pintura de autos en gotas de plomo, bicicletas, un tractor, una estufa rusa, cables de cobre, dos zapallos y plantines de una huerta, un gato. Y seguramente, recuerdos que se han vuelto ceniza: fotos, libros, películas, cuadernos, dibujos. Varias de las cincuenta familias despojadas duermen en carpas.
Todo esta carbonizado en el barrio El Pinar de la ciudad de Lago Puelo, en la Patagonia argentina. / Foto: Ramiro Saenz.
La ciudad de Lago Puelo forma parte de la Comarca Andina: una micro región de 130 kilómetros norte–sur y 50 kilómetros este-oeste, con un bellísimo espejo de agua que limita con Chile, un centro de esquí, una arteria principal —la Ruta 40— y una de las ferias de artesanos más prestigiosas del país. Desde sus orígenes, los pobladores se han dedicado a la producción primaria de hortalizas, cereales, almendras, avellanas, nueces y frutas finas como cerezas, arándanos, frambuesas y frutillas. Y desde la década de los 70, emprendimientos públicos y privados implantaron pinos para desarrollar la industria maderera.
El chillido de pájaros fue desplazado por el de picos, palas y motosierras. Todo está carbonizado: lavarropas, microondas, heladeras, cacerolas transformadas en líneas de aluminio y pintura de autos en gotas de plomo, bicicletas, un tractor, una estufa rusa, cables de cobre, dos zapallos y plantines de una huerta, un gato.
El poder de combustión del pino aceleró una catástrofe que parecía imparable. Esa tarde de marzo, se combinaron las condiciones propicias para una tormenta de fuego: una sequía latente, 30 grados de temperatura y vientos de 60 kilómetros por hora, que avivaron las llamas e impidieron el vuelo de aviones hidrantes. La simultaneidad inusitada de focos en cuatro puntos distantes de la comarca desconcertó a las brigadas de incendio: desde el mediodía hasta la madrugada siguiente, cuando empezó a llover, se quemaron 14 mil hectáreas rurales y mil urbanas. Sólo en Lago Puelo, la ciudad más afectada, terminaron por calcinarse 500 casas, la mitad de ellas pertenecientes a barrios populares.
Augusto Sánchez, intendente de Lago Puelo, asegura que el siniestro no tuvo causas naturales. “No hubo tormenta eléctrica ni cayeron rayos”, dice. “Hubo intencionalidad, o hubo negligencia. Negligencia pudo haber sido la de un vecino, o que un árbol haya tocado el tendido eléctrico”. Las pericias policiales en la causa que investiga la Justicia argentina todavía no arrojaron pistas sólidas.
Augusto Sánchez, intendente de Lago Puelo, asegura que el siniestro no tuvo causas naturales. “No hubo tormenta eléctrica ni cayeron rayos”, dice. / Foto: Pablo Bassi.
Lago Puelo tiene una infraestructura básica de agua y luz pensada hace 30 años para el riego de cultivos. Por entonces, vivían pocas personas, y ahora somos miles. Durante el último tiempo, el mantenimiento del servicio no ha sido adecuado”, reconoce Augusto Sánchez. “Va a ser un incendio de estudio, porque esto tiene que servir como un llamado de atención: tenemos que armonizar nuestra vida en el bosque”.
Gonzalo Villarreal es un vecino de Eco Aldea, un barrio a escasos kilómetros de El Pinar, donde se destruyeron 30 casas, incluida la suya y su pequeña chacra que demoró siete años en construir, con verduras orgánicas, frambuesas, cerezas, duraznos y otras frutas finas.
Se muestra consternado: su vecina Maruca falleció horas después del inicio del fuego. Las llamas, más rápidas que sus piernas, la abrasaron en medio de la explosión de garrafas de gas envasado que detonaron como un bombardeo. Las otras víctimas mortales de la jornada fueron Sixto Garcés Liempe, un peón que apareció carbonizado junto a su caballo y dos perros, y José Luis Rivero, de 68 años.
Villarreal solía despertarse a las 6.30, alimentaba a sus gallinas y gatos, viajaba a dedo hasta un comedor comunitario del centro de Lago Puelo. Ahí trabajaba en la elaboración del almuerzo y merienda para vecinos humildes de los alrededores. Ahí duerme ahora, sobre un colchón tendido encima de un armazón de madera semejante a un palé.
