Es una tarde oscura de junio de 2023, ataviada por unas amenazantes nubes, más oscuras aún, que no han dado tregua en una semana extrañamente lluviosa, en la víspera del verano en Madrid.
La misma noche que paralelamente en España se presentan Blur y Beyoncé, poco más de dos mil personas nos damos cita en un hermoso e íntimo lugar en el Jardín Botánico Alfonso XIII, en el ciclo llamado “Noches del Botánico”.
Situado literalmente en medio del bosque, el recinto es idílico para presenciar el segundo concierto de los 12 que Bob Dylan, genio y leyenda de la música popular, dará por el país en el marco de su gira Rough and Rowdy Ways. A diferencia de los fans que a esta hora estarán llegando para ver a Blur, también en Madrid, o a Beyoncé en Barcelona, los que vinimos a ver a Dylan, no podremos quedarnos con ningún recuerdo gráfico. Está estrictamente prohibido.
Toda la vida, Bob Dylan ha ido contracorriente. Desde que a mediados de los años 60 cambiara la guitarra acústica por la eléctrica, es sabido que el Premio Nobel de literatura no tiene interés alguno por agradar a las masas, sino es a través de sus palabras, de sus letras y de su música. En estos tiempos de revolución tecnológica donde redes sociales, streaming y la incipiente pero avasalladora inteligencia artificial, nos acorralan, el octogenario artista de Minnesota está intentando dar una pequeña batalla, desde su trinchera musical. Poner una pausa.
En su gira Rough and Rowdy Ways, Bob Dylan ha decidido prohibir el uso de teléfonos móviles. “Un trato innegociable”, dicen desde la productora que lo trae.
En el Jardín Botánico Alfonso III, uno de los tantos carteles que informan que el de hoy es un "PHONE FREE SHOW"
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Al internarse en el parque que antecede al escenario, por todas partes se ven carteles que informan que “este es un PHONE FREE SHOW”. En el ticket para el concierto, también hay un recuadro que lo aclara. Para que a nadie le queden dudas.
Las nubes se espesan, los truenos bombardean a lo lejos y las filas para acceder al show son bastante lentas de sortear. La razón es que uno por uno, los asistentes somos invitados a depositar nuestros teléfonos móviles en una bolsa magnética con un cierre hermético, similar a las alarmas que se usan en la ropa de las grandes tiendas, imposible de abrir sino es con una máquina propiedad de la empresa que presta el servicio, YONDR.
En caso de necesitarlo, hay zonas especialmente habilitadas para hacer uso del teléfono móvil, por supuesto, muy lejos de lo que Dylan esté haciendo sobre el escenario.
El teléfono ya en su nueva funda provisoria, vuelve a las manos de los asistentes pero completamente inutilizable. De ahí en más, el concierto se transforma en un momento cómo esos de antes. Obligado a compartirlo contigo mismo o con quién te acompañe y olvidarse de la instantaneidad de las redes sociales y la mensajería.
Parte de los asistentes actúan como si estuviéramos viviendo una enajenación transitoria, pero dolorosa. Se murmura y se comenta acerca de cómo ha sido la vida en estos cinco o diez minutos sin estar conectado. Una señora hace el gesto de sacar fotos con su mano y se ríe a carcajadas diciendo al aire que le gustaría poder hacerlo. Y es que el escenario es realmente perfecto para hacer una foto. La lluvia comienza a azotar con fuerza y poco a poco todos nos vamos enfundando las capas de plástico de múltiples colores, provistas por la organización, para crear un marco de público que parece hecho íntegramente por figuras de Lego.
Los asistentes al concierto entregando su teléfono para ser guardado en una funda aislante.
A paso calmado, cansino, y rodeado por los cinco integrantes de su banda, aparece Bob Dylan. El escenario que únicamente cuenta con una tela negra de fondo, está iluminado con una luz anaranjada, muy tenue. Ellos, todos vestidos de negro, salvo por los zapatos de Dylan que tienen una mancha blanca al medio. Es la forma de reconocerlo entre las penumbras, porque hay más detalles de la batalla de Bob Dylan. Las dos pantallas gigantes que se ubican colgadas en los costados del escenario, clásicas de conciertos y eventos multitudinarios, hoy están apagadas y permanecerán así durante toda la velada. Bob Dylan no permite fotógrafos profesionales, ni camarógrafos, ni pantallas, ni nada que lo saque a él, a su banda y/o al público del ambiente que quiere crear.
La lluvia sigue cayendo. Dylan se sienta frente a su piano y comienza a cantar Watching the River Flow. Es lo más cercano a presenciar una ceremonia religiosa. Un rito. La sensación de no tener ningún teléfono móvil en frente a través del cuál tener que ver obligatoriamente el concierto, es una delicia. Punto para Bob Dylan.
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La tendencia de realizar conciertos aislados de teléfonos móviles, no es nueva. En su tiempo lo intentaron estrellas de la talla de Alicia Keys, Bjork y Jack White. Sin embargo, han sido episodios puntuales porque luego, se les han visto muchísimos shows plagados de teléfonos con fotografías y videos en redes sociales. Chris Martin, líder de Coldplay, suele pedir en sus conciertos, casi por clemencia (en Barcelona hace unas semanas, lo hizo de rodillas), al menos una canción completa para compartir con el público, sin móviles, fotos, videos, mensajes, etc. “Esto ya está en YouTube un millón de veces. Solo almas, corazones y voces”, ruega.
