Durante el Pleistoceno tardío era común que los mamuts se empantanaran a orillas del Lago de Xaltocan. Es una imagen triste. Allí morían devorados por la fauna depredadora del norte de la Cuenca de México. Tal vez también por personas. Recientemente, a unos 15 kilómetros del lago, se han encontrado dos posibles trampas de mamut de hace 15 mil años, lo que ha revivido el interés sobre la verdadera antigüedad del hombre en esta parte de América, a la sazón de clima frío, lluvia constante e infinitos pastizales. Quién sabe a qué olería el entorno.
Hoy huele a nuevo y a polvo, por las obras del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, AIFA, próximo a inaugurarse este 21 de marzo en el lecho del lago, desecado hace cosa de un siglo. Allí laboran unas 36 mil 600 personas.
Pero también los mamuts atascados. En su caso en forma de huesos y como piezas de exhibición en un novísimo Museo Paleontológico. No todos, por supuesto. Se han localizado más de 600. Una marca latinoamericana que nadie esperaba al comenzar las obras en octubre de 2019. Ni siquiera mi amigo que trabaja en el AIFA y cuyo nombre prefiere no revelar (tampoco el cargo). Trae puesta una camiseta de Batman, así que podemos llamarle así.
Pieza de exhibición en el Museo del Mamut.
Batman me muestra los avances del aeropuerto a pocas semanas de su primer vuelo. Un domingo y de noche. Salvo por algún velador que pide que nos identifiquemos, hacemos el recorrido a solas.
Una semana más tarde, regreso para nutrir mi crónica, la cual se aboca en aquellos detalles de los que no se habla en los medios de comunicación, más enfocados en el trasfondo político del proyecto, el más ambicioso en términos de infraestructura del presidente Andrés Manuel López Obrador. Incluso más que el Tren Maya y la Refinería Olmeca en Dos Bocas.
¿Cómo luce el AIFA –y la Base Aérea vecina– a inicios de febrero de 2022? ¿Qué podemos esperar? Ensayemos algunas respuestas. Sin apasionamientos. ¿Será esto posible con una opinión pública cada vez más tendiente a la radicalización?
Hoy huele a nuevo y a polvo, por las obras del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, AIFA, próximo a inaugurarse este 21 de marzo en el lecho del lago, desecado hace cosa de un siglo. Allí laboran unas 36 mil 600 personas.
“México es libra, eso explica muchas cosas.” La ocurrencia es de Batman cuando le cuento que el Acta de Independencia fue firmada un 28 de septiembre. Reímos de buena gana. Sólo nos ponemos serios al contemplar un anuncio en una barda que dice: “Internamiento Esquizofrenia”. No es el único en este camino entre la Ciudad de México y el municipio de Zumpango, en el Estado de México. Seguro hay un montón de casos.
Todo ha ocurrido muy rápido. Hace rato, en un restaurante del Centro, le preguntaba a mi amigo por su trabajo y entonces me propuso de golpe: “¿Y si vamos de una vez y te enseño? Aquí tengo mi camioneta”.
Batman es libra también, lo que quizá explique el impulso.
No sé bien adónde nos dirigimos. En las noticias se oye hablar de Santa Lucía, una antigua hacienda jesuita al norte de la ciudad, pero no todo el mundo tiene muy claro dónde queda exactamente. Suena lejos. Es la costumbre de vivir con un par de terminales aéreas en plena ciudad.
Batman maneja en efecto hacia el norte. Por la salida a Pachuca. Pasando por Ecatepec y Tecámac, municipios conurbados con un interés patrimonial e histórico más interesante de lo que se suele pensar, para arribar unos 60 minutos más tarde a Santa Lucía, en Zumpango, donde terminan de construir el AIFA.
Esto en la Zona Metropolitana del Valle de México, megalópolis cuya cabecera es la Ciudad de México.
To the center of the city where all roads meet…
Logotipo del AIFA, al interior de la terminal aérea.
