Chivas es un equipo especial en México. Decidido a jugar solo con futbolistas oriundos del país, ha provocado una arbitrariedad que le ha llevado muchas veces a tener panoramas tempestuosos. Al mismo tiempo esta decisión le ha significado un súbito fulgor entre sus aficionados.
Ser de Chivas significa ser mexicano, enaltecer raíces y costumbres, buenas o malas, de un país que se caracteriza por la autodestrucción y, al mismo tiempo, por el resurgimiento. En el fútbol las Chivas pasan de la suavidad a lo pétreo en un pestañeo. Si ganan, atribuyen su éxito a que lo lograron solo con mexicanos, y si pierden, la culpa es de la desventaja de jugar solo con mexicanos.
En México hay rituales intocables, como la religión, el fanatismo y las Chivas, casi siempre uno de la mano del otro. Es común relacionar a la Virgen de Guadalupe con las Chivas, al chile y al águila posada en un nopal del escudo patrio con un equipo que, curiosamente, no lleva en su uniforme el mexicanismo que presume.
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El delantero Santiago Ormeño produjo la última polémica del Rebaño Sagrado (como se le llama a veces a las Chivas). Regido bajo sus propios dogmas, el Guadalajara, se ha puesto el pie a sí mismo.
El empresario Jorge Vergara, quien compró al equipo en 2002, creía que los naturalizados afectaban el desarrollo de los jugadores mexicanos y, diez años después, en noviembre de 2012, determinó una autorrestricción que implicaba que solo pudieran participar en su equipo los jugadores que eligieron estar con el Tri (Selección mexicana de fútbol) y no con otro país.
Santiago Ormeño tomó la decisión de anotarse con Perú en 2021 y con esa escuadra jugó la Copa América, eliminatorias y un amistoso, un total de 11 partidos, por lo que el decreto al interior de las Chivas quedó invalidado.
El delantero Santiago Ormeño. / Chivas de Guadalajara.
Walter Ormeño, padre del Santiago, piensa, que las cosas se exageran: "Santiago es el que menos culpa tiene, creo que la afición de Chivas es extremista y hace todo este escándalo". Y es verdad, Santiago Ormeño nació en Ciudad de México en febrero de 1994. Creció en la Colonia Nápoles, zona de abolengo en el centro de la urbe y se arrimó a las inferiores del América porque su abuelo, Walter Ormeño, fue portero en este equipo. Con raíces peruanas, intentó a codazos abrirse un hueco en el fútbol mexicano. Incluso un tiempo probó suerte en las Chivas, que lo dejaron ir, con los Pumas y en su desesperación hasta en Perú, con el Garcilaso. Aunque debutó en 2018 con el Puebla, su vida cambió cuando regresó en 2020 y en medio de la pandemia de covid, resaltó en los torneos de videojuegos que hizo la liga para suplir los partidos suspendidos.
En México hay rituales intocables, como la religión, el fanatismo y las Chivas, casi siempre uno de la mano del otro.
El problema para las Chivas es que despiertan de golpe. Inundados en sus constantes problemas de plantel y gol, se enredan en nacionalismos sin cortapisas. El fondo es que jugar solo mexicanos es la bandera que les abre contratos y el amor de la gente. Gracias a ese perfil cotizan alto y son el equipo que más seguidores tiene, por lo que su publicidad en las playeras es la más cara y sus contratos de televisión son los mejores pagados. Es decir, si Chivas contrata a un extranjero en contra de su naturaleza, se acaba la mina de oro.
El caso de Ormeño es solo una nube más entre la oscuridad que ha reinado en el equipo. No es la primera vez que un hombre no nacido en tierras mexicanas juega para Chivas. Los decretos constitucionales afirman que un mexicano lo es por nacimiento en este país, por tener padres mexicanos o por naturalización.
Su primer jugador extranjero entró a la escaudra en 1939, cuando sus axiomas todavía no estaban estipulados. Wintilo Lozano nació en Phoenix, Arizona, pero formaba parte del equipo cuando se lanzaron a la liga profesional, dejando el oeste del país. De ahí han pasado hasta seis jugadores de padres mexicanos pero nacidos en ciudades como Los Ángeles, Sacramento o Maryland.
Gracias a ese perfil cotizan alto y son el equipo que más seguidores tiene, por lo que su publicidad en las playeras es la más cara y sus contratos de televisión son los mejores pagados.