Las otras víctimas mortales de la jornada fueron Sixto Garcés Liempe, un peón que apareció carbonizado junto a su caballo y dos perros, y José Luis Rivero, de 68 años.
Villarreal también hubiese muerto de no mediar la ayuda de su vecino Pablo, que esa tarde lo encontró intentando escapar del fuego. En la huida, se le quemaron las plantas de los pies. El calor venía de los árboles, y del piso. Villarreal desvaneció, y Pablo lo cargó en andas hasta la ruta.
Gonzalo Villarreal es un vecino de Eco Aldea, un barrio a escasos kilómetros de El Pinar, donde se destruyeron 30 casas, incluida la suya y su pequeña chacra.. / Foto: Ramiro Saenz.
“Este predio debe valer más de 15 millones de dólares. Estoy convencido que intentaron quemarnos vivos, pero de acá no me voy a ir, sólo me van a sacar acribillado”, dice Villarreal. “Creo que el incendio fue intencional, y que más intencionalidad que la codicia no hay. Espero que haya justicia y que la Justica no se corrompa”, agrega.
Existen divergencias sobre las causas del fuego: la mayoría de vecinos consultados, las vincula a su pelea contra la megaminería, como represalia de autores que no logran identificar. Esta zona es el núcleo duro de oposición a la instalación de un proyecto extractivista de plata-cobre y plata-plomo a 200 kilómetros de aquí, perteneciente a la empresa Panamerican Silver. Otras personas, las relacionan con intereses inmobiliarios.
Creo que el incendio fue intencional, y que más intencionalidad que la codicia no hay. Espero que haya justicia y que la Justicia no se corrompa.”
La solidaridad de muchos argentinos conmovidos por el espanto fue descomunal. Durante los días posteriores al incendio, llegaron camiones con acoplados provenientes de varios puntos del país, repletos de mercadería: agua mineral, alimentos no perecederos, bolsas de residuo, colchones, zapatillas, ropa, juguetes, pañales, cochecitos, comida para animales, alcohol, papel higiénico, cepillo y pasta de dientes, entre otras cosas que se amontonaron en pilones a la vera de la ruta, en escuelas y en el gimnasio municipal. Decenas de voluntarios se abocaron a clasificarlas durante largas jornadas.
Además, el Estado nacional proveyó recursos económicos para la compra de materiales, grupos electrógenos, combustible, raciones de comida que el Ejército distribuye día y noche en unimogs, y la fabricación de módulos de construcción rápida de 30 metros cuadrados, con baño, cocina y un espacio para dormir. Una alternativa transitoria, de emergencia.
La solidaridad de muchos argentinos conmovidos por el espanto fue descomunal. Decenas de voluntarios llegaron para ayudar. / Foto: Ramiro Saenz.
Hay prisa. Las lluvias de otoño y las bajísimas temperaturas de invierno inquietan a la gente preocupada en reconstruir sus casas. Algunas familias ya empezaron, con la ayuda inesperada de voluntarios que arribaron a la comarca desde otras ciudades.
Marcos, por ejemplo, lo hace con integrantes de Ativa La Adobera, una ONG dedicada a desarrollar emprendimientos sociales en contextos rurales, con ladrillos de adobe y materiales de menor impacto ambiental.
Esteban Steimberg, un electricista de 58 años que vive en Buenos Aires, recorre los barrios de la zona ofreciendo su ayuda.
Juliana se encuentra revocando las paredes de su nueva construcción de barro, asesorada por Marcos Aresta, un arquitecto que se define bioconstructor.
Elva Salazar, propietaria de un camping y un hostal, cuenta que alojó gratis a bomberos y agentes sanitarios llegados de otras provincias con donaciones, y que decidieron quedarse algunos días.
Hay prisa. Las lluvias de otoño y las bajísimas temperaturas de invierno inquietan a la gente preocupada en reconstruir sus casas. Algunas familias ya empezaron, con la ayuda inesperada de voluntarios que arribaron a la comarca desde otras ciudades.