Oyendo a Joy Division, charlamos sobre el origen del ejército mexicano y el país en general. ¿Cuándo nació México? En septiembre de 1821. ¿Y nuestro ejército? En Acámbaro, Guanajuato. ¿Quién fue el primer general? Miguel Hidalgo y Costilla. ¿Cuál es la función de un ejército? Servir al país. Tiene claros los conceptos mi amigo, asimismo un cuidadoso tono institucional:
–El ejército es apolítico y no es extraño que el presidente, este o el que sea, eche mano de él para un proyecto como el AIFA. Finalmente los militares son el brazo leal del Poder Ejecutivo.
–¿Es este un aeropuerto militar?
–No. El presidente es el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, pero eso no significa que vivamos en una dictadura militar. Del mismo modo, el AIFA lo construye el ejército, en conjunto con otros organismos, pero no por ello es un aeropuerto del ejército.
–¿Ni siquiera en su administración?
–Sólo indirectamente. La empresa de participación estatal mayoritaria le rendirá cuentas al ejército, ya que las ganancias irán destinadas a las pensiones de los militares retirados.
El ejército es apolítico y no es extraño que el presidente, este o el que sea, eche mano de él para un proyecto como el AIFA. Finalmente los militares son el brazo leal del Poder Ejecutivo.
Hemos tomado esta ruta, la de los transportes de carga –el AIFA tendrá una fuerte vocación carguera– por ser la única transitable de momento. Para ser domingo, sorprende el tráfico pesado. Es por los carriles que le están agregando. Pero pronto estrenarán un camino desde la caseta de peaje de Tultepec para llegar por el Circuito Exterior Mexiquense. Otra opción, desde el oriente, será la carretera libre México-Tonanitla. En cuanto al transporte público, el Mexibús empezará a dar servicio este año y el Tren Suburbano hasta el próximo. Mientras tanto, podrán tomarse autobuses desde diferentes puntos de la Zona Metropolitana, sobre todo centros comerciales, con un costo que oscilará entre los 50 y 150 pesos por viaje.
Interior de la terminal aérea.
Un Uber desde el Centro de la Ciudad de México saldría en alrededor de 500 pesos. Habrá quien lo pague, pero a esa persona le convendría, mejor, usar las terminales de acá. Lo malo es que nadie podrá tomar este tipo de servicio desde el AIFA. Dizque.
“No faltará el que insista en que el AIFA sí es militar” –prosigue Batman, la sonrisa amplia, el corazón patriota– “porque comparte espacio con la Base Aérea Militar No. 1, que es el centro logístico más importante del ejército”. La Base continuará funcionando igual, como desde 1952. Sólo que en paralelo. Lo que a decir verdad ya sucede en otras partes del país. Por ejemplo en Cozumel.
Entonces retomo nuestra conversación histórica, tanto hablar del ejército me pone nervioso:
–Bueno, pero ¿quién fue el primer mexicano?
–Tanto no sé. Pero de seguro algún militar.
–O esquizofrénico.
–No creas que se excluyen.
Hemos llegado. Lo primero que visitamos, sin bajarnos de la camioneta, es la Base Aérea. Porque así lo ha decidido Batman. Pero la mayoría de los usuarios del AIFA ni cuenta se darán de esta parte. A no ser que se dirijan a los museos. Ya llegaremos a ellos.
Mi amigo muestra su credencial en la caseta de acceso, y mi reacción inconsciente es acomodarme bien el cubrebocas. Siento que invado un lugar privado, que debo comportarme a la altura. Batman me enseña, por fuera, las unidades habitacionales donde viven los militares con sus familias. Más de 900 viviendas, todas nuevecitas. Lucen muy dignos los espacios públicos, con sus palmeras en los camellones, áreas de juego para los niños y antiguos aviones en cada glorieta.
Parece otro país. Con hospital, hotel, campus educativo, centro cultural (dentro de un tren histórico), museos y hasta centro comercial con cine y boliche.
Lenta se pone la tarde en este paisaje marciano, más que marcial. La luz color durazno bordea el ancho horizonte. Este terreno sirvió mucho tiempo como centro de adiestramiento de paracaidismo para el ejército.
Plaza La Mexicana que da acceso a la terminal aérea.
Mientras maneja, Batman me aclara que el AIFA no es un reemplazo de las terminales 1 y 2 de la Ciudad de México. Tampoco una terminal 3. Sino un aeropuerto aparte, desvinculado del de la capital. El cual dará servicio a un mercado distinto, uno nuevo. Tanto de carga como de pasajeros. Lo que democratizará el espacio aéreo y aligerará el tráfico aéreo del centro del país.
