Relatto | El cuento de la realidad
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El Abierto de Francia honra a Roland Garros, un pionero de la aviación que inventó métodos increíbles para atacar a sus enemigos en la Primera Guerra Mundial. El contrasentido de este honor es que el oriundo de la francesa isla de La Reunión tan solo practicó el tenis como aficionado durante una breve temporada. 

Roland Garros fue un chico con neumonía a quien los médicos le recomendaron, para recuperarse, una vida cercana al mar mezclada con mucho ejercicio. Empezó probando con el ciclismo, y después con el fútbol y el rugby, hasta intentar con el tenis. Sin embargo, un viernes de octubre de 1909, a sus 21 años, fue a tomar unas vacaciones con unos tíos en el pueblo de Sapicourt, en el noroeste de Francia, sin tener consciencia de que esa tarde un evento le cambiaría la vida. Allí fue testigo de la Grande Semaine d'Aviation de la Champagne, en donde sus ojos, abiertos como platos, se fascinaron con los aviones. Esa noche, al regresar a casa, comunicó a sus familiares cuál había decidido que fuera su destino. Los tíos dudaron en decir a los padres de Garros que devolvían al chico cambiado, pero la moneda estaba echada. Ante sí tenían a un decidido sobrino que con los años impondría un récord de altura, se suspendería en el cielo a más de cinco mil metros, atravesaría el Mediterráneo con tan solo la reserva de combustible, sería atrapado en la guerra y se escaparía dos veces de unos campos de prisioneros, incluso, viajaría a lugares tan extraños para los franceses en aquel tiempo como África o México.

El Abierto de Francia honra a Roland Garros, un pionero de la aviación que inventó métodos increíbles para atacar a sus enemigos en la Primera Guerra Mundial.

Para Roland Garros, el cielo se convirtió, a partir de ese momento, en su espacio diario de expresión, una tela en blanco para un artista de la aviación. 

Fue así como, en 1911, llegó a México, al norteño territorio de Monterrey, contratado por la compañía Mosaint, que se dedicaba a las exhibiciones acrobáticas aéreas. 

Por aquel entonces, México olfateaba el hedor de una revolución. Las cosas se arreglaban a balazos por las calles debido a un extenuante gobierno de Porfirio Díaz, el único presidente del país con más de 30 años en el poder.

Díaz fue un brillante militar que participó en la lucha contra la segunda intervención francesa entre 1862 y 1867 y ascendió al poder supremo en 1884. A dos meses de perder su jefatura, en marzo de 1911, coincidió con Roland Garros.

Díaz fue un presidente visionario, refinado y esmerado en embellecer la Ciudad de México con el modelo de la arquitectura francesa, y un seguidor del positivismo de Augusto Comte en su gobierno. Al enterarse de que la compañía Mosaint traería un espectáculo con uno de los mejores pilotos de la sociedad francesa, no dudó en pedir que lo hicieran también en el centro de la capital.

Aunque Díaz había sido un presidente empeñado en lo que él consideraba debía ser el progreso de México con la construcción de ferrocarriles e infraestructura de transporte, pacificación, ampliación de la deuda externa e inversión extranjera, lo cierto es que el país también se desangraba en injusticias agrícolas, problemas sociales reprimidos a base de fuerza militar y manipulación en las urnas para reelegirse más de cuatro veces.

Por aquel entonces, México olfateaba el hedor de una revolución. Las cosas se arreglaban a balazos por las calles debido a un extenuante gobierno de Porfirio Díaz, el único presidente del país con más de 30 años en el poder.

Con el propósito de saber más sobre la visita de Roland Garros a México, me encuentro para tomar un café con el vicepresidente de la Academia de Historia Aeronáutica de México, Hugo Gutiérrez. 

“Fue en los Llanos de Balbuena, en la Ciudad de México —me relata sobre aquel curioso encuentro—. Roland Garros sobrevoló hasta el Castillo de Chapultepec, sitio de descanso del presidente, para dirigirse después, sin que nadie lo supiera, al Valle de Chalco en una travesía de 45 minutos. La gente quedó expectante e impaciente porque tardaba en volver, pero al saberse que recorrió más de 60 kilómetros y ascendió a 3.660 metros, definitivamente se ganó el corazón de los mexicanos”.

En aquellas épocas, a quienes se subían a los aviones se les apodaba los 'locos que querían morir', pero el francés Garros jamás le tuvo miedo a lo extraordinario del cielo.