Marcelo Cárdenas todavía no sale de su asombro, tras recibir la visita de unas personas identificadas como Tzu Chi Foundation: una organización humanitaria de Taiwán dedicada a la asistencia en desastres, con estatus consultivo en el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas. Muestra dos vales que le entregaron. Uno en compras de materiales por 50.000 pesos argentinos (equivalentes a 500 dólares), y otro en compras de alimentos en un supermercado mayorista por 30.000 pesos (unos 300 dólares).
Cárdenas se hizo conocido en medios locales, porque el fuego devoró 14 autos alojados en su taller mecánico de chapa y pintura. En 30 minutos, logró salvar sólo una moladora, una agujereadora y dos camionetas. Días atrás, un hombre de San Martín de los Andes, una ciudad ubicada a más de 300 kilómetros, bajó del colectivo a ayudarlo, y se quedó.
Juliana trabaja en su nueva construcción de barro, asesorada por Marcos Aresta, un arquitecto que se define bioconstructor. / Foto: Pablo Bassi.
La muerte de bosque nativo podría acarrear efectos indeseables. Las lluvias, absorbidas por la vegetación ahora ausente, irán a fluir por el piso agrietado de tanto calor. El posible deslizamiento del terreno arcilloso es estudiado a contrarreloj por geólogos de la Universidad de la Patagonia San Juan Bosco.
Marisa Sarroca no quiere correr riesgos: aguardará hasta la primavera a evaluar las consecuencias del agua en el suelo. Los días posteriores al incendio de su casa en El Pinar, se dedicó voltear pinos propensos a caer, cuyos troncos recogió luego con la fuerza de bueyes. Hace tres semanas que no regresa al terreno.
Marisa Sarroca vio venir el fuego en forma de nube negra por detrás de la ventana de la cocina. Salió con lo que pudo rescatar, pero la mayor parte de sus herramientas y producción de bijouterí que vendía en la feria de El Bolsón se incineró. Ahora se aloja en una pequeña casa de alquiler, cuya renta la paga la municipalidad, donde todo lo que la rodea es donado: una heladera, una cocina, una mesa, dos sillas, el suéter que tiene puesto.
La muerte de bosque nativo podría acarrear efectos indeseables. Las lluvias, absorbidas por la vegetación ahora ausente, irán a fluir por el piso agrietado de tanto calor. / Foto: Pablo Bassi.
De acuerdo a cálculos oficiales, las pérdidas económicas en Lago Puelo superan los 10 mil millones de pesos (cerca de 100 millones de dólares). Sólo una décima parte será necesaria para la reinstalación eléctrica. El impacto entre los productores rurales con sus animales muertos, y en las pequeñas empresas, aún es imprecisa.
“Perdimos la cosecha de frambuesas, cerezas y frutos del bosque, los frascos, las pailas, la tolva, el depósito, la licorería. Se quemó un sueño familiar con trece años de vida, mi ropa, mi guitarra”, relata Sandra González Fupentz, dueña de una fábrica de dulces en el paraje Las Golondrinas de Lago Puelo. Nada lo tenía a resguardo de una compañía de seguros.
De acuerdo a cálculos oficiales, las pérdidas económicas en Lago Puelo superan los 10 mil millones de pesos (cerca de 100 millones de dólares). Sólo una décima parte será necesaria para la reinstalación eléctrica
Su empresa contaba con una capacidad productiva de 1000 kilos diarios. El mayor éxito comercial, fue realizar una degustación de la marca en la torre Eiffel. Ahora, sin nada, vive gracias al dinero de una venta reciente a Brasil, en el departamento de su hijo, a 1600 kilómetros de distancia.
Durante los días posteriores al incendio, se desconoció el paradero de varias familias. La conmoción generalizada reinó sobre la contención desarticulada que el Estado ofreció a la gente. Los recursos económicos tardan en materializarse. A dos meses de la tragedia, recién comienzan a instalarse las primeras construcciones estatales de emergencia.
“No sabemos bien por dónde empezar”, dice Sandra González Fupentz. “Tengo un motor viejo, tal vez con eso en un futuro podamos volver a arrancar".
El impacto entre los productores rurales con sus animales muertos, y en las pequeñas empresas, aún es imprecisa. / Foto: Ramiro Saenz.