Es decir que todo capitalino que desee evitar el AIFA podrá hacerlo sin mayor problema. Contrario a lo que se pensaba hacer en Texcoco, el aeropuerto cancelado del que ya se hablará más tarde. Y del que pulula información en Internet (aunque no tanto como las opiniones).
La Base Aérea parece otro país. Con hospital, hotel, campus educativo, centro cultural (dentro de un tren histórico), museos y hasta centro comercial con cine y boliche.
Ahora suena una canción de Brandon Flowers. Batman se esmera, voluntaria o involuntariamente, en ambientar nuestra visita con un soundtrack adecuado: Have yourself another dream, / tonight maybe we can start again, / only the young can break away, break away.
Entonces pasa lo que estaba esperando. Atisbo la terminal aérea. Es enorme, enclavada en un entorno súper árido. Poco más de un kilómetro de largo. Nada que ver con la “central avionera” de la que yo había leído en Twitter.
En la entrada siguen sin colocar la estatua monumental de 10 metros de Felipe Ángeles, el general humanista de la Revolución Mexicana a quien está dedicado el AIFA. Una figura histórica que admira el presidente López Obrador y quien alguna vez sentenció: “La política no es un fin, la Revolución no es un fin; son medios para hacer hombres a los hombres, nada es sagrado excepto el hombre”.
Ya no tardan en hacerlo, tiene que estar lista para mediados de marzo.
El AIFA nacerá aries.
Lo que sí diviso, a lo lejos, enhiesta como un faro incandescente, es la torre de control del AIFA, que ha iniciado operaciones desde el primero de enero. Tiene forma de macuahuitl, el arma de madera y filos de obsidiana con el que lucharon los aztecas contra los españoles en el siglo XVI.
–¿Quién diseñó el aeropuerto?
–Ha sido un trabajo en equipo. Pero en gran medida el ejército. Desde el general Gustavo Vallejo, responsable de la obra, hasta el agrupamiento de ingenieros militares. La capacidad técnica y constructiva de este cuerpo es una de las principales fuerzas de nuestro ejército, de la que no se tenía gran conocimiento antes del AIFA.
Presencia del general Felipe Ángeles en la Base Aérea.
Nos bajamos del coche en la Plaza La Mexicana cuya superficie equivale a dos terceras partes del Zócalo capitalino. La entrada a la terminal. Aquí confluirán los que llegan en coche, Mexibús, autobuses foráneos y Tren Suburbano.
Entonces me quedo sin pila en el teléfono. ¿Cómo voy a hacerle para las notas y fotos? No traigo cargador ni hay papel ni bolígrafo. Así, lo que sucede a continuación –la parte jugosa del recorrido– es una especie de sueño expansivo, de embriaguez que sólo alguien que ha caminado por un aeropuerto vacío es capaz de entender.
El diseño del AIFA ha sido un trabajo en equipo. Pero en gran medida el ejército. Desde el general Gustavo Vallejo, responsable de la obra, hasta el agrupamiento de ingenieros militares.
Transitamos por partes oscuras en obra entre gris y blanca. Ninguna tienda instalada. Los mostradores sin armar todavía. Veo una reproducción del Calendario Azteca, da la impresión de ser de tamaño natural. Batman me colma de datos que, sospecho, no podré retener. Pero al final sí me acuerdo, nebulosamente: el novedoso sistema de iluminación indirecta, un mecanismo para no rebasar el 3% de equipajes perdidos (por debajo de la recomendación internacional), el mayor número de aisladores sísmicos de Latinoamérica, tecnología biométrica para los controles de seguridad, 50% de energías limpias, 4 mil lugares de estacionamiento…
Pero más allá de los datos, lo primero que asombra es el techo tan alto. Y la capacidad de recibir a una gran cantidad de personas. ¿Serán las nociones de sana distancia que el covid ha dejado? También llama la atención la ausencia de un diseño vanguardista, apantallador. El AIFA no es un statement arquitectónico, como lo sería, por decir, la madrileña terminal 4 de Barajas, del arquitecto Richard Rogers, sino una solución eminentemente práctica. Un aeropuerto diseñado por militares mayormente.