Hace más de 100 años, la mano enguantada del presidente Porfirio Díaz tocó al hombre que acababa de bajar del monoplano Blériot. El mandatario, con su tupido bigote blanco y ya octogenario, aún tenía resistencia para aguantar un rato de pie bajo el sol, aunque estaba llegando a sus últimos días como gobernante sin saberlo. Porfirio Díaz se quitó el guante de piel y se apoyó con fuerza en el bastón de caoba para palpar a Roland Garros. No era hombre que externara sus emociones, menos ahora que en la campaña política había perdido trecho ante Francisco Ignacio Madero y se sentía traicionado por el pueblo que muchas veces lo aupó a la silla máxima.

El desarrollo científico siempre fue factor de emoción para Porfirio Díaz, tanto que, en su momento, le había enviado un mensaje de felicitación a Thomas Alva Edison cuando encandiló al mundo con la bombilla eléctrica. Y también se impresionó con Garros cuando lo saludó. El francés era un tipo altivo, elegante, algo presuntuoso por la fama adquirida, pero, al mismo tiempo, extraordinario de modales.

La primera exhibición de la compañía Moisant produjo un enorme alboroto por las noticias que llegaban a Ciudad de México desde Monterrey sobre un piloto que realizaba acrobacias inverosímiles. Similares piruetas en el aire realizó Garros, siete años después, en 1918, cuando trató de mantener equilibrada su nave antes de ser derribada en combate en las Ardenas, Francia, durante la Primera Guerra Mundial.

“Roland Garros fue el primer ingeniero en concebir una metralleta que disparaba entre las aspas. Ese invento lo retomaron los alemanes. Garros siempre creyó que un avión era mejor arma que un barco. Su prototipo sería desarrollado por el holandés Anthony Fokker y por Von Richthofen comenzando así con el hito de El Barón Rojo”, relata Hugo Gutiérrez.

Porfirio Díaz, el único presidente del país con más de 30 años en el poder.

Porfirio Díaz quedó complacido por el encuentro con Roland Garros, aunque haya sido parco y breve. Le dijo en lacónicas palabras que admiraba su valentía y lo instó a continuar en el aire. A la semana siguiente de ese encuentro, el presidente de México perdería el sentido auditivo y entraría en una fatiga constante. Sordo, decepcionado y abrumado por los problemas, no asistiría a las urnas y en mayo de 1911 entregaría una carta a la Cámara de Diputados en la que renunciaba a su cargo. 

Tomó un barco a España, después se trasladó a Suiza, para atender una infección de encías que le afectó durante años, y luego pasó el inexorable exilio cercano al Bosque de Boulogne a menos de dos kilómetros del Arco del Triunfo, en París.   

Roland Garros fue el primer ingeniero en concebir una metralleta que disparaba entre las aspas. Ese invento lo retomaron los alemanes. Garros siempre creyó que un avión era mejor arma que un barco. Su prototipo sería desarrollado por el holandés Anthony Fokker y por Von Richthofen comenzando así con el hito de El Barón Rojo”

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En México, el gusto por los aviones había iniciado desde 1908, con los vuelos de Alberto Braniff, considerado como el primer aviador de Hispanoamérica. Y por las acrobacias del también mexicano Miguel Lebrija, quien se acercó a desearle suerte a Roland Garros antes de que subiera al cielo durante su visita al país. Con el tiempo se harían entrañables amigos.

La exhibición del circo aéreo Mosaint fue tan exitosa que se extendió más de lo esperado. “Garros tuvo una corta, pero intensa vida —recuerda Gutiérrez mientras sorbe la segunda taza de café—. En aquellos tiempos, los pilotos, si superaban los 30 años se decía que vivían mucho; él murió a los 29”.

En los Llanos de Balbuena, René Simon y Roland Garros hicieron suertes acrobáticas tan osadas que la gente, haciendo una visera con la mano para protegerse del hiriente sol, no daba crédito al ver lo cerca que se rozaban los aviones en una muestra de combate aéreo imaginario. Del Blériot de Roland Garros, cuenta la historia, salían volando flores.

El 8 de marzo, tres días antes de la exhibición de Garros en el país, dos acorazados y un crucero francés llegaron al puerto de Veracruz, en el oeste de México, por el Golfo. Venían en un viaje de buena voluntad. Ahí, Roland Garros tendría una acalorada discusión con el capitán del Glory, Daufauvre D'Lajarde.

Cuenta Hugo Gutiérrez, que los marineros observaban a Garros con displicencia burlona sin bajarlo del apelativo de “loco extravagante”.

Garros tuvo una corta, pero intensa vida —recuerda Gutiérrez mientras sorbe la segunda taza de café—. En aquellos tiempos, los pilotos, si superaban los 30 años se decía que vivían mucho; él murió a los 29”.

