Relatto | El cuento de la realidad
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El estadio Bellavista de Ambato, Ecuador, estaba prácticamente lleno en aquel día de final de octubre de 1969. Miles de hinchas acudieron al estadio para apoyar al equipo local, el América, ubicado en la penúltima posición de la tabla con sólo nueve puntos, en plena zona de descenso. Pero también llegaron a Ambato muchos hinchas de la Liga Deportiva Universitaria (LDU) de Quito, para apoyar de cerca la pelea de su equipo por el título. En su primera temporada en la primera división desde hacía muchos años, América de Ambato tenía el único objetivo de salvarse y evitar el descenso. Sin embargo, cuando llegó el descanso el partido ya iba 4-0 a favor de los de Quito. El juego acabaría 11-0 para los visitantes, de los cuales, ocho goles los marcó Francisco Eugenio “el Tano” Bertocchi Fernández. El Tano, que finalizará la temporada como goleador del torneo con veintiséis anotaciones, apenas parece darse cuenta de lo que acaba de hacer. Es 1969 y un común mortal acaba de igualar el récord de O Rey, Edson Arantes do Nascimento, Pelé, que cinco años antes, el 21 de noviembre de 1964, había marcado ocho goles en el partido de su Santos contra Botafogo, que finalizó precisamente 11-0. Como aparece en las fotos que salen en los diarios de la época, Bertocchi sale de la cancha cansado, nariz inflada, cabizbajo, pero con la mirada orgullosa de quien ha igualado el récord mundial de goles en un mismo partido. Aparte de unos pocos aficionados del fútbol en Ecuador, nadie recordará mucho este récord, así como tampoco recordarán al América de Ambato, que acabará estabilizándose en las categorías inferiores del fútbol ecuatoriano.

A la izquierda el delantero paraguayo/argentino Óscar Eusebio Borja y a la derecha el mediocampista paraguayo Francisco Solano López con la camiseta de América de Ambato en 1969.

En la alineación del América de Ambato en aquel partido también figuraban dos futbolistas, el delantero paraguayo/argentino Óscar Eusebio Borja y el mediocampista paraguayo Francisco Solano López, que tiempo después también marcarán su propio récord personal. Cuatro años más tarde, Borja y Solano López decidieron dar un vuelco a sus vidas de futbolistas, secuestraron un avión de la aerolínea colombiana SAM y marcaron lo que fue el secuestro aéreo más largo y emblemático de aquellos tiempos: 60 horas y 15 minutos de duración, escalas en seis países, doce países sobrevolados, casi 60.000 kilómetros recorridos por todo el continente americano.

Asistir impotentes en aquella tarde de 1969 al récord de Bertocchi pudo haberles removido algo a los dos paraguayos. Es imposible saberlo. Pero qué llevó a dos futbolistas profesionales con una larga trayectoria en los campeonatos de varios países a realizar una hazaña de tal envergadura sigue siendo un misterio. Solo se puede explicar hurgando en sus condiciones de vida, en la profunda amistad que los unía, en las utopías que caracterizaban aquella época y en el contexto histórico-político de los años a caballo entre los sesenta y los setenta en el continente.

Óscar Eusebio Borja (tercero abajo desde la izquierda) y Francisco Solano López (segundo abajo desde la derecha) con la camiseta de América de Ambato en 1969.

Errantes futbolistas profesionales

Antonio Chagcha, con quienes los dos paraguayos compartieron equipo en aquellos años, recuerda que “aparte de compatriotas, también eran buenos amigos, y no se despegaban el uno del otro”. Ambos eran solteros cuando llegaron a Ambato en 1969 y se daban la buena vida en la ciudad. Ambos fueron aclamados fichajes del América de Ambato para su única aparición en la serie A de Ecuador. Era el primer año para Borja en el país, mientras que Solano López había llegado unos años antes para jugar en América de Quito, aunque casi nunca encontró espacio en la alineación titular. Es posible que Eusebio “el Cacho” Borja (apodo que, según el arquero de América, Roberto Heredia, se ganó por su peculiar forma de caminar), y Francisco José “el Toro” Solano López, (apodado así por su fuerza física), se conocieran en Ambato, en las faldas del volcán Tungurahua. En las fotos de equipo de la época, que ahora se encuentran esporádicamente en las redes sociales de los aficionados del fútbol ecuatoriano, salen un joven Borja, flaco, sin barba, casi siempre de pie, luciendo la camiseta número 11, y un Solano López con el número 10 en la espalda y marcado en los pantalones, casi siempre en cuclillas.