Uno de los baños en la terminal aérea.
Luego están los baños –treinta y tantos– que tanto estupor han provocado desde que hace unas semanas se compartieran imágenes en las redes sociales. Mucha gente se mofó entonces de su diseño gráfico. “Parecen de pulquería”, dijeron algunos.
Tomo fotos desde el teléfono de Batman: uso iconográfico de Cri-Cri, María Félix, el Metro de la Ciudad de México, ídolos de la lucha libre, el programa de Pueblos Mágicos, el Bosque de Chapultepec, las trajineras de Xochimilco… Representaciones de la mexicanidad, o de la identidad capitalina, o más bien del turismo en México. Los niños y turistas extranjeros van a adorar estos baños. En cambio los opositores del gobierno actual van a comerse vivo, no al general Vallejo ni al agrupamiento de ingenieros militares, sino al mero presidente. El mamut más conspicuo.
El AIFA no es un statement arquitectónico, como lo sería, por decir, la madrileña terminal 4 de Barajas, del arquitecto Richard Rogers, sino una solución eminentemente práctica.
Huele a polvo y a nuevo, decía. También a plástico y fuego. No hay ruido en la noche. Las estrellas brillan como en una canción. Ahora estamos de pie en la plataforma, que es donde se estacionan los aviones, que desde luego no han llegado. Para el 21 de marzo habrá 45 posiciones comerciales (28 en prepuentes, cinco en plataforma y 12 remotas). En total, 99 posiciones sumando aviación general y carga.
Estamos solos, nadie se fija en nosotros. Podríamos gritar y ni los veladores oirían. Podríamos besarnos. Es el escenario ideal para cometer un crimen. O tocar un tema escabroso: el aeropuerto cancelado de Texcoco.
Resumo aquí las respuestas de Batman, experto en estructuras y apasionado del subsuelo de la Cuenca de México, el cual ha estudiado.
El aeropuerto de Texcoco era un proyecto buenísimo, sólo que estaba saliendo muy caro y excediendo los tiempos. No se podía controlar el suelo arcilloso tan expansivo, después de todo un lago profundo (a diferencia del de Xaltocan, con un lecho más superficial), lo que volvía necesario que pasado un tiempo se requirieran reencarpetamientos sucesivos en las pistas, como de hecho ocurre hoy en las terminales 1 y 2 de la Ciudad de México, provocando un terrible embotellamiento aéreo. A la larga, iba a salir más caro el caldo que las albóndigas, el mantenimiento que la construcción.
Para el 21 de marzo habrá 45 posiciones comerciales (28 en prepuentes, cinco en plataforma y 12 remotas). En total, 99 posiciones sumando aviación general y carga.
El aeropuerto se hubiera empantanado irremediablemente como en el Pleistoceno. Es una imagen triste.
Contrario a lo que muchos creen, hacer un aeropuerto en Santa Lucía no es un capricho de López Obrador. Ya desde el período del presidente Felipe Calderón (2006-2012) hubo planes de hacerlo. Sólo que entonces la pretensión era retirar la Base Aérea, lo que no resultaba viable.
Es normal que mucha gente esté molesta con la cancelación del aeropuerto de Texcoco –dice mi amigo– , “yo mismo lo estaría si hubiera perdido inversiones así se grandes como las que se perdieron”.
Noto el logotipo del AIFA en una pared: un par de alas que semejan las defensas de un mamut –los dientes incisivos largos que llamamos colmillos– y a la vez el bigote de Felipe Ángeles. Alas, mamuts y un revolucionario apellidado Ángeles. Todo en un suelo mucho más controlable. Lo que convierte al AIFA en un proyecto más factible y veloz que el de Texcoco.
Volvemos al coche. Batman pone una canción, “In Fantasia” de Kishi Bashi, rara y bonita, como la sensación de recorrer a gran velocidad una de las tres pistas simultáneas. Cada una con una longitud de 4.5 kilómetros. Una será de uso exclusiva para la Base Aérea.
One by one we build an empire where devils roam and breed.
Pero también: Innocence is not a virtue in times of need.
