Dos mujeres al mando de un barco, en plena tormenta.
El buque es un almacén de barrio, en el corazón de Santiago.
La tormenta es el estallido social en Chile y los coletazos de la pandemia.
¿Las dos mujeres? María Teresa y Marcela, un par de amigas inseparables.
Esta es la historia de un pequeño local de abarrotes y su lucha por sobrevivir en el epicentro de las protestas callejeras.
Marcela y María Teresa, un par de amigas inseparables.
El día comienza temprano para María Teresa Salcedo (55). Aún no se asoma el sol por la cordillera de los Andes y ella salta de la cama a ducharse. A las 6:00 a.m. enciende la televisión. Hace dos años que el barrio Lastarria, donde ella vive y tiene su almacén, es noticia permanente: desde octubre de 2019 —en paralelo al estallido social y las multitudinarias manifestaciones ciudadanas— el sector se ha convertido también en un campo de batalla, donde encapuchados y policías se suelen enfrentar, obligando a los vecinos a refugiarse en sus viviendas. “Más de 500 negocios han debido cerrar sus puertas en las proximidades de Plaza Italia, en la denominada zona cero de la revuelta”, comenta el conductor de las noticias, y muestra imágenes de las iglesias que han sido incendiadas, los supermercados saqueados y de algunos restaurantes destruidos. El barrio Lastarria, uno de los más bonitos de la ciudad, un “imperdible” en los folletos para turistas, hoy luce irreconocible.
“Y nosotros estamos justo aquí, en mitad de todo”, dice María Teresa resignada, mientras revuelve su café caliente. “A veces hemos pensado en irnos, en tirar la toalla y rendirnos”, admite… y agrega: “pero tenemos que esperar, a ver qué pasa con la nueva Constitución que están escribiendo, y con el nuevo Presidente que venga. No es tan fácil renunciar a toda una vida (…) Con la Marce llevamos casi 20 años trabajando juntas en este almacén”.
Un almacén que, en el Nº51 de calle Lastarria, es conocido por no tener nombre, la opción de fiado para los clientes más fieles y la venta de los panes más crujientes del vecindario. El horno infla sus primeras marraquetas (pan batido o pan francés) a eso de las 8:30 a.m., y el aroma se desborda hacia la calle, tentando a ciclistas y peatones.
Más de 500 negocios han debido cerrar sus puertas en las proximidades de Plaza Italia, en la denominada zona cero de la revuelta”, comenta el conductor de las noticias, y muestra imágenes de las iglesias que han sido incendiadas, los supermercados saqueados y de algunos restaurantes destruidos.
Fue a comienzos de siglo que iniciaron esta aventura. Sin alternativas laborales en Chile, María Teresa y Marcela se fueron a vivir a Guadalajara (México), para trabajar en una empresa de polietileno y reciclaje, propiedad de un pariente. “Durante esos tres años nuestra amistad se consolidó, de hecho muchas personas creen ahora que somos hermanas, porque nos ven muy cercanas”, apunta Marcela Agurto (44). Fue para una Navidad que viajaron a Chile, con la idea de pasar las fiestas junto a sus familias y regresar, cuando un tío les comentó que podrían alquilar una confitería, cercana a una estación del Metro, y abrir un almacén en Lastarria. Así lo recuerda María Teresa: “Yo me quería quedar en México, guardo excelentes recuerdos (…) El hombre mexicano se viste muy bien, por ejemplo, y son todos muy caballeros. Allá éramos muy felices, pero el cariño y la presión de la familia nos convenció y nos hizo regresar definitivamente. Y a las pocas semanas ¡nos compramos la confitería!”.
Marcela Agurto (44).
El barrio Lastarria, por ese entonces, era conocido como un sector bohemio y cultural, cargado de historia y arquitectura patrimonial. Su origen se remonta a 1857 cuando se construyó la parroquia de la Vera Cruz, a los pies del cerro Santa Lucía, punto exacto donde se fundó la ciudad de Santiago. Luego se creó el majestuoso Parque Forestal y se construyó el Palacio Nacional de Bellas Artes. Entonces llegaron a la zona personajes emblemáticos, como Victoria Subercaseaux, casada con el intendente Benjamín Vicuña Mackenna, o el propio Pedro Aguirre Cerda, Presidente de la República entre 1938 y 1941. Aquí vivió también el escritor y pensador liberal José Victorino Lastarria (a quien le debe su nombre el barrio) y otros intelectuales y artistas de la época, como los pintores Nemesio Antúnez y Camilo Mori, o el novelista y político Luis Orrego Luco. Hasta hace poco tiempo, el sector se jactaba de ser un oasis en medio de la ciudad, un pequeño distrito gay-friendly salpicado con cafeterías, vitrinas hipster, galerías de arte, ferias de antigüedades y diminutas tiendas de moda independiente.
