Capítulo 12
“Hay mucha gente que entrega su identificación incluso por cincuenta dólares”.
A Juan Carlos Guzmán Betancur cada vez le costaba más alejarse de su mundo criminal. La serie de recorridos por las ciudades que frecuentó luego de salir de prisión en Francia terminaban a menudo con visitas a los mercados negros del hampa, donde llegó a hacerse con una decena de pasaportes y documentos de identidad robados que utilizó para seguir entrando a diferentes hoteles en Europa.
De esas actuaciones hay pocos registros, bien porque fueron robos de menor monto o porque pese a que constituían todo un dineral nadie puso alguna querella. Juan Carlos sabía con quiénes se metía. Eran en su mayoría personas adineradas, financistas, hombres de negocios, ejecutivos de corporaciones y todos cuantos pudieran pagar una costosa suite en un hotel de lujo. Su trabajo —como se empeñaba en llamarlo— no involucraba familias de clase media. Menos aún se metía con turistas pensionados. 'Jordi' dice que eso no va con él. Tiene su límite. Se trata de un asunto de dignidad, más que de obtener provecho sin algún escrúpulo.
Una buena cantidad de afectados jamás llegó a interponer una denuncia. Las razones eran más bien lógicas: varios a quienes robó resultaron ser viajeros de negocios que trataban con asuntos de millones. Hombres para los que la pérdida de unos miles les afectaba el ego, más no sus cuentas bancarias. Otros, pese a tener la voluntad de interponer una denuncia, no contaban con el tiempo suficiente para meterse en alegatos, y unos cuantos más no
pensaban echar sus vacaciones al traste para pasarse los días en las comisarías y los estrados detrás de un ladrón.
Varias de las personas a quienes robó Guzmán Betancur resultaron ser viajeros de negocios que trataban con asuntos de millones y no tenían tiempo para poner una denuncia.
Mientras las cosas marcharan de ese modo todo estaría bien para Juan Carlos. Lo suyo parecía haberse convertido en algo endémico, una especie de imán para el robo del que le costaba zafarse. Sentía que debía robar por lo que fuera, cualquier motivo era suficiente: por diversión, para olvidar su infancia, porque no había nada que lo detuviera y un sinnúmero de pretextos más. Se trataba de un carrusel del crimen cuyas subidas reflejaban una racha de robos y unas bajadas en las que Juan Carlos no cometía ningún delito y desaparecía por completo de la mira de las autoridades.
Aunque por un tiempo —a partir de marzo de 2002— su vida criminal pareció difusa, la verdad es que estaba cociendo las habas para el futuro. Durante varios meses se nutrió de un puñado de sugerencias y técnicas de engaño por boca de quienes eran sus proveedores callejeros de documentos. Visto de otro modo, el tiempo que sobrevino a su salida de la prisión en Francia no significó un retiro del mundo del hampa, como sí una pausa que aprovechó para aprender nuevas técnicas y afinar sus habilidades.
En palabras de Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Luego de que salí de la cárcel en Francia seguí con lo mío. Aunque a decir verdad, robar no es algo que haga de modo permanente. No siempre que visito un país lo hago con la intención de meterme en hoteles. Ese año también me dediqué a viajar por placer. Como ya dije fui a Holanda, pero también estuve en Rusia, Japón, Thailandia, Singapur, Australia, Nueva Zelanda, Jordania y un par de lugares más. Aunque casi siempre me quedaba en hostales comunes, después me incliné más por los del tipo B&B, 'bed and breakfast'1. No pagaba más de siete dólares por noche, pero a cambio debía dormir apretujado en habitaciones en las que metían hasta ocho camas. En esas condiciones hice amigos de todo tipo de pelambres, desde pobres hasta ricos a los que les gustaba aventurar. Sin embargo, muy pocos llegaron a saber mi verdadero nombre o a lo que me dedicaba.
Luego de que salí de la cárcel en Francia seguí con lo mío. Aunque a decir verdad, robar no es algo que haga de modo permanente. No siempre que visito un país lo hago con la intención de meterme en hoteles.
“El arresto en París me había dejado sin la identificación de David Soriano Martínez, y luego de lo del Waldorf Astoria también debí deshacerme de la de César Ortigosa Vera, así que debí empezar a usar otros nombres. La experiencia me había servido para darme cuenta que si bien un pinche documento no evitaba que me arrestaran, al menos funcionaba para despistar un rato. Entonces pensé que entre más documentos tuviera, más lograría engañar. Como seguí con mi trabajo en los hoteles, empecé a hacerme con unos cuantos pasaportes con aquel propósito. No se trataba de que fuera a usar un pasaporte diferente en cada hotel que frecuentara. Eso hubiera sido exagerado. Simplemente pensaba que si llegaba a ser pescado por la policía podía entonces presentar cualquier pasaporte que tuviera a la mano, confundir y, tal vez, librarme del arresto.