Sólo dos pistas para el AIFA. Son pocas, ¿no? Mi amigo me responde con un dato sorprendente: actualmente las terminales 1 y 2 de la Ciudad de México comparten una sola. Porque regularmente cierran una para reencarpetar la otra.
Es normal que mucha gente esté molesta con la cancelación del aeropuerto de Texcoco –dice mi amigo–, “yo mismo lo estaría si hubiera perdido inversiones así se grandes como las que se perdieron”.
Regreso al AIFA una semana después para continuar el paseo. Las tres o cuatro horas de la vez pasada no fueron suficientes para conocer el Museo Paleontológico ni el Museo Militar de Aviación, ambos al interior de la Base y visitables por cualquiera que así lo desee, pues habrá transporte directo desde la terminal aérea.
Hoy intento llegar en autobús al aeropuerto. Desde el Metro Potrero salen unidades de pasajeros constantemente. Finalmente opto por pedir un Uber, justo me acaban de vacunar contra el covid y ya comienzo a sentir la fiebre. El viaje a Tecámac dura más o menos una hora, es sábado. Afuera de la parroquia me quedo de ver con Batman. Allí abordaremos su camioneta, ya estamos muy cerca del AIFA. Ahora sí traigo pila suficiente en el teléfono.
Pero antes recorremos el pueblito. Es lindo, sin alcanzar el grado de pintoresco. Su actividad ha ido transformándose en los últimos meses a causa del aeropuerto. Se puede notar en el tipo de negocios que empiezan a prosperar. Nos metemos a uno de litros de cerveza y alitas. La juventud parlanchina se abre paso entre la música gringa. Al salir, un anuncio: “Depresión, ansiedad, neurosis…”. Seguro hay un montón de casos.
Las tres o cuatro horas de la vez pasada no fueron suficientes para conocer el Museo Paleontológico ni el Museo Militar de Aviación, ambos al interior de la Base y visitables por cualquiera que así lo desee, pues habrá transporte directo desde la terminal aérea.
Tiene razón el escritor Azorín, el paisaje es espíritu y nos refleja a los hombres. Arriba de nosotros este cielo muy alto, como de arquitecto brutalista: falsa bóveda sobre una viejísima comarca otomí, teotihuacana, chichimeca, tepaneca, acolhua, azteca... Abajo este suelo terroso, de zacate tristón que no se alegra ni con la llovizna de una tarde de invierno maduro.
Añorantes muros de piedra cohabitan con crecientes autoconstrucciones de varilla y tabique expuesto. Se escucha el tren cerca. En la plaza principal hay una estatua del compositor local Felipe Villanueva, ampliamente conocido durante los últimos años del siglo XIX. Hoy pocos se acuerdan de sus obras románticas.
Al día siguiente nos plantamos delante de la Exhacienda Santa Lucía, de la segunda mitad del XVI. Ya estamos dentro del aeropuerto, en la zona de Servicios Aeroportuarios. La capilla jesuita presenta una portada con arco de medio punto, al estilo renacentista. Sólo le hace falta su alfiz. Y el retablo salomónico extraviado hace tiempo. Lástima que el casco sólo vaya a funcionar como centro de convenciones y no cualquiera tenga la oportunidad de conocerlo.
Capilla de la Exhacienda Santa Lucía.
Muchos albañiles, trafitambos, material para los acabados. Me quedo con ganas de platicar con alguno. Se les ve ocupados, así que es mejor no molestar. La de cosas que han de haber encontrado… Ya se prepara una vitrina con algunos hallazgos arqueológicos.
En el límite sur poniente de la Base se ha detectado también una aldea agrícola de entre el 600 y el 900 de nuestra era. En la región de Xaltocan, por su parte, se han explorado siete espacios que han arrojado abundante cerámica y enterramientos humanos. Tales vestigios han sido resguardados cuidadosamente.
Enseguida visitamos mi amigo y yo el Museo Militar de Aviación cuya arquitectura ofrece el aspecto de un hangar. Es grande. En el patio se exhiben aeronaves que sirvieron al ejército en diferentes épocas. Me llama la atención un avioncito llamado Pinocho, construido en Zitácuaro, Michoacán, en 1936. Hay piezas maravillosas. También salas de exposición, como una sobre la participación de México en la Segunda Guerra Mundial.