Solo se puede explicar hurgando en sus condiciones de vida, en la profunda amistad que los unía, en las utopías que caracterizaban aquella época y en el contexto histórico-político de los años a caballo entre los sesenta y los setenta en el continente.

Muchos de sus antiguos adversarios y compañeros describen a Solano López como un jugador tosco, mañoso, malintencionado, listo para la pelea; por el contrario, de Borja dicen que era un jugador de categoría, inteligente y gran cabeceador. Aquel año en que América de Ambato bajó a segunda, Borja acabó como cuarto goleador del campeonato 1969, con trece goles. Nada mal para el delantero de un equipo que descendía a la categoría inferior. No eran fenómenos, cierto, pero algo de tenacidad y voluntad debían haber tenido si ambos supieron mantenerse por años en la primera división de las ligas de fútbol de varios países latinoamericanos: Paraguay, Chile, Ecuador, Colombia. Pero sobre todo en Ecuador.

El 0-11 entre América de Ambato y Liga Universitaria de Quito. El Comercio – Ecuador, Lunes 27 de octubre de 1969.

Después del descenso de categoría con América de Ambato, sus caminos se dividieron y ambos pasaron a otros equipos de bajo perfil. En 1970, Solano López apareció como fichaje de la Liga Deportiva Universitaria de Portoviejo (LDU), mientras Eusebio Borja se fue a jugar por Patria, en Guayaquil, el equipo más viejo de la liga ecuatoriana. Mientras LDU de Portoviejo hizo un campeonato regular, acabando en la mitad de la tabla, Patria descendió a segunda despidiéndose definitivamente de la serie A. En 1971, Solano López ingresa al club Olmedo de la ciudad de Riobamba, a escasos cincuenta kilómetros de Ambato, en un equipo que acababa de incursionar en el fútbol profesional, mientras que Borja volvía a Ambato, esta vez con el club Brasil, que había ganado el año anterior el torneo provincial de segunda categoría. También para Brasil, 1971 fue el único año que compitió en la máxima serie ecuatoriana. Ambos equipos acabaron en la liguilla de descenso: el club Olmedo logró salvarse, mientras que Brasil de Ambato, con sólo seis puntos, descendió a segunda. Los goles de Borja, pocos ese año, no sirvieron para salvar al otro equipo de Ambato. En 1972 se rumoraba que ambos volverían a América de Ambato, que intentaba levantar cabeza después de varios años en el purgatorio de la segunda, pero al final no se concretó el acuerdo con los ambateños y se quedaron sin equipo. En resumen, unos años de muy pocas satisfacciones profesionales, en los que dieron vuelta por varios equipos que peleaban por no descender a segunda, es decir, tres descensos en tres años para Borja, y un descenso y dos ligas anónimas para Solano López. Y si desde la perspectiva profesional no obtuvieron grandes satisfacciones, es probable que tampoco desde el punto de vista económico, considerando que en el Ecuador de aquella época hasta los jugadores de nivel no conseguían vivir del fútbol en una liga que aún era semiprofesional.

Francisco Eugenio “el Tano” Bertocchi Fernández al final del partido después del récord personal.