Sin embargo, nadie lo ha hecho de manera tan consistente y tan determinada, como Bob Dylan, que lo ha adoptado como decisión de vida. Ya lo viene haciendo hace años, pero ahora incluso se ha puesto más rígido. En diciembre de 2022, en una entrevista con The Wall Street Journal, se refirió a los avances tecnológicos diciendo que “la tecnología es como la magia, es un espectáculo de magia, convoca espíritus, es una extensión de nuestro cuerpo, como la rueda es una extensión de nuestro pie. Pero podría ser el último clavo en el ataúd de la civilización; simplemente no lo sabemos”.
Su postura entonces, queda más que clara. Bob Dylan no está dispuesto a ser él quien ponga los clavos en el ataúd de la civilización. No pide por favor una canción para conectarse con el público, exige que el mundo se ciña a sus reglas. Al que le guste, bienvenido, al que no…
Funda con cierre magnético de la empresa Yondr.
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Dylan y su banda ya van por la mitad del concierto. La lluvia cesó definitivamente y el ambiente que se vive es de respeto total. O casi. Hay una especie de temor a molestar al cantante, que sin siquiera haber dicho “hola Madrid”, tiene a la audiencia totalmente cautivada. Mientras toca una canción, nadie se mueve, nadie va por una cerveza ni piensa en levantarse para ir al baño. Cuando termina y se prepara para la siguiente, se ve a un montón de gente avanzar como en cámara rápida por los pasillos y escaleras, para no llegar a molestar al artista.
Un momento de tensión máxima se vive promediando el último cuarto del espectáculo. Desde abajo del escenario, se ve la luz de una linterna iluminando hacia el público. Se apaga y se prende, rápido, alerta, para no perturbar el show. Súbitamente, el hombre de la linterna aparece a unos 10 metros de mi posición, enciende su luz y la apunta directamente a una espectadora que, de alguna manera, logró colar un teléfono y está haciendo un video o una foto. El guardia, en una acción veloz y tan sutil como intimidante, levanta su mano y le hace un inequívoco gesto de “usted, fuera”. La mujer pasa por encima de la barrera donde estaba apoyada y se retira sin chistar.
El guardia, en una acción veloz y tan sutil como intimidante, levanta su mano y le hace un inequívoco gesto de “usted, fuera”. La mujer pasa por encima de la barrera donde estaba apoyada y se retira sin chistar.
Con mis propios ojos, confirmo que no se puede usar el teléfono móvil en un show de Bob Dylan y que tampoco se le puede engañar.
“La petición del artista es que no se usen los teléfonos móviles en ningún momento. Si él llega a ver un flash, es capaz de detener el concierto de inmediato y marcharse”, me cuentan desde la organización del evento. Y no me quedan dudas de ello.
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Del diluvio inicial, pasamos a un cielo despejado, azul y estrellado. La aún vigente e inconfundible voz de Bob Dylan ha sido acompañada por un clima benevolente. Más benevolente que el mismo Dylan, que apegado a su idea de no cambiar sus guiones ni estructuras mentales, ha dado un concierto contundente, pero sin tocar ni un solo hit de su carrera.
Like a Rolling Stone, Blowin in the Wind, Knockin’ on Heaven’s Door, Hurricane, Jokerman o Just Like a Woman, todos clásicos inconfundibles, todos fuera del setlist de Bob Dylan por esta noche. Ni un solo guiño al público, pese a su estatus de leyenda. Su repertorio se basó en tocar por completo su último álbum con material original y que da nombre a la gira, Rough and Rowdy Ways, más algunas otras joyas perdidas en su discografía. Dylan no cede ante nada ni ante nadie. Tampoco se deja ver demasiado porque, sumado a la escasa iluminación, vive guarecido atrás de su piano. Sus clásicas guitarra y armónica, serán para otra ocasión.
Y al final, pareciera que siempre tiene razón. Vitoreado como el icono que es, sus decisiones de no teléfonos, no cámaras, no hits, no mensajes, no audios, no fotos, no videos, en ningún caso merman la devoción con que es recibido ni el aplauso con que es despedido mientras, con esfuerzo, se para no más de 15 segundos frente al público para marcharse sin decir adiós.
El Bob Dylan de la calle, feliz de ser grabado y fotografiado.
El show se termina, caminamos de vuelta para hacer una fila y liberar por fin nuestros teléfonos. Luego de abierto el sello magnético, hay que pasar por unos contenedores que guardarán las más de dos mil fundas que la empresa dispuso para blindar en una burbuja infranqueable el show de Bob Dylan.
Teléfono en mano, no sé si siento alivio o presión por volver a conectarme, pero aprovecho para rápidamente traspasar todas estas ideas y recuerdos del concierto, en notas escritas y notas de voz que me ayuden a escribir este relato. Por una parte, necesito mi teléfono. Por la otra, agradezco a Dylan la oportunidad de guardar más recuerdos en mi memoria que un montón de fotos y videos almacenadas por siempre y revisitadas nunca.
Justo al salir del parque, un grupo de unas treinta personas rodea a un particular doble de Bob Dylan, que guitarra en mano, canta los clásicos que hoy Dylan omitió. El Dylan de la calle se deja grabar, se deja fotografiar y sonríe a todo quien se le cruce por el frente y le deje una moneda. Nunca se habrá imaginado que justamente esos, serán los únicos recuerdos gráficos que la gente tendrá del concierto de su ídolo. Le hago una foto y grabo en una nota de audio, que este puede ser un buen cierre para el relato.