Las Chivas, condenadas a la perpetuidad, fueron el reflejo del fútbol nacional ante el mundo y, con su filosofía puesta a prueba de balas, terminaron por regresar con el ayate agujereado. El mexicanismo funcionaba y era bien visto, sin embargo, tantas tradiciones caducaban al subirse a un barco, por eso, el ‘Mal del Jamaicón’ es un síntoma que se desprendió de las rayas rojas y blancas y persiguió a los futbolistas nacionales incapaces de adaptarse a jugar en el extranjero.
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Era valiente en la cancha, áspero, de esos defensas pegajosos que flagelan a los delanteros y los orillan al borde de la exasperación. José Villegas (conocido como el Jamaicón Villegas) se sienta en un banquito en medio de su patio que a la vez es la fachada de su casa, suspira, encorva los bigotes y se aprieta las manos con ansiedad. Exhala un vahído despacio y mira con esos ojos acuosos como si las cosas buenas se fueran alejando a galope.
Vive en un pueblito de Guadalajara, llamado La Experiencia, que tiene una iglesia azul de epicentro y un pequeño quiosco, tan similar a todos los pueblos.
Fue hijo de una secretaria que trabajaba todos los días en un despacho de abogados a unas calles cercanas y lo dejaba ahí en la casa, tras la reja, llorando de tristeza. Un vecino que pasaba en plan de mofa le decía: —cállese, no sea jamaicón (chillón)—. Hay palabras que no necesitan ningún barniz, para el fútbol mexicano, el Jamaicón se convirtió en una cruz negra.
Villegas era un chico delgado al que la cara le brillaba, no se sabía si de sudor o de pura fe por ser futbolista. Se esforzó por llegar lejos, hasta ser incluido en el primer equipo de las fantásticas Chivas Rayadas del Guadalajara que comenzarían su camino de campeonísimo.
Si Chivas contrata a un extranjero en contra de su naturaleza, se acaba la mina de oro.
“A mí se me salían las lágrimas por todo. Cuando mi mamá se iba a trabajar, cuando acababa un partido, cuando era navidad. Es que yo soy así”, contó alguna vez.
Aunque melancólico, bien que era una fiera en la cancha, muralla impenetrable que se atrevía a todo y que fue capaz de frenar al más habilidoso del mundo: Mané Garrincha. Tampoco le temió a Pelé, lo mismo le daba que fueran franceses o sudamericanos. Amaba a las Chivas y a su casita. El problema provenía del proceso.
Durante los largos traslados a los mundiales de fútbol en Europa, José Villegas se quedaba mirando el cielo o el mar con esos ojos vacíos, esos que delatan sumo desasosiego. Alguna vez, en una cena de gala en Suecia en honor a la selección mexicana que competiría en el Mundial de 1958, Villegas se salió del comedor y sentado en las baldosas miraba por los intersticios de la puerta para que no lo fueran a hallar llorando. Echaba de menos su casa, su comida y su familia.
Cuando el técnico Ignacio Trelles lo encontraba, le preguntaba acongojado por el motivo de su desvarío, “es que no me gustan esas cosas raras que nos dan de cenar, extraño mis frijoles, mis tortillas, un chile verde bien picoso. Quiero regresar a mi pueblo, con mis animales de rancho”.
Aunque melancólico, bien que era una fiera en la cancha, muralla impenetrable que se atrevía a todo y que fue capaz de frenar al más habilidoso del mundo: Mané Garrincha.
Durante los viajes era inevitable que Villegas mostrara un aspecto desastrado por el llanto y sus mismos compañeros le reclamaban, pero la sorpresa venía cuando en la cancha su rendimiento era alto, dispuesto al suicidio por defender la portería mexicana y con calidad de exportación, sin embargo, el sufrimiento de las travesías se convirtió en un verdadero problema psicológico.
El escritor Juan Villoro reconoció este síndrome como inverso al mito de Ulises, que después de la Guerra de Troya anhelaba volver a casa. En cambio este era diferente, “es el de aquel que puede salir de su patria, pero a mitad del camino se arrepiente”, definió.