Borja y Solano López empezaron a pensar en cuál podría ser una posible salida a la incertidumbre. Probablemente descartaron enseguida la idea de volver a Paraguay, donde habían comenzado su carrera futbolística, pero donde todavía no había una verdadera liga profesional y era aún más difícil ganarse la vida jugando al fútbol. Una posible solución era intentar el salto a Colombia: una liga más prestigiosa, que ofrecía la posibilidad de ganar mejor y con la presencia de una comunidad paraguaya fuerte. Así empezaron la travesía por Colombia junto con el arquero paraguayo Antonio Zaracho, que había tapado en 1971 y 1972 para el otro equipo de Ambato, el Macará. Eusebio Borja se estrenó al lado de Zaracho con la camiseta del equipo Cristal Caldas en una prueba contra un equipo húngaro: ninguno de los dos convenció a los dirigentes del club de la ciudad de Manizales ni dejó huella significativa en la afición. Antonio Zaracho jugó algunos partidos más con Caldas y Eusebio Borja probó suerte con el club Atlético Bucaramanga, también sin éxito. Lo mismo hizo Solano López, con pruebas en los equipos Deportes Quindío y Pereira, pero sin buenos resultados. Ambos, en aquel momento, mantuvieron el contacto, se dedicaron a partidos ocasionales de fútbol aficionado con otros paraguayos, en especial en Pereira.

Y si desde la perspectiva profesional no obtuvieron grandes satisfacciones, es probable que tampoco desde el punto de vista económico, considerando que en el Ecuador de aquella época hasta los jugadores de nivel no conseguían vivir del fútbol en una liga que aún era semiprofesional.

Hay un vínculo indisoluble que une a la ciudad de Pereira con Paraguay: el fútbol. Desde el 1949, año en que empieza para el balompié colombiano la breve época denominada El Dorado, hasta el final de los años setenta, más de ochenta jugadores paraguayos llegaron a la capital del departamento de Risaralda para alistarse en las filas del equipo local: el Deportivo Pereira. La leyenda dice que fue por una pura casualidad debida, por un lado, a los malos resultados del equipo pereirano y, por el otro, a unas coincidencias políticas. Después de terminar en último lugar en 1949 y coincidiendo con el hecho de que el embajador de Colombia en Paraguay en la época, Fabio Vásquez Botero, era pereirano, el diplomático hizo de intermediario para llevar refuerzos al equipo de su ciudad natal. El primer fichaje fue el delantero Carmelo Enrique Colombo, en septiembre de aquel mismo año. Unos meses después llegó el más grande de todos: el amado delantero Casimiro Ávalos Pintos, quien marcó 136 goles en apenas cuatro años. Después de ellos llegaron, en las siguientes generaciones, otros futbolistas paraguayos, como Andrés Recalde o el delantero Celino Mora, y más adelante Isaías Bobadilla, Aurelio Balbuena, Arístides del Puerto y Eliseo Gaona, que en aquel 1973 eran integrantes del equipo “matecaña”. Desde el final de los años cuarenta hasta finales de la década de los setenta, hubo partidos donde el equipo pereirano alineó hasta nueve paraguayos en su línea titular.

Aurelio Balbuena, uno de los últimos sobrevivientes de la Pereira paraguaya y aún residente en la capital del departamento de Risaralda, recuerda bien a Solano López y Eusebio Borja, que “venían de visita al principio desde Ecuador, se quedaban en un hotel, no demoraban en la ciudad más de 3 o 4 días y se iban otra vez”. En general “hablaban muy poco, no sonreían, no eran muy amigables y más que todo nunca aceptaban la invitación, y a veces Solano López hasta pagaba para todos cuando se encontraban a tomar jugo en el centro de Pereira”.

Francisco Solano López (segundo abajo desde la derecha) con la camiseta de LDU de Portoviejo en 1970.

Todos los de la comunidad guaraní en Pereira los conocían, pero no eran realmente parte del grupo. No compartían apartamentos con ellos como hacían casi todos los miembros de la Pereira paraguaya, ni iban a los asados que organizaban los paraguayos, nada. Se veían bien, los colegas guaraníes les preguntaban cómo se atrevían a caminar por la calle con relojes tan vistosos. No jugaban en ningún equipo ni nada, pero aparentaban un nivel de vida alto.

Desde el 1949, año en que empieza para el balompié colombiano la breve época denominada El Dorado, hasta el final de los años setenta, más de ochenta jugadores paraguayos llegaron a la capital del departamento de Risaralda para alistarse en las filas del equipo local: el Deportivo Pereira.

