Relatto | El cuento de la realidad
Relatto | El cuento de la realidad

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“No me vuelvo a enamorar”. Esa es una promesa que después de cada ruptura nos hacemos. Sin embargo, de alguna manera nuestro cerebro se las ingenia para volver a engañar al corazón y así olvidar el dolor. Y en menos de lo que nos damos cuenta estamos de nuevo con esas palpitaciones, mariposas en el estómago y esa risita nerviosa cada vez que recibimos un mensaje.

El amor y el olvido son una dulce danza en la que bailan el “darlo todo” y el, de pronto, “querer olvidarlo”. Lo puedo describir tan bien, porque yo también lo he vivido, también he pasado por esta dulce y amarga coreografía. Por esa sensación de plenitud y posterior vacío. 

Después de mi última ruptura, quise nunca haberme enamorado. Una sensación que tuve por primera vez, porque de alguna extraña manera, a pesar del dolor que me dejó el paso de otros excompañeros, siempre cabía la esperanza de un nuevo amor. No sé si es que después de mi largo matrimonio había olvidado qué era sentir el corazón roto, una “tusa”, como se dice coloquialmente en Colombia. Más que roto… vuelto mierda.

El amor y el olvido son una dulce danza en la que bailan el “darlo todo” y el, de pronto, “querer olvidarlo”.

Creo que a esto se le podría titular como “crónica de un dolor anunciado”, porque aunque mis amigos me lo advirtieron, la astrología me lo señalaba y las cuentas no nos favorecían ni en la numerología, yo quería estar ahí. Yo quería, o más bien necesitaba vivir algo diferente. Algo que me moviera el alma, que me hiciera gritar, sentirme viva de nuevo, vibrar, y como en las películas más adolescentes y rosas, sentir el amor. Quería ser la Babi de la película Tres metros sobre el cielo (es una obra maestra de lo que NO se debe aprender del amor. Sin embargo, lo hace a uno vibrar). Quería que un rebelde fuera por mí en moto, que me levantara la falda y me despelucara de una manera que solo Mario Casas, protagonista de ese mismo filme, puede hacer. Es más, creo que hay una parte de mí que sigue esperándolo. 

Pero para pensar menos en Mario Casas, y más en el amor, quería sentir, de verdad. Lo que no estaba en mis cuentas es que sentir no se trataba solo de carcajadas, risas y orgasmos. Sentir también incluía lágrimas y dolor. Todos lo veían venir, pero yo seguía atada a ese cuento de hadas donde el hombre se transforma por la mujer soñada. Él no lo hizo, y la verdad yo tampoco fui la mujer soñada. 

Creo que a esto se le podría titular como “crónica de un dolor anunciado”, porque aunque mis amigos me lo advirtieron, la astrología me lo señalaba y las cuentas no nos favorecían ni en la numerología, yo quería estar ahí.

Tanta pasión se nos salió de las manos, y ese fuego se transformó en celos, en posesión. ¿Y qué le pasa a un ser libre cuando lo encarcelan? Solo busca el momento, un simple descuido, para escapar. Y él escapó. Yo solo vi una escapada, creo que los que estaban cerca a mi las vieron en más ocasiones. Pero fue y volvió. Una, dos, tres veces… y ahí estaba yo esperando en la ventana mi dosis de pasión, sufrimiento, y lo que creía yo que era el amor. 

Con el tiempo tanto vuelo empezó a convertirme en una persona triste. Tristeza que se cansó de llorar y se transformó en rabia. No sé en que momento, no sé cómo. Solo sé que cuando no expresamos lo que nos aturde, explotamos, y no de la mejor manera. Incluso las expresiones de felicidad. 

Yo exploté, y me convertí en mi peor versión. Una mujer celosa, insegura, con rabia. Ofendía cada vez que podía y mi ego sacaba los argumentos más hirientes para supuestamente ganar todas las peleas y dejar a mi compañero vencido. En realidad, nunca fue una pelea con él, era una pelea conmigo misma. 

¿Y qué le pasa a un ser libre cuando lo encarcelan? Solo busca el momento, un simple descuido, para escapar. Y él escapó.

Una pelea por traicionarme, una pelea por no ser capaz de poner límites. Una pelea por olvidarme de quien era yo a cambio de que él se quedara un día más a mi lado. Cada día me iba desvaneciendo, ya ni me reconocía en el espejo. En mi cara, mi pelo, mi cuerpo, se veían los reflejos de mi cambio de esencia. Estaba viviendo una soledad no reconocida, porque él ya casi nunca estaba. Su cuerpo sí, su mente no, su corazón creo que nunca llegó. 

