Sean Baker, maestro en esto de destilar poesía desde los rincones más olvidados de la sociedad, regresa con Anora, nueva prueba vibrante de su capacidad para transformar pequeñas historias de los márgenes en epifanías universales. Anora no solo reitera su mirada inquieta y sagaz, sino que eleva su estilo característico hacia un terreno aún más profundamente introspectivo y sensorial obteniendo una actuación de Mikey Madison en el rol central que pasará a la historia. Cuánto fue la mano de Baker moldeando a Madison y cuánto fue el talento puro de esa joven actriz lo que obtuvo el resultado, aún es muy pronto para decir.
En el centro de Anora está el personaje homónimo a cargo de la descollante Madison, una bailarina exótica y trabajadora sexual cuya labor en los clubes nocturnos de Brooklyn la acerca a Vanya (Mark Eydelshteyn), el desenfrenado hijo de un oligarca ruso. Vanya no solo se queda fascinado con ella como ese amigo burdelero que se enamora de las cariñosas de la casa; Vanya realmente siente un clic especial con Anora y le propone un trato: quédate conmigo una semana y a cambio te llevas 15 mil dólares.
Hemos visto una premisa medianamente similar en Mujer bonita, el entrañable hit de 1990 que nos dio a una Julia Roberts de por entonces 21 años. En Anora, nuestra protagonista tiene 23 años y Vanya 21; ambos están tan cerca como distantes entre sí. Él es un chiquillo engreído y derrochador de los miles de dólares que Anora, o simplemente “Ani”, trabaja durísimo por conseguir. Ella es predeciblemente más cerebral que él, en especial cuando Vanya naufraga entre mares de narcóticos y alcohol con los amigos. Ambos tendrán todo el sexo que las hormonas, la energía juvenil y el tiempo libre financiado con dinero ruso les permita y harán varias locuras que requerirán la intervención familiar.
Baker dirige apoyándose en una edición galopante para apelar a una cinematografía que alterna entre el frío gélido de Brighton Beach –entre diciembre y enero– con el frenesí multicolor de las noches en la zona, con cero, ningún interés en absoluto por crear estampas entre Vanya y Ani al estilo de una comedia romántica del mainstream. Ambos rebosan de vida en la pantalla, no son postales vivientes. No hay escena romántica de compras cómplices –sí de derroche por derroche. No hay momento de una Ani subiendo por una escalera automática envuelta en un vestido de ensueño para toparse con el galán que la espera porque Vanya no es un galán misterioso, sino un bebé grande con mucho dinero y Ani no sabe bien qué hacer con eso más que engreírlo, sacarle regalos, viajes y enseñarle a follar para que dure más de cinco minutos.
Hay muchos desnudos, mucho sexo, mucho presentar el cuerpo desnudo de Ani, sí. Pero el enfoque naturalista, los encuentros para coger sin artificios 'de cine' y el frenesí de los hechos que presenciamos evita que caer en una “explotación” de Ani y la salva de convertirse en el clisé de la 'prostituta de corazón de oro'. Anora “Ani” Mikheeva es la anti-Vivian Ward (la ‘mujer bonita’ de Julia Roberts), sobre todo cuando deba arreglárselas con el gángster armenio enviado por el padre de Vanya para enderezar las cosas, Toros (insuperable Karren Karagulian), y su dos matones, el torpe Garnick (Vache Tovmasyan) y el simpático calvo Igor (Yura Borisov). Toros, junto a Vanya y Anora, son los grandes personajes del filme, aún cuando predeciblemente veamos asomarse a Igor. El grupo compone la mejor escena del todo el filme: el largo ataque/secuestro en la mansión de Vanya.
Pero quizás la hazaña de la película sea su capacidad para transmitir una crítica social incisiva a las desigualdades y al sometimiento de sus personajes al poder del dinero, sin renunciar al compromiso con estos mismos. Anora es un estudio muy profundo sobre las cosas superficiales y lo efímero que ellas pueden resultar entre manos, con todo y un final anticipado que no me convence del todo. Está claro que Anora es una declaración. Como todos los filmes de Sean Baker.
Calificación: 5/5