Colombia, cuna de los aeropiratas en América Latina

Colombia fue, en esa época, uno de los países del continente con más casos de piratería aérea. Desde 1967 hasta 1974, época de oro de ese delito en América Latina, más de 1.700 colombianos y alrededor de 3.500 ciudadanos de toda América Latina, entre pasajeros y tripulantes, estuvieron secuestrados en los cielos del Caribe, y la gran mayoría viajaron a Cuba como involuntarios protagonistas de una cadena de secuestros de aviones que tenían como primer objetivo llegar a la incomunicada y políticamente utópica isla del Caribe. La gran mayoría de las veces con éxito, porque las tripulaciones, en muchos casos, eran condescendientes con los aeropiratas debido a que las compañías aéreas no querían problemas, y sabían que el avión sería desviado a Cuba donde los pasajeros serían hospedados por el gobierno, y al día siguiente devueltos a su país con el avión intacto. De hecho no consta que hubiese, en ningún caso, un pasajero herido o lastimado durante los secuestros aéreos que salieron de Colombia en esa época. Para muchos era una especie de aventura y, aunque hoy pueda parecer extraño, algunos pasajeros soñaban con un viaje gratis a Cuba. 

Secuestro del avión de SAM en la prensa colombiana. El Diario del Caribe, Viernes 1 de junio de 1973.

Colombia fue el segundo país del continente americano, y del mundo, desde donde se produjeron más intentos de desvíos de aviones comerciales a Cuba en ese periodo: 32 secuestros en total, algunas veces hasta dos en el mismo día, con un tope de catorce secuestros sólo en 1969. Era la Colombia de los gobiernos del llamado Frente Nacional que implicaba una alternancia pactada entre liberales y conservadores y que justo se acabaría en 1974. 

Cuando Eusebio Borja y Francisco Solano López llegan a Colombia, entre 1972 y 1973, los secuestros ya no eran tan frecuentes: uno sólo, en agosto de 1972. El siguiente lo protagonizarán ellos. Tampoco hubo muchos en los otros países del continente: uno en Argentina, uno en México, uno en Brasil, uno en Ecuador, uno en Perú y otro en Venezuela, apenas diez días antes del secuestro del avión de SAM. 

Desde 1967 hasta 1974, época de oro de ese delito en América Latina, más de 1.700 colombianos y alrededor de 3.500 ciudadanos de toda América Latina, entre pasajeros y tripulantes, estuvieron secuestrados en los cielos del Caribe, y la gran mayoría viajaron a Cuba como involuntarios protagonistas de una cadena de secuestros de aviones que tenían como primer objetivo llegar a la incomunicada y políticamente utópica isla del Caribe.

Si hay algo que llama la atención en los seis secuestros que hubo entre 1972 y los primeros meses de 1973, es que fueron cometidos en parte por militantes de izquierda deseosos de ir a Cuba, pero también, en dos casos, por individuos que, sin ideario político, pidieron un rescate de cientos de miles de dólares y unos paracaídas para saltar del avión y así intentar que perdieran su rastro. Ambas situaciones acabaron mal: un aeropirata ecuatoriano que había pedido 40.000 dólares de rescate fue dado de baja por los agentes de seguridad mientras el avión estacionaba en la pista del aeropuerto de Quito, y el otro, un secuestrador brasileño que acababa de recibir los 250.000 dólares que había pedido como rescate, acabó suicidándose mientras era acorralado por las autoridades dentro del avión.

Sin embargo, esos dos casos no implicaron que se tratara de una novedosa modalidad de secuestro originaria de América Latina. Desde 1971 y 1972 en Estados Unidos comenzaron a producirse secuestros de aviones con el objetivo principal de obtener un rescate en dinero. Estados Unidos era de hecho el único país que adelantaba Colombia en esta especial clasificación de los países con más secuestros del continente. El ejemplo más famoso fue el de D. B. Cooper, el estadounidense que desvió un Boeing 727 de la compañía aérea Northwest Orient desde Seattle. El aeropirata se hizo entregar cuatro paracaídas y 200.000 dólares, se lanzó de la aeronave y desapareció para siempre. En medio de las miles de teorías que todavía rodean su verdadera identidad, aún queda por esclarecer si murió en el acto o si gozó de los 200.000 dólares que le dieron las autoridades en octubre de 1971. Cooper fue, además, uno de los pioneros de esta nueva modalidad de piratería aérea que empezó a tomar fuerza en Estados Unidos desde su hazaña y que se expandió a todos los rincones del continente: la del criminal que no quiere ir necesariamente a Cuba, sino que simplemente exige un rescate en dinero, intentando de algún modo desaparecer del mapa. 