“Pronto llegué a tener diez pasaportes diferentes. Mantenía preparado un libreto en mi mente para cada uno de ellos. No era nada elaborado, como pudiera creerse, sólo lo suficientemente estudiado como para responder con rapidez las preguntas habituales de las personas de los hoteles, los policías o los agentes de Inmigración: nombres, apellidos, año de nacimiento, nacionalidad y, con frecuencia, a qué se dedica o por qué se encuentra de visita en el país.
Pronto, Juan Carlos Guzmán Betancur llegó a tener diez pasaportes diferentes. Mantenía preparado un libreto en su mente para cada uno de ellos.
“Tener diez pasaportes tampoco significaba que tuviera que vestirme o actuar de diez maneras distintas. Eso habría sido ridículo. Nunca llegué a ponerme pelucas o bigote. Pienso que todo aquello que no tenga que ver con tu modo de ser sólo sirve para cometer errores. Lo único que cambiaba era de gafas, pero por cuestión de moda, no para tratar de engañar a nadie. Veo más por un ojo que por otro, así que por eso las uso de vez en cuando, aunque prefiero ponerme lentes de contacto.
“Algo que tampoco uso demasiado son los teléfonos celulares. Simplemente no me entiendo bien con esos aparatos, al contrario que con el ordenador. Acostumbro llevar conmigo un ordenador a donde quiera que viaje. Lo uso con frecuencia en los aeropuertos, mientras espero mi vuelo, pero nunca guardo nada importante en él. Reviso todo el tiempo información sobre hoteles y los eventos que se llevarán a cabo en las ciudades a las que voy. Eso, así no parezca, es importante. No hay mejor forma de justificar una mentira que vinculándola con algo real. Si yo decía que era financista y por entonces había un encuentro de banqueros en la ciudad a la que llegaba, resultaba más fácil justificar mi presencia allí ante las autoridades.
Tener diez pasaportes tampoco significaba que tuviera que vestirme o actuar de diez maneras distintas. Eso habría sido ridículo. Nunca llegué a ponerme pelucas o bigote.
“Ahora bien, todo comenzaba con tener que conseguir el pasaporte. Ese era el punto de partida del engaño. Cuando estaba de afán recorría las calles hasta dar con los tipos que tuvieran uno robado que se ajustara a mi físico y a mi edad. Entonces se los compraba. Francamente, esa era la vía fácil, pero también la más riesgosa. Podía suceder que para entonces el propietario del pasaporte hubiera puesto una denuncia por robo y en el momento en que yo fuera a usarlo saltaran las alarmas. Todo eso lo aprendí en la calle. Los vendedores mismos me lo explicaban. De tal modo que los pasaportes robados los usaba para mostrarlos en tiendas o en hoteles, no para presentarlos en los aeropuertos. Sólo un par de veces llegué a utilizar uno que otro pasaporte robado con la gente de Inmigración. En aquella época los sistemas en los aeropuertos no eran tan avanzados como ahora. Dar con una terminal que tuviera software avanzados para la lectura de pasaportes o un lector de huellas era casi un imposible. Resultaba fácil burlar la seguridad en ese entonces.
“A todas estas, nunca he adulterado un pasaporte. Eso no sirve para nada. Durante el tiempo que estuve en la cárcel conocí a varios especialistas en falsificación. Me decían que el problema está en levantar el plástico que recubre el pasaporte. Al despegarlo se vienen partes de la foto original, así que al ponerlo de regreso se notan las diferencias en los colores del papel. Puede que sea casi microscópico, pero se nota de todos modos. Siempre me decían: 'No lo hagas', así que ni siquiera lo intenté. Esa era la razón por la cual compraba pasaportes robados, aunque después pensé que aquello era un gran riesgo.
“En adelante preferí obtener los pasaporte de modo legal. Suena extraño, pero es verdad. Los sacaba originales sin tener siquiera que sobornar a nadie. De ese modo podía viajar sin problemas a cualquier parte y presentarlos en los aeropuertos sin temor de que me arrestaran. Sin embargo, para hacerse con un pasaporte original es necesario hacer primero una vuelta complicada. El proceso es enredado de explicar, pero trataré de hacerlo fácil.
Fue cuestión de meses para que Guzmán Betancur aprendiera a conocer las intríngulis de las oficinas en las que se expedían los DNI (Documento Nacional de Identidad) y los pasaportes.
