De haberse rodado en países como el Perú o la Argentina de hoy, una cinta premiada y que viene cosechando lauros en el mundo como Aún estoy aquí hubiera sido tildada de ‘roja’, ‘caviar’, ‘zurda empobrecedora’ o, a secas, ‘terrorista’. Nada de eso. Lo nuevo de Walter Salles (Estación Central, Diarios de motocicleta) nos sumerge en una narrativa que, lejos de ser una mera recreación histórica, se erige como un testimonio visceral de la resiliencia humana frente a la opresión.
Ambientada en la tumultuosa década de 1970 durante la dictadura militar brasileña (1964-1985), Aún estoy aquí se centra en la figura de Eunice Paiva en sus años previos a ser abogada y defensora de los derechos indígenas, interpretada con conmovedora gracia por Fernanda Torres. Eunice, tras la desaparición forzada de su esposo Rubens Paiva, un exdiputado de izquierda, inicia una lucha por saber la verdad, a la par que debe velar por sus cinco hijos en un clima de represión y silencio impuesto. Hay que aplaudir el portento de la minuciosa reconstrucción de época en pantallas. Vestuarios, peinados, coches, calles, mobiliarios. Nada luce artificial sino perfectamente verosímil.
Estamos ante una historia real sustentada en la autobiografía del mismo nombre publicada en agosto de 2015 por Marcelo Rubens Paiva, hijo de Eunice y Rubens, a quien también veremos representado en pantallas. No quiero dar más rodeos: Aún estoy aquí es una cinta que impresiona por su fuerza narrativa, por la notable dirección de sus actores, por su calibrado guion y por la reconstrucción de la atmósfera más dura de la dictadura brasilera. La interpretación de Fernanda Torres ingresa así a la memoria del cine latinoamericano.
Salles, conocido por su maestría en retratar paisajes emocionales complejos, utiliza la cotidianidad como vehículo para exponer las cicatrices de la violencia estatal. La elección de filmar en 35 mm no es meramente técnica; es una declaración estética que busca capturar la textura nostálgica, granular, de un Río de Janeiro que oscila entre la belleza natural y la sombra de la opresión. Las escenas domésticas, impregnadas de una calidez casi palpable, contrastan con la fría realidad política, reflejando la dicotomía de una sociedad fracturada. Con el cambio de décadas, también cambiará la textura de la imagen hasta pasar a un registro nítidamente digital de tiempos más actuales.
Mención aparte es la dignidad del personaje de Eunice. En la actuación de Torres, la matriarca mantiene la calma en las circunstancias más desafiantes, controla en todo instante sus reacciones, y presentimos –lo vemos en su tensa compostura– el infierno emocional que procesa para sus adentros siendo siempre un modelo para sus hijos. Eunice es un personaje dignísimo, de una humanidad tangible. Ni heroína ni panfleto de carne y hueso. Ella es la mejor madre que puede ser y punto. Mención aparte merece la impecable actuación de los niños, sin un ápice de los disfuerzos que suelen contaminar el trabajo de los menores salidos del cine comercial o las telenovelas.
Por los tiempos abarcados presenciamos no solo la evolución de una familia marcada por la tragedia, sino también la transformación de un país en busca de su identidad perdida. Spoiler-no spoiler: a la actuación de Torres la complementa la de su madre, Fernanda Montenegro, quien encarna a una Eunice en sus años finales. Es una colaboración madre e hija que trasciende la pantalla y que provoca saltos emocionados entre cinéfilos, entre fans de la ya legendaria Estación Central y entre los amantes de la extensa lista de telenovelas protagonizadas por la veterana actriz.
No exagero cuando afirmo que Aún estoy aquí es un acto de resistencia cultural, allí donde el sonido la protesta es melodía y la verdad aún corta como un cuchillo oxidado para despertar vibraciones internas en defensa de la dignidad y la justicia.
CALIFICACIÓN: 5/5