El secuestro del avión de SAM en la prensa colombiana. El Diario del Caribe, Sábado 2 de junio de 1973.

El secuestro del avión de SAM

Para Solano López y Borja, que por su vida errante eran viajeros aéreos frecuentes, la resonancia que tuvieron los casos anteriores en la prensa, fue probablemente la inspiración para crear el plan que ocuparía su tiempo de desempleados del fútbol. Para realizarlo y desviar la atención de manera creíble hacia un proyecto que no tenga que ver con el secuestro, piensan que lo mejor es conseguir apoyo entre la comunidad de sus compatriotas. Así empiezan una gira entre los futbolistas paraguayos residentes en Colombia y visitan la casa de los más respetados dentro de la comunidad. Mónica Ávalos, en aquellos tiempos una niña, recuerda todavía que ambos se presentaron en su casa para conversar con su padre Casimiro, famoso delantero del Deportivo Pereira y una institución en la comunidad paraguaya del país. Mónica era muy pequeña para entender lo que estaba ocurriendo, pero aquella escena se le clavó en la memoria hasta el día de hoy. Luego visitan las casas de los jugadores Antonio Recalde e Isaías Bobadilla y la del goleador Enrique Camilo Colombo, quien después de retirarse abrió una librería en Bogotá. A todos les piden dinero para invertir en un negocio de seguro éxito. Nadie parece acceder. Pocas semanas antes del secuestro, Solano López habla con el delantero Celino Mora, en Medellín, que jugaba en el equipo local, el Deportivo Independiente Medellín (DIM). Mora es uno de los últimos paraguayos en ver a Solano López antes del incidente, y lo recuerda hoy como “un aventurero sí, pero buena gente. Se quedó unos días en casa justo antes del secuestro y fue muy correcto”. 

Para muchos era una especie de aventura y, aunque hoy pueda parecer extraño, algunos pasajeros soñaban con un viaje gratis a Cuba. 

Poco después Borja y Solano López deciden abordar el avión HK-1274 de la compañía aérea colombiana SAM, en Pereira. Siguen el protocolo normal, compran los tiquetes unos días antes y los ponen a nombre de otras personas. Saben que la gran mayoría de las veces ni en la agencia ni en el aeropuerto revisan bien los documentos, e incluso es todavía más probable que logren evadir los controles si llegan tarde y el avión ya está listo para despegar en la pista, porque con la prisa los encargados no suelen verificar los documentos ni los maletines de mano: el modus operandi de muchos aeropiratas en aquella época. 

El avión es un Electra de la empresa SAM que hacía la denominada “vuelta a Colombia”: salía de Bogotá, hacía escala en Cali, Pereira, luego volaba hacia la costa Caribe y de regreso a casa. Todo en un día, dejando y recogiendo pasajeros.

Los dos exfutbolistas se sientan en sus asientos asignados, en la parte central del avión. Despegan, esperan unos diez minutos, ambos se ponen una capucha en la cara que solo les deja abiertos unos agujeros en los ojos, esperan que pase una azafata, se levantan de sus asientos, agarran a la azafata, apuntan con sus pistolas a pasajeros y tripulación, se dirigen a la cabina y, desde ese momento en adelante, uno queda en la puerta de la cabina y el otro da vueltas por el avión controlando los más de ochenta pasajeros que transportaba el Electra. Con la tripulación encañonada, piden 200.000 dólares y la liberación de unos presos políticos de la guerrilla colombiana del ELN que estaban siendo juzgados en el consejo de guerra de El Socorro. 

El secuestro del avión de SAM en la prensa colombiana. El Diario del Caribe, Sábado 2 de junio de 1973.