“De todo eso queda ya muy poco —se quejan las amigas— y la recuperación va a ser muy lenta (…) Los años dorados para este barrio ya pasaron. Ojalá vuelvan algún día. Pero hoy solamente hacemos esfuerzos por sobrevivir y sacar adelante el negocio”. Aquí venden de cuanto hay: detergente, tabaco, galletas, huevos, fósforos, cereales, mantequilla, chocolates, empanadas, leche… y “cocacolitas heladas", como piden a diario los vecinos, siempre en ese diminutivo modo de hablar que poseen los chilenos.
El barrio Lastarria, por ese entonces, era conocido como un sector bohemio y cultural, cargado de historia y arquitectura patrimonial. Su origen se remonta a 1857 cuando se construyó la parroquia de la Vera Cruz, a los pies del cerro Santa Lucía, punto exacto donde se fundó la ciudad de Santiago.
La apacible vida de barrio, sin embargo, desapareció. Las protestas callejeras se adueñaron de la zona y eso, además de nuevos clientes, trajo problemas: “Nos han entrado a robar dos veces, se llevaron los cigarros y otras cosas. Afortunadamente fue de noche, cuando no estábamos, y así no resultó nadie agredido”, cuenta María Teresa. Fue por eso que decidieron blindarse: instalaron candados y una reja gruesa al exterior, además de la cortina metálica, y nueve cámaras de seguridad que son monitoreadas desde una estrecha oficina, al interior del almacén. Cuando hay marchas, aseguran, es preferible cerrar.
En noviembre del año pasado, aporta Marcela, “tuvimos que quedarnos haciendo guardia en el almacén durante la noche, para que no entraran ladrones. Y resulta que esa noche nos robaron en la casa, porque no había nadie”.
“Las primeras semanas del estallido nos fue bien, porque yo tengo buena onda con algunos encapuchados, entonces me venían a ver, a comprar limones y bicarbonato para no sufrir con las lacrimógenas, o me avisaban para bajar la cortina si venía el carro lanza-aguas de Carabineros. Pero con los delincuentes no se puede dialogar, ellos son pura maldad”, se queja María Teresa.
Y luego llegó la pandemia del coronavirus, la baja en las ventas, el encierro… lo que las obligó a despedir a algunos de sus trabajadores para funcionar con lo justo. “Antes éramos 9 personas, en dos turnos de mañana y tarde (…) Hoy sólo somos 4 personas las que estamos a cargo de este buque. No ha sido fácil, pero nunca hemos perdido la esperanza y la alegría al momento de trabajar, así vamos saliendo a flote”, explica la dueña, escoba en mano, barriendo el polvo que se acumula en la vereda.
María Teresa Salcedo (55).
¿Cuál ha sido la estrategia para sobrevivir a tanta adversidad?
Marcela toma la palabra: “La dignidad. La forma humana en la que trabajamos. Por ejemplo: hace años se empezó a decir que en Chile era necesaria una ley para tener un 'sueldo digno' o un 'salario ético', en vez de un 'sueldo mínimo' (hoy en $337.000, unos US$400). Y los políticos hablaban de pagar $500 mil a los trabajadores. ¿Sabes cuánto ganan quienes trabajan en nuestro almacén? Más de $700.000. Y eso desde hace varios años, porque este negocio no lo creamos para hacernos millonarias, nuestra prioridad son nuestros trabajadores, que se sacan la cresta todos los días con una sonrisa, para que tengan una vida digna, y se puedan dar también algunos gustitos”.
Y María Teresa añade: “A los chiquillos jóvenes que trabajan aquí los trato como a mis hijos, los siento como si fueran mis sobrinos, y ellos están agradecidos de la oportunidad. Ese ambiente, la dignidad que se respira, es lo que nos ha permitido llegar hasta aquí, con éxito, sin echarnos a morir. Somos como familia y nos cuidamos como familia. Siempre hemos trabajado en base a confianza (…) No entiendo a los jefes que tratan mal a sus empleados… y hay muchos, lamentablemente”.