Y hoy, desnudando mi corazón, creo que yo si lo percibía, o por lo menos lo sentía. Pero no lo quería reconocer. Como buena representante del signo Virgo, no quería perder. No se pierde en el amor después de un divorcio, pensaba, no se fracasa dos veces. Cuando el fracaso real era permanecer ahí, con él y con esa versión aburrida, triste y recriminadora en la que me había convertido. 

Todavía recuerdo el día que se fue. Yo estaba tirada en el piso, sin poderme levantar. Sintiendo como físicamente se me rompía el corazón. Antes de sentirlo creía que esa fractura era un mito, hoy puedo dar fe de que sí se resquebraja, sí duele. Pero también, como todo desgarre muscular, se regenera y se hace más fuerte. 

Y hoy, desnudando mi corazón, creo que yo si lo percibía, o por lo menos lo sentía. Pero no lo quería reconocer.

Intenté meditar, hacer yoga, correr. Pero todo terminaba en lágrimas, en esa misma sensación que me quemaba el pecho, y de la cual no podía recobrarme. Quería que llegara rápido la noche, y aunque mi cama se sentía más fría de lo común, mis lágrimas terminaban en una tranquila siesta. Descansaba, aunque poco porque, como si se tratara de un implacable despertador, a las 4:00 a.m. volvía ese quemón en el pecho a recordarme que estaba viva. 

Parecía un cuento eterno. Pero no lo es. Cada día las lágrimas fueron disminuyendo, mis horas de sueño aumentando, y yo encontraba maneras de sentirme mejor, y llenar ese vacío que creía que él había dejado. 

Un día llena de coraje, me levanté de la cama y dije: “Es suficiente”. Y aún con aquel dolor, tomé lápiz y papel para empezar a documentar mi renacimiento. El Ave Fénix también cayó, pero se levantó para volar con más fuerza, más sabiduría y más luz. Y eso quería hacer yo. 

No se pierde en el amor después de un divorcio, pensaba, no se fracasa dos veces.

Todavía tengo ese documento que, sin exagerar, está marcado entre cada palabra por lágrimas. Ahora que lo pienso debí hacerlo en computador, pero no daba para tanto. Hice un plan para conectarme nuevamente con mi brillo. Con la Alexandra alegre, tranquila, que confiaba en la vida y creía en el amor.

No fue fácil, pero creí con toda la fe que iba a funcionar. Y funcionó. Parte del plan consistía en conectarme con las pasiones que había olvidado por cederle mi tiempo a mi pareja. Recordé qué me hacía feliz, qué me hacía reír, gritar o estar en paz. Cuando regresé a mí, como por arte de magia mis amigos reaparecieron. Me pudieron volver a encontrar, ya no estaba desvanecida en un personaje. Como si me hubieran practicado un exorcismo, la energía salió de mí y me pude volver a sentir a mí misma. Libre, tranquila, en paz. Durmiendo toda la noche, sonriendo aunque las noches fueran frías. Con el disfrute de la soledad a la que tanto tememos. 

Recordé qué me hacía feliz, qué me hacía reír, gritar o estar en paz.

Escuché a mis fantasmas y a mis miedos. Y entendí que nunca fue mi compañero el que me creó ese vacío. Yo lo traía de muchos años atrás, marcado, reflejado en otras relaciones, estaba ahí queriendo gritar desde hace tiempo. Era esa niña en mi interior que quería ser sanada pero que solo sabía hacer pataletas. 

Cuando entendí que era mi responsabilidad llenar mi corazón y mi vida, descubrí mi superpoder. Poder que a veces se debilita, pero que ejercito a diario para que se haga más fuerte y no llegue otro hombre como una criptonita a debilitarme de nuevo, a dejarme en el suelo, a callar mi voz, y menos con mi permiso. 

Durmiendo toda la noche, sonriendo aunque las noches fueran frías. Con el disfrute de la soledad a la que tanto tememos. 

Hoy no tengo pareja, pero me siento más que amada. Por mis amigos, mi familia y gente que llega a mi vida todos los días. Lo mejor es que me he aprendido a querer. Sé que suena a frase de Facebook, pero irónicamente funciona. La clave está en tener una estrategia y llevarla a la acción. Hay días en los que no me gusto, así que para no ofenderme ni me miro al espejo. Hay días en los que me siento como si estuviera tirada en el suelo, así que escojo estar acostada, pero eso sí, lo más cómoda posible. Hay días en los que incluso me he vuelto a enamorar, pero cuando veo que la historia se puede repetir recuerdo que primero me debo cuidar a mí misma, por eso agradezco el aprendizaje, me voy y sigo mi camino.

Voy por la vida con el corazón abierto, a veces también cerrado. Pero entiendo que nadie me va a amar como yo. De manera que a eso le trabajo, porque como en las películas animadas al mejor estilo Kung Fu Panda, la luz viene de adentro, es lo que nos sostiene y, además, atrae como un imán. 

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