Piezas de exhibición en el Museo Militar de Aviación.
Me entero de que la Fuerza Aérea Mexicana cumplió 100 años apenas en 2015. Se ignora tanto sobre el ejército… La idea, me dice Batman, es que los civiles visiten el museo, desde los alrededores, pero también desde la Ciudad de México. Grupos escolares, por ejemplo.
Luego de recorrer el recinto, aún sin inaugurar, y tomando distraído algunas notas en mi teléfono, choco contra una viga de acero que me raspa la cara y rompe el armazón de los lentes. Pienso que debe de existir una lección oculta en este pequeño accidente. Sigo sin saber cuál. Se me proporciona alcohol y pegamento. Siento todo el poder del ejército en mi persona. La pasión por el servicio, como leo en un uniforme.
Piezas de exhibición en el Museo del Mamut.
El otro museo es el Paleontológico, que todos aquí conocen como Museo del Mamut y cuyo nombre oficial es Quinametzin, palabra en náhuatl que hace alusión a la raza de “gigantes” que habitaron la Cuenca de México hace miles de años. O sea los mamuts y otras especies grandotas como camellos, caballos, perezosos, leones y dientes de sable.
Veo sus respectivas representaciones, cortesía del habilidoso artista Sergio de la Rosa. Paleo-artista, especifica él.
También reparo en el esqueleto armado de un mamut que habrá tenido unos 47 años al momento de su muerte (su especie es capaz de alcanzar los 80). Mide 3.25 metros hasta la altura del hombro. Noventa por ciento de sus huesos han podido ser rescatados.
Al terminar mi visita, charlo con un curador y una restauradora de la empresa Silicio X Multidiseño, contratados para realizar la museografía. Se les percibe exultantes, ultimando detalles a pocos días de la apertura. Les entusiasma el tono multidisciplinario del proyecto, operado en conjunto con el Instituto Nacional de Antropología e Historia, aunque presupuestalmente manejado por la propia administración aeroportuaria. Hasta un centro de investigación paleontológica se ha creado, el único en funciones en toda la República Mexicana.
El otro museo es el Paleontológico, que todos aquí conocen como Museo del Mamut y cuyo nombre oficial es Quinametzin, palabra en náhuatl que hace alusión a la raza de “gigantes” que habitaron la Cuenca de México hace miles de años.
El Quinametzin es un museo precioso, nuevecito, muy grande. Todo en Santa Lucía se ve muy grande. En la sala de exposiciones temporales destaca una frase del arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma: “El arqueólogo tiene el poder de dar vida a lo muerto”.
Platico con la restauradora, de nombre Mónica Pinillos:
–Así que también hay arqueología en el museo.
–Sólo en esta exposición, que es primera temporal que se hace.
–¿De quién son los tres esqueletos?
–Pertenecen al museo, pero en un sentido más estricto a los pobladores de la región, ya que forman parte de su herencia natural y cultural.
–Me refiero a que quiénes fueron estas personas.
–Ah, fueron nahuas del posclásico, de la ciudad-estado de Xaltocan, uno de ellos tenía en el cráneo un bezote, por lo que pudo tratarse de un personaje ilustre.
–Aunque igual de muerto que los demás.
–Sólo que unos tienen más suerte y acaban exhibidos en un museo. Yo prefería eso que terminar bajo tierra…
–¡Al contrario! Qué horror que tantos desconocidos vean mis huesos y los suban a Instagram.
–Para nosotros son más que huesos. Se trata de personas, de sus restos, que merecen todo nuestro respeto. Nos informan sobre el pasado y hacen que nos preguntemos por el presente. Son muy útiles.
–¿Cómo ves el presente?
– Muy emocionante, estamos descubriendo mucho sobre la región. Ojalá el museo motive a que más gente se interese en el tema.
Ojalá.
Interesarse y mantenerse abiertos –me quedo pensando– es lo que nos vuelve a los hombres más hombres, y nada es sagrado excepto el hombre.
Quizá lo entendamos cuando estemos todos convertidos en un montón de huesos empantanados. Todos iguales. Oliendo a nuevo y a polvo, a plástico y fuego. Sin apasionamientos. Ni esquizofrenia.