Y eso desde hace varios años, porque este negocio no lo creamos para hacernos millonarias, nuestra prioridad son nuestros trabajadores, que se sacan la cresta todos los días con una sonrisa, para que tengan una vida digna, y se puedan dar también algunos gustitos”.
De eso, precisamente, se trató el movimiento social, que rebautizó la icónica Plaza Italia como Plaza Dignidad: “Yo estoy muy de acuerdo con las manifestaciones. Y también marché, porque las demandas sociales son reales. Mis hermanas mayores reciben una pensión de mierda, y cuando yo me jubile voy a ganar también una mierda de pensión. Por eso hay que luchar por la dignidad de todos, y entregar dignidad a los demás, desde el saludo de 'buenos días' en adelante”.
De política, estas socias, piensan muy diferente. María Teresa se define socialista, de aquella izquierda que inspiró Salvador Allende. Marcela, en cambio, asegura sin complejos que ella es de derecha: “Toda mi familia es de derecha, pero eso nunca ha impedido que con la María Teresa podamos entendernos bien. Uno puede pensar distinto y quererse igual”.
Para efectos de sacar adelante un emprendimiento, en todo caso, la postura política poco importa. Sobre todo cuando eres mujer y sabes que en Chile sólo el 32% de las pequeñas y medianas empresas están en manos femeninas… y que el 77% de ellas declara que su principal fuente de financiamiento son sus propios ahorros.
María Teresa se define socialista, de aquella izquierda que inspiró Salvador Allende. Marcela, en cambio, asegura sin complejos que ella es de derecha. Pero a la hora de hacer negocios, eso es lo de menos.
—Y el trabajo en un almacén, ¿deja tiempo para el amor?
—La verdad es que yo soy muy feliz así, soltera, viviendo sola. Pero estuve a punto de casarme, a los 24 años, con un italiano. Mi hermana que vive en Alemania estaba muy preocupada por mí y me empezó a buscar novio. No sé cómo encontró a un italiano que se llamaba Antonino Sardina, era siciliano. Mi mamá sospechaba que fuera de la mafia. Y mi hermana viajó a Chile y trajo al italiano. No era feo, era amistoso… pero el problema aparecía cuando abría la boca: tenía un aliento terrible, asqueroso, una halitosis insoportable. Así que tuve que decirle a mi mamá que por ningún motivo. Y no me casé.
Para efectos de sacar adelante un emprendimiento, en todo caso, la postura política poco importa. Sobre todo cuando eres mujer y sabes que en Chile sólo el 32% de las pequeñas y medianas empresas están en manos femeninas… y que el 77% de ellas declara que su principal fuente de financiamiento son sus propios ahorros.
La historia de Marcela es diferente. Ella tenía todo listo para su boda… y el confinamiento de la pandemia la obligó a postergar la ceremonia. Ahora tiene planes para marzo de 2022. Está “completamente enamorada” de Claudia, su compañera de vida durante la última década. Se emociona cuando lo expresa con palabras: “Tenemos una relación muy consolidada, ella es todo para mí (…) Yo tengo depresión desde los 18 años, he pasado por momentos muy oscuros en mi vida, soy bipolar, tengo altos y bajos. La salud mental en este país es un problema muy grande, hay poco apoyo. Y la Claudia y la María Teresa han sido mi familia, mi soporte. Si hoy estoy aquí es gracias a ellas”.
Sobre el futuro del negocio, finalmente, prefieren no profundizar. “Yo lo veo negro hace rato, nos estamos manteniendo apenas. Es difícil competir con los precios de las grandes cadenas de supermercados. Y pasamos con los nervios de punta, con miedo a los robos. Quizás estamos cumpliendo un ciclo”, asegura Marcela, quien ya optó por vivir lejos del barrio, en busca de mayor tranquilidad.
Lo que sí tienen claro es la vida que les espera después del almacén. Así lo resume una de ellas, con una fugaz luz de esperanza en la mirada: “Vamos a vivir juntas, hasta que seamos viejitas, acompañándonos siempre, como ha sido hasta ahora”.