Los asaltantes hicieron que primero el avión aterrizara en Medellín para repostar carburante y allí comunicaron al piloto que de ninguna manera iban a ir a Cuba, como solía ocurrir en aquellos años, sino a Aruba. En Aruba empiezan las negociaciones, el gobierno colombiano se niega a pactar y declara que no existen presos políticos en Colombia. Aterrizan y despegan en Aruba tres veces, sobrevuelan Centroamérica, liberan primero a las mujeres y los niños y, poco a poco, a los otros pasajeros agobiados por el calor del Caribe y la falta de ventilación en el avión. Consiguen abortar un motín a bordo que, en todo caso, permite que se les escapen once personas que saltan desde la puerta trasera al asfalto de la pista. Al final, junto con el cambio de tripulación inicial, obtienen parte del rescate pedido: 50.000 dólares pagados por la aerolínea SAM, en lugar de los 200.000 exigidos inicialmente. Cuentan la plata, revisan la nueva tripulación y dicen finalmente adiós a Aruba con rumbo hacia el sur del continente.

Con la tripulación encañonada, piden 200.000 dólares y la liberación de unos presos políticos de la guerrilla colombiana del ELN que estaban siendo juzgados en el consejo de guerra de El Socorro. 

Aterrizan primero en Guayaquil, luego en Lima, en Mendoza, muy fugazmente, en medio de la noche, en la ciudad de Resistencia, casi en la frontera entre Argentina y Paraguay, después en Asunción. Finalmente llegan a Buenos Aires, donde la policía y la prensa esperan el desenlace final. En las últimas paradas en Perú y Mendoza habían liberado a todos los pasajeros que quedaban a bordo. Solo permanecían en el avión los dos aeropiratas y los seis miembros de la tripulación. Cuando los motores se apagan en el aeropuerto internacional de Ezeiza y las puertas se abren, las únicas personas que salen del avión son las tres azafatas, los dos pilotos y el ingeniero de vuelo. La policía argentina accede al avión y descubre que los secuestradores no están. Después de 60 horas de secuestro en el aire, se habían esfumado con 50.000 de los 200.000 dólares que pidieron como rescate. Los pedidos de liberación de los presos políticos y las proclamas guerrilleras con las que arengaron a los pasajeros a lo largo del viaje, habían sido una cortina de humo. 

En Aruba empiezan las negociaciones, el gobierno colombiano se niega a pactar y declara que no existen presos políticos en Colombia. Aterrizan y despegan en Aruba tres veces, sobrevuelan Centroamérica, liberan primero a las mujeres y los niños y, poco a poco, a los otros pasajeros agobiados por el calor del Caribe y la falta de ventilación en el avión.

El desenlace final

Para entender lo que realmente ocurrió con la aparente desaparición de los dos aeropiratas, hay regresar un poco en el tiempo. 

Al abandonar el aeropuerto de Mendoza, en Argentina, el avión de SAM ya está sin pasajeros, solamente quedan la tripulación y los dos secuestradores. El capitán del avión se levanta de su silla, abandona la cabina, y se dirige a hablar con Francisco Solano López y Óscar Eusebio Borja para ver cómo resolver la situación y acabar con el secuestro de una vez por todas, ahora que no hay pasajeros y que ya recibieron el rescate. Solano López, Borja y el capitán conversan y llegan a un acuerdo: Borja se bajará en Resistencia y Solano López se bajará en Asunción. Ambos a escondidas por la puerta principal mientras el avión está carreteando por la pista en la oscuridad de la noche. Para no tener inconvenientes y para que no los delaten tan pronto como abandonen la nave, deciden que las dos azafatas desciendan con cada uno de ellos, sin identificación y con ropa de civil. El copiloto no está de acuerdo, discute con ellos y se ofrece a bajar en Resistencia en lugar de las azafatas. Solano López y Borja no están convencidos, pero al final hacen un “pacto de caballeros”, como saldrá en la prensa posteriormente. Es el mismo plan, pero sin azafatas. Nadie los va a delatar hasta llegar a Buenos Aires. Nadie va a contactar a los funcionarios de las torres de control para decirles que ya no están en el avión. Un simple pacto de honor, basado en la palabra, que les permitirá tener dos o tres horas de ventaja. 