“Todo comenzaba con conseguir en el mercado negro el DNI2 de un tipo, un DNI robado, obviamente. Buscaba uno en la que la edad del tío y sus rasgos físicos se parecieran a los míos, pero a veces debía esperar durante días para encontrar uno que me sirviera. Como andaba en Europa, todos los DNI que me mostraban eran de hombres rubios y de ojos azules. Así que no quedaba de otra que armarme de paciencia y esperar que el vendedor hallara el de algún sujeto que se pareciera a mí.
“Sólo un par de veces fue imposible encontrar un DNI como el que necesitaba, entonces no tuve otra opción que mandar a fabricar el documento. El proceso era el mismo que cuando encargaba hacer los pasaportes. Es decir, daba el nombre que quería, la edad y la fecha de expedición que se me antojara, pero debía ser muy cuidadoso en los detalles. Los datos que entregaba debían parecer verídicos. No se trataba sólo de inventarlos y ya. Por ejemplo, si estaba en Rusia y quería sacar un DNI falso debía tener en cuenta que los apellidos de la gente de San Petersburgo son algo diferentes a los de las personas de Moscú. Todas esas cosas las aprendí con la gente del gremio de falsificadores. Y viene bien saberlas. No faltará nunca el policía que esté al centímetro de eso para pillarte en la mentira.
“Los tipos que me vendían los DNI tenían contactos en todos lados. Eran unos falsificadores excelentes. El cuento era jodido y demorado porque había que adulterar hologramas, sellos y cuanto fuera necesario, y aún así no había garantía de que el DNI sirviera. De todas formas, la posibilidad de contar con uno de buena calidad estaba siempre a la orden del día. El negocio funciona como una mafia, y de hecho lo es.
Los tipos que me vendían los DNI tenían contactos en todos lados. Eran unos falsificadores excelentes. El cuento era jodido y demorado porque había que adulterar hologramas, sellos y cuanto fuera necesario
“Ahora bien, ¿para qué servía todo ese rollo del DNI falso o robado? Para obtener un pasaporte original. La verdad sea dicha, el DNI no me interesaba para nada. Es un documento que ni siquiera piden a la hora de viajar. Sólo lo utilizaba para presentarlo en la oficina de Inmigración y que entonces emitieran un pasaporte con esa identidad. Digamos que el DNI era el cómo para llegar al qué, y el qué era un pasaporte auténtico. Eso era lo que verdaderamente me importaba”.
***
El tiempo le había servido a Juan Carlos no sólo para madurar sus ideas criminales, sino también para conocer los entresijos de todo cuanto tuviera que ver con documentos y emisión de pasaportes. La destreza que adquirió en el asunto fue tal que incluso aprendió a burlar a las autoridades para obtener tanto un DNI como un pasaporte originales, sin necesidad de recurrir a falsificadores o a la compra de material robado.
Como explica Guzmán Betancur:
“Fue cuestión de meses para que aprendiera a conocer las intríngulis de las oficinas en las que se expedían los DNI y los pasaportes. Varios de quienes me los vendían falsificados conocían gente allí que les decían cómo funcionaba todo. Otros incluso habían trabajado en esos sitios. Hablaba bastante con ellos y fue de ese modo como logré empaparme del asunto. Así que un par de veces me atreví a hacer las cosas de manera legal, al menos parcialmente, ya que siempre estaba el engaño de por medio.
Así que un par de veces me atreví a hacer las cosas de manera legal, al menos parcialmente, ya que siempre estaba el engaño de por medio.
“La cuestión iba de la siguiente forma: me tomaba un par de fotos y me dirigía a una oficina de emisión de DNI para que me sacaran uno, pero debía tener mucho cuidado con lo que decía. La mayoría de las personas encargadas de atender suelen preguntar si se trata de una renovación, y si dices que sí estás perdido. Una vez declaras que se te ha perdido el documento y que vas por una renovación, te toman una huella del dedo índice y la cotejan con el nombre que estás dando. Si estás mintiendo, se dan cuenta de inmediato. El truco está en mencionar que se va a pedir el DNI por primera vez. Me cuidaba de decir una edad menor a la que en verdad tenía, como si acabara de cumplir la mayoría de edad. Como se suponía que se trataba de un documento emitido por primera vez, la persona no corroboraba nada en el sistema. Ingresaba todo conforme con lo que le dijeras y fin del asunto. Al cabo de un par de días te entregaban el DNI. Así que apenas lo recibía iba con él a sacar el pasaporte, y si el DNI era auténtico entonces el pasaporte que expedían también lo era.
Como parte de su estrategia de engaños, Guzmán Betancur se tomaba fotos que luego presentaba en las oficinas de emisión de DNI en diferentes países para obtener el documento.