“Roland Garros tampoco se dejaba, era petulante, y sorprendió a todos cuando llegó al restaurante donde comían las autoridades del país... ¡en avión! Allí estaba reunida, con los franceses, la comitiva de la fuerza militar, encabezada por el secretario de Guerra y Marina, Manuel Mondragón, y el teniente coronel Porfirio Díaz hijo, entre otros. D'Lajarde se sorprendió al ver por primera vez un avión volar, y sobre todo al conocer a un piloto tan altivo. Pero como buen marino le dijo a Garros que eran mejores los barcos. Este último le reviró diciendo que los aviones servirían como armas del futuro. En toda la noche no se pusieron de acuerdo, así que, al despedirse, Garros le dijo que al día siguiente le dejaría un recuerdo desde el aire —relata Gutiérrez—. En aquellas épocas, existía un juego entre barcos y aviones, los buques simulaban apuntar con sus cañones al cielo para disparar su artillería y los pilotos desde las alturas arrojaban naranjas como proyectiles. Cuando D'Lajarde observó que Garros daba dos vueltas en círculo sobre el Glory, temió lo peor: sentía que su cabeza estallaría en jugo de naranja, por la fuerza con que le caerían las frutas, y que se convertiría en el hazmerreír de la población. En lugar de eso, Garros tras un vuelo impecable, dejó caer un ramo de rosas amarrado con un listón que tenía una dedicatoria para D'Lajarde y después soltó otras flores más por el suelo mexicano”. 

Pero como buen marino le dijo a Garros que eran mejores los barcos. Este último le reviró diciendo que los aviones servirían como armas del futuro.

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Para muchos, Roland Garros era solamente un neurótico que no entendía más razones que las del aire y que solo mantenía una confianza inquebrantable en su avión y no en las personas. Pero su figura se engrandecía con el paso de los años.

Después de la visita a México, comenzó a volar su monoplano para atravesar el mar Mediterráneo desde Francia hasta Túnez. En uno de esos vuelos, a pesar de que su motor sufrió daños en Córcega, supo seguir en la ruta y llegar a tierra 'solo con el gas', como se decía en aquellos tiempos cuando se acababa el combustible.

Al año siguiente, en 1914, se enlistó en el ejército francés y fue el primer piloto en disparar desde el aire a las tropas enemigas alemanas. Como piloto de reconocimiento de la escuadrilla MS26, implementó un protector de metal para las aspas que permitía disparar las balas en vuelo sin dañarlas. Fue premiado en 1917 por el Club Aéreo de América por este hallazgo.

Para muchos, Roland Garros era un neurótico que no entendía más razones que las del aire y que solo mantenía una confianza inquebrantable en su avión y no en las personas. Su figura se engrandecía con el paso de los años.

En 1915, su avión fue alcanzado por una bala en el tanque de gasolina y tuvo que hacer un aterrizaje forzoso, después del cual fue capturado por los alemanes y recluido en un campo de prisioneros. Allí, Anthony Fokker, tras analizar el avión derribado, pudo descubrir y adoptar el invento de la metralleta entre aspas de Garros. 

Una noche, sin ruido, mientras algunos vigilantes fumaban de espaldas a su dormitorio, Garros pudo escapar por una estepa tupida por la que entró a la boca de dos montes y en la que se perdió hasta ser rescatado.

Pero en lugar de volver a su hogar, regresó al regimiento militar que lo daba por muerto y, de nuevo, desde su avión, azotó inclementemente al ejército alemán, hasta que fue capturado otra vez, en 1918, y llevado al campo de prisioneros. En esta ocasión hubo mano dura contra él, con castigos físicos y trabajos forzados. Sin embargo, aprovechó un traslado en el bosque y saltó del camión a un barranco para escapar. Otra afrenta que no sería perdonada por los alemanes.

Empecinado en la guerra, se montó en su avión por enésima ocasión para pelear. Algo había en Garros que solo al volar le producía una extraña serenidad. Incluso hasta cuando tuvo al alemán Herman Habich, del escuadrón Jasta 49, siguiéndolo por todas partes. Habich tenía la misión exclusiva de perseguir a Garros y derribarlo. Finalmente lo consiguió en un brutal ataque que destrozó la parte trasera del avión del francés, que tuvo que aterrizar en un lugar de las Ardenas. Pero el golpe contra la tierra le produjo un daño irreparable y su muerte dentro del avión. Como siempre lo soñó. Tenía 29 años. 

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