La fuga de Solano López no duró mucho: será arrestado unos pocos días después en un apartamento que alquiló en Asunción cerca de la casa de sus padres. Llamó mucho la atención su irrefrenable voluntad de despilfarrar los billetes del rescate. De hecho las autoridades paraguayas solo consiguieron encontrar 18.000 de los 25.000 que le correspondían del rescate. El resto se lo había gastado en pocos días. Será llevado a la cárcel en Paraguay y más tarde extraditado a Colombia. Antes de ser extraditado montará un motín en la cárcel de Asunción de más de 24 horas. En Colombia estará en la cárcel de Medellín durante siete años, correspondientes a la condena que les impusieron a él y a Borja en un juzgado de esa ciudad. De allí se pierden sus huellas, y más de uno de los que lo conocieron afirmaron que habían escuchado el rumor de que había sido abaleado en Buenos Aires en un atraco a un banco.

Nadie los va a delatar hasta llegar a Buenos Aires. Nadie va a contactar a los funcionarios de las torres de control para decirles que ya no están en el avión. Un simple pacto de honor, basado en la palabra, que les permitirá tener dos o tres horas de ventaja. 

A Eusebio Borja lo dejamos bajando del avión en medio de la noche en el aeropuerto de Resistencia en la región del Chaco. El despliegue policial montado por las autoridades argentinas en aquellos días no tuvo éxito. Desde entonces no se supo nada más de él. El periodista deportivo Gonzalo Valencia, que trabajaba en aquellos tiempos entre Pereira y Manizales, me comentó que se decía que, unos cinco años después del secuestro, Borja había llamado a algunos miembros de la comunidad paraguaya mientras estaba de vacaciones en la isla colombiana de San Andrés. Nadie lo estaba buscando, nadie lo encontró. “Es raro”, me comentó Valencia, “yo había practicado con ambos, pero lo que me sorprende de todo esto es Borja, que era una persona inteligente, había estudiado medicina y que además era un buen jugador, de nivel”. ¿Valió la pena para Eusebio Borja esfumarse definitivamente de la vida publica por 25.000 dólares y abandonar una carrera de futbolista que algunos periodistas deportivos de la época veían bastante prometedora? La carrera de Solano López, que tenía 31 años al momento del secuestro, ya estaba por acabarse, pero Borja solo tenía 27 años y todavía algunos por delante como futbolista profesional.

Captura de Francisco Solano López en la prensa colombiana. El Diario del Caribe, viernes 8 de junio de 1973.

Pero algo salió mal en los planes de los dos exjugadores. La idea de secuestrar el avión con un pasamontañas que les cubriera el rostro, algo ingenioso y novedoso por la época, era escabullirse con la plata y, un tiempo después, regresar a la vida normal. Aunque quizá, en el caso de Solano López, más ostentosa de lo normal. Aurelio Balbuena, en Pereira, recuerda que sobre todo Solano López “parecía un artista, mostraba mucho la plata que tenía, se vestía bien, con zapatos de categoría, mocasines argentinos, relojes buenos, cadena de oro”. Quizás hasta hubieran podido volver a jugar con sus amigos de la Pereira paraguaya si todo hubiera salido según lo planeado. 

Sin embargo, al parecer fueron algunos miembros de la comunidad paraguaya quienes advirtieron a las autoridades sobre la posible identidad de los secuestradores del avión, que fue nota de primera página en todos los diarios del continente por unos días. No querían que se manchara el buen nombre de la comunidad paraguaya en una Pereira que tan bien los había acogido.

También para Roberto Heredia, en Ambato, la noticia del secuestro “fue una total sorpresa porque el “Cacho” Borja era una excelente persona, mientras Solano López tenía un carácter muy fuerte”. Hasta tuvo con él una discusión con puños en el entrenamiento.

Solano López y Eusebio Borja tenían caracteres diferentes, y es probable que ese balance fuese el que les permitió emprender una de las hazañas criminales más impresionantes que tuvo lugar en los cielos de América Latina. En un mundo donde la utopía ya se había vuelto realidad, aprovecharon los ideales políticos de la época para intentar cambiar el rumbo de su vida radicalmente en un vuelo que duró un poco más de sesenta horas. 

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