“Aquella diligencia, sin embargo, implicaba mucho tiempo y esfuerzo, por lo que al final opté por hacerla fácil. De todas las formas que ensayé la mejor —sin duda— era comprarle la identificación al dueño original. Veía en la calle a algún sujeto que se pareciera a mí y lo abordaba. Le decía que me vendiera su DNI. Se lo decía de manera directa, sin miedo, sin vergüenza. Eso no tiene ningún riesgo. Hay quienes dicen que no y otros que dicen que sí. El asunto está en saber dónde meterse y a quién abordar. No se puede ir a una zona de pijos3 para eso. Debe ser una zona normal. Hay mucha gente que entrega su identificación incluso por cincuenta dólares. No se les da nada venderla porque les viene bien algo de dinero. Dos o tres días después la reportan como perdida, las autoridades la invalidan y les dan una nueva a las semanas. A lo sumo les cobran unos dieciséis euros por entregarles otra. Así que de ese modo yo obtenía el documento original, con lo cual no tenía peligro de que me capturaran por andar con algo falso.
“Tampoco me preocupaban las visas. Me movía sobre todo por países de Europa haciéndome pasar por europeo y no necesitaba una. Cuando no era europeo, decía ser americano o árabe. Y en cuanto a los idiomas, los seguía practicando con la gente en los hostales. Me interesaba también por aprender los acentos, así que les dedicaba tiempo a trabajarlos. Mientras aprendía a dominar el árabe, por ejemplo, hablaba inglés con algo de acento oriental. Parecía ridículo, pero la gente se lo creía.
“Nada de eso lo sabía alguno de los amigos con quienes andaba en esa época. Por esos días conocí en un B&B a una chica que era tan guapa como chalada4, una esteticista americana. Nos vimos sólo un par de veces, pero congeniamos bien y seguimos escribiéndonos e-mails. Pocos días después de que la conocí viajé a su país, a Estados Unidos. Usé uno de tantos pasaportes y fue así como pude entrar sin ningún lío. Con el tiempo llegué a tener unos noventa pasaportes. Tenía de todas partes, menos de África, porque no tengo cara de africano. Los administraba del mismo modo que el dinero. Los dejaba en diferentes lugares con amigos, pero siempre en sobres cerrados. Les decía que eran unos documentos importantes que necesitaba que me los guardaran. Muy pocos llegaron a saber de lo que se trataba, y la mayoría ni siquiera se enteraron nunca.
Con el tiempo llegué a tener unos noventa pasaportes. Tenía de todas partes, menos de África, porque no tengo cara de africano.
“Así que esa vez no me importó que las autoridades de Estados Unidos me hubieran prohibido regresar tras mi deportación. Entré por Miami y luego pasé a San Juan. Las cosas se facilitaban porque, como ya dije, en aquella época la toma de huellas y de lectura de pasaportes era deficiente en los aeropuertos, así que podía mostrar sin lío cualquier pasaporte que tuviera, fuera español, francés, italiano o de cualquier parte. Daba igual. Un buen día, mientras me encontraba en San Juan, recibí un correo de mi amiga esteticista. Le respondí diciéndole que justamente estaba en Estados Unidos, y entonces dijo que quería verme, que me pasara por su casa en Las Vegas para enseñarme la ciudad. Ella ni siquiera sabía que yo había estado preso en el FDC de Miami y que las autoridades americanas me tenían prohibido entrar al país. Así que le dije que no podía moverme de San Juan, que debía hacer una par de cosas allí, pero no me puse con detalles.
“Un par de días después, mientras navegaba en Internet, me la encontré en el Messenger. Chateamos un buen rato. Todo el tiempo me insistió para que nos viéramos y de nuevo me invitó a que me pasara por su casa. Esa vez, sin embargo, la iniciativa me sonó. Me quedó rondando en la cabeza un par de días. Así que una noche, cuando llegué al hostal después de caminar, entré al Messenger y allí estaba ella conectada. Nos saludamos y sin mucho preámbulo le dije que aceptaba su propuesta, que en cuestión de horas viajaría hacia Las Vegas”.
1En castellano, cama y desayuno. Usualmente son casas acondicionadas como hostales para viajeros jóvenes tipo 'mochileros', a quienes por muy poco dinero se les garantiza una habitación para dormir -algunas veces compartida- y un poco de alimento en la mañana.
2Documento Nacional de Identidad (DNI), según la referencia oficial que se utiliza en España. En Colombia, se le conoce popularmente como cédula de ciudadanía.
3Modismo español con el que se distingue a las personas de clase social alta.
4Modismo español que significa alocada.