El Mal del Jamaicón persiguió a los jugadores mexicanos que intentaron explorar el fútbol europeo, les diluyó las emociones. Así pasaron José Manuel ‘Chepo’ de la Torre en el Oviedo y su primo Eduardo de la Torre en el Xerez, Luis Flores en el Sporting de Gijón, Javier Aguirre en el Osasuna, Manuel Negrete en Portugal, Francisco Javier ‘Abuelo’ Cruz en el Logroñés y entrado el nuevo milenio, Pablo Barrera en Inglaterra. Dolidos por su condición de metecos, preferían regresar, cobijarse en el aplauso fácil de la afición conocida. Salvo excepciones destacadas como Hugo Sánchez o Luis García Postigo hasta llegar a Rafael Márquez, los mexicanos pensaban que no estaban capacitados para retos foráneos.
Es que no me gustan esas cosas raras que nos dan de cenar, extraño mis frijoles, mis tortillas, un chile verde bien picoso. Quiero regresar a mi pueblo, con mis animales de rancho”.
Cuesta entender el nacionalismo extremo de Chivas. ¿De dónde surge?
En Guadalajara vivía un hombre que había nacido en Bélgica, Edgar Everaert. Miraba con ojos parcos la ciudad, un pueblo agrandado por las cúpulas de las hermosas iglesias y los paisajes variopintos de árboles y veleidosas mujeres de ojos grandes como gotas de petróleo puro en un campo de cristales. Se había enamorado de más de una y seguro estaba que se casaría ahí, aunque no hablaran el mismo lenguaje.
Algunos años antes había llegado a trabajar como gerente de la tienda ‘Fábricas de Francia’, una departamental instaurada para la colonia de extranjeros en Guadalajara, la mayoría de ellos provenientes de la Barcelonette, una zona de los Alpes. Formó una totémica amistad con el francés Calixte Gas, entre otras cosas porque a ambos les gustaba el fútbol, algo que solo estaba permitido en 1906 en los clubes deportivos o escuelas.
Así que Everaert con el rostro sesgado como una hoja de afeitar, entendió al ver a los empleados mexicanos, con ropas desastradas, que necesitaba motivarlos de alguna manera. En secreto, en unos baldíos traseros a la tienda, organizaba los juegos con esos trabajadores que, una vez entendidas las reglas, no lo hacían tan mal. Pulsaban buena condición física a pesar de su mala alimentación y eran férreos en su respiración, correosos y por supuesto, brutos.
Salvo excepciones destacadas como Hugo Sánchez o Luis García Postigo hasta llegar a Rafael Márquez, los mexicanos pensaban que no estaban capacitados para retos foráneos.
Comprende que la inercia por jugar entre los mexicanitos es un caballo encabritado, entonces contra toda teoría, organiza una reunión para crear un equipo al que pone por nombre, Unión, por aquello de que está confeccionado por extranjeros y nacionales. Hay tapatíos como Rafael Orozco y Gregorio Nieto, pero también un joyero suizo, Max Woog, y franceses como Ernesto Caire, Eugene Charpenel y el catalán Ángel Bolumar. El uniforme sería blanco. Esa noche, Everaert se fue a dormir con muchas sensaciones, 24 horas son pocas para entender que su creación perduraría por más de 100 años y arrebataría el corazón a millones de mexicanos.
Unos años después, Everaert se retrajo en sus planes. Abandonó no solo al equipo, sino al país y le cedió la batuta a Rafael Orozco que era el entrenador. Entre limitaciones, bautizan al equipo como Guadalajara y entonces sí, por llevar la fiesta en paz, deciden adoptar los colores de la bandera de Francia empalmando unas líneas rojas en la playera.
Es así como nace un equipo primaveral que será ganador en la zona oeste de México, destrozador de la moral de varios clubes regionales. Viendo que les quedaba chico su campo de batalla, deciden dar el salto a la liga profesional creada por la Federación Mexicana de Fútbol en 1943. Y al notar que enfrentarían a los viejos equipos españoles y que la encarnizada lucha del criollaje estaba en marcha en el fútbol, un directivo, Ignacio López, levanta el dedo y lanza un decreto una vez que ha salido de firmar el certificado de afiliación: “nunca más las Chivas jugarán con extranjeros”.
No hubo un reglamento ni tampoco un escrito perentorio que se halle enmarcado como cruz de nacimiento, simplemente una voz de trueno que dictó la tradición y la leyenda, porque el Guadalajara creció en el seno del extranjerismo pero vivirá sólo de piernas mexicanas.